viernes, febrero 29, 2008

Víctor Montoya - Tania, la guerrillera inolvidable


Víctor Montoya - Tania, la guerrillera inolvidable



Cuando Tamara Bunker (Tania) llegó a Bolivia en noviembre de 1964, con el nombre de Laura Gutiérrez, de nacionalidad argentina y profesión etnóloga, en la frontera andina se le anticipó un viento que hablaba la lengua aimara.

Tania vivió en La Paz dando la apariencia de ser una persona pudiente y, valiéndose de su vasta cultura e inteligencia, empezó a hilar amistad con personalidades afines a la cúpula del gobierno. Así, camuflada, se mantuvo por mucho tiempo sin que nadie sospechara de ella, ni siquiera los presidentes René Barrientos y Alfredo Ovando, junto a quienes emerge su imagen en una fotografía captada durante una concentración campesina.

Al iniciar la fase de preparación y organización de la lucha armada, Tania era ya un engranaje indispensable en el desarrollo del trabajo urbano de la guerrilla, aunque "la idea general de su utilización por el Che -recuerda Harry Villegas (Pombo)- no era de que participara directamente en la ejecución de acciones, sino que, dadas las posibilidades de conexiones en las altas esferas gubernamentales y dentro de los medios donde se podía obtener algún tipo de información estratégica y de importancia táctica, dedicarla abiertamente a este tipo de tarea y mantenerla como reserva, desde el punto de vista operativo, que en un momento determinado fuera necesario utilizar a una persona que no fuese sospechosa, contándose con alguien confiable para poder realizar el ocultamiento de algunos compañeros e incluso la recepción de algún mensajero que viniese con algo extremadamente importante".

En diciembre de 1966, en vísperas de Año Nuevo, Tania y Mario Monje llegaron al campamento guerrillero, donde los esperaba el Che. Su llegada fue un verdadero júbilo para todos, no sólo porque la conocían desde Cuba, sino también porque llevó consigo grabaciones de música latinoamericana.

En esta ocasión, el Che habló primero con Tania y después con Monje. A Tania le dio la instrucción de viajar a Argentina para entrevistarse con Mauricio y Jozami, y citarlos al campamento. A Monje, que pretendía detentar el mando supremo de la lucha armada, le dijo: la dirección de la guerrilla la tengo yo y en esto no admito ambigüedades, porque "tengo una experiencia militar que tú no tienes". A lo que Monje contestó: mientras la guerrilla se desarrolle en Bolivia, "el mando absoluto lo debo tener yo (...) Ahora si la lucha se efectuara en Argentina estoy dispuesto a ir contigo aunque no más fuera para cargarte la mochila".

Apenas Tania cumplió su misión sorteando los obstáculos, retornó acompañada, entre otros, de Ciro Bustos (sobreviviente de la guerrilla de Salta). Y desacatando las instrucciones del Che, quien la ordenó no regresar a Camiri porque corría el riesgo de ser detectada, condujo en su jeep a Régis Debray, Ciro Bustos y otros, a la Casa de Calamina en Ñancahuazú.

Éste fue su tercer y último viaje a la base guerrillera, puesto que a partir de entonces se incorporaría a la lucha armada. Es decir, a compartir con sus compañeros todo cuando aprendió en Cuba. El Che, considerándola una combatiente más, le entregó un fusil M-1.

Su adaptación al medio geográfico fue asombrosamente rápida, a pesar del terreno abrupto. "Había momentos en que hubo que colgarse por sogas -dice Pombo-, en que hubo que gatear, prácticamente, arañando sobre las rocas, y podemos decir con toda sinceridad que Tania lo hizo en muchísimos casos con más efectividad que algunos compañeros, que, siendo hombres, tampoco estaban adaptados a este tipo de condiciones de vida".

No obstante, meses después, debido a su delicado estado de salud, el Che la dejó en el grupo de la retaguardia, donde habían algunos elementos considerados "resacas", y donde el valor estoico de Tania sirvió de ejemplo a varios de sus compañeros, junto a quienes, cuatro meses más tarde, caería acribillada en la emboscada del Vado del Yeso.

A fines de agosto de 1967, la tropa guerrillera, comandada por Vilo Acuña Núñez (Joaquín), salió al Río Grande y, orillándolo, llegó al cabo de una jornada a la casa de Honorato Rojas, de quien, meses antes, dijo el Che: "El campesino está dentro del tipo; incapaz de ayudarnos, pero incapaz de prever los peligros que acarrea y por ello potencialmente peligroso".

Cuando la retaguardia contactó a rojas, nadie pensó que la delación de este cobarde los arrojaría bajo el fuego enemigo. En efecto, el día en que fue apresado junto a otros campesinos, se comprometió a colaborar con las tropas del regimiento Manchego 12 de Infantería.

Por la noche, los guerrilleros durmieron en la casa del campesino y, al despuntar el alba, se retiraron previo al acuerdo de que al día siguiente los guiaría, por un paso corto, hacia el Vado de Yeso.

Esa misma noche, una compañía de soldados, dirigida por el capitán Mario Vargas, marchó en dirección al Masicuri Bajo. Al otro día, el jefe del destacamento discutió los últimos detalles del plan con Rojas. "Usted haga lo que los guerrilleros le han pedido -le dijo-. Pero hágalos cruzar el Vado exactamente donde yo le diga y no más tarde de las tres".

El 31 de agosto, a la hora convenida, los guerrilleros se encontraron con el campesino, quien les guió un trecho y les indicó el Vado. De súbito, la columna guerrillera hizo un alto y el teniente Israel Reyes (Braulio), como presintiendo el holocausto anunciado, dijo: "Hay muchas pisadas por este lugar". El campesino, dubitativo, contesto: "Son mis hijos vigilando a los chanchos".

Los guerrilleros caminaron un trecho y, antes de que el sol declinara a su ocaso, el campesino se despidió dándoles la mano. Luego se alejó sin volver la mirada, mientras su camisa blanca servía como señal a los soldados agazapados en las márgenes del río, prestos a presionar el dedo en el gatillo.

El capitán Vargas, al detectar a los guerrilleros entre los árboles que sombreaban el sendero, levantó los prismáticos a la altura de sus ojos y divisó la imagen física de Tania; era una mujer blanca en medio de la estepa verde, delgada por las privaciones de la lucha. Llevaba pantalones moteados, botines de soldado, blusa desteñida, mochila y fusil al hombro.

La distancia entre las tropas se hizo cada vez más corta. Braulio se internó en la emboscada y los soldados apuntaron sus armas contra los guerrilleros.

Braulio fue el primero en sentir el roce tibio del agua. Volteó la cabeza y, machete en mano, ordenó cruzar el río. Tania avanzaba en la retaguardia, antecedida por un guerrillero boliviano a quien el Che lo llamó "resaca". Cuando se hubieron sumergido en el agua -excepto José Castillo-, con la mochilla pesada y sosteniendo el arma sobre la cabeza, el capitán Mario Vargas impartió la orden de abrir fuego. Los tiros vibraron como alambres tensos y, en medio de un torbellino de agua y cuerpos, los combatientes fueron cayendo en ademanes de fuga. Quienes no murieron en la primera descarga, se dejaron arrastrar por la corriente o se zambulleron. Braulio, haciendo ágiles contorsiones, disparó contre un soldado que estaba en el flanco, mientras los otros fallecían dando tiros en el aire. Tania intentó manipular su fusil con destreza, pero una bala le atravesó el pulmón y la tendió sobre el remanso.

Entre las ropas chamuscadas, la sangre y los cadáveres, quedaron dos prisioneros y otro que se escabulló en la maleza, hasta que una patrulla de rastrillaje dio con él y lo acribilló en el acto.

Al cabo de la masacre, los soldados, que disparaban todavía contra todo bulto que flotaba en el agua, no dieron con el cadáver de Tania. El médico José Cabrera Flores (Negro), al verla herida, quiere salvarla y se deja arrastrar por la corriente. El médico sale a la orilla arrastrando el cuerpo de la guerrillera. Verifica que está muerta, abandona el cadáver y vaga por los senderos, hasta que lo encuentran por el rastreo de los perros. El médico es asesinado por el sanitario de la patrulla que lo capturó. Los soldados prosiguen la búsqueda de Tania y, a los siete días, encuentran su cadáver en la orilla. Se encontró también la mochila, con algo que tanto quiso a lo lago de su vida: la música latinoamericana.

Concluida la misión, los soldados inician su marcha hacia Vallegrande, con los cuerpos de los guerrilleros atados a largas ramas.

El capitán Mario Vargas es condecorado con galones y promovido a mayor de ejército por su fulgurante carera militar y, al mismo tiempo, es víctima de trastornos psíquicos y pesadillas angustiosas, en las que ve a Tania incorporándose con el fusil en alto, dispuesta a vengar su muerte.

Bibliografía

Daher, Ricardo: La gesta boliviana, Liberación, Malmoe, octubre de 1987.

Guevara. Ernesto-Che: Obras 1957-1967. I. La acción armada; Ed. Francois Maspéro, París, 1970.

Peredo-Leigue, Guido-Inti: Mi campaña junto al Che, ed. Siglo XXI, México, 1979.

Rojas, Martha. Rodríguez, Mirta: Tania, la guerrillera inolvidable, Ed. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1974.

Del libro: "El eco de la conciencia", Estocolmo, 1994.

Roque Dalton: El Poeta de El Salvador


Roque Dalton: El Poeta de El Salvador


por Juan José Dalton



Roque es de los que dan luz de aurora, hoy es un símbolo de unidad nacional aunque algunos no quisieran aceptarlo. Todo ello sin que el poeta se lo propusiera, como lo hacen los grandes y honestos para entrar a la Historia. Lo cierto es que su obra es un lugar cada vez más común entre los salvadoreños y punto de referencia obligatorio para cualquier extranjero que quisiera conocer los avatares de nación.
Durante el año pasado la obra de Dalton y su personalidad cobraron más espacio nacional y me refiero a la publicación y venta de sus libros que tiene a su cargo UCA Editores, misma que ofrece hasta el momento 10 títulos, entre poesía, ensayos, testimonio y una novela; las portadas de los libros han sido renovadas en las últimas reediciones, de tal manera que en breve se podrá adquirir una colección completa de su obra. La UCA confirma que la obra de Dalton continúa siendo la más vendida de los autores salvadoreños, de los vivos y de los muertos.

Próximamente también comenzará a ser publicada la obra en prosa de Dalton: sus ensayos políticos y culturales; sus incursiones en el teatro y otros proyectos que quedaron en eso, proyectos. Asimismo su obra epistolar y materiales como fotografías, serán publicados, mismos que nos ayudarán a tener una mayor base para estudiar su magnífica y prolífica obra.

La obra de Dalton también fue parte de los debates internacionales: en Estados Unidos, recientemente en Belice (en un congreso sobre el testimonio centroamericano) y en La Habana, por ejemplo. El año pasado el Museo de la Palabra exhibió "Roque Dalton, la palabra del volcán" —muestra de fotos y artículos personales del poeta— visitada por casi 40,000 personas en los diversos sitios de El Salvador y La Habana; la exhibición espera un próximo viaje a Los Ángeles.

Entre otras cosas, su reseña biográfica apareció incluida por primera vez en el Pequeño Larousse Ilustrado 2000, convirtiéndose en uno de los pocos salvadoreños tomados en cuenta por esta publicación primordial de la lengua española; y hasta en el Almanaque Mundial 2001 se publica una reseña histórica acerca de lo que describen como su "Muerte Irónica".

Su obra fue motivo de elogio, entre otros, por ilustres visitantes como el entonces presidente electo de México, Vicente Fox; así como por el destacado novelista Mario Vargas Llosa y el cantante Joaquín Sabinas.

En Estados Unidos circuló a finales del año pasado el ensayo "Otros Roques", del académico Rafael Lara Martínez, un compendio de estudios que dan nuevas dimensiones de la obra daltoniana. Y para terminar, Visor, de España, quizás la editora más importante de nuestra lengua en la difusión de poesía, lanzó al público "Antología" (320 pp), con selección y prólogo de Mario Benedetti, quien titula su introducción "Roque Dalton, cada día más indócil", frase con que nos pudiéramos dar la dimensión del porqué el poeta nos continuará dando luz de aurora.


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Eduardo Galeano - Los cursos de la Facultad de Impunidades


Eduardo Galeano - Los cursos de la Facultad de Impunidades



Este centro universitario, cosa rara, no es privilegio de pocos. La Facultad de Impunidades abarca la realidad entera, y a ella asisten todos los jóvenes latinoamericanos, ricos y pobres, ilustrados y analfabetos. La realidad dicta los cursos prácticos. De la teoría se encarga la televisión.

