viernes, febrero 08, 2008

LA MELODÍA IDEAL





La melodía ideal
Arthur C. Clarke


Han observado alguna vez cómo, en una habitación en la que se encuentran reunidas veinte o treinta personas charlando animadamente, llega un momento en el que todo el mundo guarda silencio repentinamente? Se crea una especie de vacío vibrante que parece engullir todos los sonidos. No sé cómo afectará a otras personas, pero a mi me produce una sensación de frialdad que me domina por completo.

Ni que decir tiene que el fenómeno está sujeto a las leyes de la probabilidad, pero, por alguna razón, parece algo más que una simple coincidencia en las pausas de las conversaciones. Es como si todos estuvieran pendientes de escuchar algo, aunque no sepan el qué. En estos momentos recuerdo aquellos versos:

"Pero siempre a mi espalda presiento el carro alado y cercano del tiempo... "

Así es como a mi me afecta, por muy animada que sea la compañía entre la que me encuentre. Sí, incluso en "El Ciervo Blanco".

Me ocurrió esto mismo un miércoles por la noche en el que había menos aglomeración de la habitual. Se hizo el silencio tan inesperadamente como siempre. Entonces, posiblemente en un deliberado intento de romper ese desagradable suspense, Charlie Willis enpezó a silbar la última canción de moda; ni siquiera recuerdo su título. Sólo recuerdo que desencadenó uno de los relatos más inquietantes de Harry Purvis.

- Charlie -dijo con calma-, esa maldita cancioncilla me está volviendo loco. Durante la última semana he tenido que escucharla cada vez que enchufaba la radio.

John Cristopher emitió un sonoro sorbetón.

- Deberías conectar siempre con el tercer programa. Estarias a salvo.

- A algunos de nosotros - contestó secamente Harry - no nos satisface una dieta exclusiva a base de madrigales isabelinos. Pero no vamos a pelear por eso, por Dios. ¿Nunca se te ha ocurrido que hay algo extraño en esas canciones de éxito?

-¿Qué quieres decir? -

- Pues que aparecen misteriosamente, y durante semanas todo el mundo las tararea, como Charlie hace un momento. Las que poseen cierta calidad se te graban de tal forma que no puedes alejarlas de la cabeza; dan vueltas y más vueltas durante dias. Y, de repente, desaparecen sin más explicación.

- Ahora te comprendo - dijo Art Vincent -. Algunas melodias pueden elegirse, pero otras se pegan como la melaza, tanto si lo deseas como si no.

- Exactamente. Durante una semana entera me obsesionó el tema principal del final de la segunda sinfonía de Sibelius; incluso me dormía con él rondándome la cabeza. Despues le toco el turno a "El tercer hombre": da di da di daa, dida, didaa... Recuerda lo que fue aquello.

Harry tuvo que callarse un momento hasta que la gente dejó de tararear. Cuando se desvanecieron los murmullos continuó:

- ¡Exactamente! A todos os sucedió lo mismo. Entonces, ¿qué tienen esas tonadas para provocar tal efecto? Algunas son realmente buena música, otras, banalidades, pero evidentemente tienen algo en común.

- Continúa -dijo Charlie-. Estamos impacientes.

- Desconozco la respuesta -contestó Harry-. Y lo que es más, no quiero conocerla. Sé de un hombre que la encontró.

Automáticamente, alguien le acercó una cerveza, para que el tono del relato no decayera. A mucha gente le fastidiaba que en medio de los más interesante se parase para pedir otra bebida.

- No sé por qué a la mayoría de los científicos les interesa la música -prosiguió Harry Purvis-, pero es un hecho innegable. Conozco muchos laboratorios importantes que poseen orquestas sinfónicas de aficionados, algunas incluso muy buenas. Entre los matemáticos se podrían encontrar razones obvias para justificar esta afición; la música, especialmente la música clásica, es, formalmente, casi matemática. Además se apoya en la teoría: relaciones armónicas, análisis de ondas, distribución de la frecuencia, y cosas por el estilo. Constituye en sí misma un estudio apasionante que atrae fuertemente a mentes científicas, y que no excluye -aunque muchas personas crean lo contrario- una apreciación puramente estética.

