jueves, febrero 02, 2012

Murió la cantautora cubana Sara González (+ Fotos y Video)




Sara González en El Patio de la Gorde, en enero de este año. Foto: Roberto Chile
Sara González en El Patio de la Gorda, el pasado diciembre. Foto: Roberto Chile
En la tarde de este miércoles murió en La Habana, la cantante y compositora cubana Sara González, fundadora de la Nueva Trova.
El 26 de diciembre de 2011, en “El patio de la gorda”, el espacio que ella animaba cada mes en un solar habanero, se despidió de su público diciendo:
“Después de esta actuación, en esta tarde, lo que me queda es desearles muchísimas cosas lindas, muchísima felicidad, desearles salud -sobre todo salud-, para lo que les queda por vivir a todos. Que sean felices, que sean tan felices como se sienten ustedes cada vez que vienen aquí. Todos los días tenemos que darle gracias a la vida por lo que estamos viviendo.”
“Estoy hospitalizada desde el día que ya olvidé porque quiero, fui operada del colon y ahora me corresponde la parte de recuperación con la ayuda de los maravillosos seres que habitan y me cuidan en el CIMEQ”, había dicho Sara en carta que publicamos en Cubadebate en septiembre de 2011.
Sara González nació en Marianao, el 13 de julio de 1951, su padre fue tabaquero y su madre costurera; ambos poseían un alto sentido de la cubanía y de la justicia, así como un enorme gusto por la música y el baile, todas esas cosas le fueron transmitidas a la pequeña Sara.
Según sus propias palabras “para que dejara trabajar a sus padres”, su primera compañera de juegos fue una radio, lo que reafirmó su afición por la música. El excelente músico Nené Enrizo le impartió sus primeras clases de guitarra y él animó a los padres de Sara para que le permitieran a ésta continuar sus estudios musicales.
Al inicio de los 70 realizó incursiones en el canto, formó parte de un grupo de cierta popularidad “Los Dimos” e hizo dúo con Pedro Luis Ferrer.
En su época de estudiante conoció a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, quienes junto con Noel Nicola fundaron “La Nueva Trova Cubana”. Ellos la estimularon para que musicalizara los “Versos Sencillos” de José Martí -su primer disco LP- y de ahí nació su vinculación con ese movimiento musical, dentro del cual se ha caracterizado por ser la voz femenina más representativa.
A partir de 1972 se incorporó al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, dirigido por el afamado guitarrista, compositor y director Leo Brower. Su carácter multifacético la impulsó a principios de los 80 a formar junto a Virulo, Carlos Ruiz de la Tejera, Jesús del Valle y otros, en el Conjunto Nacional de Espectáculos, una vertiente satírica del teatro musical, que tuvo rotundo éxito local y foráneo y que la llenó de experiencia y madurez en su desenvolvimiento escénico.
En 1984 unió su quehacer musical Guaicán, músicos sin formación profesional, a quienes convirtió en sus alumnos y estableció con ellos una especie de taller de experimentación.
Cubadebate estuvo el 26 de diciembre último junto a Sara en El patio de la gorda, un espacio donde cada último domingo de mes, en la calle A de El Vedado, ella se encontraba con su público. De ahí son estas fotos y sus palabras, en las que se despedía de todos los que la queremos:
Sara González agradece a sus amigos y a sus médicos. Foto: Roberto Chile
Sara González agradece a sus amigos y a sus médicos. Foto: Roberto Chile
Sara y Diana unidas siempre. Foto: Roberto Chile
Sara y Diana unidas siempre. Foto: Roberto Chile
Pucho López, siempre son Sara. Foto: Roberto Chile
Pucho López, siempre son Sara. Foto: Roberto Chile
Sara y Reynaldo González, amigos. Foto: Roberto Chile
Sara y Reynaldo González, amigos. Foto: Roberto Chile
Sara y sus amigos. Foto: Roberto Chile
Sara y sus amigos. Foto: Roberto Chile
Iván Soca, haz del lente, perpetúa el momento. Foto: Roberto Chile
Iván Soca, as del lente, perpetúa el momento. Foto: Roberto Chile
Lucía Huergo en el Jardín de la gorda. Foto: Roberto Chile
Lucía Huergo en el Jardín de la gorda. Foto: Roberto Chile
Marta Campos: Qué manera de quererte, Sara, qué manera. Foto: Roberto Chile
Marta Campos: Qué manera de quererte, Sara, qué manera. Foto: Roberto Chile
Sara aplaude a sus invitados. Foto: Roberto Chile
Sara aplaude a sus invitados. Foto: Roberto Chile
Angel Quintero recuerda el nacimiento de la Nueva Trova. Foto: Roberto Chile
Angel Quintero recuerda el nacimiento de la Nueva Trova. Foto: Roberto Chile
A ritmo de Manguaré. Foto: Roberto Chile
A ritmo de Manguaré. Foto: Roberto Chile
Se te quiere. Foto: Roberto Chile
Se te quiere. Foto: Roberto Chile
Sara nos deleita con su voz. Foto: Roberto Chile
Sara nos deleita con su voz. Foto: Roberto Chile
El maestro Frank Fernández se adueñó del teclado. Foto: Roberto Chile
El maestro Frank Fernández se adueñó del teclado. Foto: Roberto Chile

