viernes, marzo 27, 2009

LIUBA MARÍA HEVIA: LA NOCHE ES LA NAVE PARA COMPARTIR

Lázaro de Jesús

Violamos el tiempo,
guitarra a cuesta,
deshojando el álamo de la noche,
bebiéndole siglos a cada huella,
sin más país que la inocencia...



Aquel nudo se retorcía en mi garganta una y otra vez como ciempiés agredido. El grito de Munch, estrangulado por el nudo, enmudecía de impotencia. A la sombra de su voz llegaban hasta mí versos alados, hijos de noches amanecidas y auroras crepusculares, nietos de eclipses del corazón, equinoccios de luna y solsticios gitanos.

Ella solo cantaba, yo vibraba, me conmovía, soñaba, distinguía la punta de la estrella más lejana y me estrellaba contra el torrente infinito de su canto. Cada interpretación despertaba la utopía, y las coplas sueltas de una canción entretejían las notas invisibles de una tonada gigante. Más que un concierto, Liuba --junto a su grupo y la orquesta Ensamble Alternativo, conjunto de nueva creación dirigido por Greta María Rodríguez--, nos regaló una gran canción de casi dos horas, plagada de nostalgias, desvelos y olvidos.

Su alma no resistía más tanta ternura fugada del surco, se hacía pequeña la añoranza para mitigar el ansia de desmenuzar el tiempo al borde del dolor. Una sensibilidad única escurría por sus entrañas el inmenso compromiso de cantarle al amor, la felicidad y el llanto. Pero esta vez compartiendo soledades y ruiseñores con su público, epicentro cómplice de la inquietud telúrica de una guitarra febril.

Concebido como un espectáculo, y bajo la dirección artística de Osvaldo Doimeadiós, la velada por sus veinticinco años de vida artística combinó con magistral equilibrio agónicos claroscuros de espejos rotos y brillantes aleteos de palomas nuevas, que colorearon la esperanza de miles de ángeles errabundos. En silencio a veces, otras a voz en cuello, el coro multitudinario entonó acordes y rasgó rimas, surcando a todo vuelo aguaceros, madrugadas, juramentos…



La eufonía danzaria de la compañía camagüeyana Endedans, dirigida por Tania Vergara, iluminó desde el misterio de los cuerpos la absurda oscuridad del mundo, atrapada en algunos de los más queridos temas de la cantautora. No hubo rincón de la creación de Liuba desconocido para las bailarinas. En su trazado de giros recorrieron más de cuatro inviernos y compartieron un sinfín de ilusiones.

Como un duende, Doimeadiós se integró a la fiesta de la luna y con los versos del argentino Ástor Piazzolla y el uruguayo Horacio Ferrer aceleró su coartada hasta el delirio, combinando rosas con almohadas trasnochadas. Balada para un loco despertó en la multitud diminutos madrigales de pasiones encontradas, retorcijones de cordura, equilibrios inestables de la razón. Tras el famoso tango --cantado por primera vez en 1969 por Amelita Baltar-- muchos salieron a correr por las cornisas con una golondrina en el motor y Liuba en el corazón.

No podía ser de otro modo, en el recorrido por las diversas obsesiones que componen su universo poético, la trovadora no ignoraría su adicción al folclore latinoamericano. Previamente, había convidado a la escena a la chelista Felipa Moncada y al violinista Ariel Sarduy, concertino de la Sinfónica Nacional, para juntos echar a volar Mariposas marrón de madera, en una milonga compuesta por el uruguayo Alfredo Zitarrosa, El violín de Becho, que dedicaron a Niuris Naranjo, talentosa violinista fallecida en 2007 en un accidente de tránsito, con tan solo veinticinco años.

Precisamente la “convivencia” en la distancia con los seres queridos, fue de los estremecimientos más compartidos por el auditorio. Cuando los fantasmas remotos de Ausencia desempolvaron las otoñales estaciones de la memoria y violaron todas las puertas de los espectadores, los aplausos, en ovación cerrada, desterraron a las palabras del teatro. Ante los retratos descorridos en la pantalla gigante, como homenaje póstumo a austeros prisioneros de la muerte, solo el silencio de orillas ignotas podía gritar al cielo inútiles reproches y dibujar con sus creyones la fe extraviada.

Por supuesto, aunque el concierto significaba el reencuentro con su público “adulto” después de tres años, tampoco podía faltar a la cita la gracia infantil. Una suite con retazos de la producción para niños de Liuba --su “faceta más querida”-- consiguió arrancar, incluso a los más tímidos, copiosos tarareos de éxitos como El despertar, Estela, granito de canela y El trencito y la hormiga.

Casi para cerrar ese instante fecundo que trajo marzo bajo la piel, la incansable soñadora imbricó en otro popurrí a sus primeros deslumbramientos en cuanto a la voz humana y la guitarra se refieren: Serrat, Sabina y Silvio, sus tres eses preferidas.

Cuando el telón cayó sobre los ramilletes de poesía deshojada sobre las tablas, no existía lugar para las dudas, habíamos retado al tiempo y al olvido, de la mano (más bien la música) de un querubín excepcional. Sobraban los motivos para hinchar las velas desenfrenadamente hacia el horizonte. A fin de cuentas no todos los días habita uno canciones tan sensibles. Gracias, Liuba ¿cómo íbamos a imaginarnos que podíamos guardar tanta ternura?

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