Cómo desprestigiar a la democracia


La eficacia pedagógica está fuera de duda. Las clases que enseñan la impunidad de los políticos, por ejemplo, están logrando, aceleradamente, la despolitización masiva de la muchachada. Si la siembra del desaliento continúa a este ritmo, pronto se logrará que nadie crea en nadie. El caso más instructivo, en esta materia, es el de Carlos Menem, que llegó a la presidencia de Argentina con el 46 por ciento de los votos. Al día siguiente, Menem hizo suyo el programa del Álvaro Alsogaray, que había obtenido el 6 por ciento, y desde entonces Menem está realizando todo lo contrario de lo que había prometido. Esta usurpación de la voluntad colectiva está contribuyendo en gran forma al desprestigio de la democracia, en un país donde ella nunca ha sido muy frecuente y en una sociedad abrumada por el peso tradicional del ejército y la Iglesia.
La Facultad de Impunidades instruye en la falta de escrúpulos y educa en la irresponsabilidad moral. En ocasiones, las estadísticas ilustran sus cursos. Los numeritos acompañan, por ejemplo, a la materia que se ocupa de las relaciones entre la economía y la política en las democracias recién nacidas, o renacidas, en toda América Latina. La economía es cada vez más antidemocrática, mientras la gente pasa del entusiasmo a la desesperanza y más de un defraudado identifica a la democracia con el fraude. Los gobiernos civiles están continuando y multiplicando, impunemente, la política económica neoliberal, mercado libre, dinero libre, que habían impuesto las dictaduras militares. Los resultados están a la vista. Nunca había sido tan evidente la contradicción entre la democracia política y la dictadura social. Y a la vista están los últimos datos de las Naciones Unidas sobre la década de los ochenta: según la CEPAL, organismo técnico regional, cuatro de cada diez latinoamericanos "viven en estado de miseria absoluta". Ellos no tienen el destino escrito en los astros: lo tienen escrito en el sistema de poder.

La trampa del hambre y la trampa del consumo operan con impunidad, y así se va abriendo la brecha que separa a trampeados de tramposos: cada vez hay más distancia entre la inmensa mayoría que necesita mucho más de lo que consume y la mínima minoría que consume mucho más de los que necesita.

Cómo desprestigiar al Estado
Otra materia de la Facultad de Impunidades trata de los políticos y el Estado. Los mismos políticos que impunemente han exprimido al Estado hasta la última gota, han descubierto ahora que el Estado es inútil y merece ser arrojado a la basura. A lo largo de muchos años, ellos han convertido los derechos de los ciudadanos en favores del poder, han puesto al público al servicio del servicio público y han hecho del Estado un laberinto lleno de parásitos que deambulan hacia ninguna parte. Seguramente Franz Kafka hubiera cambiado de tema si hubiera conocido a la burocracia latinoamericana, en estos países nuestros donde de día falta agua y de noche falta luz, los teléfonos no funcionan, las cartas no llegan y los expedientes tienen hijos.
Y ahora, los políticos tradicionales que hicieron al enfermo, nos venden el hospital: devueltos al gobierno tras el ocaso de las dictaduras militares, ellos entonan salmos a la gloria del dinero libre y sacrifican, en los altares del mercado, a las empresas públicas.

Impunidad de los dueños del mundo. Hágase la voluntad de los países ricos, aunque los países ricos son ricos precisamente porque predican la libertad económica pero no la practican. Nuestra buena conducta se mide por la puntualidad en los pagos y la capacidad de obediencia. Los acreedores golpean la mesa y nuestros gobiernos civiles humillan la cabeza y juran que van a privatizarlo todo. Los numerito prueban que en América Latina la libertad del dinero favorece su evasión, no su inversión, y que así la especulación se ría de la producción y la economía se convierte en una ruleta; pero las trompetas anuncian al capital privado como si fuera un rescate del Quinto de Caballería.

Nuestros gobiernos quieren privatizarlo todo, sí, y empiezan por poner la bandera de remate a los sectores clave de la soberanía nacional: las comunicaciones, la energía, el transporte. Privatizarlo todo, y de ser posible también los hospitales y las escuelas y los cementerios y las cárceles y los zoológicos. Todo, menos las Fuerzas Armadas, que casulamente son las que se llevan la parte del león de los sueldos y gastos de cada presupuesto público. En el nuevo Estado, Estado de la Seguridad Nacional, la burocracia militar es sagrada. Y si no, ¿quién va a ocuparse del "costo social" de los "programas de ajuste"? La impunidad del dinero, que en nuestras tierras mata por hambre o bala, exige que el Estado benefactor deje paso al Estado juez y gendarme: juez vulnerable al soborno y amenaza, implacable gendarme de los pobres.

Cómo desprestigiar a la justicia
La impunidad militar es el más intensivo de los cursos de la Facultad de Impunidades. El acelerado desprestigio del poder civil, en toda América Latina, da la medida de sus éxitos.
Este curso está centrado en la aceptación de la ley del más fuerte como ley natural. Calumniando a la selva, la cultura urbana llama "ley de la selva" a la ley que rige nuestra civilizada vida. En el vértigo de la competencia, en la lucha por el dinero y el poder, la economía de mercado y el orden imperial confirman, cada día, la moral militar: la humillación es el destino que merecen los débiles: los países débiles, las empresas débiles, los gobiernos débiles, las personas débiles.

Las dictaduras militares, que en años recientes nos ensuciaron de mugre y miedo, han dejado a la democracia una doble hipoteca. Los gobiernos civiles han aceptado, sin chistar, esa herencia maldita: el pago de sus deudas y el olvido de sus crímenes. Ahora todos trabajamos para pagar los intereses y vivimos en estado de amnesia.

Las deudas militares, que los gobiernos civiles han socializado, ¿han servido para financiar obras de desarrollo? La usina nuclear de Angra dos Reis, en Brasil, es un buen ejemplo: costó varios miles de millones de dólares, ni se sabe cuántos, y no da más luz que una luciérnaga. Y la absolución del terrorismo militar y paramilitar, que los gobiernos civiles han dispuesto, ¿han servido para consolidar la democracia? ¿O más bien han servido para legalizar la prepotencia, para estimular la violencia y para identificar a la justicia con la venganza o la locura? Somos todos iguales ante la ley, dice la Constitución; pero nuestras Constituciones, obras de ficción de tendencia surrealista y mediocre estilo, ignoran que en este mundo la justicia es, como la democracia y el bienestar, un privilegio de los países ricos.

La deuda militar, traducida en abrumadora deuda externa, no es el precio del desarrollo. La deuda militar es el precio del terror; y la impunidad nos impide saberlo, porque nos prohibe recordarlo. Nuestros profesores en la materia han superado a Freud. Para salvar sus exámenes, hay que repetir esta lección: la desmemoria indica buena salud.

Cómo desprestigiar la vida humana
A este paso, América Latina va en camino de convertirse en un vasto criadero de Frankensteins; y Colombia nos brinda un ejemplo de alarmante fecundidad.
Desde hace años, en Colombia, el poder enseña que el crimen paga. A la sombra del poder, y por él alimentadas, han crecido las bandas paramilitares que vienen lloviendo muerte sobre el país. La prensa internacional atribuye toda la culpa a los narcotraficantes y a los guerrilleros; pero la violencia es más bien hija de la Doctrina de Seguridad Nacional, que instrumenta a los ejércitos para matar compatriotas. En todo caso, el dinero de los mafiosos de la cocaína no se consideraba sucio mientras servía para la limpieza de rojos; y de las 75 matanzas que ocurrieron en 1988, carnicerías que bañaron a Colombia en sangre, apenas cinco fueron obra directa de los narcos. Con el pretexto de los grupos de auto-defensa contra los secuestros de la guerrilla, los Escuadrones de la Muerte nacieron, crecieron y se multiplicaron, impunemente, a lo largo de mucho tiempo. Impunemente, el ejército participó; impunemente, el gobierno toleró. En 1983, el Procurador General de la Nación acusó a 59 militares y policías, integrantes de una banda responsable de más de cien asesinatos y desapariciones. La justicia militar se hizo cargo del asunto: nunca más se supo. En 1988, los asesinatos de políticos, sindicalistas e intelectuales de izquierda sumaron siete veces más víctimas que los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército. Ese año, los obreros de la industria del cemento hicieron una huelga, y no fue por salarios: exigían al gobierno que les permitiera armarse. Doce de sus dirigentes habían sido asesinados. Ante las denuncias de Amnesty International, el Ministerio de Defensa contestó con una lista de torturadores militares que habían sufrido sanción. El Ministerio no mencionaba la sanción, que consistía en 48 horas de arresto simple.

Hoy Colombia está peor que Chicago en los años de Al Capone y la ley seca. Tres candidatos a la presidencia han caído, acribillados, en ocho meses. Un precoz egresado de la Facultad de Impunidades, un niño de quince años salido de los suburbios de Medellín, asesinó al jefe de Izquierda Unida, Bernardo Jaramillo, a cambio de 650 dólares. Normalmente, se cobra mucho menos. Como en el corrido mexicano, la vida no vale nada. La gente muere de plomonía y en las ciencias socilaes han surgido nuevos especialistas, los violentólogos, que intentan descifrar lo que ocurre. Algunos se limitan a confirmar una antigua certeza del sistema: además de ser burros y haraganes, los pobres son violentos, si han nacido en Colombia. Otros, en cambio, se niegan a creer que los colombianos lleven la marca de la violencia en la frente. No es asunto de genes: esta violencia es hija del miedo, esta tragedia es hija de la impunidad.

Cómo desprestigiar la soberanía nacional
Como todas nuestras fuerzas armadas, los militares colombianos obedecen a una potencia extranjera, a través de la Junta Interamericana de Defensa; y ese deber de obediencia está por encima de la jurada lealtad a su propia nación. La potencia extranjera dominante los adiestra en las artes de la impunidad, transmitiéndoles un know-how de altísimo nivel y probada experiencia.
El último espectáculo público en la materia, la invasión de Panamá, tuvo un éxito clamoroso. Esta operación, destinada a capturar a un agente de la CIA que había sido infiel a la empresa, costó cuatro mil muertos y siete mil millones de dólares en daños, pero casi todas las víctimas eran pobres y pobres eran los barrios arrasados, de modo que el mundo entero no tuvo mayor dificultad en encogerse de hombros y dejar hacer. Con la más absoluta impunidad, los Estados Unidos han impuesto un nuevo administrador del canal de Panamá, para evitar que se cumplan los tratados, y un nuevo presidente del país. El nuevo presidente, el gordísimo Endara, se dedica a hacer huelgas de hambre protestando porque Roma no paga traidores, mientras Panamá sufre impunemente la cotidiana humillación de la ocupación extranjera.

* * *
Desde su casa matriz, y a través de muchas sucursales, la Facultad de Impunidades nos induce a desquerernos y a descreernos. Sus profesores nos invitan a olvidar el pasado para que no seamos capaces de recordar el futuro. Y así, cada día nos enseñan la resignación. Cada día aprendemos a resignarnos para poder sobrevivir. Pero hace poco, en una pared de un barrio de la ciudad de Lima, un alumno rebelde escribió: "No queremos sobrevivir. Queremos vivir". Él hablaba por muchos.
(1990)

Eduardo Galeano -Ser como ellos y otros artículos

Las manos de Filippi - Música de acción directa


Las manos de Filippi - Música de acción directa



El rock argentino se encuentra frente a una encrucijada histórica, una vez más: durante la dictadura eligió la metáfora; frente a los indultos, la mayoría calló y otorgó. Ahora, cuando la brasa está más caliente, unos eligen la palabra "cuidado" para acercarse a las luchas sociales y otros prefieren el camino más directo. Con la edición de su nuevo disco, el grupo que compuso "Sr. Cobranza", vuelve a la carga y... Sin metáforas, ni cuidados.

