jueves, abril 09, 2009

PUNK: ENTRE LA “MOVIDA” Y LA AUTOCONCIENCIA


MÚSICA
Una polémica con Borges Triana
Julio Tang Zambrana
(A PPR, por su energía y valor)

“…resulta oportuno recordar que en Teoría Estética y Filosofía de la Nueva Música, la oposición que ejerce una obra de arte «responsable» no se relaciona con una «voluntad» contestataria ni mucho menos, sino con el desarrollo mismo del lenguaje artístico per aquin Borges Triana, Punk: contracultura a flor de piel, Juventud Rebelde, 18 de diciembre, 2Primero, echarle mano a una cita como la anterior sin detenerse a reflexionar sobre lo que ella implica hace parecer realmente festinado todo análisis no ya sobre una manifestación o dinámica artística, sino también sobre cualquier esfuerzo sociocultural sostenido individual, de grupo o de masas. Y esto último es lo que representa el punk, más allá de su sonoridad estridente o de los escupitajos que nos caigan en los ojos(1).

Desconocer su aporte mundial a la lucha radical y deconstructora de la sociedad moderna es la única explicación para que el ánimo de Borges Triana haya traído a colación una idea que, en vez de contribuir a enaltecer las prácticas artísticas progresistas --sean o no de vanguardia--, no hace más que centrarse en las limitaciones que toda creación se impone cuando, per se, se olvida del impacto social de sus miras. Por ahí se llegaría --entre otros lugares-- a las galerías de “alta categoria”, los grandes conciertos en ciudades llamativas y a los coqueteos con el ramaje de una industria del entretenimiento global que sabe hacer su trabajo. En definitiva, ese sería un “juego” serio, en el que no estarían convocados la provocación crítica, el desenfado radical ante las reglamentaciones de todo tipo y por qué no, tampoco el relajo.

Es cierto que queda ya poco del punk inicial. Ahora estamos rodeados por grupitos juveniles que han hecho de la cultura de la abulia, la depresión y la fingida angustia el estandarte de una solución que se llama heredera de lo que en un momento se definió a través de la ira, la mueca sardónica y el signo de la violencia liberadora(2). Pero una cosa es aceptar que la esencia trastocadora del punk se ha desgastado y otra decir que fue y es una secta cerrada(3), de cánones alejados de la colectividad, positiva sólo por el hecho de nacer de la pura entraña del capitalismo. Claro, en definitiva a nadie le gusta que le escupan ni le griten en la cara que es un adaptado y un imbécil aceptalotodo. De nuevo, una cosa es aceptar que la ruptura punk haya sido escamoteada(4) por una industria --un régimen-- que ha comprado a casi todo el mundo y otra cosa es concebirla como un capricho yuppi en contra de la “simple mercancía” y a favor de la eternidad de la sabrosura per se.

Negar el papel constante y determinante de lo contestatario en la sostenida toma de posiciones radicales contra un sistema abrumadoramente alienante, que obliga a crear permanentemente no para conocerse a uno mismo y para interactuar con el prójimo en plena creación libre y liberadora, sino para hacerse cómplice de la explotación y el consumo ciego del otro; escoger la creación por el mero gusto de solazarse ante sus bellos rasgos, a la lucha que no niega el orgullo de la búsqueda, incluso que llega a la soberbia, pero que se aleja de sí para definirse ante el nosotros; esa es la solución de Borges Triana.

Y es que el punto principal del análisis de este destacado analista cubano del rock se desbarata ante su propia fragilidad. Un acertado inicio filo-sociológico se convierte en una diatriba común de vecino al focalizar desacertadamente el doble filo de la cultura punk y su principal elemento progresista: la violencia no tradicional --inaceptable no ya para el funcionariado sistémico sino también para la sociedad sistematizada(5)-- cuyo objetivo es desenmascarar las jerarquías y, en lo posible, alejarles público. De esta, Triana sólo trata de entender cómo imbricarla pacíficamente con el entorno social que lo único que siempre ha sabido hacer es quejarse de lo sucios y desorganizados que son sus portadores --no creo que cultores sea una palabra atinada. Y es que el entorno social, mientras admite otras barbaridades y suciedades con una sonrisa hipócrita, se construye a sí mismo un cuadro de definiciones comunes que excluye la radicalidad como un elemento deconstructor de las jerarquías, precisamente porque no busca eso, el desmantelamiento de los poderes tradicionales.