En Video, Sara agradece

En Video, Frank Fernández improvisa al piano con Manguaré


Sara González: Consternación en la cultura cubana


Sara González. Foto: Kaloian
Sara González. Foto: Kaloian
Hay consternación en la cultura cubana. El generoso corazón de La Gorda,  cariñoso apelativo con el que la  llamaban y ella llamaba a todo el mundo,  dejó de latir cuando empezaba a hacerse  la noche del primer día de febrero de 2012.
A los pocos minutos, sus más entrañables amigos -que es decir todos los creadores  vivos de la música cubana- se pasaban la noticia entre lágrimas y más de un grito de queja contra el cáncer que la hizo padecer y desear el descanso físico definitivo.
“Qué me hago sin Sara”, clamaba Amaury Pérez, abrazado a su esposa Petí. En su casa, cada sonido del teléfono era esperado con una ansiedad desconsolada en las horas que precedieron al deceso. En la mañana  habían decidido posponer la gira a Santiago de Cuba, tras la advertencia de los médicos de que la voz femenina de la Nueva Trova, estaba en condiciones extremas.
“Ella fue la primera persona que me habló de Silvita”, comentaba conmovido José María Vitier, que abandonó de prisa los estudios Abdala, donde graba un disco con la Sinfónica, para ir con su esposa para el CIMEQ.
Hasta allí- donde fue amorosamente atendida durante meses y acababa de morir Sara- habían corrido antes el propio Amaury, Abel Prieto y Abel Acosta para acompañar el dolor de Diana Balboa, su incansable compañera en la vida y enfermera en la larga batalla contra la enfermedad.
Nadie parecía querer decir nada. “Por más que uno se prepare, la muerte siempre te da duro…”, comentó, casi en un susurro, el Ministro de Cultura, con el rostro demudado por la pena.
Con la serenidad que provoca la certeza de que ya no hay nada que hacer, de que es el momento de dejar partir a quien se ama,  Diana apenas dijo lo que la Gorda había querido que hicieran con su adolorido cuerpo: “cremarla y lanzar sus cenizas en la entrada a la bahía de su amadísima Habana.”
Lo demás es la herencia que deja a la cultura cubana: la voz que cantó al mundo la dignidad de un pueblo y la maravilla de una época. La voz de La Victoria.
Desde las nueve de la mañana de este jueves 2 de febrero, esas cenizas recibirán, en los jardines del Instituto Cubano de la Música,  el homenaje de aquellos cuyas vidas contó en cantos. Seguramente quedará pequeño el espacio para tanta gente. No hay que olvidar que su nombre es pueblo.

A SARA.

Es la Gorda mi amada, la he querido
donde el andén dejó la vestidura,
En el tren demencial, en la cordura,
en las sodas, los rones, los vahídos.
Ya no hay otro lugar por ser tenido
que la Gorda no ocupe en mi armadura,
que cuando hay que curar, todo lo cura
y mirándome andar se ha sonreído.
En la piel no le quedan amarillos
soles, de pálida se ufana
y celosa desata los pestillos.
A la hora de amar no se haragana,
Tempestuosa enciende los pitillos
y se fuma mi amor, y se lo gana.
Amaury Pérez trece de julio de 2006

¿Acaso alguien sobra en el mundo? La miseria es violencia

LUNES 30 DE ENERO DE 2012








Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)

La invocación a la paz es algo tan viejo como el mundo; nadie en su sano juicio la puede desechar o rechazar abiertamente. Nadie deja de hablar de ella como un bien positivo en sí mismo. La historia, por cierto, muestra una interminable sucesión de invocaciones a la paz… pero al mismo tiempo, la historia también es una interminable sucesión de guerras, de negación sistemática de la paz, de situaciones donde lo que prima es el más descarnado enfrentamiento con su secuela de sufrimiento y pérdida de la dignidad.
Extraer de todo ello la conclusión que habría una “esencia guerrera” en lo humano que nos condena fatalmente al conflicto violento (“el hombre como lobo del propio hombre”), pue-de ser apresurado. O, en todo caso, habría que matizarla: la convivencia pacífica sigue siendo una aspiración, por lo que se ve, siempre bastante lejana, ¡pero sin dudas válida! ¿Es quimérico pensar y buscar un mundo menos violento que el que conocemos? No lo sabe-mos. No importa incluso. Lo que debe impulsarnos es una ética de la justicia. Esas búsque-das son como las estrellas: inalcanzables en un sentido, pero nos marcan el camino.

Por cierto, la discusión en torno a estos temas está abierta desde hace largo tiempo; la filo-sofía, la política, el arte en sus diferentes expresiones, las ciencias sociales vienen pregun-tándose todo esto incansablemente desde el inicio de los tiempos.

No hay ninguna duda que la sola constatación de la vida cotidiana o de la historia, en cual-quier momento y en cualquier punto del planeta, nos muestra que la guerra y la conflictivi-dad en sentido amplio son un molde de las relaciones humanas. “Si quieres la paz prepára-te para la guerra”, alertaban los romanos del Imperio hace más de dos milenios; quizá con demasiado cinismo, quizá con profundo conocimiento de la condición humana, la invoca-ción no parece descabellada. Esa “preparación”, que no es sino el desarrollo del componen-te bélico en cualquiera de sus innumerables aristas, ha sido y continúa siendo el sector más acrecentado, dinámico –y hoy día: lucrativo– de los seres humanos.

Se dijo mordazmente que lo primero que hizo el ser humano cuando sus ancestros bajaron de los árboles y comenzaron a caminar erguidos fue un arma: una piedra afilada. Lo cierto es que desde ese primer Homo Habilis hace dos millones y medio de años hasta la increíble parafernalia armamentística actual (que implica un gasto de 30.000 dólares por segundo), la industria de la guerra no se ha detenido nunca. Hoy disponemos de los medios técnicos para hacer volar el planeta varias veces, provocando una onda expansiva que llegaría hasta la órbita de Plutón (portento técnico que, sin embargo, no impide que siga muriendo gente de hambre o que haya enormes cantidades de seres humanos en la miseria). Es evidente que la paz se resiste, que la violencia no nos es ajena.

Las relaciones entre los seres humanos no siempre son necesariamente armónicas. La pre-tensión iluminista de “igualdad” y “fraternidad” muchas veces no pasa de aspiración. Por otro lado, el llamado al amor, a la paz y la concordia que encontramos en diversas formula-ciones, bienintencionadas sin dudas, se estrella con una realidad donde la violencia juega un papel preponderante. La realidad humana está marcada –esto es innegable– por el con-flicto. Diversos autores, en diferentes momentos históricos y con distintos contextos, han expresado esta verdad. A modo de síntesis de muchas de esas elucubraciones podría decir-se, citando una entre tantas de esas referencias, que “la violencia es la partera de la histo-ria”.

