viernes, febrero 06, 2009

¿Por qué tenemos sexo los humanos?



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por luisalane
Categorías: Investigación

Una preguntita que se las trae ¿verdad?

Los investigadores y psicólogos de la Universidad de Texas, Austin, Cindy M. Meston and David M. Buss le hicieron esta pregunta a 1549 personas y los resultados de su investigación fue publicada en la edición de Agosto de 2007 de los Archivos de Conducta Sexual.

Sus descubrimientos fueron sorprendentes: se identificaron un total de 237 razones para tener sexo que fueron catalogadas en 4 categorías básicas:

Físicas: "Para tener un orgasmo" , "porque besa bien", "tiene un cuerpo muy deseable", "es demasiado atractiva(o) para resistirme".
Emocionales: "Quería comunicarme en un nivel más profundo", "para elevar el ánimo de mi pareja", "para agradecer".

De logro: "Quería ganarle en puntos a mi pareja infiel" ,"para hacer dinero", "para ser popular" "para ganar una apuesta".

De inseguridad: "Quería aumentar mi autoestima", "era la única manera de que mi pareja estuviera conmigo", "sentía que era mi deber".

Tanto hombres como mujeres puntuaron muy alto la misma razón: "la persona me atraía". El resto de las 10 principales razones de cada género fueron casi las mismas, incluyendo "quería expresar mi amor a la persona", "estaba excitado(a) sexualmente y quería aliviarme" y "es divertido".

Las mujeres resultaron ser más propensas a decir que tenían sexo porque "quiero expresar mi amor a la persona" y "me di cuenta de que estaba enamorada", lo cual apunta hacia la creencia generalizada de que la mujer enfatiza los aspectos emocionales de tener sexo, pero también podría reflejar la dificultad cultural de las mujeres encuestadas de admitir razones menos elevadas.

Los resultados contradijeron otro estereotipo acerca de las mujeres: su supuesta tendencia de usar el sexo para adquirir estatus o recursos.

"Nuestras hallazgos apuntan a que los hombres hacen esto más que las mujeres", dijo el Dr. Buss, aludiendo a los encuestados que dijeron que habían tenido sexo para obtener cosas, como una promoción, un aumento de salario o un favor. Los hombres fueron mucho más propensos que las mujeres a admitir que habían tenido sexo para "impulsar mi estatus social" . También lo fueron al indicar razones como "por que estaba aburrido", o simplmente "porque se presentó la oportunidad", o "porque la otra persona me pidió que tuviera sexo con ella".

237 razones, que se han expandido a 277 gracias a encuesta en línea el periodista e investigador John Tierney en el New York Times.

Más allá de esta variedad de razones que van desde lo pragmático hasta lo existencial, es importante recordar que la pulsión hacia el sexo ha acompañado al ser humano desde sus orígenes en la evolución; desde Freud y el psicoanálisis, hasta las corrientes modernas de la psicología humanista reconocen que el humano tiene necesidad de relacionarse sexualmente: lo que hagamos con esta necesidad (sublimarla con genuinidad, reprimirla, ignorarla, movernos para satisfacerla) será clave para nuestra calidad de vida.

Te has preguntado ¿por qué razones has tenido sexo en tu vida?, de todas esas razones, ¿cuáles te han hecho sentir a gusto?, ¿cuáles no…? Te invito a pasearte por todos tus "para qués", para luego reflexionar acerca de qué has aprendido de ti mismo en este descubrimiento.

Madrecía



En la cuna del hambre
mi niño estaba
Con sangre de cebolla
se amamantaba (Miguel Hernández)
Escrito por Alberto Morlachetti


(Agencia Pelota de Trapo).- Ella va a parir y sabe que se le puede ir la vida. Por ese agujerito mágico del mundo se le puede ir la vida. Creando, volviéndose diosa, se le puede ir.

No es probable que su mirada se haya detenido sobre las estadísticas del informe anual de Salud Materna y Neonatal de UNICEF del año 2009. Esos
números fríos -que dejan de serlo cuando se transforman en historias, calientes, palpables, de piel y pestañas, como la suya- que dicen que "todos
los años, más de medio millón de mujeres mueren como resultado de complicaciones en el embarazo o parto, entre ellas 70 mil adolescentes de entre 15 y 19 años. Desde 1990, las complicaciones derivadas del embarazo han costado la vida a alrededor de 10 millones de mujeres".

Consigna, además, que "la desigualdad hace que, en los países más pobres, el riesgo de morir por causas relacionadas con el embarazo sea 300 veces mayor que el que corren las mujeres de países ricos".

De la fachada brillante al patiecito de atrás del mundo hay muertes de diferencia. Desde el cuello erguido del planeta a sus pies mordidos de callos hay negritudes aplastadas, hambres ancestrales, pobreza que baja hasta quedarse a vivir en las caderas, en los tobillos de los continentes.

El informe agrega que desde 1990, unos cuatro millones de recién nacidos han muerto cada año en los primeros 28 días de sus vidas. ¡Setenta y dos millones de niños hasta aquí! "La rabia imperio asesino de niños", cantaba Silvio Rodríguez. Y no hay asesino de niños que no mate madres antes. No hay asesino de madres que no mate niños con ellas.

"Vuela niño en la doble / luna del pecho. / Él, triste de cebolla. / Tú, satisfecho". Parece susurrar ella entre encías flacas y pocos dientes. Sabe que su panza se adelgazará de repente y la sangre le brotará a charcos y quién sabe dónde irá su mañana. Dónde su chiquito solo, sin ella, muerta cuando él viva.

Ellas, locas heroínas, saben que escupen luchadores al mundo con su muerte. Saben que la miseria los perseguirá y que el poder escondido les pondrá pies sobre las cabezas. Pero apura el milagro y estalla. En sangre y vida pare un obrero. Para que se la lleve la muerte, ésa que nunca, nunca puede con las cosas importantes.

María Teresa Vera: una gracia, un carácter


Por Arianna Corona y Jaime Masó (estudiantes de Periodismo).
Publicado: 5 de febrero de 2009

En cierta oportunidad, Silvio Rodríguez -fundador del movimiento cubano de la Nueva Trova- dijo que María Teresa Vera (1895-1965) "… a la hora de cantar era seca y sin vibrato, tocaba las notas y solo se prolongaba para glisar de un tono a otro. Esto le imprimía una gracia, un carácter".

Pero, ¿qué elementos apoyan tal afirmación?

Nacida un 6 de febrero, hace 114 años, en Guanajay, poblado de la actual provincia de La Habana, realizó sus estudios de guitarra con José Díaz y el fructífero compositor Manuel Corona.
Fue en el teatro de variedades "Politeama Grande", ubicado en la Manzana de Gómez, frente al habanero Parque Central, donde la joven María Teresa hizo su primera presentación con el tema "Mercedes", de Corona. De este último compositor popularizó entre otras las canciones "Longina" y "Santa Cecilia".

En 1915, María Teresa era una consagrada en el campo musical, en este período une su voz a la de Rafael Zequeira con quien formaría uno de los mejores y más duraderos dúos registrados en la historia musical cubana.

Sobre esto la propia María Teresa expresó: "Nos dedicábamos especialmente a la canción cubana. Zequeira y yo hicimos más de cinco viajes a los Estados Unidos (…) Bien acoplados, identificados con nuestra misión artística, enseguida nos popularizamos dentro y fuera de Cuba. Nuestro dúo fue un éxito popular, aunque sea inmodesto decirlo".Así fue.

Cuando Rafael Zequeira murió en 1924, María Teresa pasó a formar parte de otros dúos y cuartetos. Posteriormente en 1926 funda el Sexteto Occidente, integrado además por Ignacio Piñeiro, autor del popular tema "Échale salsita". Con esta agrupación viajó por última vez a Nueva York.

María Teresa desarrolló una fructífera labor en el mundo artístico, marcando de manera singular la canción cubana, de ahí que fuese catalogada como la más alta expresión femenina de la trova tradicional de nuestro país.

Sus últimas presentaciones tuvieron lugar en 1961, año en que se grabó una colección de canciones suyas, que fue reeditada en 1999, bajo el título Las canciones de Maria Teresa Vera, como homenaje a su dedicación a la canción. En 1962 –ya enferma- decidió retirarse de la escena.

Entre sus obras, figuran los boleros Amar y ser amada, No puedes comprender, Te acordarás de mí, Tu voz, Yo quiero que tú sepas, No puedo amarte ya, No me sabes querer, así como los boleros-sones Dime que me amas y Sólo pienso en ti.

Pero sin lugar a dudas "Veinte años" es la pieza clásica de esta excepcional trovadora. Tema versionado por otros populares intérpretes en diversos países de Latinoamérica.

Que te importa que te ame
Si tú no me quieres ya;
El amor que ya ha pasado
no se debe recordar.

A pesar del tiempo este número mantiene su frescura y el encanto con que fuera compuesta en 1935, al estilo del género habanera.

Contrario a los que muchos piensan el tema no corresponde a la autoría de la también conocida "reina de la vieja guardia". La historia revela a Guillermina Aramburu quien al final de un fatídico proceso amoroso, escribió una letra descorazonada de la cual se arrepintió rápidamente; con la promesa de presentarse como autora absoluta María Teresa la musicalizó.

Han pasado 114 años de su nacimiento y aún su figura representa en grandes proporciones lo típico del cubano, la vega tabacalera y el aroma de los jazmines montañosos.

En su voz no solo están guardados algunos de los temas más queridos de la música cubana, sino su cadencia auténtica, sin traición, sin engolamiento. Sobre todas las cosas, a pesar del tiempo, sobrevive su "gracia" y "carácter".

Parece pajarito, Coqui Ortiz


Una tarde, hace bastante tiempo, quizás ocho años, estaba tocando la guitarra en el patio de casa. Al rato, la oscuridad se había llevado todo y quede solo entre el murmullo del barrio y una nostalgia y una nostalgia tan grande que cuando me di cuenta, ese sentimiento ya era un cielo en mis ojos.
Escuche venir, entonces, desde la casa de algún vecino, aquel chamame a paso lento y me entregue una vez más, sin saberlo aun, al interminable recuerdo.
Alguien me enseño a recordar siempre, y siento nostalgia hasta del futuro.
Anhele y soñé con tanta intensidad que, incluso, aquella cosas que no llegue a vivir realmente se me adentraron tanto que ahora las extraño y las espero.
Aquí, en estos sonidos, esta mi viejo fumando temprano, pegado a la radio o silbando entre el humo del asado dominguero. También, mi abuela y Doña CECI, que me daban el mate "cocido con bananas" y una palmadita antes de que saliera corriendo para la canchita. La guitarra, los muchachos del barrio, los acordes que me pasaron Martillo y Carlota, la magia de aquellas noches en busca de una guitarreada el ir llegando y alguien que dice "che parece que en esa casa esta el cabezón Caye tocando" yo también quise ser como el.

El buen modo con que Ricardo, el extraño pájaro de las costas de Uruguay, me enseño a escuchar la música, a ser músico de oficio y disfrutar del camino.
Los largos mates con German, aprendiendo y viendo a través de sus ojos otros colores. José y el amor que espera, y que lo llevo volando un día. El compadre Juan Quintero, que apareció de repente y me disparo con guitarra en el pecho, a un metro de distancia. Y el loco jorgito, mi hermano, que desapareció para siempre un día, sin que termináramos de tomar el vino. Mis
compañeros de ronda, con quienes aprendí a valorar la grandeza de las pequeñas cosas a defender la belleza y construirle un templo. Don Aledo y su generosidad de siempre y la alegría de combatir un nuevo fruto. El Negro Aguirre, como siempre, revoloteando para cuidar mi sueño.

Parece pajarito nació una tarde que llevaba a mi hija en bicicleta. De repente, entre preguntas y respuestas ella dijo:

Y el abuelo Alfredo donde esta?
Se fue respondí. Pero ella insistió.
Si pero ¿adonde se fue?
Al cielo dije.
EEhhhhhh!!! Grito. Parece pajarito ¿eh?
Cuenta una leyenda sobre el picaflor que toda vez que un abuelo muere, en el lugar donde son enterrados sus huesos nacen flores. El picaflor, entonces, es el pájaro encargado de venir a beber de esas flores para llevarse el alma a un lugar bendito. Cuando se canta la canción del picaflor es para pedir que el espíritu del abuelo nos siga iluminando el camino.

Este es un disco lleno de nostalgia, alegría y, sobre todo, de profundo agradecimiento.

Pero los aromas nos envuelven y el horizonte nos llama siempre. De pronto, Paloma entra y me dice:

No cantes Garzas viajeras, que me hace lagrimitas.