Pero he de confesar que el interés musical de Gilbert Lister era completamente cerebral. Era, en primer lugar, un fisiólogo, especializado en el estudio del cerebro. Por eso la palabra cerebral debe tomarse literalmente.

No distinguía entre una canción vaquera y la Sinfonía Coral. No le interesaban los sonidos por sí mismos sino por los efectos que causaban en el cerebro.

Entre personas tan cultas como las presentes -dijo Harry, con tal énfasis que sonó a insulto-, no habrá nadie que ignore el hecho de que gran parte de la actividad cerebral se realiza por medio de la electricidad. Constantemente se producen pulsaciones de ritmo regular, que pueden detectarse y analizarse con la ayuda de modernos instrumentos. Este era el campo de Gilbert Lister. Adosaba electrodos en el cuello cabelludo de una persona, y un sistema de amplificadores registraba las ondas cerebrales en cinta magnética. Tras examinarlas, podía dar todo tipo de información sobre la persona en cuestión. En última instancia, afirmaba, es posible identificar a cualquiera a partir de un encefalograma -para utilizar el término correcto- con mayor precisión que a través de las huellas dactilares.

Mediante una intervención quirúrgica, puede cambiarse la piel de una persona, pero si llegásemos a un avance tecnológico tal que pudiera cambiarse el cerebro -bueno, esa persona ya no sería la misma, de modo que no podría acusarse al sistema de haber fallado.

Mientras estudiaba los ritmos alfa, beta y demás del cerebro, Gilbert empezó a interesarse por la música. Estaba seguro de que existía alguna conexión entre los ritmos musicales y los mentales. Se propuso tocar música ante sus pacientes, para analizar los efectos producidos en sus frecuencias cerebrales normales. Como era de esperar, los efectos fueron múltiples, y los descubrimientos de Gilbert le llevaron a adentrarse en campos más filosóficos.

Sólo en una ocasión hablé con él extensamente sobre sus teorías. No porque fuera reservado -nunca he conocido a un científico que lo fuera, pensándolo bien-, sino porque no le gustaba discutir sobre su trabajo hasta saber a dónde le iba a llevar. Pero lo que dijo fue suficiente para demostrar que había abierto un campo muy interesante, y en consecuencia, me propuse ayudarle. Mi empresa suministró parte del equipo y yo no me mostré reacio a obtener un pequeño beneficio marginal. Se me ocurrió que si las teorías de Gilbert funcionaban, iba a necesitar un representante en menos que canta un gallo...

Porque lo que Gilbert intentaba hacer era encontrar el fundamento científico para llegar a una teoría sobre las canciones de éxito. Por supuesto, no pensaba en el asunto en esos términos: él lo consideraba como un simple proyecto de investigación y su única ambición consistía en publicar su trabajo en las Actas de la Asociación de Fisica. Pero yo reconocí las implicaciones financieras enseguida. Eran asombrosas. Gilbert estaba seguro de que una melodía o una canción de moda impresionaba la mente porque de algún modo se adapta a los ritmos eléctricos fundamentales del cerebro. Utilizaba una analogía para explicarlo: "Es como meter una llave en una cerradura. Las guardas de una tienen que acoplarse a las de la otra para que funcione."

Enfocó el problema desde dos ángulos. En primer lugar, recogió cientos de melodías populares y clásicas y analizó su estructura o, como él decía, su morfología.

Un analizador de armonías realizaba esta operación automáticamente, clasificando las frecuencias. Por supuesto, era mucho más complicado, pero estoy seguro de que habréis entendido la idea básica.

Al mismo tiempo, trataba de ver la adecuación entre las ondas resultantes y las vibraciones eléctricas naturales del cerebro. La teoría de Gilbert consistía -y aquí nos adentramos en aguas filosóficas más profundas- en que todas las melodías existentes son aproximaciones burdas a una melodía ideal. Los músicos de todos los tiempos han buscado a ciegas, porque ignoraban la relación entre música y mente. Una vez revelada esta relación, sería posible descubrir la Melodía Ideal.