La realidad nos enseña, a sangre y fuego, que a veces hay paz, pero que la tensión está siempre presente. El paraíso bucólico del que nos hablan los pacifismos hace parte muy relativamente de nuestro mundo. El conflicto, en cualquiera de sus manifestaciones, no es externo a la constitución humana sino, por el contrario, estructural. Si algún humano no tomara parte en él, no participaría del todo social.

La marginalidad

Las sociedades se protegen a sí mismas; la cultura reproduce semejantes. Por tanto lo ex-traño, lo extemporáneo tiende a ser neutralizado. El mecanismo para ello es la segregación, la exclusión. Minuciosamente nos enseña Michel Foucault (“Historia de la locura en la época clásica”) que en la modernidad occidental (capitalismo industrial) se perfeccionó el espacio de marginación de la irracionalidad desarrollándose para ello los dispositivos “cien-tíficos” pertinentes: el asilo y el médico alienista. La locura no es sólo la enfermedad men-tal; es todo aquello que “sobra” en la lógica dominante. Así, describiendo la Salpêtrière –el mayor asilo de Europa en el siglo XVIII–, Thénon dice: “acoge a mujeres y muchachas embarazadas, amas de leche con sus niños; niños varones desde la edad de 7 u 8 meses hasta 4 o 5 años; niñas de todas las edades; ancianos y ancianas, locos furiosos, imbéciles, epilépticos, paralíticos, ciegos, lisiados, tiñosos, incurables de toda clase, etc.”. Marginal, entonces, puede ser cualquier cosa.

La sociedad “produce” sus marginales. En la cosmovisión occidental (hoy día impuesta globalmente) la razón matemática y mercantil es la pauta que guía la marginación; las di-vergencias respecto a ella son sancionadas como insensatas, inservibles. Por cierto puede entrar en esa divergencia todo lo que se desee (el amplio “etcétera” de la enumeración de Thénon). Toda sociedad mantiene un cúmulo de pautas que constituyen su normalidad; la sociedad industrial, más que ninguna otra (seguramente debido a lo intrincado de su fun-cionamiento) preserva su normalidad apartando severamente los “cuerpos extraños”. En sociedades menos complejas es menor el espacio para la marginalidad; en un mundo super especializado, con una marcada división del trabajo, hondamente competitivo, es más posi-ble que alguien quede “fuera” en el complejo camino de la integración. En un mundo tan polifacético hay más campo para los así llamados “sub-mundos”. Así es que encontramos los diversos sub-mundos del hampa, de la mendicidad, de las drogas, de la vida en las calles (¿habrá que agregar de los “incurables de toda clase” como en aquella lista?)

La solidaridad, la tolerancia, el altruismo en su sentido más amplio no son, precisamente, lo que más abunda en la experiencia humana. La tendencia a segregar sale con demasiada facilidad. Lo extraño, ante todo, produce rechazo. De ahí a su estigmatización sólo hay un paso. Hoy día no se queman en la hoguera a los poseídos (“incurables de toda clase” y “et-céteras” varios) sino que se los margina con mayor refinamiento: se los confina (asilos de las más diversas categorías: manicomios, cárceles, reformatorios, geriátricos, casas de cari-dad). Sin ironía: eso es un mejoramiento histórico en la condición humana (“En el Medioe-vo me hubieran quemado a mí; hoy día, los nazis queman mis libros. ¡Hemos progresado!” dijo Sigmund Freud cuando la anexión de Austria por la tropas alemanas). Pero el discor-dante sigue siendo el leproso de antaño: encapuchado y con campana para anunciar su pa-so. Son los menos los países cuyas constituciones (y luego la práctica cotidiana) aseguran la no discriminación de las minorías en desventaja. Ante ello, la beneficencia puede ser tam-bién una forma de segregación, pues ratifica al excluido en su condición de tal.

Podríamos concluirse así que la marginación es un proceso “natural” de la sociedad com-plejizada que apoya en características propias de lo humano. Asusta, y por tanto se margi-na, tanto a un vagabundo como a un delirante o a un débil mental, a un homosexual cuanto a un seropositivo, a una prostituta o a un delincuente.

Hacia una nueva marginalidad

No son marginales un soldado que regresa de la guerra o un desocupado; ellos tienen la posibilidad de volver a integrarse al tejido social del que, por razones diversas, se han dis-tanciado. Y en sentido estricto, tampoco lo es el ermitaño que eligió la vida solitaria y ale-jada. La marginalidad conlleva la marca de lo reprochable moralmente, de lo anatematiza-do. De ahí que se la aísle, incluso físicamente confinándola.

Desde hace algunos años el mundo va tomando tales características que hacen que el fenó-meno de la marginalidad deje de ser algo circunstancial para devenir ya estructural. Hoy día asistimos a la marginación no sólo del harapiento, del mendigo en la puerta de la iglesia, sino de poblaciones completas. Se habla de “áreas marginales”. Si bien nadie lo dice en voz alta, la lógica que cimenta esta nueva exclusión parte del supuesto de “gente que sobra”. El temor malthusiano del siglo XIX parece tomar cuerpo en políticas concretas que prescriben no más gente en el planeta (y si se puede menos, mejor). La tendencia en marcha pareciera ser un mundo dual: uno oficial, el integrado, y otro que sobra.

El proceso por el que se llega a esta situación seguramente está ligado al especial desarrollo de la actual productividad: una técnica deslumbrante que termina prescindiendo del sujeto que la concibe y la aprovecha, y para quien debería estar destinada. El ser humano comien-za a sobrar. Existe un sexo cibernético en el que el otro de carne y hueso no es necesario; la imagen virtual va reemplazando al sujeto corpóreo. ¿La robótica prescindirá de la gente? Pero ¿es ese el “desarrollo” que queremos?