Coqui Ortiz

Reflexiones de Fidel: La respuesta inmediata

(Tomado de CubaDebate)

Apenas habían pasado unas pocas horas y la respuesta se produjo. Habló el Jefe del Gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel. Carece de importancia que hubiera omitido mencionar mi modesta Reflexión. Lo que importa es la respuesta.

Dijo a los periodistas que lo que interesa al Presidente Obama es la comunidad cubanoestadounidense. Era la primera vez que mencionaba el tema después de la toma de posesión. Entre los cubanos que podían votar en virtud de sus raíces, lo habían hecho en proporción de 3 a 1 por el candidato demócrata, en el Estado de la Florida. Los casi 12 millones de cubanos que habitan la Isla no le interesan.

Cuando le preguntaron cuál era su candidato en Cuba, el hombre más cercano al Presidente no quiso ahondar en el tema: "Creo que cuanto menos se diga sobre Cuba, mejor".

"Autorizará los viajes de los cubanoestadounidenses a Cuba y las remesas de dinero."

Del derecho a viajar de los ciudadanos norteamericanos, ni lo mencionó.

La Ley de Ajuste Cubano y el Bloqueo no le merecieron referencia alguna.

Así más temprano que tarde va perdiendo su virginidad la política de Obama.

Fidel Castro Ruz
Febrero 5 de 2009
7 y 2 p.m.

jueves, febrero 05, 2009

Raul Heraud, poeta peruano

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Homenaje a Vicente Feliú

En un emotivo y sencillo acto, que convocó a seguidores de la Nueva Trova Cubana, el cantautor cubano Vicente Feliú recibió el diploma que lo certifica como visitante ilustre de la ciudad de Asunción, concedido por la Municipalidad capitalina.



Vicente Feliú, Evanhy de Gallegos, intendenta de Asunción; Adolfo Cubero, embajador de Cuba; y Fernando Pistilli.El homenaje se hizo el jueves, en la Biblioteca Pública Municipal "Augusto Roa Bastos" del Centro Cultural de la Ciudad Manzana de la Rivera, que contó con la presencia del escritor Jacobo Rauskin, la intendenta de Asunción, Evanhy de Gallegos, el embajador de Cuba, Adolfo Cubero, y el director de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Asunción, Fernando Pistilli.

Vicente Feliú es uno de los más destacados músicos cubanos de la actualidad. En 1972, fundó el Movimiento de la Nueva Trova Cubana, junto a Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Lázaro García y Augusto Blanca, entre otros.

Es su primera visita a nuestro país. El miércoles pasado brindó un único recital con Ricardo Flecha, con quien le une una amistad de 20 años. Feliú participa en el disco "El canto de los karai", de Flecha.

Su presencia se dio igualmente con motivo del 50 aniversario de la revolución cubana y coincidentemente con el natalicio de José Martí, el héroe cubano que fue diplomático de varios países, entre ellos de nuestro país, ya que fue su cónsul honorario.

El legado de Fidel

Fidel está encarnado en los movimientos sociales y populares de América Latina y del mundo entero.

Fernando Dorado Para Kaos en la Red



Popayán, 4 de febrero de 2009

Es un tema doloroso. Pido disculpas por pensar en ello y más, por atreverme a escribir. Un gran hombre está en ciernes de dejar a la humanidad. Se apaga ante nuestros ojos una gran vida. Pero, su espíritu y pensamiento brilla con mayor luminosidad. Mientras su salud se debilita, su obra se agiganta y fortalece. No es sólo la revolución cubana. Fidel está encarnado en los movimientos sociales y populares de América Latina y del mundo entero. Además, para felicidad de los pueblos, y para satisfacción de él mismo, se ha personificado en 7 presidentes que están a la cabeza y son vanguardia de la revolución mundial.

El gran Fidel, el viejo Fidel, el querido Fidel, el incansable e invencible comandante de la revolución cubana, antes de su traslado a la eternidad, nos deja su reemplazo. No es uno sólo, Raúl, su hermano. Son seis líderes más, que individualmente no lo igualan, pero unidos entre sí y con sus pueblos, ya están enriqueciendo las conquistas y la práctica revolucionaria de los pueblos del mundo.
Juntos lo van a superar porque representan la fuerza y la riqueza étnica, social, cultural, y política de la Patria Grande Indoamericana. Evo Morales, de la etnia urú de los lagos de Titicaca; Hugo Chávez, a la vez mulato y zambo; Daniel Ortega, Ignacio Lula Da Silva, Fernando Lugo y Rafael Correa, mestizos como la mayor parte de la población; y Raúl Castro - como su hermano - de ascendencia gallega-española. ¡Qué gallada tan variopinta!

Todos de origen humilde o a lo sumo de clase media. Campesino cocalero, el boliviano; obrero metalúrgico, el brasilero; militar patriota, el venezolano; combatientes guerrilleros desde su juventud, el nicaragüense y el cubano; teólogo y sociólogo popular, el paraguayo; y, finalmente, economista y catedrático, el ecuatoriano. ¡Qué riqueza y diversidad la de éste equipo!

La cultura de nuestros pueblos está concentrada en nuestros líderes. La revolución indo-americana es multicultural. Lo caribeño con su explosiva espontaneidad, herencia de los pueblos afro; la peculiar cultura brasileña fruto de una intensa mixtura poblacional; lo indígena andino, con su particular serenidad y firmeza, resultado de una cultura milenaria y de 5 siglos de resistencia. Todo ello alimentado con migraciones europeas, asiáticas y africanas. ¡Qué potencial mestizo el que tenemos entre manos!

La mayoría de ellos – posiblemente - no tengan la formación marxista de Fidel. Sin embargo, están construyendo el Socialismo del Siglo XXI. No a partir de una cartilla ni de una fórmula. Es la vida la que los empuja. Chávez pensaba en un tercera vía a partir de su movimiento cívico-militar de corte nacionalista; Evo fue construyendo su camino en medio de los movimientos sociales; Lula está al frente del partido de los trabajadores (PT) más importante del mundo, buscando el equilibrio en una sociedad tan compleja como la brasileña, pero con un poderoso movimiento como el MST presionando desde la base por verdaderos cambios estructurales; Ortega y Castro con la herencia del socialismo cubano, enfrentados a difíciles realidades y tratando de superar (recreando) los postulados de la vieja izquierda del siglo pasado; y Lugo y Correa, con la mente abierta, avanzando a pasos gigantescos, apoyándose en los movimientos sociales y en una población ávida de transformaciones, desarrollo y bienestar integral. ¡Grandes aportes a la revolución mundial saldrán de esa olla de ideas en evolución y en ebullición!

A todo lo anterior hay que sumarle el aporte de las corrientes de pensamiento revolucionario, marxista, humanista, científico y artístico que están llegando desde todos lados. Poco a poco los demás pueblos americanos nos estamos sumando a este torrente y torbellino creador. Hasta el mundo norteamericano, con todo su sabor y vigor de inmigrantes y su amplia tonalidad cultural, está siendo arrastrado por los vientos de cambio y transformación. Lástima que Fidel no dure otros 100 años para que viera con sus propios ojos ese futuro brillante que él ha ayudado a construir. ¿O, seguramente, siempre lo ha tenido en su mente? ¿Será acaso ese el fogón que le da esa fuerza de "caballo" galopante?

Ese es el legado de Fidel. Su incomparable ejemplo, su inmensa sabiduría, la capacidad de estratega, su infinito amor por el pueblo, esa fe en la humanidad que le brota en las palabras, y su capacidad para interpretar a las masas populares, será lo que recordaremos por siempre quienes seguimos su senda.

Para poder completar esa obra debemos unirnos con lo que somos y tenemos. Sin pretender uniformar la revolución. Sin que lo mestizo se sienta superior a lo indígena. Sin vanguardismos obreros o campesinos. Con puntos de apoyo y divergencias creadoras. Con líneas gruesas y prácticas concretas. Intercambiando, aprendiendo y corrigiendo. Sin militarismos apabullantes pero sin pacifismos ingenuos.

Sintiéndonos individuales y a la vez comportándonos como humanidad. Sólo así seremos millones de "fideles" y seremos fieles a su gran heredad.

Desde su Cuba libre, ya está viendo – seguramente ceñudo y preocupado - cómo el capitalismo se hunde a sus pies. Él ya lo había previsto. Mantendremos su bandera y no claudicaremos. ¡Patria (grande) o muerte! ¡Venceremos!

Difundirá Brigada Sudamericana la verdad sobre los cinco antiterroristas cubanos presos en Estados Unidos



04 de febrero de 2009
Brigadistas de Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Argentina y México darán a conocer esta injusticia y la historia de la Revolución cubana por todo el mundo.

Santiago de Cuba, 4 feb.- Romper el muro del silencio sobre los cinco antiterroristas cubanos prisioneros políticos en Estados Unidos, es propósito de la Brigada Sudamericana de Solidaridad con Cuba, que concluyó hoy en esta ciudad un recorrido por la Isla, reporta la AIN.

Rosa María López, delegada del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos en la provincia de Santiago de Cuba, declaró a esta agencia que los más de 300 brigadistas han participado en encuentros de solidaridad, en los cuales ha prevalecido la verdad y el reclamo de libertad para René González, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero.
Con esta visita, los brigadistas de Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Argentina y México difundirán la realidad cubana por todo el mundo y la historia de la Revolución en sus 50 años, comentó López.

En su recorrido por la ciudad santiaguera, depositaron una ofrenda floral en el mausoleo donde reposan los restos del Héroe Nacional José Martí, en el cementerio de Santa Ifigenia, y conocieron de la vida y obra del Apóstol de la independencia cubana.
También visitaron el Museo 26 de Julio, en el antiguo Cuartel Moncada, convertido hoy en Ciudad Escolar 26 de Julio, así como otros sitios y lugares de interés del centro histórico de la urbe.

La Brigada Sudamericana participó en trabajos voluntarios en el Campamento Internacional Julio A. Mella, en Ciudad de La Habana, en la agricultura y en actividades de recuperación en zonas golpeadas por los ciclones de la segunda mitad del año anterior.

Además, sostuvo encuentros con familiares de Los Cinco, combatientes y dirigentes de la Revolución, y visitó centros hospitalarios, educacionales e históricos.

www.juventudrebelde.cu

A Ismael Serrano le preocupa la xenofobia en Europa


Buenos Aires, 5 de febrero de 2009 - 03:01hs.

Buenos Aires, 5 de febrero (Reporter). El cantante Ismael Serrano expresó su preocupación por el surgimiento de un sentimiento xenofóbico en la Comunidad Europea y por el endurecimiento de las leyes inmigratorias en el Viejo Continente.

Agudo observador de la realidad social en sus canciones, Serrano plasmó en el tema "Zamba del emigrante" -un dueto con Mercedes Sosa incluido en su disco "Sueños de un hombre despierto"- la problemática de los latinoamericanos que dejan sus países con la esperanza de encontrar trabajo y una realidad sociopolítica más estable en Europa.

Aunque, según comentó, ese anhelo de un futuro mejor está seriamente amenazado por rebrotes nacionalistas.

"Una de las cosas que se están alimentando de forma muy irresponsable es la xenofobia. Está habiendo brotes en Inglaterra, con manifestaciones reivindicando lo nacional frente a la inmigración. A mí lo que más me preocupa es la irresponsabilidad con la que se usa este tema. Lejos de llamar al respeto y al reconocimiento de la contribución que el emigrante hace a nuestra sociedad se alimentan los miedos. Y eso me asusta porque en Europa está dando frutos, se están promoviendo directivas que pretenden convertir al continente en una fortaleza", afirmó.

Serrano dijo sentirse muy afectado por este tipo de políticas en contra de la inmigración, sobre todo por las que están surgiendo en su país. "Me duele, pero más me duele que esté sucediendo en España, que ha sido inmigrante hasta antes de ayer. En mi familia tengo parientes que tuvieron que emigrar a otros países de Europa. ¿Cuánta gente vino a Latinoamérica y fue recibida de forma muy diferente?"

"En un mercado global en el que los valores circulan libremente, la mano de obra está atada a un lugar. Es una contradicción que hay que resolver. Hablamos de la crisis, ojalá entendiéramos la crisis como una oportunidad para revisar eso que está ocurriendo y cambiarlo", manifestó. (Reporter)
ML

En Cuba será presentada nueva edición de la biografía de Violeta Parra

El texto cuenta con un poema inédito de Silvio Rodríguez.

Formará parte del cartel de novedades de la Feria del Libro de La Habana.
Cooperativa.cl

La participación de Chile como invitado especial de la XVIII Feria Internacional del Libro de La Habana (Cuba) le servirá de marco a Isabel Parra para presentar oficialmente la nueva edición de "El libro mayor de Violeta Parra", una colección de cartas, fotografías, testimonios biográficos y datos sobre la obra visual y discográfica de la destacada artista chilena.
Este nuevo volumen, a cargo de la editorial cubana José Martí, es una versión corregida y aumentada de un libro homónimo de 1985; e incluye nuevas cartas, testimonios y fotografías, nunca antes difundidos.