POR JAVIER AGUIRRE Y PABLO PLOTKIN

Huelga general, rebelión fiscal, magnicidio... Algunas de las propuestas de Las Manos de Filippi para afrontar un verano (nada de veranito) caliente, muy caliente. Todavía es incógnita lo que pasará el 19 y 20 de diciembre, pero entre los hechos políticos previstos figura el lanzamiento de Hasta las manos I.P.H.G. (Insurrección Popular / Huelga General), un disco que huele a neumático quemado y que parece concebido como banda sonora de las mil y una revueltas. Primera edición del flamante sello cooperativo L.M.R., el álbum se inscribe en un plan de ataque que incluye ediciones próximas de los distintos emprendimientos paralelos de la banda: la cumbia post-cucumélica de la Agrupación Mamanis, los tangos bajos del Cabra en Che Chino, la electrónica terrorista de Mosky en Stimulation y la aparición del disco inédito dedicado a la Iglesia, Las Manos Santas van a misa. Después de tres años de silencio discográfico, los autores de "Sr. Cobranza" vuelven a detonar al calor de los piquetes y las asambleas populares mientras sueñan un show histórico el viernes 20 en Plaza de Mayo. "Organización", un combat-rock que mezcla el "I will survive" de Gloria Gaynor con "La vida es un carnaval" (Celia Cruz), amenaza con ganar las calles: "Todo aquel que piense que Duhalde no es igual/ tiene que entender que no es así/ Ese es otro hijo de puta/ Hay que matarlo/ Ay, no hay que pagar/ Ni a la banca internacional, ni los impuestos nacionales...". Mejor que explique todo Cabra, primera voz y discurso de Las Manos de Filippi.
–El rock combativo, o "panfletario", ¿recuperó cierto protagonismo?
–Cuando nosotros sacamos "Sr. Cobranza", antes que Bersuit, nos decían antiguos, nos comparaban con Piero, con Pedro y Pablo. Pero ahora hacer crítica y romper con el rock de metáforas es moderno, y muchos se quieren subir o chuparnos el culo. Pero va más allá de la música. La Renga no tiene letras tan directas como las nuestras, pero van y apoyan causas solidarias, o a los piqueteros. Eso es lo que importa, no hace falta que putees a Menem en una canción. No sólo es cuestión de arte: es lo que hagas en tu vida.
–El verso "no va a ser siempre una gomera", del tema "Insurrección Popular / Huelga General", ¿es una reivindicación de la lucha armada?
–Ningún sistema se va a ir diciendo: "Bueno, listo, perdimos, nos vamos". La lucha armada la plantea el sistema con la policía, que mató a cuarenta personas en un año. La guerra está, el Gobierno tiene las armas y quiere usar el terror. Usan las armas para matarte, seguir en el poder y chorear. Pero hay que organizarse; no digo que cada uno agarre un chumbo por las suyas y salga a la calle. Lo que tiene que surgir es una organización contra el Estado.
–En ese contexto, ¿qué sentido tienen para vos las próximas elecciones?
–Seguir enredándote en ese circo, como si hubiera que discutir las cosas en ese plano, el del Congreso y el filtro del sistema. Para mí el voto es como un trámite. El tema es la organización. El resto es un curro, un reality show.
–¿No ves ninguna alternativa entre los candidatos?
–No; ni Carrió, ni Zamora... Son la típica centroizquierda que quiere acaparar las organizaciones piqueteras revolucionarias y ponerse a la cabeza. Los partidos son débiles. Nada es más democrático que las asambleas o los piquetes. El poder está cambiando de manos. Las organizaciones sindicales se quedaron afuera de todo... Si, el 20, Moyano va a la Plaza, lo van a sacar a patadas en el orto.
–La semana pasada mataron a otro piquetero, en la Villa 21. ¿Creen que sus canciones los pueden poner en peligro?
–No tenemos paranoias, porque nosotros hacemos una obra musical. Pero somos conscientes de que los que están en el poder son terroristas,pertenecen al mismo sistema que mató a 30 mil personas y que quiere sostener al FMI.
–¿Te sorprende la candidatura de Menem?
–Menem es el candidato del imperialismo, de los intereses extranjeros; y Duhalde defiende a los garcas nacionales. Es una guerra de larvas. Pero que el imperialismo haya tenido que recurrir a Menem, con lo quemado que está, demuestra su propia debacle. Los chabones están acabados. Por eso Menem dice que va a poner el Ejército en la calle. Son manotazos de ahogado, como los de Duhalde, que se apropió de algo que no es suyo. La gente no derrocó a De la Rúa para que subiera Duhalde.
–El verso de "matar a Duhalde", ¿les generó dudas en algún momento?
–Nos cuestionamos si nombrar a Duhalde o no, porque en tres meses, o después del 20, ya no va a estar. Pero es el reflejo de este año.
–¿Creen que lo van a censurar?
–No, se va a demostrar que la censura es un negocio de las compañías grandes. No van a censurar a una banda independiente, porque lo único que se consigue con eso es duplicar las ventas. Si estuviéramos en Universal ya estarían pasando "Organización", censurado, por las radios, como hicieron con "Sr. Cobranza" y Bersuit. Por ahí me equivoco y vamos todos presos, pero como económicamente la censura es un negocio, no lo van a hacer. Nosotros no usamos la metáfora, pero sí la ironía, el humor y la exageración. Y cuando decimos "hay que matar a Duhalde" es una exageración. Las ganas de matarlo están, eso lo sabemos porque lo absorbemos de toda la gente, como cuando decíamos "son todos narcos". Es algo que la gente piensa, pero que los medios no reflejan. No hay que matarlo, hay que organizarse para derrocar el sistema. Si se muere o no Duhalde, no es tan importante. Lo que se tiene que morir es el sistema.
–¿Son independientes por opción?
–Siempre nos devolvieron los contratos. Tanto el disco Arriba las manos, esto es el Estado como el de la Agrupación Mamanis quedaron cajoneados y no se fabrican más. Para distribuirlos tenemos que piratearlos nosotros mismos. Aunque los piratas son ellos; nosotros somos una banda de rock.
–¿Qué pasaría si viniera una multinacional a comprarles el disco?
–Si nos dieran millones... No, en este momento, no. Si hubieran venido antes, quizás. Pero ahora encaramos para el lado independiente, armamos el sello, grabamos el disco, todo. Además, el trato con las compañías te da pena. Se creen que se las saben todas y no cazan una. Lo único que quieren es repetir lo último que vendió. Cuando pegó "La cumbia del cucumelo" querían que hiciéramos once cumbias así; pero nosotros ya teníamos "Sr. Cobranza" y no nos dieron bola. Y pensar que ahora la Bersuit volvió a grabar "Sr. Cobranza" en el disco en vivo... ¡Es un bochorno! Es un tema que nombra más muertos que vivos. Nuestro "Sr. Cobranza" no se escuchó en ningún lado, así que podríamos haberlo grabado, pero ya nos pudrió. Tenemos material nuevo, temas mejores y más actuales.

No (Pagina/12) - 12/12/2002

Las tiranías latinoamericanas


Las tiranías latinoamericanas

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada



En un periodo en el que se piensa que los alzamientos militares y las tiranías
son cosa del pasado, la justicia continúa su marcha. Juzgar a los tiranos y no
permitir la impunidad es el mejor reconocimiento para evitar caer en tentaciones
totalitarias. Sin embargo parece ser que mientras la justicia pretende ejercer
su cometido, el poder político se empeña en poner trabas a la acción judicial.
En América Latina nuestras elites no comparten el criterio democrático de una
ley igual para todos. Aún hay quienes se sienten seguros y vanaglorian de evadir
la acción judicial y quedar en la más absoluta impunidad gracias al corrupto y
miserable comportamiento de quienes deberían tener la obligación de dar ejemplo.
Me refiero a los cargos electos en ejercicio del poder político.
Salvo en Argentina, en países como Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia se
sigue sin encausar a los máximos y directos responsables de las políticas de
genocidio, terrorismo y torturas cometidos durante los años que los generales
usurparon el poder. Tiempo donde se urdió una de las maniobras mas despreciables
para acabar con la vida de militantes de izquierda en los países del Cono Sur
sometidos a regímenes militares: la Operación Cóndor. En un intento de aplicar
medias tintas, por ejemplo, se juzga a mandos intermedios con el fin de expiar
pecados. En cualquier caso, la política ha sido evitar juicios ejemplares donde
se sentaran los verdaderos artífices de tan horrendos crímenes de lesa
humanidad.
Perdón sin olvido no es perdón. Así reza la máxima pragmática establecida en
1905 por George Mead. Para poder vivir en la más completa degradación e
ignominia se torna imprescindible la pérdida de memoria. Mas importante que
perdonar, cuestión que no debe afectar la acción de la justicia, es no tener
conciencia. Hay que olvidar.
Cualquier intento de pedir responsabilidades puede alterar el pacto de
gobernabilidad entre militares, elites económicas, políticas y fuerzas
exteriores sobre las cuales se acordó la Ley de Punto Final y el
restablecimiento de un orden de libertades mínimas y restringidas. Regímenes
electorales más que democráticos. Cuando surgen escaramuzas o se levantan voces
díscolas pidiendo el enjuiciamiento de tiranos en vacaciones éstos tienen
testaferros que asumen su defensa. Personajes que se apresuran a eximir de culpa
a torturadores y genocidas. Este es el caso de la mayoría de los actuales
dirigentes de partidos políticos en otro tiempo perseguidos, declarados en la
ilegalidad y cuyos militantes fueron detenidos y asesinados por las policías
políticas de las tiranías.
Sin el más mínimo respeto a las vidas humanas y los principios éticos sobre los
cuales dicen articular sus vidas y proyectos de cambio social, antiguos
perseguidos se transforman en cómplices y encubridores de los más siniestros
personajes. Aludiendo a una falsa legitimidad supuestamente ganada en la lucha
contra la tiranía se rodean de un halo protector que los inmuniza de las
críticas por su cobardía. Responden con indignación y descalifican a quienes
pretenden que la ley y la justicia se cumpla, tachando de desestabilizadores a
quienes han luchado por la democracia sin pedir ningún cargo público como
recompensa o pago por servicios prestados. De esta manera, los defensores de
tiranos y torturadores transforman y tildan las actividades de las asociaciones
de familiares de detenidos y desaparecidos, de presos políticos en
organizaciones cuasi terroristas.
Por suerte, y a pesar de la Ley de Punto Final, el magistrado argentino Rodolfo
Canicoba Corral ha pedido a la justicia boliviana la extradición del ex general
golpista boliviano, Hugo Bánzer. El hasta hace pocos meses presidente
constitucional de Bolivia, obligado a dimitir por problemas de salud, previó
esta posibilidad. Antes de abandonar el gobierno formal articuló una red
protectora con el fin de evadir la acción judicial y no verse involucrado en los
asesinatos y desaparición de ciudadanos argentinos, chilenos, paraguayos,
bolivianos, brasileños y uruguayos cometidos durante el periodo que duro la
Operación Cóndor. Fue un pacto implícito: me voy pero dormiré tranquilo sin
pensar en la posibilidad de un caso Pinochet. Esta red protectora emerge en
estos momentos decisivos. Son las voces de testaferros y lacayos dispuestos a
guardarle las espaldas a Bánzer. Así sucede con el Movimiento de Izquierda
Revolucionario de Bolivia uno de cuyos máximos dirigentes, Hugo Carvajal, a la
sazón ex ministro con Bánzer, en su particular alianza para gobernar acusa de
cínicos y vendepatrias a quienes plantean se cumplan los acuerdos y se extradite
al tirano.
Son estos lacerantes comportamientos lo que favorece la impunidad y avalentona a
otros a seguir este camino de desprecio a la acción judicial y las instituciones
democráticas. Pero no es todo. El gobierno boliviano, y como portavoz su
presidente Jorge Quiroga, con principios idénticos a su protector, señaló con
tono indignado que Bánzer no puede ser ni juzgado ni extraditado. Es más, en
caso de producirse semejante atrocidad la única instancia que podría realizar
dicho acto sería la Corte Suprema de la nación boliviana. Desde luego, al igual
que sucediera en Chile con Pinochet, sería aconsejable, ya que es la instancia
perfecta para legitimar la impunidad vía presión política. ¡Viva la
independencia de los Tribunales!
De esta manera, el gobierno boliviano esgrime la soberanía nacional para impedir
la acción de la justicia internacional sobre crímenes de lesa humanidad. Es una
pena que esta misma soberanía nacional no se ejerza con igual firmeza cuando se
roban y esquilman las riquezas nacionales en nombre del progreso. Cuando más
necesitados estamos de gobiernos democráticos nuestras clases dominantes más se
empecinan en mostrar su carácter totalitario e intolerante. Bolivia es un
ejemplo.