El peso relativo de los países pobres es cada vez menor en el concierto internacional. Las materias primas pierden valor aceleradamente ante los productos con alta tecnología incor-porada. Los pobres son cada vez más pobres; y cada vez quedan más confinados a las “áreas marginales”. ¿Sobran entonces? La pobreza va quedando más delimitada y ubicada en ghettos (quizá nueva forma de asilo). En la ciudad de Guatemala, por ejemplo, con una población total en el área metropolitana de cuatro millones y medio de personas, un 25% vive en zonas llamadas “marginales”. ¿Sobran acaso? ¿Es acaso que alguien puede “so-brar”?

Trágicamente, esos bolsones no son minorías discordantes sino que van pasando a ser lo dominante. En las grandes urbes del Sur (y también, aunque en menor medida, en el Norte) las zonas marginales crecen imparablemente. En algunos casos albergan una cuarta parte de sus habitantes, o más. Evidentemente, entonces, el fenómeno no es marginal. Valga el dato: uno de cada dos nacimientos en el mundo tiene lugar en asentamientos urbano-marginales; ¡y hay tres nacimientos por segundo!

El Banco Mundial define la pobreza como “la inhabilidad para obtener un nivel mínimo de vida”. Probablemente pueda ser inhábil un impedido (un no-vidente, un parapléjico). Pero no lo son poblaciones completas. La imposibilidad de conseguir un nivel mínimo de subsis-tencia radica, en todo caso, en condiciones que trascienden lo personal. La pobreza crecien-te que agobia a sectores cada vez mayores en el mundo, la miseria absoluta en que tanta gente vive, no es sólo falta de habilidad para procurarse el sustento; habla, más bien, de un nuevo estilo de marginalidad, consecuencia de estructuras injustas. Habla de relaciones de poder que marginan, que violentan a otros seres humanos.

Es ahí cuando se hace palmariamente evidente que la miseria es una forma de violencia, cruel, despiadada. En Guatemala –país considerado muy violento, que está saliendo de una terrible guerra civil que dejó 245.000 muertos y desaparecidos– se habla hoy día de la ola de violencia que lo asola, con 15 muertes violentas por día debidas básicamente a la crimi-nalidad. Pero no se habla de las 18 muertes diarias debido a la desnutrición crónica. ¿No es eso violencia acaso? La miseria es violencia, sin dudas, y produce más daño que la peor delincuencia.

¿Qué nos espera?

La forma que ha ido tomando el desarrollo del mundo en la actual era post industrial es curiosa, y al mismo tiempo alarmante. Asistimos a una revolución científico-técnica mo-numental, que se despliega a una velocidad vertiginosa, pero donde lo que debería ser el centro de todo: el ser humano concreto, queda de lado. Era de las comunicaciones satelita-les y de la inteligencia artificial, pero mucha gente no tiene ni para comer…, mientras algu-nos prefieren hablar por Facebook y no cara a cara; auge de la informática, pero una buena parte de la humanidad no tiene siquiera acceso a energía eléctrica. Se gastan 30.000 dólares por segundo en armamentos mientras muchos no alcanzan la dieta mínima para sobrevivir (lo repito: 18 muertos diarios en Guatemala ¡por hambre!). Algo falla en la idea de progre-so. Algo anda mal si se puede llegar a aceptar naturalmente la existencia de áreas margina-les (barrios, poblaciones, quizá países, ¿continentes?) ¿O es que acaso alguien sobra de verdad?

Cada vez más gente queda marginada de la riqueza que la Humanidad genera. La margina-ción del nuevo estilo produce islas de esplendor resguardadas celosamente de mayorías “excedentes”. Por supuesto que mientras cada vez más gente quede al margen del festín, más serán las posibilidades de inestabilidad y eventuales estallidos.

Desde hace ya algunos años se ha establecido como parte del discurso “políticamente co-rrecto” en todo el mundo hablar de la lucha contra la pobreza. La iniciativa, por cierto, es loable, altamente meritoria, con la cual nadie podría estar en desacuerdo. Los más diversos sectores, de izquierda y derecha, desde quienes sufren las exclusiones más humillantes has-ta los magnates de los listados de la revista Forbes, todos coinciden en que la pobreza es algo contra lo que debe actuarse. Incluso instancias como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, organismos que se encargan de manejar los grandes capitales glo-bales, levantan airados su voz contra este flagelo, y desde hace algún tiempo basan sus ini-ciativas de asistencia a los países más necesitados en sus “estrategias de lucha contra la pobreza”.

Podríamos decir que todo esto es cierto, que efectivamente hay, desde los poderes que rigen en muy buena medida la marcha de la humanidad, una marcada preocupación por terminar con esta lacra de la pobreza y la pobreza extrema. Pero algo sucede que las cosas de base no cambian: los pobres más pobres crecen en número y en distancia en relación a los que no lo son. Y no sólo eso: la pobreza ¡se criminaliza! ¿Pero no es acaso la pobreza una for-ma infinitamente grosera de violencia? ¿Por qué, entonces, más allá de una declaración bienintencionada, las cosas cuestan tanto que cambien? ¿Por qué el discurso oficial, la con-ciencia dominante se indigna tanto y actúa contra, por ejemplo, el siempre mal definido “terrorismo” –que produce infinitamente menos víctimas que el SIDA– y no repara en la miseria en que vive buena parte de la humanidad?

Como siempre en las experiencias humanas no hay negros y blancos absolutos; hay, en todo caso, luces y sombras interconectadas. La realidad es más multicolor, más plena de matices contradictorios, y por tanto, compleja que un simple maniqueísmo de “buenos” y “malos”. Habrá quien honestamente luche día a día contra este mal en sí mismo que repre-senta la pobreza, o su expresión más descarnada: la pobreza extrema, la miseria. Habrá también quien pueda hacer negocio de estas causas, ¿por qué no? Sólo quienes atraviesan efectivamente esa situación de exclusión podrán saber a profundidad de qué se trata el asunto, puesto que lo viven cotidianamente en carne propia. La cuestión es que la margina-ción vergonzosa de mucha gente continúa, y no es fácil ver la luz al final del túnel.