"El libro mayor de Violeta Parra" es una peculiar narración biográfica sobre la cantautora chilena, desde su infancia en los alrededores de Chillán hasta su reconocimiento europeo, concluyendo con su muerte, en 1967. Avanza en esta biografía por un lado la voz de la propia Violeta a través de las pistas legadas en sus canciones, décimas, cartas y entrevistas.

Se intercalan los recuerdos de su hija Isabel y de algunos de sus más queridos cercanos, como Víctor Jara y Ricardo García (locutor radial y fundador del sello Alerce). Además de las muchas fotos familiares que Isabel Parra decidió compartir, y es especialmente valiosa la incorporación de algunas de las cartas que avivaron la relación entre Violeta Parra y su compañero sentimental más importante, el suizo Gilbert Fauvre.

"Mi chinito", le llamaba la chilena a este hombre ante quien se muestra enamorada, pero a la vez coordinada en un mismo esfuerzo de difusión artística.
El libro fue durante mucho tiempo el único documento con información fiable sobre la vida y obra de la cantautora y multifacética artista chilena.

Fue preparado por Isabel Parra desde su exilio en París, y publicado en 1985 por una editorial chilena que al poco tiempo lo descatalogó. Pese a las varias biografías de Violeta publicadas en los últimos años, "El libro mayor" tendrá siempre la ventaja de sus fuentes directas, recopiladas todas ellas por la hija mayor de la creadora.

Desde esa primera edición, fue llegando hasta las manos de Isabel Parra material suficiente para justificar una reedición. Entre estos añadidos, se cuentan testimonios de personajes fundamentales en la vida de la folclorista, como su hermano Eduardo, el poeta Gonzalo Rojas, la dirigenta política Gladys Marín, y el plus que de esta nueva edición cuenta con un poema de trovador cubano Silvio Rodríguez titulado "Carta a Violeta Parra".

Priorizan producciones discográficas para niños en Cuba


La Habana, 4 feb (PL) Entre las variadas opciones culturales que disfrutan los niños cubanos en esta isla, desde literatura hasta animados, la música se ubica hoy entre sus preferidas.

Los productos infantiles vuelven a constituir el centro de las novedades de las disqueras del país y una cita de tanta relevancia como la Feria Cubadisco 2009, con sede aquí del 16 al 24 de mayo próximos, estará dedicada a los niños.
Más de medio centenar de compactos con temas infantiles destacan en el catálogo de las principales casas fonográficas nacionales, con autores e intérpretes de reconocida calidad y popularidad.

La Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), el sello más antiguo del país, posee títulos de indiscutible preferencia como Secretos cantados, de la trovadora Liuba María Hevia, merecedora del premio Cubadisco en la pasada edición.

Una joya lo constituye Chiquilín, un CD con selección de Élsida Gonzáles y David Álvarez, contentivo de piezas clásicas como Marinero quiero ser, de Juan Almeida, interpretada por Israel Rojas.

También en la preferencia se ubica el compacto Los cazadores de cuentos, donde el trovador Kiki Corona musicaliza y canta los textos de Hans Christian Andersen (1805-1875), famoso por narraciones como Cinco en una vaina, El traje nuevo del Emperador, El ruiseñor y la niña de los fósforos.

Bis Music, otro sello fonográfico de prestigio, oferta un catálogo de canciones en las voces de jóvenes cantantes como Haila, Yumurí, Sory, Buena Fe, Leo Vera, Waldo y Dayana, quienes asumieron el reto de cantarle al público infantil seducidos por los encantos de las obras.
Así nacieron discos como Décimas del gato Simón, Tren de Fantasía, Tin tin, voy a jugar, Son de niños, Amanecer feliz, Pepito, el de los cuentos, y Tocorito del Monte, entre otros.

jf/izs
PL-96

Complicidad del trovador Raúl Torres con el público de Guantánamo


Guantánamo, 4 feb (Redación Central).- El trovador Raúl Torres en entrevista exclusiva concedida a Radio Guantánamo expresó que esperaba una total complicidad con el público de esta provincia, deseo hecho realidad cuando ofreció su concierto que incluyó números de sus discos Fénix de Cristal, Maqueta de Platino y Raúl y Pablo.

El Teatro Guaso de esta urbe acogió al entusiasmado público, que no dudó ni un segundo en corear, con gusto, temas antológicos y queridísimos como Candil de Nieve, Se Fue, y Río San Juan.

En un espacio donde se obvió protocolo y se logró absoluta complicidad, Torres regaló también, acompañado de su guitarra, algunas canciones del compacto Maqueta de platino, aún poco difundido por los medios, y que al decir de su creador es un disco desde el que denuncia actitudes injustas del ser humano.

La gira del artista comenzó en occidente y concluirá mañana en Baracoa, la Primera Villa de Cuba, donde actuará por primera vez para un auditorio ya vinculado a la trova como género y expresión, gracias al legado del mítico Oscar Motero "Cayamba".
Raúl Torres se dio a conocer en Cuba a inicios de los años 90 del pasado siglo, con las preciosas baladas Se fue y Candil de nieve, que pronto cantó y grabó a dúo con el afamado trovador cubano Pablo Milanés.

Han interpretado sus textos, en el ámbito internacional, los españoles Ana Belén y Joaquín Sabina; la brasileña Simone; el argentino Fito Páez y la puertorriqueña Lucecita Benítez.

En opinión de Pablo Milanés, representa "sin duda lo mejor de su generación en Cuba,. su voz, de estilo personalísimo, su música, al lado de la vanguardia musical del continente, sus imágenes y sus textos en general, conforman a uno de los artistas jóvenes más sólidos del panorama cubano actual".

Fuente: AIN

Aquí abajo se muere la gente


Por Oscar Taffetani

(APe).- La Organización Internacional del Trabajo (OIT) cada vez se parece más al "Ministerio de la Abundancia" que imaginó Orwell en su novela 1984. El ministerio orwelliano, lejos de proveer abundancia, planificaba la miseria. Su misión era que no faltara el hambre en ningún hogar.

La OIT -paradoja andante- se ocupa de medir el desempleo mundial, presente y futuro. Sería hora de cambiar la sigla. Debería llamarse OINT: (Organización Internacional del No-Trabajo).

Es una ironía con sabor amargo. Porque la verdad incontrastable, la verdad brillante y ensombrecida, presente y escamoteada, es que sí hay un ogro mundial, un asesino con cara de bueno llamado capitalismo, que planifica, planificó y seguirá planificando la desocupación, la miseria y la exclusión de millones de seres humanos.

El Informe Lugano

La politóloga norteamericana Susan George, una ecologista militante radicada desde hace décadas en los Países Bajos, publicó en 1999 la ficción titulada El Informe Lugano. Preservando el capitalismo en el siglo XXI. Un equipo científico multidisciplinario es contratado, en absoluto secreto, para que elabore una prospectiva mundial, en relación con los recursos naturales, el hábitat y el desarrollo de la especie humana.

¿Por qué es secreto ese estudio? Pues, porque el poder trasnacional que contrata a los especialistas les exige que no tengan ningún tipo de pruritos ni de reparos morales a la hora de hacer el diagnóstico y a la hora de proponer soluciones.

Y el diagnóstico es terrible (porque prevé el colapso ambiental y humano en unos pocos años más). Y las soluciones que proponen los especialistas son más terribles aún. Al lado de los redactores del Informe Lugano -permítasenos la broma- Thomas Malthus es San Francisco de Asís.

"Si el capitalismo del siglo XXI -leemos- no puede funcionar con las actuales condiciones demográficas, hay que alterar estas condiciones. Esto, planteado así, puede parecer un genocidio. Pero las metas que se persiguen son: a) crear un ambiente económico en el que individualmente se consiga el éxito y la felicidad, b) proteger un medio habitable para los seres humanos y otras especies y c) perpetuar la cultura occidental y una sociedad civilizada..."

No es la primera vez (pensemos en Julio Verne, en Orwell, en Ray Bradbury) que un relato de ficción es lisa y llanamente una predicción.

Pero hay algo más inquietante aún: ¿y si no se trata de una ficción? ¿Y si el Informe Lugano es real, y sólo están preparando a la opinión pública para consensuar una masacre?

El Informe OIT

"La crisis económica -leemos en un cable- se hace notar cada día con nuevos despidos en empresas grandes y pequeñas de todos los sectores en distintos países. Y este año, hasta 51 millones de personas en el mundo podrían perder sus empleos, lo que llevaría la cifra de desocupados hasta 230 millones, advirtió ayer la Organización Internacional del Trabajo..."

"En su informe de Tendencias Mundiales del Empleo para 2009, presentado en Ginebra, el organismo dependiente de la ONU alertó que se espera un 'aumento espectacular' de los desempleados, trabajadores pobres o con empleos vulnerables, en relación a 2007. El número de desocupados podría aumentar entre 18 y 30 millones y hasta '51 millones si la situación continúa deteriorándose'. En América latina, entre 1,5 y 2,4 millones de trabajadores podrían perder sus puestos..."

"Las previsiones más optimistas del FMI -seguimos transcribiendo- apuntan a un incremento del desempleo que afectará a 18 millones de personas, un 6,1% del mercado laboral. Pero, escéptico, el organismo juzga que esta perspectiva se queda corta ante la avalancha de signos que presagian una crisis cada vez más profunda..."

"El número de trabajadores pobres -que no ganan lo suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias por encima del umbral de la pobreza de 2 dólares al día- podría alcanzar los 1.400 millones, 'casi el 45% de la población mundial con empleo', según la OIT..."


Lugano, Ginebra, Davos

La ciudad de Lugano es el tercer centro bancario y financiero de Suiza. No muy lejos de Lugano está Ginebra, llamada por los mismos suizos "la capital del mundo".

En Lugano -relata Susan George- se reunieron los técnicos que elaboraron el Informe (este vocabulario aséptico usaban los nazis cuando mandaban a construir las cámaras de gas y los hornos crematorios).

En Ginebra -como se sabe- está la sede principal de la OIT. Regularmente, lo mismo que otras agencias y organizaciones de las Naciones Unidas, la OIT publica un informe con alarmas y advertencias sobre el crecimiento de la desocupación, el impacto de la crisis financiera, el aumento del trabajo informal y el enfriamiento de la economía.

Hasta los Alpes suizos, hasta esas pintorescas ciudades como Davos que cada tanto reciben a los jefes del Estado global, no llegan los quejidos. No llega el llanto de las víctimas. No se oye, en esas alturas, el suspiro de la criatura oprimida.

Qué silencio, Dios mío. Un silencio extremo. Ensordecedor.


Tomado de http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=310:alla-abajo-se-muere-la-gente&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106

Edición: 1436

Fidel dice: Las contradicciones entre la política de Obama y la ética


(Tomado de CubaDebate)

Señalé hace varios días algunas ideas de Obama, que indican su papel dentro de un sistema que es la negación de todo principio justo.

Hay quienes se rasgan las vestiduras si se expresa cualquier opinión crítica sobre el importante personaje, aunque se haga con decencia y respeto. Esto va acompañado siempre de sutiles y no sutiles dardos de quienes poseen los medios para divulgarlos y los transforman en componentes del terror mediático que imponen a los pueblos para sostener lo insostenible.

Cualquier crítica mía es calificada sin excepción de arremetida, acusación y otros sustantivos similares, que reflejan desconsideración y descortesía con la persona a la que van dirigidas.

Es preciso en ésta ocasión hacer algunas preguntas que el nuevo presidente de Estados Unidos debería responder, entre las muchas que pueden formularse.

Por ejemplo, las siguientes:

¿Renuncia o no a la prerrogativa como Presidente de Estados Unidos, de los que con muy pocas excepciones ejercieron por el mismo cargo, como un derecho per se, la facultad de ordenar el asesinato de un adversario político extranjero que suele ser siempre el de un país subdesarrollado?

¿Acaso alguno de sus variados colaboradores le han informado alguna vez de las tenebrosas acciones que los presidentes, desde Eisenhower y los que lo sustituyeron, llevaron a cabo en los años 1960, 61, 62, 63, 64, 65, 66 y 67 contra Cuba, incluida la invasión mercenaria de Girón, campañas de terror, introducción de abundantes armas y explosivos en nuestro territorio y otras acciones parecidas?

No pretendo culpar al Presidente actual de Estados Unidos Barack Obama, por hechos que sus antecesores presidenciales llevaron a cabo cuando él no había nacido o era solo un niño de 6 años nacido en Hawai, de padre kenyano, musulmán y negro y madre norteamericana, blanca y cristiana. Eso, por el contrario, constituye en la sociedad de Estados Unidos, un mérito excepcional, que soy el primero en reconocerle.