La guerra de las falacias - Eduardo Galeano


La guerra de las falacias - Eduardo Galeano





I. Preguntitas del primer día
La guerra, ¿para qué?
¿Para probar que el derecho de invasión es un privilegio de las grandes
potencias, y que Hussein no puede hacer a Kuwait lo que Bush hace a Panamá?
¿Para que el ejército soviético pueda apalear impunemente a lituanos y
letones?
¿Para que Israel pueda seguir haciendo a los palestinos algo que podría
llegar a parecerse a lo que Hitler hizo a los judíos?
¿Para que los árabes financien la carnicería de los árabes?
¿Para que quede claro que el petróleo no se toca?
¿O para que siga siendo imprescindible que el mundo desperdicie en
armamentos dos millones de dólares por minuto, ahora que se acabó la guerra
fría?
¿Y si un día de éstos, de tanto jugar a la guerra, estalla el mundo? ¿El
mundo convertido en arsenal y cuartel?
¿Quién ha vendido el destino de la humanidad a un puñado de locos,
codiciosos y matones?
¿Quién quedará vivo, para decir que ese crimen de ellos ha sido un
suicidio nuestro?

II. Imágenes del tercer día
La imagen más vendedora: la guerra como espectáculo. La operación Tormenta del
Desierto tiene por estrellas al índice Dow Jones y a la Cotización del
Petróleo, acompañados por un amplio elenco de Comadrejas Salvajes, Avispas,
Vampiros, misiles, misiles anti-misiles, misiles anti-anti-misiles y muchos
extras aterrorizados bajo sus máscaras de marcianos.
La imagen más cambiada: Saddam Hussein. Es el villano. Antes, era el héroe.
Desde la caída del muro de Berlín, Occidente se quedó sin enemigos. La
economía de guerra en tiempos de paz, que está en la base de la prosperidad de
los prósperos, exige enemigos. Si nadie amenaza, ¿para qué tiene el mundo un
soldado cada cuarenta habitantes, mientras tiene nada más que un médico cada
mil? Hussein había servido al Mundo Libre contra el Hitler de Teherán. No
había mejor cliente para la industria de armamentos. Ahora, él es el Hitler de
Bagdad. La televisión muestra sus ojos de loco fanático. El peligro del
fundamentalismo iraquí ha sustituido al peligro del fundamentalismo iraní.
Hussein reza. Bush reza. El Papa reza. Todos rezan. Todos creen en Dios. Y
Dios, ¿en quién cree?
La imagen más pétrea: El presidente Bush explica la guerra. Evocando la pasada
gesta mundial contra Hitler, Bush habla en nombre de los aliados. Los aliados
van a liberar a un pequeño país avasallado por un vecino prepotente y
ambicioso. ¿Panamá? No; el pequeño país se llama Kuwait.
Pero ocurre que la invasión de Kuwait no ha sido solamente un acto de
indudable irresponsabilidad y matonismo. También ha sido un acto de estupidez:
al invadir, Hussein ha servido, en bandeja, la coartada que Bush necesitaba. Y
ahora, todos contra uno: veintiocho naciones acompañan esta gloriosa operación
destinada a salvar la hegemonía norteamericana en el planeta.
Guerra mediante, los Estados Unidos consolidan su poder amenazado.
Amenazado desde adentro, por la recesión que asoma en el país que tiene la
deuda externa más alta del mundo. Y amenazado desde afuera, por la imparable
competencia del Japón y de la Alemania unida. Índice de alarma: una
productividad tres veces menor que la del Japón y dos veces menor que la de
Europa.
La imagen más reveladora: la reticencia de Helmut Kohl, tan decidora como el
casi silencio de los japoneses. Los rivales de los Estados Unidos dependen del
petróleo del Golfo Pérsico, que a los Estados Unidos pertenece. A los Estados
Unidos y a Inglaterra, la colonia fiel a su antigua colonia.
La imagen más lastimosa: soldados rusos envían, desde Moscú, un mensaje a
Washington. Son veteranos de la invasión de Afganistán. Se ofrecen para
invadir Irak.
El Este ya no es el contrapeso del Oeste. Una nueva era: los Estados
Unidos pueden ejercer impunemente su función de policías del mundo. Y ya se
sabe que este país, que nunca fue invadido por nadie, tiene la vieja costumbre
de invadir a los demás. En un par de siglos de vida independiente, más de
doscientas agresiones armadas contra otros países independientes.
La imagen más elocuente: Pérez de Cuéllar, en sombras, con la cara entre las
manos. Nacidas para la paz, las Naciones Unidas son ahora un instrumento de
guerra. El Consejo de Seguridad ha dado luz verde. A la Unión Soviética le
pareció bien. China no se opuso. Cuba y Yemen votaron en contra.
Irak está siendo castigado, porque se negó a cumplir una resolución de la
ONU. Antes, los Estados Unidos se habían negado a cumplir varias resoluciones
de la ONU sobre Nicaragua. También Israel se había negado a cumplir varias
resoluciones de la ONU sobre los territorios que usurpa. Y el mundo no les
declaró la guerra por eso.
La imagen más siniestra: el rey Fahd y el emir de Kuwait, los hombres más
ricos del mundo, y los demás gangsters del desierto, monarcas de ópera bufa
que administran los países que el Imperio Británico, en sus buenos tiempos,
había comprado o inventado. Las petrocracias encarnan a la Democracia en esta
telenovela sangrienta. Y en la ceremonia del sacrificio, corren con los
gastos. El petróleo da para todo.
La imagen más eufórica: júbilo en Wall Street. La Bolsa de Valores de Nueva
York registra una de las mayores alzas de la historia. Mientras tanto, cae el
precio del petróleo. O sea: se restablece la normalidad del mercado. En la
zona de guerra yace más de la mitad de las reservas petroleras del mundo; pero
parece garantizado el derecho al despilfarro de las potencias consumidoras. Se
puede seguir quemando la energía del planeta. Honda preocupación había causado
una falsa alarma: no, Europa no tendrá que reducir su consumo en un 7 por
ciento. Los automóviles suspiran con alivio. Los televisores, también. Esta
guerra ha batido todos los récords de rating.
La imagen más helada: los tecnócratas de la muerte. Arte de la guerra, el
canibalismo como gastronomía: los generales explican la buena marcha del plan
de aniquilación. Se ven mapas sin habitantes, o pantallas de videogame donde
las crucecitas blancas señalan el destino de las bombas que caen como lluvia.
La imagen más estimulante: las manifestaciones pacifistas. Rosas o velas
encendidas en las manos. La televisión las ningunea; pero en algunas ciudades
son multitudes las que caminan y crecen. Creen que la guerra no es nuestro
destino.
La imagen más trágica: la no transmitida. La imagen ausente, censurada en
estos primeros días: los muertos, los heridos, los mutilados. Las vidas
humanas. Ese detalle.
La imagen más angustiosa: los días que pasan. 1991, único año capicúa del
siglo veinte, había nacido prometiendo buena suerte. A poco andar, ya lo
enchastran la sangre y la mugre de la guerra. Ojalá este año chiquilín pueda
cambiar de signo. Ojalá lo dejen. Él no quiere ser un jodido.
(1991)

El juramento


El juramento
Por Gabriel García Márquez


El Nobel colombiano cuenta en qué partido de fútbol perdió el sentido del ridículo y se convirtió en hincha.

Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado. Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.

Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad. No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía. En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).

" No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. "

Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera. Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad. De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.

Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica.

No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.

Versiones para una relectura de la influencia de Miguel Hernández


Versiones para una relectura de la influencia de Miguel Hernández
Los últimos cincuenta años de poesía cubana



Jesús David Curbelo • La Habana




En un ensayo dedicado a John Donne en el cual trata de recontextualizar su obra poética y ponerla a buen recaudo de los ataques despiadados del Dr. Samuel Johnson, causa principal de que esta se mantuviera sepultada por casi tres siglos dentro de la historia de la poesía inglesa, afirmaba T. S. Eliot que el prestigio de los poetas entre las generaciones venideras suele comportarse como el alza o la caída de los precios en el mercado de valores: algunos son sobreestimados sin una buena razón literaria y otros resultan desestimados o mal leídos durante años en virtud de coyunturas extraliterarias, principalmente aquellas cercanas a verdades tan relativas como la ideología, la política, la religión y el compromiso social.




Este último es, de algún modo, el caso de Miguel Hernández dentro de las más recientes promociones de poetas cubanos. Y enfatizo lo de "algún modo" porque Hernández es de esos autores capitales cuya hondura confesional y cuyas gallardías formales, aparte de una biografía accidentada y de fatal desenlace, nos compulsan a simpatizar con su figura y respetar su estatura intelectual. Mas respeto y simpatía no significan necesariamente influencia, tema sobre el cual se me ha pedido exprese mis consideraciones en estas líneas.

Y aquí surge el primer escollo. A la hora de redactar el presente texto, sé que habrán de antecederme en el uso de la palabra críticos y poetas de sólida reputación, quienes abordarán la influencia del alicantino en las diversas generaciones de poetas cubanos, desde los pertenecientes al grupo Orígenes hasta aquellos que comenzaran a aparecer en la vida literaria nacional alrededor de los años setenta del pasado siglo. El problema es el siguiente: para llegar a mí tema, es decir, a la presencia o no de ese ascendiente en los poetas de las llamadas promociones del ochenta y el noventa, me veré obligado, primero, a aventurar criterios que tal vez repitan los de ellos, y peor dichos, sin duda; segundo, a subvertir las conocidas divisiones generacionales de la historia poética cubana después de 1959, para intentar hacer más comprensibles mis consideraciones acerca de cómo ha sido leído y apreciado Hernández por mis coetáneos; y, tercero, a ofrecer mi experiencia personal en un diálogo fácilmente visible en diversas zonas de mi producción poética.

Pero ya lo decía Lezama: solo lo difícil es estimulante. Y me lanzo al ruedo con el afán no de tener la razón, sino, al menos, de provocar dudas que sirvan para acercar más a críticos, poetas y lectores cubanos a una de las mayores voces del idioma. Nexo que, sospecho, es el principal vínculo entre él y los origenistas: la necesidad de beber en el chorro de una tradición común y de altísimo vuelo (Garcilaso, Fernando de Herrera, san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Rubén Darío; y, más próximos en el tiempo, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre), así como el acervo de una fuerte raíz de poesía popular, presente en Hernández desde sus primeros versos y que alcanza su colofón en Cancionero y romancero de ausencias, libro cuyas piezas desnudas, enjutas, pudieran estar detrás de algunas composiciones de Luz ya sueño de Cintio Vitier, o de Por los extraños pueblos, de Eliseo Diego. Otro parentesco posible entre el oriolano y los origenistas lo hallaríamos quizá en la religiosidad del primer Hernández, cultivada en la órbita de Orihuela al amparo de los consejos del padre don Luis Almarcha y de Ramón Sijé. Esta filiación católica desaparece luego del encuentro madrileño con Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, quienes lo inclinaron hacia el surrealismo y le sugirieron, ya fuera de palabra, ya con el ejemplo, el conocimiento de las formas poéticas revolucionarias y de la poesía comprometida. Pero es posiblemente en ese fugaz paso por el surrealismo donde podamos emparentar a Hernández con Lezama, aunque no es dable hacerlo en el aspecto de la poesía comprometida, algo bastante lejano de los ideales estéticos de aquellos origenistas.

Me gustaría lanzar la idea de que Lezama fue nuestro último y potencialmente único surrealista, nuestro postrero exponente de un cierto tipo de vanguardia, para esbozar la tesis de que, en la historia de la poesía cubana posterior a 1959, podríamos deslindar un camino que, a grandes trazos, nos lleve, después de él e incluso sin dejar de admitir la emergencia de poetas valiosos, no hacia el descubrimiento de corrientes en verdad nuevas, y sí hacia revisitaciones del siglo xix o de los albores del xx: un nuevo romanticismo, un neomodernismo y una neovanguardia, con sus respectivas ramificaciones y rectificaciones. Esta opinión surgió después de leer una afirmación de Octavio Paz en La llama doble, donde dice que, a partir de los años 50 del siglo XX, si bien no han dejado de emerger obras y personalidades notables, no ha surgido ningún gran movimiento estético o poético después del surrealismo, sino que hemos tenido revivals ("neoexpresionismo", "transvanguardia", "neorromanticismo"), derivaciones (de Dadá, de los surrealistas, de Husserl y Heidegger, y cita, respectivamente, el pop-art, la beat generation y el existencialismo), los cuales dan la idea de un fin de siglo crepuscular, simplista y sumario, signado por la trivialidad, la adoración a las cosas materiales y la falta de auténtico amor. De modo general, suscribo sus tesis, y propongo su aplicación a la historia de la poesía nacional.