- ¡Eh! -exclamó John Christopher-. Eso es la refundición de la teoría Platónica de los Arquetipos. Ya se sabe: todos los objetos del mundo material son burdas copias de la silla o la mesa, o lo que sea, ideales. Así que tu amigo buscaba la melodía ideal ¿La encontró?

- Lo sabrás a su debido tiempo -prosiguió Harry sin inmutarse-. Gilbert tardó un año en completar el análisis, y a continuación comenzó con la síntesis. Para entendernos: fabricó una máquina capaz de construir modelos de sonidos, automáticamente, acordes con las leyes que había descubierto. Tenía montones de osciladores y mezcladores; en realidad lo que hizo fue modificar un órgano electrónico ordinario para esta parte del aparato, controlado por la máquina compositora. De esta forma tan infantil con que los científicos bautizan a sus bastardos, llamó al invento "Ludwig".

Se entendería mejor el funcionamiento de Ludwig si se le concibe como una especie de kaleidoscopio sonoro, en lugar de visual. Pero el kaleidoscopio obedecería a unas ciertas leyes, y esas leyes -al menos Gilbert así lo creía- estaban basadas en la estructura fundamental de la mente humana. Con los arreglos necesarios Lugwig llegaría, tarde o temprano, a encontrar la melodía a través de todos los modelos musicales posibles.

Tuve la oportunidad de escuchar a Ludwig, y fue una experiencia extraña. El equipo consistía en el lío electrónico indescriptible común a todos los laboratorios. Lo mismo podía haber sido la máquina de una nueva computadora que la mira de una pistola a radar, un sistema de control de tráfico o un aparato de radio construido por un aficionado. Era difícil aceptar que, si llegaba a funcionar, dejaría sin trabajo a todo los compositores del mundo. ¿O no? Quizá no: Ludwig podría proveer la materia prima, pero necesitaría orquestación.

El sonido comenzó a salir del altavoz. Al principio me pareció como si escuchara ejercicios para cinco dedos ejecutados por un alumno eficiente, pero poco inspirado. La mayoría de los temas eran banales; la máquina tocaba uno y a continuación lo sometía a una serie de cambios, un compás tras otro, hasta agotar todas las posibilidades, y pasaba al siguiente tema. De vez en cuando, producía un pasaje notable, pero en general, no me impresionó lo más mínimo.

Pero Gilbert se explicó que sólo era una prueba, porque los circuitos aún no estaban listos. Cuando lo estuvieran, Ludwig tendría mayor capacidad de selección: de momento, tocaba cualquier cosa -no poseía ningún sentido discriminatorio. Cuando lo adquiriese, las posibilidades serian ilimitadas.

Fue la última vez que vi a Gilbert Lister. Había quedado en ir a su laboratorio una semana después, tiempo en el que esperaba haber conseguido grandes progresos. Llegué una hora más tarde de la cita, por suerte para mi....

A mi llegada acababan de llevarse a Gilbert. Encontré a su ayudante, un hombre de edad que había trabajado con él desde hacía años, muy nervioso y desolado, sentado entre una maraña de cables de Ludwig. Tardé mucho en descubrir lo que había ocurrido, y aún más en entender los motivos. No cabía duda de que Ludwig, por fin, había funcionado. El ayudante había salido a almorzar mientras Gilbert terminaba los últimos preparativos, y cuando volvió al cabo de una hora, el laboratorio vibraba con frase melódica larga y compleja. O la máquina se había parado en ese punto, o Gilbert había pulsado el botón de REPETICION. Sea como fuere, estuvo escuchando, durante varios cientos de veces, al menos, la misma melodía. Cuando su ayudante le encontró parecía hallarse en trance. Los ojos abiertos sin ver, los miembros rígidos. Incluso cuando desconectaron a Ludwig, continuó igual. Gilbert no tenía remedio.