Según datos de Naciones Unidas, hoy día en nuestro planeta 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar diario; hay 1.000 millones de analfabetos; 1.200 millones vi-ven sin agua potable. El hambre sigue siendo la principal causa de muerte: come en prome-dio más carne roja un perrito hogareño del Norte que un habitante del Sur. En la sociedad de la información, ahora que pasó a ser una frase casi obligada aquello de “el internet está cambiando nuestras vidas”, 1.000 millones están sin acceso, no ya a internet, sino a energía eléctrica. Hay alrededor de 200 millones de desempleados y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Lacras como la esclavitud (¡esclavitud!, en pleno siglo XXI… se habla de casi 30 millones de personas a nivel global), la explotación infantil o el turismo sexual continúan siendo algo frecuente. El derecho sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún: además de to-das las explotaciones mencionadas sufren más por su condición de género, siempre expues-tas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas), eterna-mente desvalorizadas. Pero lo más trágico es que, según esos datos, puede verse que el pa-trimonio de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los 1.000 millones de dólares –selecto grupo que cabe en un Boeing 747, bien alimentados y probablemente también pre-ocupados por esa “lucha contra la pobreza” para la que destinan algunos millones de dóla-res desde sus fundaciones– supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45% de la población mundial. Con esos datos en la mano no pueden caber dudas que la situación actual es tremendamente injusta y que la pobreza no tiene más explicación que la mala distribución de la riqueza. No es un destino “instintivo”, definitivamente. Y aunque algunos (Onassis o Maradona, por dar unos ejemplos) hayan salido de pobres proviniendo de estratos humildes, eso no es la regla sino la más radical excepción.

La cuestión, entonces, pasa por ver cómo se combate ese flagelo de la pobreza, y más aún su expresión descarnada: la miseria. ¿Cómo se da esa lucha?

Ahí está la cuestión de fondo: la pobreza no es sino el síntoma visible de una situación de injusticia social de base. En ese sentido “pobreza” significa no ser capaz de controlar la propia vida, ser absolutamente vulnerable a la voluntad de otros, rebajarse para conseguir sus fines propios, empezando por el más elemental de sobrevivir. Junto a ello, la pobreza significa no tener la oportunidad de una vida mejor en el futuro, estar condenado a seguir siendo pobre, con lo que la vida no tiene mayor atractivo más allá de poder asegurar la animalesca sobrevivencia, si es que se logra.

La miseria en que vive tanta gente no es sino la expresión descarnada de la injustica de fondo en que está basada nuestra sociedad planetaria. Por tanto, luchar contra la pobreza y contra la miseria debe ser una acción dirigida a modificar esa injusticia. No es la miseria el objetivo final de esta lucha, como no lo podrían ser, por ejemplo, los niños de la calle, o la delincuencia juvenil, que son los efectos, las consecuencias. Esos son los síntomas visibles de fenómenos complejos. La lucha ha sido y continúa siendo la lucha por la justicia. Como dijo Joseph Wresinski: “Allí donde hay hombres condenados a vivir en la miseria, los de-rechos humanos son violados. Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado”.

Ponencia presentada en el Coloquio Internacional “La miseria es violencia”, de la Asociación Cuarto Mundo / UNESCO. París, Francia, enero de 2012.

domingo, enero 29, 2012

Entrevista con carlo frabetti : El amor de los libres


Abel Sánchez • La Habana
Fotos: R. A. Hdez. (La Jiribilla)

No parece escritor, ni académico y mucho menos un genio matemático. No usa espejuelos ni corbata. No tiene el ademán ensimismado, ni las extremidades quebradizas. Por el contrario, es un sujeto fornido, despierto, incisivo. Lleva canas de experiencia, es cierto, pero en rulos informales que le caen sobre la nuca y a ambos lados de la cara. Los ojos negros diminutos escudriñan al interlocutor buscando las junturas de su discurso, los resquicios por los que luego habrá de colarse. La nariz aguileña remata el perfil latino, faltaría más, es italiano. En lugar de portafolios usa un bolso de tela; en vez de zapatos, sandalias. Parece salido de los 60, como uno de aquellos hippies que se negaron a aceptar que su mundo, la contracultura, había muerto.
Carlo Frabetti es escritor, no a pesar de ser matemático, sino precisamente por ello. Creció en una familia donde se disfrutaba de ambos placeres: la literatura y las matemáticas. Porque, de eso está convencido, los números también son un placer. Lo que sucede es que no se enseñan como deberían, como un relato. En los años que pasó dentro de las aulas, notó que tanto los niños de nueve años como los jóvenes que iban a graduarse de Ingeniería, solían arrastrar dificultades relacionadas con los mismos conceptos básicos. En parte por eso, para acercar las matemáticas a los niños, fue que comenzó a escribir.
En Cuba ya muchos de ellos lo conocen por su saga del enano Ulrico, Malditas matemáticas. Alicia en el país de los números, El cuervo dijo nunca más, El vampiro vegetariano o Calvina. De hecho, se encuentra ahora aquí en calidad de jurado de la edición 53 del Premio Casa de las Américas en el apartado de Literatura para niños y jóvenes. Pero hablar solamente de libros infantiles con un hombre que también es periodista, militante de izquierdas, crítico del cómic y teórico del amor; más que un crimen, es una ingenuidad.
Sé que al leer el párrafo anterior, él mismo me hará recordar, con el castellano silbante de los españoles —hace años que vive entre ellos—, las palabras de Michel Tournier: la literatura infantil es aquella que también pueden leer los niños. O las de C. S. Lewis, quien decía que no tiene caso leer un libro a los diez años si no vale la pena leerlo nuevamente a los 50.
Porque Frabetti cree firmemente que un buen texto para niños, también debe poderlo disfrutar un adulto. “Si un libro tuviese un contenido ideológicamente pernicioso no se lo daría a un niño —asegura—, pero si me aburriera leyéndolo, tampoco”. Está convencido de que jamás hay que subestimar su inteligencia y mucho menos adoctrinarlos:
“Eso me parece peligroso, si uno se plantea el libro con esa óptica es fácil caer en lo que ha sido la literatura infantil en otras épocas: más que literatura era una prolongación de la pedagogía, aquello de instruir deleitando. Creo que, sobre todo, el libro debe estimular al niño, no darle consignas, recetas o pensamientos preelaborados; sino estimular su imaginación y plantearle paradojas, situaciones insólitas, que le induzcan a reflexionar y a sacar sus propias conclusiones. Hay que huir del adoctrinamiento y de la pedagogía en el sentido escolar del término.”