Hace un tiempo tuve oportunidad de observar un documental sobre el famoso grupo de pop ABBA. En un momento del filme, una entrevistada --cuarentona, por añadidura-- afirma su gusto por los artistas suecos, presentando como elementos de validez que eran “limpios”, “bellos” y productores de una música “pegajosa” y que gustaba a “todos”. Los contraponía a otros que “sólo sabían molestar y que eran sucios y alborotadores”, haciendo alusión directa al rock y los hippies. En otro momento, un hombre joven anotaba sonriente que le gustaba el grupo por sus chicas, especialmente la despampanante rubia que era la cantante principal. Pues está claro que un bando de hombres con estampa de desarrapados (por extensión, desempleados, vagos) que cantan una repetidera de frases sin sentido --no riman, no son bonitas--, utilizan palabras obscenas, y ofenden a todos; por supuesto que eso no le puede gustar a nadie. Pero esa era y es precisamente la meta del punk: iniciar la lucha por bajar del pedestal el paradigma de belleza que reina en la sociedad porque esta crea aquel en esencia para producir homogeneidad alrededor del fetiche mercantil sosegado y tranquilizador y, por tanto, aceptable.

Otra trinchera del punk es su aparente desilusión o negación de todo interés. Nada más lejos de lo real. Todo importa, pero la manera más chocante de generar atención sobre ello es decir precisamente lo contrario. Importan las opiniones sobre mi persona, sobre lo que digo, como me visto, como hablo, por eso me burlo de todo ello y lo convierto en el centro de mi ataque. Por eso, a partir de ahí, todo lo que considero erróneo es convertido en lo más importante y es lo que ataco y desbarato y relajeo y desacredito y escupo y rompo y tumefacto y muerdo y… me río, y gozo y lo saboreo, porque me reafirma en lo positivo. Al final, eso mismo lo hacen los que mandan a otros a guerrear y por motivos nada plausibles.

Pero eso es lo que no palpa Borges Triana. Olvida que el hecho de haber nacido para la ruptura contra las metaconstrucciones que coqueteaban con la elite, la rutina y la crisis de la contracultura de los sesentas, hace conectar al punk precisamente con todo lo que de futurista tenía aquel movimiento. La lucha antijerárquica que lo ligaba al movimiento pacifista y con la contraposición inherente a la cultura lisérgica, la psicodelia y el gusto por la expansión libre del esfuerzo; la evidente vinculación con la cultura anarquista; la búsqueda de la creación del antihéroe musical a través de lo grotesco y la aparente desconexión musical --todo un falso mito-- y social; todo ello convergió en el punk para crear un aparato ideológico marginal pero no desconectado de la pulpa social que le da vida. No por gusto el campo en el que germinan sus semillas es en el de las clases y grupos más pobres de las sociedades industriales modernas, donde los jóvenes tienen de todo menos de caprichosos y voluntaristas. No por gusto, creadores de diferentes géneros del rock como el grunge, el heavy metal y el rock n’roll más radical han caminado junto al punk, codo con codo entre toda la mugre orgullosa de los barrios citadinos de nuestros días.

No por gusto se está produciendo en nuestros días algo que se inició precisamente en los sesentas con la abducción de la (contra)cultura hippie y las vanguardias progresistas del pop por la industria del ocio capitalista que vio en las masas de jóvenes un mercado ideal para el consumo de innumerables y multiformes ídolos y mercancías relacionadas con el mundo del rock, particularmente, y en general con las creaciones alternativas y los vínculos con el tercermundismo. Viet Nam, las revoluciones y dictaduras, las acciones progresistas en Europa, el auge de la aceptación del orientalismo musical y filosófico, la guerra fría; todos estos eran temas que había que alejar de la mente de los jóvenes y la mejor forma fue crear un pop que tomara los aspectos más atractivos de la “movida” hippie. Y es precisamente eso lo que niegan los Sex Pistols con sus God Save The Queen y Anarchy In The U.K. Es eso mismo es lo que niegan los Clash con su Sandinista! Y en ellos el relajo era el primer elemento, ¿no?

Actualmente el punk se ha “apoderado” del rock joven a nivel mundial junto, por supuesto, a otros géneros que no dejan de tener gran aceptación. Sin embargo, es casi cotidiano ver peinados y atavíos que antes eran privativos de la cultura punk entre muchachos que cultivan otros gustos, incluso entre algunos que no son ni rockeros. A la par, ídolos mundiales como Avril Lavigne, 3 Doors Down, 30 Seconds To Mars, Lost Prophets y otros, son aclamados como representantes genuinos de un “punk” relacionado con la música New Age y son convertidos en la representación del fantasma de algo que se inició años atrás y que ahora ya no es más sino en las manos y cerebros de grupos como Greenday, a los cuales también de paso les gusta el dinero y la fama.