Insisto en aplicar el término nuevo romanticismo para no confundirnos con el ya conocido neorromanticismo —a mi juicio incluido dentro del anterior— manifiesto en los poemas de Crepusculario o Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, y cuya versión cubana, en los años cincuenta y ulteriores, se halla en cierta zona de la poesía de Carilda Oliver Labra, Domingo Alfonso, Raúl Rivero, Félix Contreras o Guillermo Rodríguez Rivera. El nuevo romanticismo es algo más: ante todo, el apego a la preocupación histórico-social propia de esta tendencia durante el xix, de signo muy marcado en América (en la poesía del argentino José Mármol, por ejemplo), y además la vuelta a los ideales de William Wordsworth de usar el lenguaje del hombre para contar las cosas del hombre. O las diversas variantes de coloquialismo y poesía conversacional que en apariencia dominaron el panorama nacional hasta bien entrados los años ochenta. Y acoto en apariencia porque ya dentro de esa misma relectura del romanticismo hubo poetas que renunciaron a lo coloquial urbano y al prosaísmo, la ironía, la anécdota y el humor, para emitir un canto de cisne por la ruralidad nacional, a semejanza de Wordsworth cantando la decadencia del campo inglés, o de Blake quejándose de la presencia en este de los satánicos molinos del progreso. Alex Pausides (Aquí campeo a lo idílico) y Roberto Manzano (Canto a la sabana) son, a mi juicio, las dos voces fundamentales de esta leve sacudida que, en los años 70, pretende regresar a la tierra, a la mirada y al habla del niño para representar la patria, la historia y hasta la propia poesía.

Con los autores pertenecientes a estas promociones, o sea, los de la llamada generación del 50, los de la generación del 60 (o poetas de El Caimán Barbudo, como también se les conoce por la revista alrededor de la cual se nuclearon y desde la que emitieron sus puntos de vista estéticos) y muchos de los de la promoción del 70, son enormes los parentescos de Miguel Hernández; aunque ahora se trate, en esencia, del Hernández de Viento del pueblo y El hombre acecha, el de la denuncia social y los textos escritos en el fragor de la guerra civil contra falangistas y requetés. Es fácil asimilar el porqué de tal filiación. Jorge Luis Arcos, en el prólogo a su panorama de poesía cubana Las palabras son islas, nos comenta: "El imposible histórico que tanto había gravitado sobre la conciencia colectiva de la nación, y de tanta repercusión en su poesía, se transforma en plenitud histórica hecha realidad. Al menos, para la mayoría de los poetas; otros, vinculados de una u otra manera al régimen anterior, emigran, reiniciando así, al principio tímidamente, después con más fuerza, aquella poesía del exilio que tanto abundó en el siglo xix cubano". Coincido con él en que "el imposible histórico" tuvo mucha repercusión en la poesía, vicio que, por desgracia, ha afrontado nuestra literatura desde sus orígenes: las páginas de casi todos los poetas del xix se resienten del exceso de sociologización (a excepción de Juan Clemente Zenea, Luisa Pérez de Zambrana, José Martí, Julián del Casal y Juana Borrero), y también las de muchos poetas del xx: Tallet, Villena, Pedroso, Navarro Luna, Félix Pita, Guillén; pero no creo que la "plenitud histórica hecha realidad" nos salvara de ello. Al contrario. No es noticia —y se ha encargado la historia del arte y la literatura de ponernos los ejemplos ante los ojos— que todas las grandes transformaciones sociales y políticas, desde la Antigüedad, han traído aparejados movimientos poéticos laudatorios en los que se mezclan, en dosis difíciles de precisar, la euforia y/o el oportunismo de los autores con la necesidad de los propios procesos de sentirse respaldados por el canto coral de sus bardos. Generalmente, incluso, ese orfeón se programa y se hace cantar mediante finos galimatías en el mundillo editorial, mediante la censura más feroz, o mediante una variante intermedia que va ora hacia una ora hacia otra parte según las exigencias del panorama ideológico o político. En ese torbellino, por supuesto, siempre hay un grupo de escritores genuinos que, o bien renuncian a participar en el coro, o bien lo asumen desde la legitimidad del sentimiento y nos legan algún que otro verdadero monumento literario (pensemos en Virgilio, en Horacio, en Marot, en Quevedo, en Byron, en Hugo, en Maiakowski, en Seifert, en el propio Hernández). El caso cubano no es una excepción, y la poesía cubana lo deja entrever con claridad. La llamada generación del cincuenta es, sin duda —y lo han dicho sus principales exégetas—, un fiel exponente de la "mutación del Yo poético que se siente solidario con todo el pueblo, es parte de él, y el sentimiento plural domina por encima de las peculiaridades individuales [...] La poesía se afianza como medio de conversación con el otro, con los otros, como diálogo con la historia común, vehículo del testimonio...". Es decir, la poesía se pone al servicio de la historia, y debe pagar el precio de esa decisión: colocarse, a la larga, al servicio de la política y arrostrar el lastre que, ya sabemos, significa hacer literatura de compromiso mal entendida.

Más o menos el mismo caso ocurre con los poetas de El Caimán Barbudo, tanto en su primera como en su segunda promoción. No vacilaría en afirmar que el Hernández más apreciado por ellos, e incluso el más visible a niveles textuales es el autor de "Canción del esposo soldado", "Rosario, dinamitera" o "El herido"; aquel donde se conjugan la intención política más urgente con un lirismo raigal presente en la poesía del pastor de Orihuela desde sus mismos orígenes. De hecho, una lectura al vuelo nos convencería de que textos como "Un poema", de Luis Rogelio Nogueras; "Patria", de Raúl Rivero, el "Poética", de Guillermo Rodríguez Rivera perteneciente a Cambio de impresiones, "Un poema de amor, según datos demográficos", de Norberto Codina o "Epílogo" de Víctor Rodríguez Núñez, son una suerte de versiones a la cubana de la "Canción del esposo soldado", de Hernández; que con toda probabilidad hallaríamos igual en poemarios de Víctor Casaus, Félix Contreras o Jesús Cos Causse. Y lo son porque este es un Hernández en el cual los recursos de lo conversacional y hasta de lo coloquial están puestos al servicio de lo discursivo, de la comunicación rápida y efectiva con el lector; característica que se acentúa en El hombre acecha, en el cual la crisis por la derrota militar conduce al poeta a un proceso gradual de interiorización del drama colectivo y de desnudez expresiva, así como a la búsqueda de una sencillez y de una sustantividad precisa, algunas de las mayores aspiraciones de los coloquialistas cubanos del 60 y el 70.

Otros matices posee la relación hernandiana con los poetas de la tierra, sobre todo con Roberto Manzano, el autor cubano más influido por el español. De entrada, pudiéramos reparar en el origen campesino de ambos, en una infancia difícil de trabajos y penurias económicas que dejó su impronta en sus personalidades adultas; en las relaciones suspicaces y un tanto difíciles con los cenáculos literarios provincianos y capitalinos; y en otras coincidencias biográficas que nos harían sencilla la encomienda. Pero se trata de algo más profundo, porque Manzano ha asimilado de Hernández lecciones literarias de primer orden: la necesidad de un continuo nacer, crecer y autodevorarse de un libro al otro, de un ciclo lírico al siguiente, que le han llevado a reinterpretar el aliento garcilasiano de nuevo tipo de los primeros poemas del alicantino o de los sonetos apacibles y melancólicos de El silbo vulnerado, y trasvasarlos en su Canto a la sabana o en algunos textos de Puerta al camino y El hombre cotidiano; a conciliar el estallido pasional con la exquisitez estrófica de las cuartetas, silvas, tercetos y sonetos que apreciamos en El rayo que no cesa, en ciertas zonas de El hombre cotidiano y de El racimo y la estrella; a beber en la epicidad nerudiana de las mejores piezas de Viento de pueblo y El hombre acecha y hacerlas lucir en Tablillas de barro I, Tablillas de barro II, Synergos, Transfiguraciones y Rapsodia de vivir, fundamentalmente; y, por último, a asumir la concentración lírica, el casi absoluto despojo de retórica y metaforización que Hernández muestra en Cancionero y romancero de ausencias, y con ellos intentar cuadernos como La hilacha o la colección de poemas para niños Pasando por un trillo. Y todo eso sin dejar nunca de atender el profundo drama ontológico del individuo en el universo y demostrando una audacia y una destreza técnica que le permiten moverse con soltura en los más variados metros y formas estróficas del idioma, en el verso libre, en el versículo y en el poema en prosa.

Ahora bien, antes de entrar en lo que es mi verdadero tema en este panel, me gustaría hacer aún otra precisión. No sería del todo justo si me limitara a afirmar que la influencia de Miguel Hernández sobre los poetas cubanos de los 50, 60 y 70 descansa solo en el signo político de izquierda mayoritariamente común. Hay otro hecho que me parece todavía más interesante: la pervivencia de lo romántico en Hernández. Es el español un poeta en absoluto contemporáneo en el cual no se verifica esa ruptura entre poesía y yo empírico enunciada por Michael Hamburger, según la cual el yo se lanza a buscar otras identidades, otras máscaras en aras de explorar disímiles caminos de expresión para sus crecientes angustias ontológicas en un contexto donde comenzaba a primar la idea de la muerte de Dios y de la incapacidad del lenguaje para traducir a los demás juicios, correspondencias y sensaciones. Cuando leemos cualquiera de las colecciones del alicantino, siempre nos quedamos con la impresión de que es muy escasa, inexistente la división entre el sujeto lírico y el autor de los poemas que lucha de manera desesperada a favor del amor, la justicia y la libertad. Y nada podía ser más atractivo, supongo, para nuestros conversacionalistas y coloquialistas, para nuestros nuevos románticos, en fin, que volver a los tonos de un Byron, un Petöfi, un Pushkin, un Hugo, un Heredia, a través de lo aprendido en un poeta al mismo tiempo tan perturbadoramente moderno como Miguel Hernández.

El segundo gran escollo de mi tarea reside en que tengo la sospecha, y lo apuntaba al principio, de que la relación de Hernández con la mayoría de los poetas cubanos pertenecientes a las promociones del 80 y del 90, no supera los estadios de admiración y respeto para convertirse en influencia, si por influencia entendemos un incidir palpable en sus cosmovisiones o en sus modos de entender y escribir la poesía. Esto aspiro a explicarlo siguiendo con mi relectura subversiva de la historia poética cubana a través de las revisitaciones ya enunciadas, pero antes quisiera hacerles una anécdota. Cuando me solicitaron trabajar el tema, acudí al pueril expediente de rastrear entre los muchos cuadernos de poesía escritos por estos autores, una cita, un epígrafe, que me permitieran comenzar a desenredar la madeja de las posibles marcas de pensamiento y estilo. Si bien en el fondo una cita no significa nada, pues ya sabemos que cualquiera convoca alegremente a Nietzsche, a Schopenhauer o a Kierkegaard y apenas si ha mirado su ficha en Encarta o ha hecho una lectura diagonal de sus entradas en el diccionario de Abbagnano, nada más encontré UNA referencia explícita a Miguel Hernández en el cuaderno La vasta lejanía de Agustín Labrada, lo cual no deja de ser alarmante. Y, si la memoria no me falla, solo recuerdo unas décimas de Fernando León Jacomino, posiblemente inéditas, que glosaban los primeros versos de El rayo que no cesa: "Un carnívoro cuchillo/de ala dulce y homicida/sostiene un vuelo y un brillo/alrededor de mi vida". ¿Por qué? Natural: las reglas del juego cambiaron y la(s) poética(s) de Hernández dejaron de ser seductoras para los poetas cubanos, ahora inmersos en búsquedas de un orden muy diferente.