¿Conoce el Presidente Obama que nuestro país, durante décadas completas fue víctima de la introducción de virus y bacterias portadoras de enfermedades y plagas que afectaban personas, animales y plantas, algunas de las cuales, como el Dengue Hemorrágico, se convirtieron posteriormente en azotes que costaron la vida a miles de niños en América Latina y también plagas que afectan la economía de los pueblos del Caribe y el resto del continente, como daños colaterales que no han podido ser eliminados?

¿Conocía que en estas acciones de terror y daño económico participaron varios países políticamente subordinados, de América Latina, hoy abochornados con el daño que hicieron?

¿Por qué se impone a nuestro pueblo, único caso en el mundo, una desorganizante Ley de Ajuste Cubano que engendra el tráfico humano y hechos que han costado la vida de personas, fundamentalmente mujeres y niños?

¿Era justo aplicar a nuestro pueblo un bloqueo económico que ha durado casi 50 años?

¿Era correcta la arbitrariedad de exigir al mundo el carácter extraterritorial de ese bloqueo económico que solo puede generar hambre y escasez a cualquier pueblo?

Estados Unidos no puede satisfacer sus necesidades vitales sin la extracción de enormes recursos minerales de gran número de países que se ven limitados a la exportación de los mismos en muchos casos sin procesos intermedios de refinación, actividad que en general, si conviene a los intereses del imperio, son comercializados por grandes empresas transnacionales de capitales yankis.

¿Renunciará ese país a tales privilegios?

¿Es acaso compatible tal medida con el sistema capitalista desarrollado?

Cuando el señor Obama promete invertir considerables sumas para autoabastecerse de petróleo, a pesar de constituir hoy su país el mayor mercado del mundo, ¿qué harán aquellos cuyos ingresos fundamentales provienen de la exportación de esa energía, muchos de ellos sin otra fuente importante de ingresos?

Cuando la competencia y la lucha por los mercados y fuentes de empleos vuelva a desatarse después de cada crisis entre los que mejor y más eficientemente monopolicen las tecnologías con sofisticados medios de producción, ¿qué posibilidades quedan a los países no desarrollados que sueñan con industrializarse?

Por eficientes que sean los nuevos vehículos que la industria automotriz alcance, ¿serán acaso esos procedimientos los que la ecología demanda para proteger a la Humanidad del deterioro creciente del clima?

¿Podrá la filosofía ciega del mercado sustituir lo que solo la racionalidad podría promover?

Obama promete imprimir cantidades enormes de dinero en la búsqueda de tecnologías que multipliquen la producción energética, sin la cual las sociedades modernas se paralizan.

Entre las fuentes de energías que promete desarrollar aceleradamente incluye las plantas nucleares que cuentan ya con un número elevado de oponentes, por los grandes riesgos de accidentes con efectos desastrosos para la vida, la atmósfera y la alimentación humana. Es absolutamente imposible garantizar que algunos de tales accidentes no tenga lugar.

Sin necesidad alguna de esos desastres accidentales la industria moderna ha contaminado con sus emanaciones tóxicas a todos los mares del planeta.

¿Es correcto prometer la conciliación de tan contradictorios y antagónicos intereses sin transgredir la ética?

Para complacer a los sindicatos que lo apoyaron en la campaña, la Cámara de Representantes de Estados Unidos, dominada por los demócratas, lanzó la consigna "compre productos estadounidenses", extremadamente proteccionista, que echa por tierra un principio fundamental de la Organización Mundial de Comercio, ya que todas las naciones del mundo, grandes o pequeñas, basan sus sueños de desarrollo en el intercambio de bienes y servicios, para lo cual, sin embargo solo las más grandes y de rica naturaleza tienen el privilegio de sobrevivir.

Los republicanos en Estados Unidos, golpeados por el descrédito al que los condujo el disparatado gobierno de Bush, ni cortos ni perezosos le han salido al paso a las complacencias de Obama con sus aliados sindicales. Así se despilfarra el crédito que los votantes otorgaron al nuevo Presidente de Estados Unidos.

Como viejo político y luchador, no cometo ningún pecado al exponer modestamente estas ideas.

Podrían formularse todos los días preguntas sin fáciles respuestas a medida que se publican cientos de noticias procedentes de las esferas políticas, científicas y tecnológicas que llegan a cualquier país.

Fidel Castro Ruz
4 de febrero de 2009
5 y 14 p.m.

El mundo que nace


Por Florencia Beloso

120 mil activistas sociales de todo el mundo participaron del Foro Social Mundial (FSM) 2009 en la ciudad brasileña de Belém.

120 mil activistas sociales de todo el mundo participaron del Foro Social Mundial (FSM) 2009 en la ciudad brasileña de Belém.

El FSM fue fundado como un 'contraforo' en 2001 con el Foro Social de Porto Alegre bajo la consigna 'otro mundo es posible'. En aquellos años Latinoamérica parecía muy lentamente resurgir luego de tantas décadas infames para los pueblos de la región 'nuestro continente fue el laboratorio donde el capitalismo neoliberal aplicó sus recetas más a fondo que en ninguna otra región del mundo y de ahí fueron arrasados los pueblos de nuestro continente' reflexionó el presidente de Venezuela Hugo Chávez.

Por primera vez en la historia el Foro Social reunió a los presidentes de Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Venezuela que analizaron junto a los movimientos sociales el impacto de la crisis económica global en América Latina.

'Este foro es una clara manifestación del mundo que nace', afirmó Chávez, de una 'nueva era, la era de los pueblos latinoamericanos'.
Asimismo, contó que Fidel Castro hace unos años había calificado a este foro como la manifestación del mundo nuevo. 'Mientras en Davos (Suiza) se reúne el mundo que muere, aquí se reúne el que nace' (1).

El presidente de Bolivia Evo Morales recordó su paso por el Foro inaugural en 2001 cuando los movimientos sociales soñaban con un gran foro junto a los presidentes de la región y esto ha sido posible gracias a la lucha que han llevado durante todos estos años contra el neoliberalismo. 'Aquí esta el otro mundo que no se designa a contemplar la destrucción del planeta, que quiere acabar con la injusticia de la deuda externa. El otro mundo que quiere la paz y no el intervencionismo imperialista. No hay nada más importante que gobernar con los movimientos sociales, con los humildes, con las luchadores de siempre'. Además, estos movimientos presentaron la 'Carta de los Movimientos Sociales de las Américas' en la que se destaca la idea de integración 'desde abajo' de los pueblos, frente al proyecto del imperialismo.

Por otra parte, el Foro Social repudió el ataque de Israel al pueblo de Gaza. Debido a esta situación, se pidió por un Estado palestino independiente y soberano para de esta manera, acabar con la política israelí.

Muchas preguntas también han surgido de los debates sobre la situación que atraviesa el capitalismo entre otras, si es posible un sistema más humano y con más regulación del estado y '¿dónde tenían los Gobiernos del mundo esos miles de millones de dólares que ahora se sacan de la manga para salvar el sistema financiero y de los que carecían cuando se trataba de invertir en educación o sanidad?' Pregunta, que por estas horas también se estarán formulando miles de personas que pierden su empleo cada semana en EEUU, lo mismo en Alemania - la economía más grande de Europa sufre la peor recesión desde la II Guerra Mundial - el Reino Unido, que prevee una reducción de la actividad para este año de las más altas en toda su historia, mientras que en Francia el pasado jueves se realizó uno de los paros más fuertes de los últimos años en contra de las medidas económicas que protegen al sector financiero en detrimento de la educación y la salud pública. 'El mundo desarrollado decía lo que teníamos que hacer en América Latina, parecían infalibles y nosotros incompetentes (…) otro mundo es posible, y aún más, es necesario e imprescindible que busquemos un nuevo orden' , reflexionó el presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, haciendo referencia a la responsabilidad de Europa en esta crisis internacional 'Me cansé de ir a Londres o a Nueva York a debates con yuppies de 30 años que decían lo que tenía que hacer Brasil y ni siquiera sabían dónde quedaba.'

Finalmente se acordó que el Foro elevará en los próximos meses, un reclamo a la Organización de Naciones Unidas (ONU) por la aplicación de medidas urgentes para contener el calentamiento global y reducir los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera. Se le pedirá al organismo tener en cuenta a los pueblos indígenas a la hora de discutir sobre la problemática de los recursos naturales ya que 'las soluciones verdaderas están siendo construidas por quien vive la tierra y son esas soluciones las que tenemos que globalizar', señala el texto que será enviado a la ONU.

Sin duda, fue un Foro que festejó el triunfo de los movimientos sociales, dejó un sentimiento de esperanza y forjó aún más el compromiso de lucha para los próximos años. Demostró que se puede con el trabajo y el esfuerzo, que otro mundo era posible y hoy, esta naciendo.

(1)El Foro Económico Mundial de Davos (Suiza) fue creado en 1971 por los líderes económicos de Europa convirtiéndose en los 90 en uno de los defensores a ultranza de las políticas neoliberales, reuniendo a los más poderosos e influyentes funcionarios y empresarios de todo el mundo.

¿Imperialismo... o gangsterismo?


Julio Herrera (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Ante el éxodo de etnias, de culturas y de ideales progresistas originado por el desplazamiento de pueblos desposeídos hacia Norteamérica, se hace imperativo para la diáspora latinoamericana conservar inviolado siquiera el léxico que heredamos de nuestros ancestros, ya que no hemos sabido conservar inviolado ni siquiera el territorio patrio que estos nos legaron.

No traicionemos también nuestra gramática. Conservemos a las palabras su significado preciso, sin tergiversar ni enmascarar nuestro lenguaje. Seamos sinceros, y llamemos las cosas por su propio nombre. Definamos bien los vocablos, al menos aquellos bajo los cuales estamos amenazados de morir: no sigamos hablando del "imperialismo yanqui".

El denominado "imperialismo yanqui" no existe. O existe sólo como un eufemismo caricaturesco de la realidad: el GANGSTERISMO yanqui.

El imperialismo es uno, el gangsterismo es otro. Talvez similares en su forma arrogante de poderío, pero diferentes en su forma de dominio.

El imperialismo es la psicosis de supremacía de una raza o de un país; el gangsterismo es el sadismo sanguinario de una institución criminal por su hegemonía, una codicia demencial e inescrupulosa por apropiarse las riquezas ajenas.

Lo que existe en Inglaterra es imperialismo. Lo que existe en los Estados Unidos es gangsterismo. El primero es una megalomanía monárquica feudalista, arcaica y obsoleta, la arrogancia altiva de una aristocracia señorial decrépita; el segundo es el apetito insaciable de un hampa en el poder, la insolencia brutal de un bandolerismo primitivo.

Lo que en Inglaterra es un carisma colectivo de "noble alcurnia", de "sangre azul", en los Estados Unidos es una orgía de depredadores de cuello blanco, ebrios de sangre, de pillaje y de saqueo.

Donde pisa el inglés se crea un pueblo o una colonia; donde pisa el yanqui se arruina un país o se convierte en cementerio. Por otra parte, los británicos tradicionalistas conquistan por instinto colonialista, mientras los norteamericanos arrasan por instinto vandalista, por sed de rapiña, de exterminio.

Y no es que aquí yo pretenda favorecer o ser indulgente con el imperialismo inglés. No. Ambos instintos de supremacía me son igualmente odiosos. Pero en el escalafón de las iniquidades humanas los yanquis ostentan históricamente una jerarquía tan indiscutible como abominable. Prueba de ésa diferencia de dominio son el Canadá, India, Australia, Egipto, Hong Kong, inmensos y relativamente prósperos cuando estuvieron bajo dominio británico, pero que hoy agonizan bajo el despojo y el expansionismo financiero y bélico del vandalismo yanqui. Y esto, incluyendo al decadente imperio británico mismo, que hoy se comporta como una colonia de la que fue su colonia: los Estados Unidos.

Y además, por otro lado, mientras el caduco imperio británico se hace benévolo al abdicar de sus antiguas colonias como Sudáfrica y Hong Kong, la insolencia yanqui se muestra envalentonada hasta el paroxismo tras el derrumbe de la Europa del Este, hoy carcomida por ese real clan del crimen organizado mundial que son los tahúres financieros de Wall Street y de la Casa Blanca.

