viernes, marzo 27, 2009

ONDJAKI: ACOMODAR ESTRELLAS EN UN ABRAZO


Abel Rosales Ginarte

El alma de madre África vive en su mirada. Habla suavemente como quien posee todo el tiempo del mundo para contar. Ondjaki destila misterio y perpetuidad. La obra sale de sus manos a una velocidad imparable. Capta hasta la más mínima sonrisa y resuelve el diálogo con especial carisma. Lo conocimos en la central provincia cubana de Cienfuegos, como jurado de literatura brasilera para el premio Casa de las Américas dos mil nueve. Concertamos una entrevista en La Habana y el olvido descuartizó el encuentro. Horas después nos reencontramos por casualidad. Desde el primer momento me contó sus vivencias que aparecen en el libro Buenos días camaradas, que esperamos se publique en Cuba. Faltaba esa visión de un angoleño recordando la presencia de profesores cubanos en esa parte del mundo. Cada palabra divierte en los recuerdos infantiles. El libro se abre ante mis ojos. Busco la presencia cubana. Ángel y María, dos cubanos a quienes Ondjaki desearía encontrar otra vez, se advierten. Los amigos, la familia y la partida de los profesores cubanos. Ángel y María aparecen una y otra vez en la conversación. Busco esos nombres en mis profesores. Hoy continúo buscando a Ángel y María.

Ondjaki sueña con el regreso a esta tierra. Confío en un nuevo encuentro. Los minutos vuelan y se avizora su partida. Le hablo de su poesía. Me obsequia Materiales para construir una aplanadora de tristezas. Está en portugués. Sonríe y me dice que es mejor porque así aprenderé ese idioma. Insisto en algún poema en español.

Yo soy la piel de la flor. La blandura, el olor, la viscosidad muerta, en un asunto gastado. Camino sobre la flor de la piel, me deslizo en su voz y solamente así sé soñar.

La poesía de Ondjaki se resiste al descubrimiento. Un aire de misterio y soledad se desborda. El mismo se salva de la derrota del tiempo. Levanta su mirada un instante y las palabras saltan a la luz.

Soy el final de la página, no el trazo cuidado si no la parte rasgada; me gusta mirar mesas: las que tienen sobres encima de ellas, sellos, pelos, todo lo que recuerde aquello que fue viajar. Recuerdo el mar, el mar. Yo soy el retorno de la ola que retorna al mar.

En la lengua angoleña Ondjaki significa guerrero. Nació en Luanda en 1977. Premios y abundantes reconocimientos aparecen en muchos sitios de Internet. Las fotos advierten una juventud que acapara mucha madurez. Prefiero recordarlo durante sus conversaciones con la mejicana Carmen Boullosa, también jurado del premio Casa de las Américas dos mil nueve. Con respeto habla de sus colegas en Angola. Dialogamos de libros y más libros. En Cuba es fácil obtenerlos, le explico. Esperamos con toda certeza obras suyas en La Habana. Nos queda ese amor imperturbable por la tierra que lo vió nacer. Luanda se dibuja en el tono de su voz. Las calles, la gente que ama.

Me tomo un instante para agradecer sus atenciones apresuradas en esta ciudad. Evoco el final de otros de sus poemas para un posible reencuentro:

Para ser grillo
hay que tener bolsillos
donde también entren silencios.
Ser astuto
vigilando entre dos hilos de hierba.
Saber hacer una tela invisible
donde el infinito se enrede.
Encarar el universo con
demasiada intimidad
--a modo de jardín.
Saber que:
las estrellas encarecen
de cariño
y brillan para mayor desanonimato;
sonetear con roncos de garganta
pero desminar estallidos en el corazón.
Para ser grillo
hay que tener desnociones.
Vivir que:
hay solo una distancita
entre apalmillar un jardín
y acomodar estrellas en un abrazo

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