Ya comenté de manera abundante la idea del nuevo romanticismo. No obstante, todavía quiero darle una rápida ojeada a una zona de la generación del 80, cuya acogida de crítica ha sido bastante amplia y benévola —casualmente por razones de signo ideo-político—, pero en la cual no hay el menor de los contactos con la influencia hernandiana, y muchísimo menos con alguna de las revisitaciones que constituyen, a mi entender, lo más revolucionario de nuestra última poesía. Hablo de los poetas que suelo llamar, un poco en broma y otro en serio, los exponentes del coloquialismo "al revés", es decir, aquellos cuya relación con el poder se manifiesta en un muchas veces incisivo cuestionamiento cívico, en —según lo ha definido el crítico Arturo Arango— "una mirada crítica sobre el acontecer social o que insisten en asuntos tenidos como inconvenientes e inusuales, o en la desautomatización de personajes o temas maltratados por la retórica y los dogmas (los héroes, la historia, la política)". En ellos, por supuesto, existe un palmario deseo por desacralizar los cánones ideológicos de las promociones precedentes y un desapego a la euforia fundacional que animó los versos de la generación del 50 o de la hornada inicial de los llamados poetas de El Caimán Barbudo (Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera, Víctor Casaus, el primer Raúl Rivero). Este interés, por sí solo, no garantiza la calidad de sus textos. A menudo los mismos se resienten por el exceso de explicitación de las posturas éticas y el defecto de consideración de los avatares estéticos; en ellos por lo general se nota la falta de equilibrio entre la testificación de una verdad particular (la del poeta en cuestión) y el cuidado de su expresión literaria. Para tales autores, obviamente, Miguel Hernández representa uno de los ídolos de las generaciones literarias que deben ser barridas en toda la línea, y nada resulta más lógico que, al apartarse de sus antecesores, también se aparten de sus lecturas y de los influjos de estas. Curiosamente, me aventuro a sugerir que estos autores, en una futura e hipotética organización del canon poético cubano, serán leídos como una prolongación del nuevo romanticismo, como un momento de tránsito entre este y las demás caras del espectro, las cuales coinciden con la tradicional división en promociones al uso de los estudios literarios cubanos (el resto de la promoción del 80, y la del 90): el neomodernismo, el neoposmodernismo y la neovanguardia.

Me atrevo a hablar de neomodernismo y neovanguardia en medio de una ola creciente de posmodernidad entrevista al calor de una edad contemporánea cada vez más polarizada, global e interdependiente, con fuerte tendencia a la universalización de la civilización occidental (tecnología de punta, liberalismo, imposición del modelo social a otras civilizaciones) y, a la vez, caracterizada por la presencia de esas otras civilizaciones que, ante la inminencia de homogeneización, reivindican sus propias identidades y ejercen su derecho al equilibrio cultural, económico y político. El caso de Cuba, por no ir muy lejos, donde se ha instituido una labor de rescate de la identidad, un bastión de resistencia ante la despersonalización y la disolución de la responsabilidad, características que, al decir de Jean-François Lyotard, conforman una multiplicidad de estilos posmodernos que atacan los conceptos de arte y lenguaje y, a la postre, abren la puerta a una modernidad de altos vuelos que completa a la posmodernidad. O sea: nace de ella y a ella vuelve para entender (y entenderse con) la historia de la cultura y del pensamiento.

Entonces no resulta descabellado hablar de neomodernismo en el contexto cubano. En su ensayo "Modernismo, 98, subdesarrollo", Roberto Fernández Retamar enumera algunas de las condiciones de América Latina en las postrimerías del xix que facilitaron el origen del modernismo, a saber: el subdesarrollo, la rebeldía y la necesidad de injertar al mundo en nuestra realidad. Perfecto. Mientras hoy España y los demás países hispanoamericanos generadores de sólidos movimientos poéticos en el xx (México, Argentina, Chile) avanzan hacia el liberalismo político, económico e intelectual, Cuba insiste en el socialismo como sistema, con una variante que intenta superar los errores del llamado socialismo real de Europa del Este, pero cuyas limitaciones económicas (a las cuales se suma el bloqueo norteamericano y otras leyes de carácter sociopolítico como la Helms-Burton y la Torricelli) mantienen al país en un estado de tensión administrativa que está más cerca del llamado tercer mundo que del ya mentado primero, desigualdad que refuerza la antes aludida faena de resistencia mediante el rescate de la identidad cultural. La rebeldía literaria también es perceptible en los autores que, a mi juicio, desembocan en el neomodernismo cubano en los 80 (el Raúl Hernández Novás de Al más cercano amigo y Sonetos a Gelsomina; el Ángel Escobar de Epílogo famoso y Allegro de sonata; el Rafael Almanza de Libro de Jóveno y El gran camino de la vida, el Pedro Llanes de Sonetos de la estrella rota) y los primeros 90 (Francis Sánchez, José Manuel Espino, Ronel González y Carlos Esquivel), pues reaccionan contra la corriente coloquial y su vulgarización de la literatura, lo mismo que rechazan una tal vez excesiva politización de la vida literaria y de la exégesis de nombres y zonas claves de nuestra lírica (José Martí, Nicolás Guillén, la poesía negra, la social). Y en cuanto a injertar el mundo en la realidad cubana, ni hablar: han emprendido una reconquista que incluye a Martí, a Casal, a Darío y a múltiples poetas de la lengua española, cultivadores excelsos de los metros y formas estróficas "tradicionales" (Garcilaso, Góngora, Quevedo, san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Unamuno, Machado, Julio Herrera y Reissig, César Vallejo, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Octavio Paz), con los cuales experimentan en el intento de renovar desde la relectura de la tradición. Y este es un hecho peculiar: el modernismo hizo lo contrario: importar a Leconte de Lisle, a Baudelaire, a Verlaine, a Mallarmé, a Whitman, en busca de nuevas armonías vivificadoras del moribundo español decimonónico, mientras el neomodernismo aspira a integrar a la avalancha de poesía en otras lenguas (el coloquialismo norteamericano, los "experimentalismos" italiano, francés, inglés, nórdico y de expresión alemana) la dignidad renovadora de un idioma amplio y diverso en su gama semántica y sonora. Ángel Rama expone, entre algunas de las principales particularidades de la expresión dariana (y del modernismo, por extensión) el uso de arcaísmos, neologismos, cultismos, preciosismos, y toda una aristocracia vocabularia que se sirve de la melodía y la sonoridad como ligazón para las palabras. Si revisamos con cuidado la producción de nuestros neomodernistas, hallaremos todos estos manejos lingüísticos y, además, el conjunto de símbolos que, nueva "selva sagrada", les ayudan a representar el sincretismo del mundo. Desde luego, si en algunos poetas del 80 y el 90 podrían pesquisarse huellas de Miguel Hernández, sería en estos; y siempre daríamos con el cantor gongorino de Perito en lunas, o con el quevedesco de El silbo vulnerado o El rayo que no cesa, mas me temo que en este caso estamos en presencia no de una genuina influencia, sino más bien de un manejo de fuentes comunes, en el cual salen beneficiadas las presencias de Quevedo, Góngora, Darío y Borges en los experimentos con el soneto, de Jorge Guillén, Herrera y Reissig o Eugenio Florit en los concernientes a la décima, o las de César Vallejo, Juan Ramón Jiménez u Octavio Paz en otras indagaciones menos "ortodoxas".

Aquí podría razonarse también sobre la existencia de una suerte de neoposmodernismo, si entendemos este como una tendencia literaria y no como posmodernidad. Esta tendencia insiste en la decantación formal de las ganancias del neomodernismo (sobre todo el soneto y la décima) y se vale de ellas para expresar la ciudad de provincia, la vida cotidiana en la "suave" patria, entre el polvo fatigado del municipio, desde donde se alzan las más amplias indagaciones en y hacia el universo. En estos poetas predomina la mirada urbana, generalmente de tono intimista; hay en ellos rasgos de humor, muchas veces irónico, y puede llegar hasta el grotesco y la escatología. Entre los principales exponentes de esta tendencia podemos hallar al José Luis Mederos de El tonto de la chaqueta negra, al Yamil Díaz de Apuntes de Mambrú, Soldado desconocido y Fotógrafo en posguerra, al José Luis Serrano de Aneurisma y El yo profundo, y al Carlos Esquivel de Los epigramas malditos. Pero en ninguno de ellos hay casi rastros de la impronta hernandiana por una sencilla razón: la poesía de Miguel Hernández es demasiado grave, no tiene momentos de humor, y estos poetas han ido a buscar sus patrones en López Velarde, Luis Carlos López, Barba Jacob, o en los epigramas de Cardenal, los antipoemas de Nicanor Parra y las canciones de Joaquín Sabina. Debo aprovechar para introducir un paréntesis curioso: buena parte de la difusión de la poesía de Hernández en Cuba tuvo bastante que ver con los textos musicalizados por Joan Manuel Serrat, muy influyente en quienes eran jóvenes en los 70 y 80; pero después el lirismo de Serrat fue cediendo paso al cinismo de Sabina, al desenfreno de Fito, o al desenfado de Estopa y Jarabe de Palo, e imagino que para los poetas de los 90 y sobre todo para aquellos que comienzan a publicar en los albores del nuevo siglo, Serrat sea ya "un cantante para personas mayores", como lo son para mí, salvando las distancias, Miguel de Molina o Nino Bravo. Con esta tendencia ocurre otro hecho interesante: algunos libros de Yamil Díaz o de Carlos Esquivel abordan el tema de la guerra, lo cual induciría a rastrear en ellos el hálito del español; y erraríamos, pues en el caso de la guerra de Angola, contienda fundamental tratada en esos volúmenes, Díaz y Esquivel no quieren de ningún modo trasmitir una visión épica o comprometida con el suceso histórico; antes prefieren poner en tela de juicio el triunfalismo del discurso oficial y acuden a influencias menos "edificantes" como la del Apollinaire de los Caligramas o las de Georg Trakl, Wilfred Owen, Siegfried Sassoon, Isaac Rosemberg, August Stramm y Giuseppe Ungaretti.

La orientación neovanguardista es resultado, también, de la época posmoderna. Solo que no defiende un proyecto social o una identidad nacional, sino las emergentes posturas marginales propias de lo posmoderno (el marginado sexual, racial, cultural...) que, si bien conforman sectores otros de la identidad nacional, en puridad pugnan por trascender las fronteras de un proyecto social que los anula con su discurso de homogeneidad ideológica y cultural ante la homogeneidad económica e informática de la edad contemporánea. La multiplicidad de discursos posmodernos, igual que en el caso precedente, facilita la vuelta a lo que el ensayista Walfrido Dorta ha calificado como "una retórica neovanguardista densamente moderna" y que pudiéramos tildar de paradójico ejercicio desontologizador que remarca la ontología de la diferencia, en un sentido similar al de las vanguardias europeas de principios del XX, las cuales concedían cimera importancia a la experimentación artística, desvinculándola, en mayor o en menor grado, de cualquier pragmatismo social. El rechazo a buena parte de la poesía escrita en español, quizá no todo lo "experimental" que pudiera desearse (no obstante ciertas parcelas de las obras de José Juan Tablada, León de Greiff, César Vallejo, Jorge Guillén, Mariano Brull, Nicanor Parra y Octavio Paz), y la conexión con poetas y pensadores europeos (Francis Ponge, Paul Celan, Edoardo Sanguinetti, Michel Deguy, Ernst Jandl; Jürgen Habermas, Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Derrida o Emile Cioran), norteamericanos (Wallace Stevens, Marianne Moore, William Carlos Williams, e. e. cummings, Charles Olson, Robert Creeley), o brasileños (Haroldo de Campos, Ferreira Gullar, Manoel de Barros), parecen signar esta variante en Rolando Sánchez Mejías, Ricardo Alberto Pérez y Carlos Alberto Aguilera, por una parte, y en Caridad Atencio, Ismael González Castañer y Rito Ramón Aroche, por otra; a la cual se han sumado escritores provenientes del neomodernismo (el Almanza, de Hymnos i e Hymnos ii; el Manzano, de Tablillas de barro i, Tablillas de barro ii, Transfiguraciones y Synergos; el Novás, de Atlas salta; el Escobar, de La vía pública, Abuso de confianza o La sombra del decir) o del nuevo romanticismo (la Soleida Ríos, de El libro roto; la Reina María Rodríguez, de Páramos, La foto del invernadero y ...te daré de comer como a los pájaros...; el Omar Pérez, de ¿Oíste hablar del gato de pelea? y de Canciones y letanías, el Pedro Marqués de Cabezas; el Juan Carlos Flores, de Distintos modos de cavar un túnel), así como Carlos Esquivel, Gerardo Fernández Fe, Javier Marimón, Leonardo Guevara y Luis Felipe Rojas, quienes igualmente intentan nuevas búsquedas de amplia flexibilidad conceptual y estimables excelencias formales. En el conjunto de la neovanguardia se aprecian características como contaminaciones intergenéricas (poesía-prosa-artes visuales-música); violaciones de la arquitectura del poema y de diversos niveles del lenguaje que atañen a su incapacidad de comunicación (morfología, sintaxis, semántica); intertextualidad; kitsch; parodia; imaginario popular; onirismo; deconstrucción del objeto —y hasta del sujeto— poético en múltiples planos que luego se reintegran en una realidad otra, superior; lucha contra las deudas con los patrones heredados de la música; resistencia a dejarse arrastrar por la efusión sentimental, sustituyéndola por un inventario de hechos donde el azar objetivo tiene un peso crucial, etc. En este conjunto, huelga aclararlo, la posible influencia de Miguel Hernández es nula, máxime si consideramos que, en lo relativo a las vanguardias —salvo en sus episodios surrealistas bajo el influjo de Neruda y Aleixandre—, el oriolano adoptó una conducta estética similar a la de Paul Valéry: buscar en las formas clásicas, en el excesivo cuidado de las leyes filológicas, en el empleo de arcaísmos y términos lexicales de raigambre local, un bastión de resistencia contra los excesos de los ismos vanguardistas que conociera en el Madrid de los 30. No es casual, supongo, que Perito en lunas, libro fundamental en el cual asume esta actitud, esté encabezado por una cita del francés. Y nuestros revisitadores de la vanguardia, desde luego, siguiendo las enseñanzas de sus maestros Marinetti, Tzara o Breton, no están dispuestos a pactar con el enemigo, mucho menos si este ha sido, además, lectura de cabecera de tendencias y promociones precedentes que ellos consideran anquilosadas y empobrecedoras, en sentido general, para la evolución del destino poético nacional.