Y mientras la decadente monarquía imperial británica sobrevive sólo gracias al fervoroso culto de sus plebeyos, por su parte los yanquis se imponen con los métodos de la mafia gangsteril, sólo con el poderío de las armas y el dinero, y como ella, ellos se creen omnipotentes y no permiten fiscalización alguna, y menos aún ser juzgados; como el crimen organizado ellos pretenden monopolizar el mercado mundial; al igual que la mafia, su pretendida "protección" es solo un vulgar chantaje. Como la tenebrosa Cosa Nostra, ellos imponen a sus países victimas la alternativa de "la bolsa o la vida," la sumisión o la eliminación, es decir la alternativa entre el saqueo o el bloqueo; como los clanes mafiosos, ellos consiguen mediante el soborno, la extorsión o la intimidación, la "colaboración", -es decir la complicidad- de gobernantes deshonestos o serviles; a los crímenes aleves que la mafia le llama "ajuste de cuentas", las corporaciones financieras como el FMI y el Banco Mundial le llaman "ajustes estructurales".

Y así como ayer Al Capone enviaba cínicamente flores a los funerales de sus victimas, hoy el Padrino mundial, -llamado afectuosamente "Tío Sam"-, arroja "humanitariamente" su junk food a los pueblos que despoja, humilla o bombardea. Y todo eso en nombre de la libertad, de la paz y la democracia!

Felizmente la historia nos enseña que los grandes imperios, como los grandes clanes de gángsters, se han derrumbado cuando han alcanzado la cúspide de su poderío.

Por eso, para lograr la auténtica democracia, démosle a nuestro padrino yanqui el empellón de gracia en ésta su hora final, y descansemos todos en paz y libertad reales.

Un ladrón honrado de Fiódor Dostoievski



El ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881) es universalmente conocido como novelista. Por cierto, como uno de los más grandes novelistas de la historia de la literatura. Novelas como "Crimen y castigo" y "Los hermanos Karamazov" constituyen piezas maestras del género, traducidas a todos los idiomas, reproducidas en el cine y la televisión, devenidas hoy íconos de la cultura de todos los tiempos. Junto a ellas nos legó igualmente otras de alto valor literario, como "El jugador", "El príncipe tonto", "Stepanchikovo y sus habitantes". Pero Dostoievski también fue un genial cuentista. Si bien esta es una faceta menos conocida, vale la pena adentrarse en sus relatos, llenos de la misma genialidad que caracteriza su creación novelística.

Aquí ofrecemos un cuento de particular belleza: "El ladrón honrado".

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Un ladrón honrado


I

Una mañana, justo en el momento en que me disponía a salir de casa para dirigirme a mi trabajo, Agrafena, que es a un mismo tiempo mi cocinera, mi lavandera y mi ama de llaves, entró en mi habitación y, con gran sorpresa por mi parte, comenzó a hablas animadamente conmigo.

Agrafena era una buena mujer que se distinguía por su sencillez y escasa locuacidad, pues aparte de las preguntas cotidianas de rigor sobre lo que desearía para comer o alguna que otra cosa por el estilo, apenas me había hablado una palabra de más en seis años. En lo que se refiere a mí, por lo menos yo nunca te había oído emitir nada que se pareciera a una opinión personal.
—Señor, desearía hablarle de una cosa —me dijo en un principio, pronunciando muy aprisa sus palabras.

—¿Y qué es, Agrafena?
—Que debería alquilar el cuarto pequeño.
—¿Qué cuarto?
—¿Cuál va a ser? El que está junto a la cocina, ¿Acaso hay otro?
—¿Y por qué habría de alquilarlo?
—¿Por qué? Pues porque la gente acostumbra alquilar los cuartos sobrantes de las viviendas. ¿No le parece causa suficiente?
—¿Y quién crees que querrá alquilar ese cuartucho?
—Un inquilino. ¿Quién va a ser?
—Pero si en ese rincón apenas se puede ana cama, Agrafena... Es demasiado pequeño. ¿Quién querrá vivir en un sitio así?
—¿Y qué falta hace que viva ahí nadie? Bastará con que pueda dormir, ¿no? Y para eso está la ventana...
—¿Qué ventana?
—¿Qué ventana ha de ser? Usted lo sabe tan bien como yo. Me refiero a la ventana del vestíbulo. Allí puede sentarse a coser o hacer lo que quiera, también puede colocar una silla, porque él tiene una silla y una mesa, todo lo que necesita, de forma que usted no tendrá que poner absolutamente nada.
—¿Y quién es él? Porque, o mucho me equivoco, o me estás hablando de una persona concreta, ¿no es así, Agrafena?
—Sí, señor... Se trata de una buena persona: un hombre de toda confianza. Yo me encargará de hacerle la comida, y por el cuarto y la manutención le cobraré tres rublos de plata al mes, ¿qué le parece?

Después de algunas preguntas más, acabé por deducir que cierto individuo de alguna edad había pedido a Agrafena que le admitiera como huésped. Y en este sentido, lo que a la buena mujer se le metía en la cabeza, no había más remedio que aceptarlo, porque tarde o temprano acababa saliéndose con la suya. Yo lo sabía por experiencia propia. Cuando le llevaba la contraria, su táctica era no dejar a uno e paz hasta que conseguía sus propósitos. Por lo demás, cuando algo no salía a su gusto, se quedaba profundamente pensativa y acababa por caer en una terrible melancolía. Tales estados de ánimo solían durarle dos o tres semanas por lo menos, y en todo ese espacio de tiempo no sólo le salían las comidas insípidas, sino que además dejaba de limpiar la casa y de lavar la ropa. En resumen, yo sabía perfectamente que, cuando Agrafena deseaba algo, había que concedérselo, porque en caso contrario su disgusto acarreaba una bien conocida secuela de sinsabores y molestias para mí.
Hacía tiempo que había llegado yo a tales conclusiones, descubriendo al mismo tiempo que Agrafena era incapaz de tomar resolución alguna, o de concebir el menor pensamiento original o nuevo sobre una situación ya dada. De igual manera, cuando su débil inteligencia adoptaba alguna idea, o cualquier cosa que se le pareciese, entonces bastaba contradecirla para que se aniquilara moralmente por cierto tiempo. En la ocasión a que me refiero, como se daba el caso de que era un momento en el que por nada del mundo habría querido yo ver alterada mi tranquilidad, me apresuré a acceder a sus deseos de alquilar el cuarto contiguo a la cocina a aquel «buen hombre» que ella conocía.

—Bueno, supongo que ese amigo suyo dispondrá de la debida documentación —dije en señal preventiva.
—¡Desde luego! —respondió Agrafena, casi indignada—. Además, se sabe quién es. Su identidad puede ser avalada en todo momento. Ya he dicho al señor que se trata de un hombre serio y de mucha experiencia..., aparte de que me ha prometido formalmente pagarme esos tres rublos.
—Está bien —le indiqué—, puedes decir a ese hombre que venga... Pero antes debes prometerme una cosa.
—El señor dirá.
—Debes prometerme que, al introducir a ese hombre en mi casa, no se originará ningún problema de tipo doméstico.
—Descuide el señor... y muchas gracias por su consentimiento.

Al día siguiente se presentó el inquilino en mi habitación, lo cual debería haberme molestado, pero no ocurrió así, sino todo lo contrario, ya que hasta me alegré en mi fuero interno. A tal respecto, diré que vivo solo, casi como un recluso, pues apenas tengo amigos y no salgo de casa. Es cierto que ya me había acostumbrado a mi soledad, pero ni yo mismo hubiera podido predecir en qué se habría convertido aquella situación, junto a una persona como Agrafena, a lo largo de diez, quince o veinte años. En verdad que aquella perspectiva no resultaba muy atrayente, y por ello pensé que, dadas las circunstancias, un pacífico compañero de vivienda podía representar algo asi como un don del cielo.

Agrafena no había mentido. Mi inquilino era una persona de aspecto formal. Por sus documentos podía saberse que había cumplido debidamente el servicio militar, pero también se notaba tal circunstancia en algunos de los gestos y maneras que le habían quedado. Era, evidentemente, un honrado ciudadano y la sociedad no tenía nada que reprocharle en materia de antecedentes penales. Se llamaba Astafi Ivanovich y en seguida congeniamos. Como virtud esencial tenía la de saber contar anécdotas de una forma magistral, habilidad que podía lucir profusamente, puesto que tenía en la memoria un buen archivo de lances referentes a su vida en los cuarteles. En resumen, pronto descubrí que, en el aburrimiento cada vez mayor de mi existencia, un hombre como aquél podía ser un verdadero tesoro.

Una de sus historias estaba destinada a dejar en mí una impresión duradera, y por ello quiero reproducirla aquí, explicando al mismo tiempo las circunstancias es que Astafi Ivanovich hubo de referírmela.

Cierto día estaba solo en casa, pues tanto Astafi como Agrafena habían salido, cuando de repente oí desde mi habitación que alguien entraba en el vestíbulo. Por diversos detalles, pude deducir que era una persona extraña, y no me equivocaba, ya que, euando salí para ver de quién se trataba, me encontré coa un desconocido. Se trataba de un hombre de corta estatura que, a pesar de encontrarnos ya en pleno otoño, no llevaba abrigo.

—¿Qué desea? —le pregunté.
—Desearía ver al empleado Aleksandrov. Creo que vive aquí, ¿no es cierto?
—No, señor. Se equivoca, porque aquí no vive nadie de ese nombre... Adiós.
—¡Cómo! ¡Pero si el portero me ha dicho que vivía aquí! No lo entiendo... —murmuró el desconocido, retrocediendo hacia la puerta.
—Pues ya lo ve usted, amigo.

Al otro día, poco después de la hora, de comer, y en el preciso instante en que Astafi Ivanovich me probaba una chaqueta que me estaba haciendo, oímos que entraba de nuevo alguien en el vestíbulo. Fui yo mismo quien entreabrí la puerta... y entonces comprobé que se trataba del visitante de la víspera, que ante mis propias narices cogía mi abrigo de piel de la percha y se escapaba con él.
Agrafena y Astafi, que me habían seguido, se quedaron estupefactos por la sorpresa. No obstante, Astafi Ivanovich reaccionó en seguida y salió corriendo, en un intento de atrapar al ladrón. Pero a los pocos minutos volvió a aparecer con gesto desolado y las manos vacías. El astuto ratero había desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra.

—Menos mal que no se ha llevado la capa —me creí en la obligación de argumentar, dada la expresión apesadumbrada de mi abnegado inquilino—. Si se hubiera llevado también la capa ese granuja, me habría dejado sin poder salir a la calle.
Sin embargo, Astafi Ivanovich estaba tan conmovido, que pareció no oír mis palabras. Admirado por aquella emoción, no tardé en olvidarme de la pérdida que suponía la sustracción del abrigo. Mi huésped no acertaba a explicarse cómo podía haber ocurrido una cosa así. Aun después de que se hubiera puesto de nuevo a su trabajo, dejaba de vez en cuando su labor para hacer renovadas consideraciones sobre el episodio. Se admiraba una y otra vez de la audacia del ladrón y de que le hubiese resultado imposible darle alcance.

Al cabo de un rato, y cuando me hubo hecho la prueba, se puso a trabajar en otras cosas, pero no tardó en volver a levantarse. Entonces vi que se dirigía a la escalera y se acercaba a la garita del portero, para referir a éste lo ocurrido y hacerle los cargos oportunos por no haber impedido —dejando pasar impunemente al ladrón— que sucediera una cosa semejante en el inmueble. Después subió y reproché a Agrafena algo que no pude entender, tras lo cual reanudó su trabajo, si bien siguió reflexionando sobre la audacia del desaprensivo ladrón y sobre la propia impotencia para darle alcance.

Por la tarde, y para distraer mi aburrimiento, se me ocurrió ofrecer una taza de té a Astafi Ivanovich, pues sabía que volvería a hablarme nuevamente del dichoso episodio, cosa que no dejaba de divertirme, bien por su ingenua insistencia, o por la honda emoción que ponía en sus lamentos.
—¡Buena nos la ha jugado ese individuo, Astafi Ivanovich! —exclamé.
—¡Ya puede usted decirlo, señor! ¡Es como para volverse loco! Incluso yo, que no puedo afirmar que haya sido perjudicado, me siento invadido por el coraje de la impotencia. ¡Cielo santo! ¡A fe mía que no hay en este mundo ser más ruin que un ladrón! ¡Cuántas veces no ocurrirá que esos pícaros despojan de su miseria a quien se ha pasado toda la vida trabajando para reunir unos pequeños ahorros...! Bueno, creo que lo mejor será no pensar más en ello, al menos por lo que a mí se refiere. Y usted, señor, ¿acaso no lamenta la pérdida de su abrigo?
—Sí, por supuesto. Otra cosa sería que lo hubiese perdido en cualquier accidente, pero que se lo haya llevado tan descaradamente un vulgar ratero es algo que me irrita y me saca de quicio.
—Creo que tiene usted razón; al fin y al cabo a nadie le gusta tener que resignarse y admitir un robo de esa clase. Por otra parte, a mi juicio, un ladrón no es un hombre como los demás... Sin embargo, en cierta ocasión, yo conocí a un ladrón que era honrado...
—¡Cómo! ¿Un ladrón honrado? No comprendo... ¿Y usted cree, Astafi Ivanovich, que puede haber un ladrón que sea honrado?
—Es cierto, señor. En realidad, resulta inconcebible que un ladrón pueda ser honrado. Lo que yo quería decir es que aquel individuo al que me refiero era un hombre honrado..., aunque hubiese robado. Puede creerme, señor, aquel hombre inspiraba una profunda compasión, sin que uno supiera muy bien a qué era debida.
—Explíqueme eso, Astafi Ivanovich.
—Se trata de una historia que sucedió hace dos años aproximadamente.