¿Que había ocurrido? Supongo que deberíamos haberlo tenido en cuenta, pero, ¡es tan fácil decirlo cuando ya ha pasado todo! Recordemos lo que dije al principio. Si un compositor que sabe música de oído puede inventar una melodía capaz de dominar la mente de una persona durante días, ¿qué efecto tendría la Melodía Ideal que Gilbert buscaba? En el supuesto de que existiera -y no lo doy como un hecho seguro-, formaría un anillo infinito en los circuitos de la memoria. Daría vueltas y más vueltas, eliminando los demás pensamientos. Todas las melodías empalagosas del pasado se convertirían en simple bagatelas comparadas con ella. Una vez introducida en el cerebro, transformaría las formas en ondas circulares que constituyen la manifestación física de la conciencia -y éste sería el final. Ni más ni menos le ocurrió a Gilbert.

Le sometieron a terapia de choque; lo intentaron todo. Pero no sirvió de nada; el patrón se había establecido y no podía romperse. Gilbert había perdido toda conciencia del mundo exterior, y tienen que alimentarlo por vía intravenosa. No se mueve jamás ni reacciona a estímulos externos, pero, según me han dicho, de vez en cuando se contrae de forma extraña como marcando el ritmo.

Me temo que no tiene curación. Y, sin embargo, no estoy seguro de si su destino es horrible o, por el contrario, digno de envidia. Quizá haya encontrado la realidad esencial que siempre a preocupado a los filósofos como Platón. No lo se, realmente. A veces me sorprendo preguntándome a mí mismo cómo sería la maldita melodía, casi deseando haber tenido la oportunidad de escucharla, al menos una vez. Debe existir alguna forma de hacerlo sin peligro: ¿recordáis que Ulises escuchó el canto de las sirenas y no murió por ello...? Pero ya no habrá otra oportunidad.

- Me lo temía -dijo Charles Willis maliciosamente-. Supongo que el aparato explotó, o algo así, y como de costumbre no podemos comprobar la veracidad de su relato.

Harry le dirigió una mirada más de tristeza que de enfado.

- El aparato apenas sufrió desperfectos -contestó con serenidad-. Lo que ocurrió a continuación fue una de esas cosas enloquecedoras por las que nunca dejaré de culparme. Me tomé tal interés en el experimento de Gilbert que no presté la debida atención a los intereses de mi empresa.

Mucho me temo que Gilbert había amontonado deudas, y cuando el Departamento de Contabilidad se enteró de lo que había ocurrido, actuó inmediatamente. Tuve que salir de la ciudad durante un par de días en viaje de negocios, y cuando volví ¿sabéis lo que había pasado? Mediante una acción judicial, habían confiscado todos sus bienes, lo que significaba el desmantelamiento de Ludwig; cuando lo vi al día siguiente, se había convertido en un montón de chatarra. ¡Y todo por unas cuantas libras! Me hizo llorar.

- Estoy seguro -dijo Eric Maine-. Pero has olvidado atar el Cabo Suelto Número Dos: El ayudante de Gilbert. Entró en el laboratorio mientras el artilugio funcionaba a pleno rendimiento. ¿Por qué no le afectó a él también? Has metido la pata en esto, Harry.

El señor don Harry Purvis hizo una pausa para apurar la últimas gotas de un vaso y lo acercó a Drew.

- ¡Vaya! -exclamó-. ¿Es un interrogatorio? No he mencionado ese punto porque no tiene mucha importancia. Pero explica por qué nunca tuve el menor indicio de la naturaleza de aquella melodía. Mira, el ayudante de Gilbert era un técnico de laboratorio muy cualificado, pero no pudo prestarle mucha ayuda en la fabricación de Ludwig. Era una de esas personas que carecen completamente de oído. Para él, la Melodía Ideal no significaba más que el maullido de un gato.

Nadie hizo más preguntas: creo que todos sentimos el deseo de enfrascarnos en nuestros propios pensamientos. Hubo un silencio largo y profundo antes de que "El Ciervo Blanco" reanudara su actividad habitual. Pero a los pocos minutos, Charlie comenzó a silbar de nuevo "La Ronde".

Los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz.


Los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz.


"No hay razón para sufrir. La única razón por la que sufres es porque así tú lo exiges. La felicidad es una elección, como también lo es el sufrimiento".