Hasta aquí, por suerte, las especulaciones del crítico. No sé si aún tengan paciencia para soportar las del poeta que, rara avis en este contexto, no ha vacilado en confesarse, en varias entrevistas y ensayos, deudor de las enseñanzas de Miguel Hernández. Mi relación con su poesía proviene, primero, de Serrat, como es lógico, y, luego, de la presencia de dos o tres textos suyos en los libros de lectura de la secundaria. Si no recuerdo mal, aquellos poemas eran "A ti, llamada impropiamente rosa", "Por tu pie, la blancura más bailable...", "Te me mueres de casta y de sencilla...", "Vientos del pueblo me llevan", "El niño yuntero", "Canción del esposo soldado", "Menos tu vientre..." y "Tristes guerras..." Fue suficiente tanta variedad temática y formal para llevarme a indagar en la biografía de quien los había escrito. De inmediato simpaticé, tal vez por mi condición particular, con su cualidad de poeta de provincias. En mi larga lista de poetas predilectos, hay muchos oriundos de la provincia (Catulo, Du Bellay, Góngora, sor Juana, Wordsworth, Hölderlin, Rimbaud, Machado, Trakl, Celan, Perse, Bonnefoy, Heaney), en los cuales admiro sin falta la fuerza natural, la descontaminación inicial que ofrece a su obra venidera una educación a contrapelo de las presiones y trapisondas de las respectivas vidas literarias capitalinas, en las que entran para mantener, de manera general, una autonomía, una mirada personal permeada por sus "malas lecturas" que los distingue de aquellos destinados a ser carne de cenáculo, fuego de artificio en el espaldarazo de las revistas y relleno en las antologías donde se promueven los líderes de escuelas y tendencias. A mis cándidos quince añitos, ese era el tipo de poeta que me hubiera gustado ser.

Mi vocación por la filología, disciplina que en aquella tierna edad pensaba me ayudaría a convertirme en escritor, me condujo de nuevo a Miguel Hernández, figura de riguroso estudio en los programas de Literatura Española de la universidad. Corrían los ochenta, y los profesores insistían aún en la zona de su obra que, con honrosas excepciones (casi todas citadas a lo largo de este trabajo) a mí me parecía menos atractiva: la relativa a la denuncia social y al drama de la guerra y el inicio del peregrinaje por las cárceles que terminaría por aniquilarlo. Y no porque fuera yo un insensible incapaz de entender los horrores del franquismo, de congeniar con la dignidad y el patriotismo del poeta, o de estremecerme ante su accidentada historia de amor con Josefina Manresa, sino porque me seducía más la idea de aquel viaje desde una primitiva poesía popular apreciable en sus inmaduros Poemas de adolescencia, hasta el retorno a la fuente nutricia, esta vez en un estadio superior, Cancionero y romancero de ausencias, donde el envoltorio de lo popular sirve de continente a dos de los polos de la alta poesía, el amor y la muerte; y donde, por si no bastara, bordeaba otro de los temas para mí capitales: el silencio. Si a esto le añadimos las paradas de Perito en lunas, cuyas octavas me sedujeron desde las primeras lecturas; o las de El silbo vulnerado y El rayo que no cesa, cuyos sonetos erótico-amorosos me entusiasmaron a probar fuerzas con un molde a un tiempo tan inflexible y tan maleable; o incluso los dignísimos ejemplos de poesía comprometida que son "El niño yuntero", "Rosario, dinamitera" o la "Canción del esposo soldado", en los que aprendí que la poesía sirve para todo, hasta para hacer política sin perder el temblor humano y cognoscitivo que la engrandece y eterniza incluso cuando pasen las coyunturas históricas, ideológicas o sociales que dieran arranque a los versos; o la hondura dolorosa de piezas como "Nanas de la cebolla" y "Ascensión de la escoba", en las cuales el drama íntimo cobra altura universal, no puedo menos que confesarles que, todavía a mis ingenuos veintiún añitos, ese era el tipo de poeta que me hubiera gustado ser. Un poeta que creciera de un libro a otro, de un ciclo lírico al sucesivo; un poeta que tuviera siempre el fiel de su brújula atento a las menores oscilaciones del espíritu contemporáneo para aspirar a apresarlo en su poesía; un poeta que se atreviera a buscar la renovación no en la ruptura per se sino en continuas relecturas sagaces de la tradición; un poeta como mis admirados Dante, Donne, Blake, Baudelaire, Vallejo, Celan o Paz. O sea, un poeta grande, aquellos que, según T. S. Eliot, se reconocen por su excelencia, su abundancia y su diversidad.

Y lo intenté. He sido abundante, y hasta diverso, supongo. Por desgracia, excelente no. Traté los mismos temas de Hernández: la infancia, el dolor del crecimiento, el amor, la guerra, la muerte, la soledad, el silencio. Ensayé muchas de sus formas estróficas: la copla, la décima, el romance, el soneto, los tercetos, la silva. Pero nada funcionó. Entonces tomé una decisión. Como no podía ser igual a Miguel Hernández a pesar de todo lo que él me había educado, me prometí que trataría de trasmitir a otros esas enseñanzas, a ver si alguien con mayor talento lograba hacerse justicia, o, al menos, si mi pasión resultaba contagiosa y despertaba un poco el entusiasmo de mis coetáneos por su obra y por seguir muchos de esos senderos aún inexplorados que nos legó. Estas palabras han sido el humilde cumplimiento de aquella promesa.

UNA METÁFORA DE LA VIDA


UNA METÁFORA DE LA VIDA


"Lo están peloteando", dicen dos vendedores de seguros; hablan de su jefe y se refieren a que está siendo sometido a intensas presiones desde el directorio. "Hay que enfriar el partido", opina un ministro acerca de una espinosa situación que amenaza convertirse en crisis. A su lado, el jefe de gabinete propone algo más sibilino: "Tiremos la pelota afuera". Significa eludir responsabilidades, endosarle la culpa a otros.
Un abogado laboralista le transmitía confianza a su representado acerca de una querella contra una empresa poderosa: "Quédese tranquilo, a esta editorial le hice cien juicios, nunca me cruzaron la mitad de la cancha".
Un estudiante sale de dar examen y el compañero que entra, temeroso, le pregunta si es difícil. La respuesta: "Lo hacés de taquito". Significa que es muy fácil.
El genial Roberto Fontanarrosa, refiriéndose a cómo sobrellevar su grave dolencia, acababa de acuñar una imperdible: "Dos líneas de cuatro y a tirarla para arriba" (resistir como se pueda, sin elegancia).
Jamás, como hoy, el fútbol había ocupado un sitial tan alto en el devenir cotidiano de miles de millones de personas. El balón entra sin pedir permiso en el corazón de pueblos enteros y entre otros hábitos ha instalado un vocabulario minado de frases extraídas del juego que describen situaciones. O más que eso, las ilustran con gracia y perfección. Repasemos algunas de estas felices figuras…

"Arrancó perdiendo" (comienzo desafortunado en una reunión).

"Un penal sobre la hora" (solución providencial de último momento).

"La novia le sacó tarjeta roja" (lo dejó).

"Está con amarilla" (quedar en capilla en el trabajo, con la esposa).

"Se le fue el partido de las manos" (no supo controlar la situación).

"Es un golazo" (un gran acierto).

"Es Pelé" (un fenómeno).

"¿Quién se cree que es, Maradona…?" (por alguien que se agrandó).

"Lo salvó el silbato" (zafó en el último segundo).

"Salió con los tapones de punta" (le hizo una crítica despiadada).

"Lo marca hombre a hombre" (la novia que sigue muy de cerca de su enamorado).

"Con salir empatados ya es negocio" (ponerse una meta modesta frente a grandes dificultades).

"Jogo bonito" (algo hecho con estilo y elegancia).

"De puntín" (de cualquier manera).

"Pegó en el palo" (peligro conjurado por milagro).

"Abrirse de piernas" (dejarla pasar y que se haga cargo otro).

"Meter pierna" (luchar).

"Es un volante tapón" (un artista sin luces, un periodista voluntarioso pero sin brillo).

"Perdió por goleada" (alguien que elevó un petitorio y le denegaron todas sus propuestas).

"Perdimos 5 a 0 pero merecimos el empate (ironía para decir que nos fue mal y que no hay nada que objetar).

"Ahora la pelota está en campo de ellos" (ya fijamos nuestra posición, ahora tiene que responder la otra parte).

"Ahora la pelota la manejamos nosotros" (tenemos el control de la situación).

"Saca bien, ordena la defensa, pero no tapa una" (falla en lo esencial, como el arquero aludido).

"Tribunero" (demagogo).

"Hay que sudar la camiseta" (es necesario esforzarse, trabajar más).

"Hay que sacarse la camiseta" (ser sincero, imparcial).

"Le pega con los tobillos" (muy torpe en su trabajo).

"Un zaguero incorruptible" (la suegra, ese granítico obstáculo).

"Mucho toquecito pero no define" (el pretendiente que da vueltas pero no se declara).

"Un marcador tenaz" (esos tipos a los que es difícil sacarse de encima).

"Está en offside" (está en un lugar o situación indebida).

"Toco y me voy" (una pasada rasante para hacer acto de presencia, y luego desaparecer).

"Hay arrugue de barrera" (se achicó).

"Pierde 2 a 0 y está en tiempo de descuento" (no tiene nada más que hacer).

"Lo tienen contra los palos" (está siendo acorralado).

"La rompió" (alguien que hizo un discurso magnífico o tuvo una buena actuación en algo; viene de "romper" la pelota).

"Jugamos de visitantes" (situación desventajosa en una negociación).

"Por amor a la camiseta" (hacer algo gratis o por vocación).

"Lo va a conseguir el día del arquero" (nunca).

"Pim, pum, pam y adentro" (hacer algo simple, rápido y concretar).

"La tiró a la tribuna" (hacer algo sin miramientos ni pudor).

"Le faltó entrar a cabecear" (al hablarse de un juez que fue muy parcial en algún caso).

Hay muchas más, el fútbol es una metáfora permanente de la vida.