II

En aquella época —comenzó a contar Astafi Ivanovich— yo llevaba, si mal no recuerdo, casi un año sin trabajo. En un figón conocí a un individuo que iba a la deriva. Se trataba de un borrachín, un holgazán, que ya no sentía el menor estímulo por la vida, como no fuera el de emborracharse todas las noches. En otro tiempo había tenido un buen empleo, pero acabaron despidiéndole por su mala cabeza. Le daba todo igual, y no puede nadie figurarse cómo iba vestido. Era digno de ver... A veces, ni siquiera llevaba una mala camisa debajo de su mugrienta capa. Todo el dinero que caía en sus manos acababa sobre los mostradores de las tabernas. Sin embargo, no era pendenciero, y tampoco tenía los defectos que son habituales en tal clase de gentes. Por el contrario, era un hombre esencialmente pacífico, amable e incluso bonachón. No pedía nunca nada a nadie y se avergonzaba de cualquier cosa, pero resultaban más que evidentes sus continuas ansias de beber, y los que le conocíamos le dábamos dinero para ello, aunque él no formulase ninguna petición.

El caso es que aquel individuo, desde el momento en que le conocí, ya no quería separarse de mí. Me seguía a todas partes y me buscaba por cualquier lado. A mí no me molestaba, pero a veces me coartaba la idea de llevar a un perrillo detrás de mis talones, porque esto era lo que realmente parecía aquel hombre. ¡Qué individuo tan apocado, Dios mío! No tenía espíritu ni para matar a una mosca. Todo empezó, en realidad, el día en que me pidió que «le permitiera pasar la noche en mi casa». Como en el fondo estaba claro que era una persona incapaz de ninguna maldad, y además tenía sus documentos en regla, no tuve ningún inconveniente en acceder a su petición. Al día siguiente me volvió a pedir el mismo favor. Pero al tercero... se me presentó en pleno día, se sentó a mi lado, cerca de le ventana, y esperó en silencio que llegara la noche.

Como es lógico, empecé a temer que no me lo pudiera quitar ya nunca de encima, pues para una persona de modestos recursos económicos siempre es una pesada carga tener que dar de comer, beber y dormir a un segundo individuo. Por lo que supe después, aquel hombre había estado colgado del cuello de un empleado antes de conocerme a mí. Se emborrachaban los dos juntos, hasta que el empleado murió en la miseria.

El individuo en cuestión se llamaba Yemelia Ilich y yo no hacía otra cosa que cavilar para encontrar la manera de quitármelo de encima. Por una parte, conseguir apartarlo de mí era un deseo obsesivo, pero por otra parte me resultaba casi imposible echarlo de mí lado en cuanto le miraba a la cara y le veía tan desvalido. Era la viva imagen de la ruina y del abatimiento, por lo que no podía inspirar sino compasión. Se sentaba junto a mí, en silencio, y lo más que hacía era mirarme a tos ojos de la misma forma que los animales domésticos. ¡A veces me asombraba yo mismo al comprobar hasta qué punto puede aniquilar a un hombre la bebida!

—En un principio, me dije: «¡Bah, se trata simplemente de mandarle que se marche el día que verdaderamente me canse! Le diré que aquí no hace nada y que debe irse, porque ya no puedo darle ni siquiera un hueso para roer.» No obstante, aun cuando estaba decidido a actuar así, siempre me quedaba una duda; la de cómo reaccionaría él. Me imaginaba que se quedaría mirándome durante largo rato, mientras seguiría sentado, sin comprender aparentemente ni una sola palabra, basta que, llegado un momento, se levantaría para coger su hatillo y marcharse... Aún me parece estar viendo aquel pedazo de tela a cuadros rojos, con fondo blanco, que Dios sabe lo que podía contener, lleno de agujeros, y que él no abandonaba jamás. Me figuraba, en definitiva, que se levantarla con dignidad, se pondría su capa cuidadosamente, para tapar los agujeros de debajo, pues tal era su sensibilidad, y se dirigiría hacia la puerta, con lágrimas en los ojos... Al llegar a este punto, la escena me resultaba intolerable, a pesar de que se desarrollaba simplemente en mi imaginación. Me decía que jamás dejaría —o podría permitir— que el pobre Yemelia se hundiera del todo... Había muchas partes de mi fuero interno, y en especial mi corazón, que se rebelaban ante tal posibilidad. Sin embargo, y al mismo tiempo, también pensaba: «Pero, si continúo siendo tolerante, ¿qué será de mí? Si me empeño en ayudarle, pronto tendré que pedir yo mismo limosna... Debo encontrar una solución.»

Estaban así las cosas, cuando mi patrón, Aleksandr Filimonovich (hoy ya difunto... y al que deseo que Dios tenga en su gloria), me dijo un buen día: «Astafi, has de saber que estoy muy contento contigo. Cuando volvamos de la finca que tengo en el campo, y a la que voy con mi familia, te prometo acordarme de ti.» Yo había trabajado en su casa como mayordomo y ayuda de cámara... Era un buen amo, pero, desgraciadamente, murió aquel mismo año. No obstante, en aquella ocasión, como él se marchó de la ciudad, yo también tuve que coger mis cosas e irme a vivir a casa de una buena mujer, a la que le alquilé un rinconcito, que era el único espacio de que disponía. Dicha patrona había servido no sé dónde como nodriza, y le pasaban una pensión, lo cual le permitía vivir sola.

Mi nueva situación me hizo creer que perdería de vista a Yemelia Ilich, pero me equivocaba, porque un día, al volver a casa por la tarde, después de visitar a un amigo, me encontré con el pobre borrachín sentado encima de mi baúl, y con su hatillo, que había dejado a un lado de sus pies. Estaba tan tranquilo leyendo la Biblia, que había conseguido de mi patrona. Por lo demás, cuando entré, le pude sorprender con el libro al revés, lo cual ponía en evidencia que no estaba leyendo.
Recuerdo que, ante aquella sorpresa, no se me ocurrió otra cosa que preguntarle:

—¿Llevas encima tus documentos, Yemelia?

Y a continuación me puse a calcular las mil contrariedades que el dichoso vagabundo iba a proporcionarme. Pensaba en el problema, y cada vez me parecía más improbable la solución. «Para empezar —me dije—, tendrá que cenar aquí... Y luego le tendré que dar todos los días de comer y de cenar, pero no deberá hacerse ilusiones: por las mañanas, comerá un trozo de pan con dos cebollas, y después otro pedazo de pan con más cebollas. Algún día podré darle un poco de sopa, pero sin ninguna seguridad. Lo peor será la bebida... ¡Tendrá que dejarla!»

No obstante, a continuación pasó algo por mi cabeza. Pensé en la posibilidad de que Yemelia se fuese de mi lado, y hube de reconocer que, con él, desaparecería la alegría de mi vida. Podrá parecer absurdo, pero la cuestión era ésta y no otra. ¿Qué podía hacer yo? Sin pretender que aquello fuese ninguna solución, de pronto me propuse ser el padre y el protector de aquel individuo. ¿Por qué? ¿A causa de qué me correspondía a mí adoptar aquella responsabilidad? Aunque me hubieran matado, no habría sabido responder de una forma coherente. «Le libraré del vicio —me dije— y haré que vaya perdiendo la afición que siente por la bebida. Si quiere seguir a mi lado, tendrá que acostumbrarse a trabajar, entre otras cosas porque, de lo contrario, no tendremos ni para beber agua.»

En aquella época yo tenía la firme convicción de que todo hombre debe servir para algo, de que debe tener un oficio u otro. A partir de entonces, comencé a observar a Yemelia en silencio.

Y un día le dije abiertamente:
—Yemelia, amigo mío, ¿no crees que deberías cuidar un poquito más de ti? ¿No ves que vas hecho un harapo? Cuando te miras a un espejo, ¿no te avergüenzas de ti mismo?
El me escuchó en silencio, con la cabeza baja, sin moverse del sitio donde se encontraba. Sólo al cabo de unos minutos fue capaz de decirme:
—¿Qué dice usted, señor?
Había llegado hasta tal extremo su alcoholismo, que era incapaz de pronunciar ni una sola palabra correctamente. Se le decía una cosa y contestaba a otra. A veces, me escuchaba durante largo rato, pero de pronto lanzaba un profundo suspiro, pareciendo que, en realidad, no me había oído.
—¿Por qué suspiras, Yemelia? —le pregunté en una de aquellas ocasiones.
—Por nada, Astafi Ivanovich —me respondió—. No tiene por qué preocuparse, se lo aseguro. ¿Sabe una cosa, Astafi Ivanovich? Hoy se han pegado dos viejas en plena calle. La una le había tirado a la otra, inadvertidamente, una cesta de setas.
—¿Y qué tiene eso de particular?
—Entonces la otra vieja derribó a la primera, a la vez que tiraba su cesta, llena de cerezas, que pisoteó a lo largo de toda la calle.
—¿Y qué más ocurrió, Yemelia Ilich?
—Nada más, señor. Yo sólo vi eso.
—¿Sabes lo que te digo, Yemelia?
—No, señor.
—Pues creo que tienes trastornado el juicio.
—¿Por qué, señor?
—Porque sí...
—Le contaré otra cosa... A un caballero se le habían perdido unos cuantos billetes de Banco en la calle. Un individuo los vio y dijo: «Yo los he encontrado.» Pero otro, que también había visto la escena, replicó: «¡Yo los he visto antes que tú!» Y comenzaron a discutir, hasta que llegó un guardia, que se incautó del dinero y se lo devolvió al señor que lo había perdido, amenazando a los otros con llevarles a la comisaría.
—Bueno, ¿y qué más? ¿Qué es lo que encuentras de interesante en todo eso, Yemelia?
—¡Ah nada! A mí no me parece interesante. Si me sorprendió la escena, es porque la gente se reía.
—¡Ay, Yemelia! ¡Ahora resulta que has vendido tu alma por una simple moneda de cobre! ¿Sabes lo que te digo?
—No lo sé, Astafi Ivanovich...
—Que tienes que buscarte algún trabajo. Te lo he dicho ya cien veces, pero tú no pareces entenderlo. ¡Búscate una ocupación, aunque sólo sea en consideración a mí!
—¿Y cómo voy a buscar esa ocupación, Astafi Ivanovich, si no sé cuál es la que debo aceptar? Lo cierto es que nadie quiere admitirme, nadie quiere darme trabajo..»
—¿Y puede saberse por qué dejaste el trabajo de la oficina? ¡Anda, dímelo, borrachín!
—A Vlasia el camarero le han llamado hoy a la comisaría —me respondió.
—¿Y por qué?
—Eso es lo que no sé, Astafi Ivanovich, pero, según parece, se trata de algo pasado...

Todo aquello me hizo pensar: «No cabe duda de que no hay remedio. Estamos perdidos los dos. Y Dios acabará castigándonos por nuestros pecados.» Sin embargo, ¿qué podía hacer con un hombre así? ¡En el fondo era un individuo muy inteligente! Sabía muy bien lo que decía. Por lo demás, cuando una conversación le resultaba aburrida, o se barruntaba que yo le iba a decir algo que no le convenía, entonces cogía la capa, y sin decir absolutamente nada, se marchaba... Pasaba el día dando vueltas por las calles, para volver por ia noche completamente beodo... ¿Quién le daba el dinero para beber? Esto era algo que yo, en mi inocencia, ignoraba por completo.

—El día menos pensado dejará de regir tu cabeza correctamente; ya lo verás... —le decía yo—. ¿No crees que ya has bebido bastante en esta vida? Te advierto que de ahora en adelante, si vuelves borracho por las noches, dormirás en la escalera, porque... ¡no te abriré la puerta!

Después de que hube proferido aquella amenaza, Yemelia estuvo aún dos días en casa, pero al tercero desapareció. Le esperé y le esperé, pero no aparecía. Entonces comencé a sentir una profunda lástima por él. «¿Adonde habrá ido a parar?», me decía. Anocheció, pasaron horas y más horas, y no llegaba... Me fui a dormir, y a la mañana siguiente, ¿qué es lo que veo al salir a la escalera? ¡Pues al bueno de Yemelia! Al parecer, había pasado allí la noche. Tenía la cabeza en un peldaño y estaba tendido cuan largo era, completamente entumecido de frío.