Panel Desafíos de la literatura para niños y jóvenes hoy
Se ha hablado mucho de la dicotomía entre el pensamiento lógico y el pensamiento por imágenes. ¿Cuánto le aporta el pensamiento lógico, propio de las matemáticas, a la literatura?
En mi caso, muchísimo, en sentido general, por desgracia, todavía poco. La matemática te suministra no solo herramientas, sino unos hábitos mentales que son adecuados para afrontar cualquier tipo de problema, hasta un problema estético. Evidentemente no es una herramienta suficiente, pero te permite ordenar los materiales que tienes en la cabeza, estructurarlos. Te ayuda a diferenciar lo que es una conclusión lógica, que se desprende de una manera inequívoca de unas premisas, de algo que es una mera conjetura; algo que muchos escritores, incluso ensayistas, no tienen muy claro. Por eso la matemática es una parte elemental de la educación, pero se enseña de una forma inadecuada, porque lo que se debería hacer es enseñar a valorar y a utilizar estas herramientas para todo tipo de situaciones. Pero, en lugar de eso, la mayoría de las veces se enseñan una serie de destrezas operativas para resolver problemas tipo, en los que el estudiante no sabe muy bien lo que está haciendo. Sabe que siguiendo un número determinado de pasos va a obtener un resultado y si ha seguido bien la receta, el resultado será correcto. En cambio, si le planteas cualquier variante o pregunta un poco capciosa se queda bloqueado. Esto es dramático porque ese tipo de enseñanza no sirve para nada.
Entonces, ¿cómo construir un relato para enseñar las matemáticas?
En realidad ya está hecho. La sabiduría popular, que siempre rellena los huecos que deja la cultura oficial, la llamada alta cultura, ya hizo ese trabajo, es lo que conocemos como matemática recreativa, algo que existe en todos los folclores. En cada cultura hay jueguecillos que plantean situaciones cotidianas que se pueden resolver con puro ingenio y que ayudan mejor que cualquier clase magistral a entender el sentido profundo de las matemáticas.
Los niños aprenden observando el mundo que les rodea e intentando entender por qué pasan las cosas, con eso tienen bastante, si encima les plantean la necesidad de un aprendizaje puramente abstracto, que para ellos no tiene nada que ver con esa realidad cotidiana, pues la mayoría se quedan abrumados. El ser humano descubrió las matemáticas a lo largo de su historia, a partir de necesidades básicas, luego vino la teorización y la abstracción. Pero si se escamotea al niño ese proceso necesario, nacido de la relación del ser humano con la naturaleza, primero se le está privando de una parte muy importante de nuestra historia como especie y, además, se le priva de las herramientas para llegar hasta la abstracción. Algo que a la humanidad le ha costado mucho conseguir no podemos pretender que un niño de diez años lo consiga de la noche a la mañana, habría que facilitarle ese tránsito.
Usted es un entusiasta de las tecnologías. ¿Cómo estas han ido cambiando, no solo la manera de entender la literatura, sino a ella misma a nivel formal?
Las nuevas tecnologías están cambiando los hábitos de lectura y de escritura. También están creando situaciones y espacios de una mayor participación. Sin olvidar que los lectores más jóvenes se convierten más rápidamente, a veces sin darse cuenta, en escritores. Hay textos que antes solo podían leer en una revista donde no tenían la posibilidad de expresar su opinión, ahora hay blogs que permiten comentar aquello que se ha leído, incluso entrar en discusiones con el propio autor. Es algo que está modificando a la literatura y creo que de una manera muy positiva, porque hay una mayor participación y el diálogo es fundamental. Lo que no puede ser es que el conocimiento, el arte o la literatura, sean algo unidireccional, que fluyan de unas personas que supuestamente poseen los saberes o las habilidades, hacia un público puramente receptor. Gracias a las nuevas tecnologías se está facilitando romper esa situación y que haya posibilidad de diálogo e interacción entre la gente que escribe y los lectores que muchas veces se convierten en coautores.
Internet ha democratizado la comunicación entre las personas y se ha convertido en un espacio de debate abierto y socialización. Sin embargo, ¿no cree que también se están reproduciendo los mismos mecanismos de dominación que existen en el mundo físico?
Eso en alguna medida es inevitable. Cuando apareció la imprenta y se democratizó la lectura y la escritura, las instancias dominantes, empezando por la Iglesia Católica, intentaron controlar el nuevo medio y en alguna medida lo consiguieron. Todos los poderes establecidos siempre intentan colonizar los medios. Pero la propia magnitud, versatilidad y abaratamiento económico, hacen que sea más difícil de controlar. Con Internet ocurre ese mismo proceso, pero en una medida mucho mayor. Por ahí fluyen todos los días centenas de millones de mensajes y contenidos absolutamente incontrolables. Por más que se intenta regular la propia desmesura del medio hace que sea imposible. Pueden controlar a algunas personas, organizaciones, pero constantemente aparecen otras. Es cierto que también se hace difícil navegar por ese océano gigantesco de información. Pero lo que me parece más interesante es la relativa rapidez con que se pueden tejer lo que podríamos llamar como redes de confianza.
Me explico: uno no puede controlar todas las fuentes de información. Si nos ponemos a pensar nos damos cuenta de que existen un montón de cosas que damos por supuestas que en realidad son actos de fe. Nunca he estado en Australia, por tanto, podría no existir en lo que a mí respecta. ¿Por qué creo que existe Australia? Porque una serie de testimonios, tanto institucionales como personales, de los cuales me fío, me dicen que sí. ¿Y por qué me fío de esos testimonios? En algunos casos por pura acumulación, porque sería muy difícil que miles de personas se hubieran puesto de acuerdo para engañarme.