Cuando estallan los espejos del tiempo


Michel Balivo
Cuando estallan los espejos del tiempo
(La muerte de un sueño)




En el lugar donde vivo momentáneamente la calle es de tierra, la gente expresa allí su creatividad sembrando flores, árboles, hasta frutales te puedes encontrar. Mientras escribo disfrutando cada pensamiento y palabra, una iguana de unos sesenta centímetros de fosforescente verde, sintonizada con mi pensamiento, se atraviesa sin el menor apuro en mi horizonte visual. El cuadro se completa con la visión del mar a lo lejos, colgado del cielo.
Por mucho que lo parezca nada está separado en este mundo. Porque está conectado y sintonizado con nuestros sentimientos, con nuestras intenciones e intereses, que disparan acciones. Acciones que en su punto apropiado de acumulación e intensidad, se aceleran potenciando y globalizando el poder de transformar paisajes de la humana acción.
Por eso, mientras contemplas ese plácido paisaje pueden correr ríos de fuego por tu sistema nervioso, el más complejo e intrincado de toda la naturaleza y sus reinos. Al punto de que ese carnaval nervioso se disfraza de imperiosas tensiones, deseos y paisajes, y cual espejismo en el desierto, se impone sugestionando a la conciencia con visos de realidad. Superponiéndose con fuerza de creencias a lo que mis sentidos me informan y la conciencia organiza como mirada, percepción.
Y así vamos soñando por el mundo. Algunos sueños son traducciones de momentos sicológicos interesantes, de emociones positivas que construyen los mejores sentimientos e instituciones, poniendo bases firmes para la convivencia civilizada. Otros son hijos de afiebrados temores y en instantes contagian reacciones violentas y destrucción de todo lo construido. Solo ven y siembran terrenos baldíos y ruinas.
Esa es la ironía de lo que vivimos y que tanto nos cuesta entender. Mientras en EEUU aumentó el presupuesto bélico en 74%, en Venezuela ha crecido en el 2007 en 80% la oferta de trabajo. En nueve años hemos disminuido la pobreza crítica en más del 50%, pero escuchamos en los medios que el país se hunde camino de la creciente miseria, como nunca antes.
Mientras nosotros convocamos al entendimiento, la solidaridad y la paz entre los hombres y los pueblos, desde Colombia llaman al desprecio, al odio, a la violencia de negar al otro y sus circunstancias, encontrando eco en el reality show mundial de los medios. Como si nosotros no tuviésemos nada que ver y nada pudiésemos hacer para cambiar esas circunstancias. En otras palabras como si no existiésemos, como si fuésemos solo un adorno, y hasta feo, indeseable.
La vida es irónica con los sistemas de hábitos y creencias, acumulados y acelerados por la historia y las generaciones. Porque resulta que tú soñaste y trabajaste para dominar al mundo y te aprovechaste de las tecnologías que posibilitaron globalizar la acción intencional, humana. Creíste que había llegado el momento en que mirándote en el espejo de la identificación con lo colectivo, la gran nación, el gran imperio finalmente impusiese su sombra sobre todo lo existente, sobre los confines de la mirada y aún de lo imaginable. Casi como los yanquis pusieron su bandera sobre la luna y se creyeron sus conquistadores. Creíste que así finalmente tu sueño de poder vencería al temor a perder, de que pretendías escapar.
Pero resulta que en la cara oscura del gran espejo de la luna, cada acción de opresión inevitablemente generaba sueños de libertad, y la globalización de la opresión también es la de los sueños de libertad. Por lo cual el sueño de cada opresor se multiplica por millones de sueños de libertad. Con lo cual, una vez más, cuando creías tener al alcance de la mano el logro, te encuentras con la contracara que tu sueño personal de poder no te permitía ver.
Así le ha sucedido a cada sueño de dominio y poder personal, a lo largo de la larga historia humana. Pero volvemos a recomenzar el mismo juego sin reconocer su esterilidad. Y es que nuestras interesadas y miopes vísceras solo ven inmediateces, nublando el largo alcance de las acciones que se acumulan y aceleran globalizándose. Fueron las acciones generosas las que inventaron los largavistas, pero las tercas vísceras se niegan a usarlos.



Y entonces resulta que en el tranquilo, a salvo e impune paisaje en el que creías vivir, aislado de la realidad que siembran tus acciones, comienzan a estallar bombas sin previo aviso. Y en un dos por tres solo quedan profundos huecos, escombros, cuerpos despedazados, llantos y gritos. La atmósfera familiar feliz se desmembró junto con los cuerpos de carne y hueso, la dirección de hechos violentos que produjimos barrieron con el mundo de sueños felices.
¿Qué más podría suceder cuando sueñas un mundo feliz, una isla y pareja ideal como compensación al conflicto cotidiano que experimentas en las relaciones con tu entorno, pero con tus acciones niegas al otro y solo siembras y contagias más y más temor y conflicto?
¿En que espejo pues te mirarás? ¿Qué convocatoria resonarás, contagiarás? ¿Irás a la marcha de comprensión y tolerancia con tus semejantes, apoyando la resolución pacífica de todo conflicto por sobre toda otra aparente alternativa? ¿O te sumarás, identificarás y dejarás arrastrar por el resentimiento, los cantos guerreros del odio y la destrucción?
Mira tu paisaje inmediato, tu familia, amigos, vivienda. Todas las inmediateces aparentemente personales y separadas, son una y están en juego simultánea y mundialmente en este momento. Las cartas están dadas. No hay lugares ideales y a salvo a los cuales escapar.
Si la mecha se enciende no habrá imagen en el espejo de los sueños que quede en pie. Todo estallará en mil pedazos en medio del eco ensordecedor de la fuerza de los hechos desatada, de la fiebre de odio y destrucción. Solo quedará la evidencia de las fuerzas que no supimos controlar, de los hechos que no pudimos direccionar, de los sueños que no supimos concretar. Tú mano es la que sostiene el fósforo, es tu mirada la que el espejo te devuelve, ¿qué clima y paisaje afirmarás? Tuya es la conciencia, tuya la decisión.
Dicen que el pueblo es sabio. Cuando yo intento mirarme en ese espejo colectivo me parece ver solo un concepto abstracto. O tal vez las fuerzas ciegas de un tropismo atávico que nos arrastra sin que nos demos cuenta, sin que nada podamos hacer. Veo sueños de carne y carne de sueños, atrapados en la frustración de sus creencias y hábitos.
Es un concepto abstracto y sin contenido, porque encandilado en mis sueños no atiendo ni veo la dirección y consecuencias de mis hechos, hasta que me estrello con ellos. Pero entonces en lugar de reconocer que cosechamos lo que sembramos, miramos sorprendidos alrededor buscando extrañas causas y culpables, creando nuestros propios antisociales y terroristas.
Con ello y algunas ideologías enterramos la frustración de nuestros anhelos e intentos momentáneamente. Y seguimos adelante, cargando resentimientos y cada vez mayores tensiones, sufrimiento mental. Hasta el próximo estrellamiento con los hechos y estallido del espejo de sueños. Hasta que los sueños personales se encuentran con los colectivos.
Entonces nos encontramos en medio de una alegre o acalorada manifestación, convocada por otros intereses a favor de y necesariamente en contra de algo, o peor aún, de alguien. Y tras ello volvemos contentos y satisfechos a casa. Ya todo está bien, los malos augurios han sido exorcizados con una manifestación masiva portando bonitas franelas con eslogan. Podemos enterrar como el avestruz nuevamente la cabeza en el mundo de los sueños.
Me pregunto yo, ¿por qué será que se molestan en convocarnos, si realmente tienen todo el poder como consiguen hacernos creer? Yo diría que es porque solos no son ni pueden nada. Por eso gastan miles de millones en publicidad para atraer y capturar con sus cantos de sirenas, léase gingles, nuestra atención. Y de ese modo poder direccionar nuestros intereses y fuerzas, para supeditarlos a la realización de los suyos.
Dicen que la democracia es el gobierno de los pueblos. ¿De cuáles pueblos? Otro bonito concepto abstracto vacío de contenido. Según mi experiencia el único gobierno sin imposición ni violencia, es el autogobierno de cada cual sobre si mismo. Si no tenemos la conciencia ni la fuerza suficiente para gobernar nuestro cuerpo, sentimientos e ideas, para dar a nuestros hechos la dirección elegida, ¿qué nos queda? Pues ser gobernados y direccionados por otros.
Si tenemos la capacidad de autogobernarnos, entonces no necesitamos andar concibiendo gobiernos ideales que realicen por nosotros lo que no somos capaces de hacer. Y si no la tenemos, pues por muy ideal que sea el gobierno y por muy de acuerdo que estemos todos en ello, solo nos queda la alternativa de que otros nos digan lo que es bueno para nosotros.
Los verdaderos enemigos y batallas están y se pelean adentro, en cada conciencia, expresándose mediante nuestras conductas esas derrotas y triunfos en el escenario colectivo.







Tu imaginación, tus sueños señalan los amplios o estrechos horizontes temporales de tu mirada, en los que tus sentimientos se despliegan o contraen. Mientras las necesidades señalan el ritmo e intensidad de tus intereses, disparando tu cuerpo hacia objetos o personas, en la inmediatez de tu entorno natural y humano.
Entre tus miradas e intereses intenta abrirse camino tu corazón, tus emociones y anhelos profundos, verdaderamente humanos. Los sueños e ideales son sueños e ideales justamente porque jamás se han realizado. ¿O acaso tu sueñas con conseguir y disfrutar aquello de lo que ya dispones? Si los intereses inmediatos que rigen tu conducta, que movilizan tu cuerpo hacia el mundo, se oponen a tus sueños de largo alcance, jamás podrás lograrlos.
Salvo que dispongas de los medios de comunicación y puedas sugestionar e imponer tus propios sueños a la gran mayoría. Pero aún así solo será circunstancial, no irás más allá de tus sueños personales. Porque los sueños de paz y felicidad o las condiciones de sufrimiento y violencia, son el contexto mayor, abarcante y continente, dentro de los cuales realizamos nuestras actividades.
En otras palabras la felicidad o el sufrimiento, la paz o la violencia son atmósferas y paisajes colectivos, que nos contagian e implican a todos. Es el modo en que nos relacionamos y tratamos, el que pone el tono con que realizamos nuestras funciones. Si comes el mejor de los manjares en medio de una discusión con tu compañera o hijos, o de una masacre de gente, lo más seguro es que se convertirá en un veneno dentro de tu cuerpo.
La paz o la violencia anida en cada uno de nosotros y pone el clima para cada una y todas nuestras actividades. Por tanto lo aparentemente bueno o malo para ciertas creencias, puede experimentarse de un modo totalmente diferente según que emociones lo tiñan o coloreen. Y es esa atmósfera la que se va grabando y acumulando en memoria, la que se nos impone desapercibidamente con la fuerza de la realidad, la que refleja lo personal en el espejo de lo colectivo, contagiándolo.
La paz o la violencia reinan en cada corazón como resultado acumulativo de nuestras acciones, y se proyectan cual miradas que superponen esos climas a los paisajes percibidos, a lo que creemos estar viendo, a las intenciones que interpretamos en las acciones ajenas, según frustren o faciliten nuestras expectativas.
Si logramos alinear y supeditar los intereses inmediatos que movilizan nuestros cuerpos en el mundo, con nuestros anhelos de mayor aliento. Si logramos sintonizarnos con nuestras mejores emociones, entonces nuestros sueños e ideales verdaderamente humanos, que alientan pacientemente en nuestra intimidad desde el principio mismo de los tiempos, podrán crearse, abrirse caminos hacia el mundo.
Y si lo hacen dejarán de ser sueños e ideales, pues ya se habrán realizado, ya se habrá agotado esa instancia mental. Volvamos al principio. Nadie desea un oasis ni un vaso de agua cuando lo tiene en la mano o recién lo ha bebido. Pero el hábito no hace al monje. Hay oasis reales, que son el fruto de la coincidencia de tus emociones profundas, tus pensamientos y la dirección intencional en que has acumulado tus acciones.
Hacia esos oasis puedes guiar a los sedientos peregrinos que se han desorientado y perdido en el desierto de sus sueños en el tiempo. Pero también hay oasis imaginarios, que no son sino las miradas, los sueños compensatorios de aquellos que no han sabido orientar la satisfacción de sus necesidades, supeditándolas al bienestar de la mayoría, incluyendo al ecosistema que es nuestro hogar.
Por eso han quedado atrapados en sus sueños, porque sus acciones no son coherentes con ellos, porque han caminado sin darse cuenta en una dirección opuesta a la que creían. Y cuanto más sed sentían, más intensas se volvían sus falsas creencias, más fuerza de realidad cobraban. Pero al estirar la mano intentado atraparlas, solo encontraban más y más sed.
Por lo cual preferían no despertar de sus sueños, y aunque les gritaras que el oasis estaba a dos pasos, antes que un nuevo desengaño preferían seguir por el polvoriento desierto, camino de ninguna parte. Y por si eso fuese poco, además hacían proselitismo invitando a otros sedientos a seguirlos hacia el oasis que con seguridad conocían y hacia el cual se dirigían.
Mientras algunos peregrinos se refrescan, descansan y se desempolvan de su largo camino, a su lado pasan ciegas y sordas multitudes, tras guías tuertos, camino de imaginarios oasis. ¿Adónde pueden llegar sino a otras desorientadas, ciegas y sedientas multitudes que solo ven los espejismos de sus carencias? ¿Qué pueden hacer sino pelear entre si por espejismos?



Pero no nos asustemos demasiado, pese a nuestros sueños de eternidad todo tiene un bondadoso límite, Y al impulso de la intolerable sed, comenzarán a vibrar los espejismos hasta que estallen en añicos.
Entonces despertaremos sorprendidos del viaje del tiempo y sin anteojeras, libres de pesadillas trasnochadas ya, podremos buscarnos, y esta vez vernos nuevamente en los ojos de los demás, de la vida toda que ya no representaremos cual tragedia griega. Aliviados y presentes volveremos a elegir, a sentirnos y reconocernos seres humanos nuevamente.