—¿Qué haces aquí, Yemelia? —le pregunté—. ¿No te das cuenta de que esto es lo último?
—Es lo que me dijo usted, Astafi Ivanovich, ¿no lo recuerda? Me dijo que, si venía bebido, debería dormir en la escalera. Por eso no me atreví a llamar a la puerta... y me eché a dormir aquí.
—¡Ah, Yemelia! ¡Si quisieras hacer otra cosa que limpiar la casa con tus andrajos! —le dije, sintiendo al mismo tiempo rabia y compasión.
—¿Y qué podría hacer, Astafi Ivanovich?
—¡Si fueras capaz de aprender el oficio de sastre! —le dije al final—. Al menos así, podrías remendarte tú mismo los andrajos que llevas... ¡Anda, entra en easa, calamidad de los demonios!

¡Bien! ¿Y qué se dirá que hizo el borrachín a continuación? Pues cogió una aguja y se puso a enhebrarla... Yo le había hablado con cierta vehemencia, pero él estaba dispuesto a corregirse, según parecía. Le contemplé detenidamente y pude apreciar que tenía los ojos inflamados y que le temblaban las manos. No atinaba a meter el hilo por la aguja, pero él insistía. Lo humedecía con la lengua una y otra vez... hasta que por último desistió de su empeño y se me quedó mirando.
—Está bien, Yemelia. ¿Quieres hacerme un favor? Dios sea contigo y te perdone todos tus pecados! Puedes quedarte en casa, si quieres, pero no vuelvas a hacerme una cosa así... Me refiero a tu decisión de pasar la noche en la escalera, ¿comprendes?
—¿Y qué voy a hacer, Astafi Ivanovich? Demasiado sé que siempre estoy borracho y que no sirvo para nada. Tan sólo usted, que es mi bienhechor, se interesa por mí, así es que...

Y de pronto comenzaron a temblarle los labios, medio helados. Por sus pálidas mejillas rodaron unas lágrimas. En cuanto la primera de aquellas cuatro lágrimas hubo llegado a su mal cuidada barba, brotó súbitamente de sus ojos todo un raudal de llanto... ¡Creí que se me iba a partir el corazón! «¡Vaya, qué sensible te has vuelto de pronto! —hube de decirme—. ¡Nunca lo hubiera sospechado!»
Decidí, por lo tanto, dejar que Yemelia Ilich hiciera lo que le viniese en gana, aun a sabiendas de que llegaría a convertirse en una auténtica piltrafa.

Sin embargo —prosiguió Astafi Ivanovich—, la historia estaba destinada a continuar, aunque lo que sigue sea tan huero e insignificante, que quizá no merezca el tiempo que haya de emplearse en hacer su correspondiente referencia. Es muy posible que no se pudiera encontrar quien diera dos copecs por todo ello; sin embargo, yo habría dado mucho dinero, de haberlo tenido, para que no sucediera nada de lo ocurrido.
La cuestión es que yo tenía unos magníficos pantalones de montar, a rayas azules, que me había encargado hacer un propietario, el cual opinaba que se los había confeccionado demasiado estrechos, siendo ésta la causa de que me los hubiese dejado allí. «Está bien —me dije—, no hay por qué preocuparse; se trata de una prenda de calidad, y en el rastro siempre podré sacar de ella por lo menos cinco rublos. En caso contrario, confeccionaré con su tela unos pantalones normales, y siempre es posible que me quede aún para hacerme un elegante chaleco. A fin de cuentas, a un hombre modesto como yo, todo le cae bien.»

A todo esto, Yemelia atravesaba un negro período, pues llevaba ya varios días sin beber, posiblemente porque no encontraba quien le invitara. No podía llevarse a los labios ni una mala gota de vodka. Su actitud era la misma que podría adoptar un apaleado que se llevara las manos a su dolorida cabeza, inspirando la natural lástima. Por mi parte pensaba que, a juzgar por aquello, era muy posible que Yemelia se reformase de su vicio a fuerza de no tener dinero.

Estaban las cosas así, cuando llegaron las fiestas mayores. Un día fui a la misa de noche, pero cuando volví a casa, ¿con qué me encontré? Pues con que el bueno de Yemelia estaba borracho, sentado en el alféizar de la ventana y columpiándose sobre el vacío. «¡Ya estamos otra vez!», fue lo primero que pensé. Sin saber por qué, fui hacia el baúl, y... ¿qué vi? ¡Que los pantalones de montar a rayas habían desaparecido! Lo revolví todo, buscando la prenda, pero fue inútil. Las primeras sospechas fueron para la patrona, a la que acusé despiadada e injustamente, pues ni siquiera se me ocurrió pensar en Yemelia como en el presunto ladrón, ya que había pasado las últimas horas completamente borracho fuera de casa.

—¡Por Dios, señor Ivanovich! —me dijo la pobre mujer—. ¿Qué cree que iba a hacer yo con ésos calzones? ¿Acaso ponérmelos? Además, debo comunicarle que a mí también me ha desaparecido una chaqueta, así es que...
—Entonces, ¿quién estuvo aquí? —le pregunté.
—¿Aquí? ¡Nadie! ¡Absolutamente nadie! Yo no me he movido de casa en todo el día. Quien ha estado aquí ha sido Yemelia Ilich, que luego salió y volvió a entrar... ¿No le ha visto en la ventana? ¿Por qué no le pregunta a él?
—Yemelia —le pregunté—, ¿has visto por casualidad los pantalones a rayas que yo había hecho para aquel caballero? Ya sabes a cuáles me refiero, a los calzones de montar, que se habían quedado algo estrechos…»
—¿Y cómo iba a verlos yo, Astafi Ivanovich? —me contestó—. Le aseguro que..., que yo no he cogido esa prenda para nada en absoluto.
Me puse de nuevo a buscar, pero... todo fue inútil. Yemelia, mientras tanto, seguía en la ventana. Yo me senté en el baúl y me quedé mirándole de reojo, hasta que, de pronto, una idea me asaltó el cerebro. Fue como si me ardiera el corazón en el pecho. La sangre amenazó con subírseme a la cabeza.
—Yo no he cogido esos pantalones —dijo Yemelia apresuradamente, mientras fijaba su mirada en mí—. Es posible que usted pueda imaginarse las cosas más peregrinas, pero le juro que yo no he cogido nada.
—¿Dónde están, pues, esos pantalones, Yemelia?
—¿Y cómo iba a saberlo yo, si ni siquiera los he visto? —replicó el borrachín, con la mayor naturalidad del mundo.
—En tal caso, Yemelia, ¿quieres que crea que esos pantalones se han marchado por sí solos del baúl?
—Quizá haya sido así, Astafi Ivanovich... Lo único que puedo asegurarle es que yo no sé absolutamente nada de este asunto, ¿comprende?
Me levanté y me acerqué hasta donde se encontraba él. Encendí la luz y me puse a trabajar al lado de la ventana, tal como era mi costumbre. Le estaba volviendo el chaleco a uno de los inquilinos de la casa, que vivía en el piso de arriba. Sin embargo, seguía intranquilo. En cierto modo, creo que, si se me hubiera quemado toda la ropa en la estufa, no lo habría sentido tanto.
A Yemelia no le pasó desapercibida, por supuesto, la indignación que a mí me recomía. La verdad es que, cuando un hombre comete algo malo, es capaz de predecir cualquier clase de desgracia, del mismo modo que los pájaros barruntan las tormentas.
—A propósito, Astafi Ivanovich —comenzó a decirme Yemelia Ilich, con voz temblorosa—, ¿no se ha enterado de que hoy se casa Antip Prokorich, el mariscal, con la viuda del cochero que murió hace muy poco?
Le respondí con una mirada cargada de intención que él entendió de maravilla. ¿Y qué ocurrió entonces? De pronto, Yemelia se levantó, se dirigió a la cama y comenzó a revolver las ropas. Yo preferí no moverme y observar. Entretanto, él siguió buscando y buscando, sin dejar de murmurar:
—¡Aquí no hay nada! ¡Absolutamente nada! ¡Es inútil buscar! ¿Dónde estarán esos endemoniados pantalones? Es incomprensible, porque la tierra no se los ha podido tragar...

Yo continuaba a la expectativa de lo que pudiera ocurrir, porque aquello me parecía un tanto extraño... ¿Se trataba de una comedia? ¿O era que Yemelia tenía realmente la cabeza trastornada?
De repente, sucedió algo que no esperaba... Yemelia, en su búsqueda, se metió debajo de la cama. ¿Qué iría a hacer allí? Ante aquella nueva excentricidad, no pude contenerme:

—¿Qué haces, Yemelia Ilich? ¿Qué haces debajo de la cama? ¿Te has vuelto tonto?
—Estoy mirando, por si se hubieran caído aquí esos malditos pantalones...
—Pero... ¿qué dice, señor mío? —le contesté, sin darme cuenta de que había dejado de tutearle, llevado por mi indignación—. ¿Acaso cree usted que es digno el arrastrarse por los suelos para buscar unos pantalones?
—¡Ah, señor! Eso es lo de menos... La cuestión es que esos calzones tienen que estar en algún lado..., y que alguien los tiene que encontrar.
—¡Hum...! Escúchame bien, Yemelia Ilich...
—¿Qué?
—¿No será que me has robado, como si fueras un simple ladronzuelo, en señal de gratitud por haber compartido mi pan contigo?
Entonces él me dijo algo, pero todos sus esfuerzos estaban encaminados a enternecerme. De nuevo se arrastró de rodillas por el suelo.
—No, Astafi Ivanovich —dijo, después de un rato—. Se equivoca si piensa eso de mí.

Pero él siguió debajo de la cama, hasta que por último, pasados unos minutos, volvió a incorporarse, Me fijé en su rostro y vi que estaba más blanco que un pañuelo.
Yemelia Ilich se levantó, se fue hacia la ventana, se sentó, mientras yo trabajaba, y allí permaneció en aquella actitud por lo menos durante diez minutos, después de los cuales se incorporó y se dirigió hacia mí.
En su rostro pude sorprender el temor que se tiene cuando se es culpable de algo.
—Se equivoca, Astafi Ivanovich —dijo—. No crea que me he tomado la libertad de sustraerle esos pantalones...

Al pronunciar aquellas palabras, noté que le temblaba el cuerpo, así como la voz. Para conferir más fuerza a sus palabras, se tocaba el pecho con un dedo, de forma que yo mismo llegué a sentir una especie de angustia.

—Está bien, Yemelia Ilich —le dije—, como quieras. Si es como dices, tendrás que perdonarme por ser injusto contigo al sospechar de ti. Dejemos ya en paz esos pantalones... ¡Que estén donde sea! Al fin y al cabo, no nos son necesarios para vivir. Gracias a Dios, tengo salud y buenas manos para trabajar. No por ello me voy a desesperar, ni tampoco voy a ponerme a pedir limosna, ¿no te parece?
Yemelia Ilich continuó todavía un rato de pie.

Al parecer oía lo que le estaba diciendo, pero como si no lo asimilara mentalmente. Al final, sin embargo, pareció calmarse..., y volvió a sentarse en el suelo, replegado sobre sí mismo.

En aquella postura permaneció, sin moverse, mientras yo trabajaba. Cuando me marché a dormir él aún estaba allí. Y a la mañana siguiente..., todavía seguía en el mismo lugar, arrebujado en su capa, tal como lo había dejado la noche anterior. Sin duda se había sentido humillado y por eso no había querido acostarse en la cama.
Debo decir que para entonces, en cierto modo, yo había perdido el respeto a Yemelia Ilich. Tampoco sentía ya por él la misma inclinación afectuosa que antes, pudiéndose decir que le odiaba. Era como si un hijo mío me hubiese robado, dándome un horrible disgusto y haciéndome perder mi confianza en él.

Por lo demás, Yemelia entró en una etapa crítica de su vicio. Pasó más de dos semanas seguidas bebiendo. Estaba tan borracho que parecía haberse vuelto loco. Se iba de casa por la mañana y no regresaba hasta la noche. ¡Si al menos en aquellas dos semanas le hubiese oído yo una sola palabra! Pero nada... Era como si sólo le interesara suicidarse bebiendo.

Al final, cuando al parecer se quedó sin dinem, cesaron sus salidas y volvió a sentarse conmigo junto a la ventana. Un día, de pronto, comenzó a llorar. ¿Qué podía ocurrirle? Le miré y me di cuenta de que lloraba a raudales. Sus ojos parecían dos manantiales.