Cada niño, desde su más tierna infancia, al principio se cree todo lo que le dicen sus padres, luego se da cuenta de que en algunas cosas no son tan fiables. Pero saber de qué información te puedes fiar y de cuál no es un proceso que dura toda la vida. Pues todo eso en Internet al principio era incontrolable, un poco caótico; ahora, gracias a la propia rapidez y ubicuidad del medio, podemos contrastar continuamente la información. Si ves algo que te resulta dudoso, en diez minutos, sin salir de casa, puedes acudir a 20 fuentes distintas, cruzar esas informaciones y por una simple cuestión de estadística o de sentido común uno saca su conclusión. De una forma en que prácticamente no nos damos cuenta, estamos adquiriendo la capacidad de validar o invalidar con gran rapidez nuevas informaciones. Esto abre un horizonte totalmente nuevo y hará que aquello que el poder ya no pueda hacer lo que siempre ha intentado: controlar el discurso, la descripción del mundo.
Fue lo que ocurrió con Wikileaks.
Ese sería un buen ejemplo. Pero hay otro muy claro con las guerras en Irak. Para la primera guerra de Irak, en el 91, se montó una película en los medios que falseó por completo la realidad y que nadie pudo rebatir de forma contundente, costó mucho en los primeros años de los 90 desmontar la película. Con la segunda mal llamada Guerra del Golfo —porque fue una pura invasión— lo intentaron de nuevo pero ya no pudieron. Internet, los teléfonos móviles y las redes sociales ya estaban ampliamente difundidos y hubo una continua refutación del discurso dominante. Ahí ya no hay vuelta atrás, es un fenómeno irreversible y a partir de ese momento el poder ya no tiene el monopolio de la información.
No obstante, muchos ven en la ley SOPA un intento de censurar Internet, una amenaza a la libertad de expresión.
El poder va a intentar por todos los medios y con todos los pretextos lícitos e ilícitos controlar lo que pasa en Internet. Pero insisto, la magnitud es demasiado grande, no se le pueden poner puertas a un campo y a Internet, que es un campo gigantesco y multidimensional, pues menos todavía. Habrá intentos y el poder conseguirá algunos objetivos, dificultar ciertos procesos, anular otros, la batalla ya se está librando y es sin cuartel, pero tengo claro que no tienen nada que hacer al respecto.
Gracias a esto fue que se pudo convocar a un movimiento como el de los indignados. Recientemente se ha hablado de que en EE.UU. artistas como Yoko Ono, Willie Nelson, incluso el cineasta Michael Moore, piensan grabar un disco para recaudar fondos en apoyo a Ocupy Wall Street. ¿Cree que el fenómeno pueda convertirse en una nueva contracultura, como en los 60?
Creo que puede tener éxito allí donde la contracultura fracasó, precisamente porque no disponía de un espacio propio. ¿Qué pasó con la contracultura? Pues que una parte fue comprada por el sistema. Un ejemplo claro es el cómic underground, que comienza siendo algo muy subversivo y acaba como un negocio, mientras aquellos que siguieron siendo subversivos fueron anulados y su capacidad de expresión quedó reducida a unas revistas con escasísima difusión. Ahora eso no es posible, cuando un mensaje tiene fuerza estética, o política, o las dos cosas a la vez, se difunde como la pólvora. Hay una capacidad por parte de los usuarios de la red para validar o invalidar sobre la marcha, en tiempo real, lo que se va produciendo. Eso va a permitir el surgimiento de una contracultura mucho más vigorosa y con posibilidades de continuidad. Y no hablo solo de productos culturales, sino también de movimientos sociales que son cultura y política a la vez.
El movimiento 15-M ha podido tener continuidad y la está teniendo, a pesar de todo lo que han hecho por fragmentarlo desde dentro y desde fuera. Sin embargo, ha logrado esa continuidad gracias a las redes sociales, a una larga experiencia en centros ocupados. Es un poco pronto para hacer un diagnóstico, pero estoy seguro de que va a haber un antes y un después.
Es un fenómeno interesante, porque se trata de un movimiento no comprometido ni con el sistema que genera desigualdades ni con una izquierda muchas veces titubeante, casi que podría hablarse de una síntesis dialéctica entre los dos extremos.
Es una buena forma de expresarlo. Aunque decir que la izquierda ha sido titubeante es muy generoso. Más que titubeante, en los casos concretos de España, Italia o Francia, ha pactado de una forma clarísima con la socialdemocracia y ha servido para neutralizar a la verdadera izquierda. Sobre todo entre los jóvenes, la política institucional está muy desprestigiada. Pero, a la vez, son claramente antisistema y ser antisistema significa ser anticapitalista, porque, al fin y al cabo, el sistema es la expresión del capitalismo. Muchos de una manera muy rápida están cobrando conciencia de ello. Antes decían: “Somos apolíticos”. Pero ya no, ahora dicen: “No estamos con ningún partido, pero lo que estamos haciendo claro que es política”. El movimiento 15-M ha madurado muy rápido y se ha decantado, lo que eran reivindicaciones puramente coyunturales y elementos infiltrados de otras organizaciones, han ido quedando detrás. Soy bastante optimista con respecto a las posibilidades, creo que ya se han dado muchos pasos y que no hay marcha atrás. Con más o menos dificultades, contradicciones, titubeos, va a seguir adelante.
En un artículo llamado “Cambio de paradigma”, usted criticaba la noción positivista del conocimiento dividido en parcelas, pues la realidad es compleja y en ella todo se conecta. Decía, además, que el intelectual no solo debe asumir un papel activo de lucha, sino que debe bajar del púlpito y participar en el debate en condición de igual con el resto. ¿No cree que este cambio de paradigma tenga que ver con que el modelo de la comunicación se ha modificado para ser mucho más horizontal, donde el conocimiento se construye en comunidades?