Los cuatro acuerdos.

"No hay razón para sufrir. La única razón por la que sufres es porque así tú lo exiges. Si observas tu vida encontrarás muchas excusas para sufrir, pero ninguna razón válida. Lo mismo es aplicable a la felicidad. La felicidad es una elección, como también lo es el sufrimiento". (Miguel Ruiz).

La domesticación y el sueño del planeta.

¿Son las cosas como las vemos, como las sentimos, o básicamente interpretamos lo que nos han enseñado a interpretar?

Para la milenaria cultura tolteca (México) la "realidad" que asumimos socialmente no es más que un sueño colectivo, el sueño del planeta. Desde el momento mismo de nacer, interpretamos la realidad mediante acuerdos, y así, acordamos con el mundo adulto lo que es una mesa y lo que es un vestido, pero también lo que "está bien" y lo que "está mal", e incluso quiénes somos o cuál es nuestro lugar en el mundo (en la familia, en clase, en el trabajo). A este proceso el filósofo mexicano de origen tolteca Miguel Ruiz lo denomina domesticación.

"La domesticación es tan poderosa que, en un determinado momento de nuestra vida ya no necesitamos que nadie nos domestique. No necesitamos que mamá o papá, la escuela o la iglesia nos domestiquen. Estamos tan bien entrenados que somos nuestro propio domador. Somos un animal autodomesticado".

El juez y la víctima.

En el transcurso de este aprendizaje incorporamos en nuestra propia personalidad al juez y a la víctima.

El juez representa esa tendencia en nuestra mente que nos recuerda continuamente el libro de la ley que gobierna nuestra vida -lo que está bien y lo que está mal-, nos premia y, más frecuentemente, nos castiga. La víctima es esa parte en cada persona que sufre las exigencias de su propio juez interior. Sufrimos, nos arrepentimos, nos culpabilizamos, nos custigamos por la misma causa una y otra vez, cada vez que el recuerdo nos pasa factura.

Y como consecuencia del propio sistema, el miedo se instaura en nuestra vida.

El miedo y las autoexigencias son los peores enemigos de nuestro pensamiento, y por ende, de nuestra vida. Durante el proceso de domesticación nos formamos una imagen mental de la perfección, lo cual no está mal como camino marcado a seguir. "El problema es que como no somos perfectos nos rechazamos a nosotros mismos. Y el grado de rechazo depende de lo efectivas que han sido las personas adultas para romper nuestra integridad", según M.R.

Si el libro de la ley que gobierna nuestra vida (nuestra moral, nuestra lógica, nuestro "sentido común") no cumple sus objetivos, que en su base fundamental consistiría en hacernos seres humanos felices y en armonía, es porque evidentemente éste no funciona. Y como no funciona hay que cambiarlo. Y ello lo hacemos revisando nuestros acuerdos (nuestra interpretación incuestionable, nuestro sistema de valores), desenmascarando los que no valen y sustituyéndolos por otros.

La filosofía tolteca nos propone cuatro acuerdos básicos:

1. Sé impecable con la palabra.

Las palabras poseen una gran fuerza creadora, crean mundos, realidades y, sobre todo, emociones. Las palabras son mágicas: de la nada y sin materia alguna se puede transformar lo que sea. El que la utilicemos como magia blanca o como magia negra depende de cada cual.

Con las palabras podemos salvar a alguien, hacerle sentirse bien, transmitirle nuestro apoyo, nuestro amor, nuestra admiración, nuestra aceptación, pero también podemos matar su autoestima, sus esperanzas, condenarle al fracaso, aniquilarle. Incluso con nuestra propia persona: las palabras que verbalizamos o las que pensamos nos están creando cada día. Las expresiones de queja nos convierten en víctimas; las crítica, en jueces prepotentes; un lenguaje machista nos mantienen en un mundo androcéntrico, donde el hombre es la medida y el centro de todas las cosas, y las descalificaciones autovictimistas (pobre de mí, todo lo hago mal, qué mala suerte tengo) nos derrotan de antemano.