Siempre me ha dado una gran pena ver a un hombre llorar, y más si se trata de un hombre como Yemelia, quien estoy seguro de que lloraba compungido ante el enorme peso de su pobreza y de su dolor.

—¿Qué te sucede, Yemelia? —le pregunté.
Por primera vez desde hacía muchos días había vuelto a dirigirle la palabra, y entonces él pareció estremecerse.
—Por favor, Yemelia. ¿Por qué te empeñas en permanecer sentado ahí, como si fueras un buho?
—Es que..., es que quisiera buscar trabajo, Astafi Ivanovich.
—¿Y en qué clase de trabajo has pensado?
—En ninguno. Creo que cualquiera podría servirme. Podría colocarme donde antes... Ya estuve hablando con Fiodor Ivanovich y le supliqué que me readmitiera. Pienso que no es correcto que yo sea una carga para usted. En cuanto encuentre trabajo, prometo devolverle todo lo que le debo, e incluso pienso recompensarle por las inolvidables atenciones que ha tenido conmigo.
—¡Basta, Yemelia! Lo pasado ya pasado, ¿comprendes? ¡Que bucee en él la urraca! ¡No por eso se va a acabar la vida para nosotros!
—No estoy de acuerdo, Astafi Ivanovich, porque sé lo que está pensando... Yo no le quité aquellos pantalones.
—Está bien, te creo, Yemelia. ¿Quién dice lo contrario?
—No es eso, Astafi Ivanovich, porque la cuestión estriba en que, a mi juicio, no debo seguir aquí.
—¿Y por qué? ¿Te ha ofendido alguien? Dime, ¿quién te echa de esta casa? Al menos, yo no tengo tal intención...
—Ya lo sé... Pero eso no quita para que yo comprenda que no está bien que siga viviendo en su casa. En resumidas cuentas, creo que es mucho mejor que me vaya de aquí...
—¿Y adonde irás? Por favor, hombre, ten un poco de juicio... Piénsalo bien, ¿dónde vas a ir?
—Por favor, Astafi Ivanovich, no haga nada por retenerme... —dijo Yemelia, y volvió a llorar—. Me voy ahora mismo, de manera que no haga nada para retenerme... ¡Prométamelo! ¡Prometa que no me lo impedirá!
—¿Por qué, Yemelia? ¿Por qué?
—No lo sé, Astafi Ivanovich... De cualquier forma, usted tampoco es el mismo de antes.
—¿Cómo que no? Pero... ¿qué estás diciendo? Tú no eres el mismo... Lo que ocurre simplemente es que se te ha metido en la cabeza acabar contigo, te has convertido en tu peor enemigo, ¿no te das cuenta?
—No es eso, Astafi Ivanovich. Ahora, por ejemplo, usted se preocupa de cerrar el baúl. Yo veo todas esas cosas y me da mucha pena. Por eso lloro. Lo mejor que puedo hacer, y crea que lo he pensado bien, es marcharme y pedirle perdón por haberle sido tan... tan molesto.

¡Y se marchó! ¡Ya lo creo que se marchó! Yo no quería creerlo, pero a la mañana siguiente hube de convencerme de que lo había hecho de verdad. Le esperé durante todo el día, pensando que regresaría por la noche, pero me equivocaba. No regresó en todo aquel día, ni al siguiente, ni tampoco al tercero... Comencé a inquietarme y perdí las ganas de comer tanto como las de dormir. No hacía más que darle vueltas a mi cabeza. Con su decisión, el bueno de Yemelia Ilich había conseguido intranquilizarme y desordenar todo mi sistema de vida.

Al cuarto día me llegué hasta la taberna que Yemelia solía frecuentar. Pregunté a todos por él, pero nadie sabía dónde podía estar. ¡Había desaparecido! «Habrá perdido el juicio y lo más probable es que esté tirado por algún rincón», me dije.
Cuando regresé a casa, estaba más muerto que vivo. Al día siguiente salí de nuevo a buscarlo, al mismo tiempo que me reprochaba a mí mismo la irresponsabilidad de haber dejado hacer su santa voluntad a un hombre en las condiciones de Yemelia. Por fin, al quinto día, que era festivo, cuando apenas había amanecido, oí que llamaban a la puerta. Salí a abrir..., y me encontré con Yemelia. ¡Allí estaba! ¡Y qué aspecto traía, Dios mío! Tenía el rostro completamente amoratado, los cabellos horriblemente sucios, y todo en él evidenciaba que aquellos días había dormido en el arroyo, además de que estaba más delgado que una cerilla.

Yemelia Ilich se quitó la capa y se sentó frente a mí, en el baúl. Se me quedó mirando fijamente. Aunque seguía teniendo mis prevenciones contra él, cuando se ve a un ser humano en semejante estado, es casi imposible no sentir un poco de compasión. Me acerqué a él y le pasé la mano por la espalda, con la intención de consolarlo.

—Yemelia —le dije—, alégrate..., puesto que te encuentras de nuevo en casa. Ayer estuve buscándote y hoy me proponía hacer lo mismo por todas las tabernas los figones de la ciudad. Dime, ¿has comido?
—Sí...
—No te creo... Anda, ven a la mesa. ¿Sabes? Puedo darte una sopa de coles y algo de carne que quedó de anoche. También hay cebollas y pan... Anda, ven y come algo, para que recuperes fuerzas.
Le di todo aquello que le había prometido, y por el apetito con que lo devoró, pude deducir que llevaba tres días por lo menos sin probar bocado... ¡Había que ver el hambre que tenía el pobre Yemelia!
—¡No sabes cómo me alegro de volverte a ver, amigo mío!... Ahora te traeré una botella de aguardiente, y así podrás olvidar tus penas. Nos haremos a la idea de que entre nosotros no ha pasado nada, ¿te parece bien? Te prometo que no te guardaré ninguna clase de resentimiento, Yemelia...
Le dejé solo para ir a buscar el aguardiente, que puse sobre la mesa, frente a él. Después me senté a su lado, y dije:
—¿Qué te parece si brindamos por la fiesta de hoy? ¡A tu salud, Yemelia!
Recuerdo que él tendió con avidez su mano, y ya iba a coger el vaso, cuando le vi vacilar. ¿Qué significaba aquello? Al final, sin embargo, asió el vaso y se lo llevó a la boca. Le temblaba tanto la mano, que se le vertía el licor... Y de pronto, para colmo de mi sorpresa, vi que dejaba el vaso en su sitio, sin probarlo siquiera.
—¿Qué te ocurre, Yemelia?
—Nada, Astafi Ivanovich. Es que yo...
—¡Cómo! ¿Ya no bebes?
—No, Astafi Ivanovich. Me he hecho el propósito de no beber nunca más...
—¿Qué quiere decir eso, Yemelia? ¿Has dejado para siempre la bebida o se trata simplemente de una actitud circunstancial?
Yemelia no respondió. Se había quedado en silencio, y al cabo de un rato apoyó la cabeza en sus dos manos.
—¿No será que estás enfermo, Yemelia?
—Así es, Astafi Ivanovich. Me siento mal, realmente mal... No sé qué me ocurre.
Me apresuré a llevarlo a la cama. Y allí comprobé que le ardía la frente. La fiebre hacía que le temblara todo el cuerpo. Durante todo el día estuve a su lado, en la cabecera del lecho. Por la noche se agravó su estado y le di una sopa de manteca y cebolla.
—Tómate esta sopa y verás como te alivia —le dije.
—No... Será mejor que hoy no tome nada —me respondió con la cabeza temblorosa.
La patrona se había preocupado también por él. Le preparó té, pero todo era inútil. El enfermo no se aliviaba ni reaccionaba con nada. A la mañana del segundo día fui en busca de un médico bastante conocido, cuyo nombre era Kostopravov. Yo le conocía con anterioridad a aquel día: cuando estaba con los señores de Bosomiaguin, lo habían llamado en cierta ocasión para que me viese, puesto que no me encontraba bien.
El médico, en cuanto vio a Yemelia, dijo;
—Lo cierto es que no hay nada que hacer... No merecía la pena que me llamaran. De todos modos, siempre se le pueden dar unos polvos.
Creí que el doctor no hablaba seriamente. En esta situación, llegamos al quinto día... Aún recuerdo a Yemelia. Estaba en la cama, frente a mí, mientras yo permanecía junto a la ventana con mi trabajo. La patrona se afanaba por encender la estafa. Ninguno de los tres hablábamos. Yo tenía el corazón destrozado, como si quien estaba agonizando fuese mi hijo preferido.
A la mañana siguiente noté que Yemelia hacía esfuerzos por decirme algo, pero por lo que fuese o no se atrevía o le resultaba imposible. En sus ojos se podía observar una profunda tristeza.
Aún recuerdo, como si fuese ahora, que al mirarte yo, él retiró la vista hacia otra parte, como si sintiera una especie de vergüenza.
—¡Astafi Ivanovich! —exclamó de pronto.
—¿Qué quieres?
—Estaba pensando una cosa... Si vendiéramos mi capa en el rastro, ¿cuánto podríamos sacar de ella?
—¿Cuánto nos darían por tu capa? No lo sé. Tal vez tres rublos...
Aunque le dije aquello, yo sabía que se me habrían reído si hubiera ido a vender un pingajo así al rastro. Mi intención era tranquilizarlo, antes que cualquier otra cosa, pues conocía la extremada sensibilidad de Yemelia.
—Es lo que yo creo también —me respondió, después de unos segundos—. Al fin y al cabo, el paño es bueno, y tres rublos no es mucho dinero...
Tras decir esto, el enfermo permaneció un buen rato en silencio, hasta que volvió a exclamar:
—¡Astafi Ivanovich!
—¿Qué?
—¿Quiere hacerme un favor?
—Dime lo que sea, Yemelia.
—Tal vez sea demasiada molestia...
—¿Demasiada molestia? ¿Por qué? En todo caso, dime de qué se trata.
—Desearía que vendiese usted mi capa cuando yo me muera... Que no me entierren con ella.
—¿Por qué?
—Después de muerto, la capa no me servirá ya de nada, y en cambio, como usted mismo ha reconocido, es una prenda de la que se puede sacar algún provecho..., aunque éste se limite a tres rublos.

Aquellas palabras me impresionaron de tal manera que no acerté a decir nada. Lo único que me parecía estar claro era que la muerte había comenzado a llamar en el corazón de Yemelia Ilich.
Acto seguido, se hizo de nuevo el silencio entre nosotros. Yo miraba de soslayo a Yemelia, mientras que él, a su vez, no dejaba de mirarme. Sin embargo, en cuanto nuestras miradas se cruzaban, él apartaba la suya.

—¿Quieres un poco de agua? —le pregunté de pronto.
—Sí, démela... Le di de beber y pude comprobar que sorbía el agua con verdadera ansia.
—Muchas gracias, Astafi Ivanovich... —me dijo—. Se lo agradezco de verdad.
—Dime, Yemelia, ¿quieres alguna otra cosa?
—No...
—¿De verdad no necesitas nada?
—No, Astafi Ivanovich. Lo único que me gustaría... Lo que desearía...
—¿Qué, Yemelia?
—Eso...
—¿Qué es?
—Lo que le he dicho antes...
—¿A qué te refieres?
—Es que..., es que... ¡Aquellos pantalones! ¿Se acuerda, Astafi Ivanovich? Pues bien, fui yo quien se los robó, a pesar de que le dije que no...
He de confesar que aquello que para él era una revelación, a mí no me causaba ninguna sorpresa. «Estoy seguro de que Dios lo perdonará», me dije, mirando a Yemelia Ilich.

No obstante, las palabras del moribundo hicieron que se me cortara el aliento. Un gran peso se instaló encima de mi corazón y las lágrimas comenzaron a correr a raudales por mis mejillas. No podía evitarlo. No quería llorar, por no impresionar a Yemelia, pero me resultaba imposible dominar la emoción. Al final, decidí que lo mejor sería apartarme del lecho. Y así lo hice. Pero de pronto requirió mi atención el enfermo, pues me llamó:

—¡Astafi Ivanovich!
—¿Qué? —le contesté, al mismo tiempo que me volvía hacia la cama.
Yemelia quería decirme algo. Esto resultaba más que evidente por el empeño que ponía en incorporarse. Se hubiera dicho que estaba empleando las fuerzas que en realidad nunca tuvo.
Por último consiguió incorporarse ligeramente, tras lo cual comenzó a mover los labios. Estaba claro: quería decirme algo. Pero ¿qué podía ser?
—¿Quieres decirme algo, Yemelia?
El moribundo hizo un gesto de asentimiento y siguió moviendo los labios. De repente su rostro enrojeció en grado sumo, y me miró fijamente... Luego comenzó a palidecer, echó hacia atrás la cabeza, lanzó un profundo suspiro, y a continuación entregó su alma a Dios...