Claro, si esto se controla o se elige desde una posición de superioridad en la escala del conocimiento, esa persona o institución, que supuestamente lo detenta, escoge continuamente el terreno de juego: con quién dialoga, en qué términos y dónde. Es el problema de la endogamia académica, que por desgracia es casi la norma en muchas universidades. Tiene que ver con el poder, en última instancia. Si estoy en una posición de poder, no voy a entrar en diálogo con nada que pueda cuestionar mi situación privilegiada. Mientras yo decida cómo, cuándo, dónde y de qué se habla, estoy seguro. Si permito que las reglas del juego, el terreno o que los temas de discusión escapen de mi control, corro un riesgo.
Pero las nuevas formas de comunicación hacen que enrocarse en ese búnker sea cada vez más difícil, por suerte. Por ejemplo, tengo una sección de divulgación científica en un diario español. En ella hay un blog, y los lectores preguntan, objetan, comentan todo lo que quieren y a veces me ponen en situaciones complejas, porque cuestionan lo que digo desde otros campos del saber y muchas veces eso me obliga a replantear mi posición, a informarme antes de contestar. Es un diálogo continuo que te pone en cuestión, pero si nadie lo hace uno se apoltrona y no crece. Por tanto, para crear ese clima multidisciplinario, la capacidad de comunicación que ofrecen las nuevas tecnologías es fundamental.
Es como la idea de la construcción del conocimiento como un rizoma. Hasta ahora ha imperado el modelo del árbol, un tronco del que salen muchas ramas que a su vez se subdividen, pero todo jerarquizado. En cambio, el rizoma es una estructura en red, a la que se conectan varios nodos. Un nodo que cronológicamente haya aparecido después puede tener la misma importancia que los nodos iniciales, no hay una jerarquía rígida y se da una continua retroalimentación. Gracias a eso ha cambiado nuestra manera de ver el mundo, creo que para bien. A pesar de que la estructura en árbol es más clara, más diáfana, más cómoda, te ofrece más seguridad; una estructura en red plantea dudas, vacilaciones, a veces no sabes bien dónde estás, pero si se acepta el reto se convierte en un estímulo intelectual constante.
Usted también ha cuestionado la noción del amor de la sociedad actual, dice que es un mito propio del patriarcado que ha servido para subyugar a la mujer. Aunque obviamente lo decía en un sentido sociológico, ¿sucede así en todos los casos?
Hay que distinguir entre el amor entendido en un sentido amplio y el enamoramiento, usamos el mismo término, lo cual tampoco es casual. Estoy convencido de que el amor, como enamoramiento, no solo es un mito, sino que es el mito nuclear de nuestra cultura, porque ahí está la esencia del patriarcado. Ya desde el amor trovadoresco, la mujer comenzó a dejar de ser un objeto sexual, una sierva o una paridora de niños, a ser una especie de diosa. Esto no es más que otra maniobra para evitar que se desarrolle como persona en términos de equidad con respecto al varón: a la que no puedo mantener en la cocina la pongo en un altar, pero un altar también es una forma de reclusión.
Nuestra concepción actual del amor, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos de la mujer, sigue manteniendo la idea de que la relación entre hombres y mujeres se basa en la posesión de la persona, el creerse con derecho a controlar y monopolizar la intimidad del otro. Este mito está tan arraigado, que cuando la realidad defrauda esa expectativa, la gente puede llegar con frecuencia al homicidio, al suicidio o a cualquier otro tipo de excesos.
Soy consciente de que es muy difícil combatir esa noción mítica del amor, pero me parece que es un trabajo fundamental. Tanto que creo que esa visión es incompatible con el socialismo. Sé que es una afirmación muy drástica, pero incluso en sus manifestaciones más válidas y avanzadas, como el que se da en Cuba, aún siguen vigentes muchos elementos heredados de la antigua visión del mundo y creo que mientras no se superen no habrá un cambio cualitativo pleno que permita entrar en otro tipo de sociedad.
¿Cómo sería el amor ideal en esa sociedad mejor?
Lo que pasa es que pretender plantearlo en términos cronológicos, sería una visión no dialéctica de la cuestión, porque una forma libre de vivir la relación amorosa y una sociedad libre están en relación dialéctica, se determinan mutuamente. Cada vez que amas de una forma más libre estás propiciando el advenimiento de una sociedad más libre. A tiempo que cuanto más libre es la sociedad en la que vives, más fácil es que vivas de una forma libre tus relaciones amorosas. Ahí hay una dialéctica que, lamentablemente, está muy atrasada todavía. Yo no puedo concebir, ni creo que nadie pueda, cómo será amar en una sociedad libre, porque si no fuera radicalmente distinto a cómo es ahora no valdría la pena tanto esfuerzo. Por desgracia nuestra sensibilidad, emotividad y nuestra forma de amar, están profundamente condicionadas.
Pero sí creo que se pueden apuntar algunas características. Una forma de amar no enfermiza, no neurótica, tiene que prescindir por completo de la posesividad y de la dependencia. El modelo podría ser lo que se entiende por una buena amistad, que también es bastante rara, no es muy frecuente porque en la amistad se dan los mismos mecanismos, aunque tal vez de una forma menos compulsiva. Sin embargo, con los amigos y las amigas, cuando no hay relación amorosa, en general somos menos posesivos, respetamos mucho más su autonomía, su derecho a relacionarse con otras personas. Creo que debe ir por ahí, llegar a ser sumamente respetuoso con el hecho de que la persona con la que tienes una relación amorosa no es una prolongación de ti, ni tu propiedad. Al contrario, es un ser autónomo, libre, un individuo con todas sus peculiaridades y que nunca vas a poder abarcarlo ni entenderlo por completo. Si en una relación amorosa pudieran existir las mismas reglas del juego que en una amistad, hubiéramos avanzado mucho. Aunque esto es pura aproximación, porque cómo será solo lo sabremos cuando lleguemos a ello. Si llegamos algún día, espero que sí.