Si somos conscientes del poder de nuestras palabras, de su enorme valor, las utilizaremos con cuidado, sabiendo que cada una de ellas está creando algo. La propuesta de Miguel Ruiz es, por tanto:

"Utiliza las palabras apropiadamente. Empléalas para compartir el amor. Usa la magia blanca empezando por ti. SÉ IMPECABLE CON LA PALABRA".

2. No te tomes nada personalmente.

Cada cual vive su propia película en la cual es protagonista. Cada cual afronta su propia odisea viviendo su vida y resolviendo sus conflictos y sus miserias personales. Cada cual quiere sobrevivir el sueño colectivo y ser feliz. Y cada cual lo hace lo mejor que puede dentro de sus circunstancias y sus limitaciones.

Las demás personas sólo somos figurantes en esa película que cada cual hace de su vida, o a lo sumo personajes secundarios. Si alguien me insulta por la calle (o yo lo percibo así) con casi toda seguridad no tiene nada o muy poco que ver conmigo; es simplemente su reacción a algo que está pasando fuera (un mal día con su pareja o en el trabajo, una discusión con su hija), o más probablemente dentro (preocupaciones, ansiedad, frustración, impaciencia, una gastritis o un dolor de cabeza).

La impaciencia o las exigencias de tu pareja, de la vecina del rellano o de la cajera del supermercado, las críticas de tu hijo o en el trabajo, nada de eso es personal. Cada cual está reaccionando a su propia película.

Hay mucha magia negra fuera, lo mismo que la hay dentro de ti misma, o de mí. En cualquiera, en algún momento de su vida, en algún momento del día. Todo el mundo somos "depredadores emocionales" alguna que otra vez.

"Tomarse las cosas personalmente te convierte en una presa fácil para esos depredadores, los magos negros... Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia basura. Pero si no te tomas las cosas personalmente serás inmune a todo veneno aunque te encuentres en medio del infierno", asegura Miguel Ruiz.

Comprender y asumir este acuerdo nos aporta una enorme libertad. "Cuando te acostumbres a no tomarte nada personalmente, no necesitarás depositar tu confianza en lo que hagan o digan sobre ti las demás personas. Nunca eres responsable de los actos o palabras de las demás personas, sólo de las tuyas propias. Dirás "te amo" sin miedo a que te rechacen o te ridiculicen". Siempre puedes seguir a tu corazón.

Respecto a la opinión ajena, para bien o para mal, mejor no depender de ella. Ésa es otra película. NO TE TOMES LAS COSAS PERSONALMENTE.

3. No hagas suposiciones.

Tendemos a hacer suposiciones y a sacar conclusiones sobre todo. El problema es que al hacerlo creemos que lo que suponemos es cierto y montamos una realidad sobre ello. Y no siempre es positiva o está guiada por la confianza o el amor, sino más frecuentemente por el miedo y nuestra propia inseguridad.

Deduzco que alguien se ha enfadado conmigo porque no respondió a mi saludo al cruzarnos y mi mente organiza toda una realidad sobre eso. Y se rompen puentes entre la otra persona y yo, difíciles de salvar. Lo mismo con nuestra pareja, con la vecina, con la escuela. Creamos realidades en base a comentarios o elementos sueltos (cuando no en base a chismes malintencionados).

"La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras... e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular", insiste Miguel Ruiz. En última instancia y si te dejas guiar por la buena voluntad, siempre te queda la confianza... y la aceptación.

Nunca nada que pasa fuera es personal. Pero en cualquier caso, NO SAQUES CONCLUSIONES PRECIPITADAMENTE.

3. Haz siempre lo mejor que puedas.

El cuarto y último acuerdo permite que los otros tres se conviertan en hábitos profundamente arraigados: haz siempre lo máximo y lo mejor que puedas. Siendo así, pase lo que pase aceptaremos las consecuencias de buen grado. Hacerlo lo mejor posible no significa que tú y yo tengamos que hacerlo de la misma manera, ni siquiera que mi respuesta en estos momentos sea la misma que en otro que me siento cansada, o no he dormido bien, o me siento llena de amor y confianza y tremendamente generosa. Se podría decir que en cada momento de nuestra vida somos diferentes, en unas circunstancias y con unas limitaciones concretas. A veces podemos responder a lo que interpretamos como una "provocación" con una sonrisa irónica o divertida, con sentido del humor, o con una carcajada retadora, o incluso a gritos. Pero siempre podemos intentar ser impecables con la palabra, no tomárnoslo personalmente y no sacar conclusiones precipitadas... dentro de nuestras limitaciones físicas, anímicas y en general, de cada momento. Si lo intentamos, de la mejor manera que podemos, ya es suficiente.

"Verdaderamente, para triunfar en el cumplimiento de estos acuerdos necesitamos utilizar todo el poder que tenemos. De modo que, si te caes, no te juzgues. No le des a tu juez interior la satisfacción de convertirte en una víctima. Simplemente, empieza otra vez desde el principio."

Con la práctica será cada vez más fácil hasta que, sorpresa, la identificación es prácticamente completa y los cuatro acuerdos forman parte de nuestra manera de ser. Simplemente somos así.

Sin duda nuestra vida será más sencilla y satisfactoria, para nosotras mismas y para las demás personas que nos rodean.

(Sobre el libro de Miguel Ruiz, "Los cuatro acuerdos", Editorial Urano).

http://www.crecejoven.com/mente/los-cuatro-acuerdos/salud.php

TUNGURAHUA



"Esófago de fuego". Eso significa Tungurahua en quechua. En el 2006 murieron seis personas y se perdieron muchos plantíos y ganado. Hoy se decretó la alerta roja, se declaró la emergencia y la consiguiente evacuación de los campesinos de la zona de las faldas del volcán. Shakira -leo la noticia- donó su falda para obras benéficas. Agradeceríamos que nos done un brassiere para los pobladores de las faldas del Tumgurahua.

Sales y soles


Sales y soles
La clase turista

Gorka Andraka
Gara


Ana ronda los cuarenta. En unas semanas viaja con su madre. Hace tiempo que se lo había prometido. Para ella es su primer desplazamiento largo, transoceánico.
Vuelan a República Dominicana. Antes de partir, en casa, una tarde, Ana abre un atlas, localiza el mapamundi, y con el dedo recorre los miles de kilómetros que separan Bilbao de la isla caribeña. Su madre, muy atenta, boquiabierta, piensa y razona: “Ahora entiendo porque viajan tanto los jóvenes. Hay tantos sitios a los que ir, tanto que ver”.

Las vueltas que da la vida. Antes, el pueblo se nos quedaba grande. Ahora, la Tierra, chiquita. El turismo puede considerarse hoy la primera industria del planeta. Un negocio boyante. En 2007, tuvo 898 millones de llegadas internacionales, un 6,2% más que el año anterior. Un negocio en auge. Según la Organización Mundial de Turismo (OMT), en 2010, 1.000 millones de turistas visitarán un país extranjero y, en 2020, serán alrededor de 1.600 millones, casi el doble que ahora.

“Los viajes y las vacaciones se han convertido en un fenómeno social arraigado”, afirma Francesco Frangialli, secretario general de la OMT. Como los gastos son “poco elásticos”, las familias “están dispuestas a sacrificar otros gastos en consumo antes que renunciar a viajar”. Hay quien habla ya de una nueva civilización, la del ocio y el turismo. Para Daniel Wagman, estaríamos ante una nueva clase social que “existe incluso cuando no viajamos. La forma de caminar por las ciudades, mochila al hombro, de mirar al mundo buscando postales de belleza, de concebir el tiempo y su uso, de tratar a los otros, se ha vuelto turística. Todo nos convierte, nos guste o no, en Clase Turista”.

Viajar a toda costa. Rápido. Lejos. Viajar y escapar. Huir. Olvidar. A cualquier precio, como cuenta el escritor Jesús Alonso. “Ruptura: Se casaron. Él quería ir a México a hacer la ruta del mezcal; ella, desde muy niña, había deseado pasar la luna de miel en Disneylandia”. Viajar para quedarse solo. Nada incluido.