Pero, volviendo a la última idea, es necesario preguntarse por qué ha sido el punk el escogido para ser aclamado por millones de jóvenes a nivel mundial y convertirse en el teen rock de nuestro tiempo, vendido en filmes para adolescentes y blandido por una nueva generación de tristes vagabundos como los EMO que no hacen otra cosa que posar conscientemente su existencia, enarbolando la angustia grupal ante las miradas ¿asombradas? de la sociedad. ¿Por qué ha sucedido algo como esto? Pues porque el punk es fácil de producir y, como el pop de los sesentas, es atractivo para los jóvenes que, aunque sean de “buena cuna”, son jóvenes y tienen la sangre caliente. Mercado seguro e inédito para la industria del capital. Parece una respuesta sencilla pero no lo es: detrás de esto se revela todo el vaciamiento de una mentalidad que molesta por transgresora y positiva. Vaya, se compran dos cuervos con el mismo billete.

Y es este el momento en que se evidencian claramente los principales lunares del punk como movimiento social. No han sido ajenas a la historia de este género musical las ansias de protagonismo y la comercialización de sus principales íconos. La praxis contestataria y las imágenes y estéticas también pueden ser cooptadas por el capital y son deformadas en una suerte de orgía consumista que puede arrasar con cualquier ideología, incluso la más rebelde. Y aquí esto se relaciona con la rutinización, el encartonamiento y la normalización de la protesta social y las contraculturas, lo cual conlleva a la acción per se --que al final se convierte en más de lo mismo--, algo muy parecido a la participación elitista que defiende Borges Triana. Él mismo hablaba de esto en un artículo suyo sobre Marilyn Manson y en toda la historia de la música moderna podemos encontrar ejemplos clásicos de tal fenómeno, entre los que podemos mencionar las malas copias pop del funky norteamericano de los setentas y ochentas; la formación en masa de grupos de heavy-pop comerciales en todo el mundo --herederos light del mejor heavy metal anglosajon--; la crisis del grunge de finales de los noventa, precisamente por la comercialización de su estética y esencia musicales; y últimamente una suerte de convergencia del nu metal con las corrientes más limitadas del grunge y el punk, ligados todos con el pop, en la cual es demasiado fácil caer y mucho más complicado salir.

Igualmente, el espíritu de “guerrilla” o de “francotirador” inherente a la cultura punk --compartido en muchas ocasiones con la dimensión total del hip hop--, hace que sus acciones se concentren muy frecuentemente hacia el interior de la misma en su lucha con el entorno, generando entonces un espejismo de individualidad que es sin duda real pero que también es utilizado por los medios de comunicación, los aparatos funcionariales y la sociedad en la construcción de un sistema de interpelaciones negativas. Ello, más allá de propiciar debate y la aspiración a una convivencia lo más pacífica posible en el entendimiento de las potenciales metas comunes(6), sitúa peyorativamente al punk en una situación de permanente ataque a la que sólo se puede responder con ataques. Y uno de los pretextos más utilizados es el de la anarquía, con el cual desgraciadamente Borges Triana comulga completamente.

Ante esto surge una pregunta: ¿cómo conciliar la imagen tradicional de la anarquía --que erróneamente se asocia con el total descontrol y la inexistencia de toda socialización organizada-- con el hecho de que los punks han logrado conformar una efectiva respuesta a la acción social y estatal en todas las sociedades y, a la par, una autoconciencia poderosa que se basa en la estructuración de sólidos patrones de comportamiento y asociación? Más allá de insistir en la teorización sobre la ideología ácrata, solo queremos plantear una idea que consideramos clave para nuestra reflexión: el punk ha logrado establecer fuertes puntos de contacto con la convicción anarquista y esto no ha sucedido por casualidad.

A nuestro entender, el poderío real de esta cultura sólo se puede comprender en toda su contradictoria magnitud a través del prisma de la ideología ácrata. Al contrario de lo que determinados poderes consideran y han logrado socializar, la conformación de una praxis elemental, consciente de sí y trascendentalmente rebelde y deconstructora (revolucionaria) --si bien igualmente violenta y manipulable--, que actúa en y contra las mismas entrañas de la modernidad urbana actual, despedazando sus jerarquías, exponiendo a la luz pública sus defectos y virtudes y construyendo dimensiones alternativas válidas y emancipadoras(7); esto ha sido logrado por aquellas dos dinámicas hasta el punto de blasonar con orgullo existencias cuyos opositores sólo han sabido atacar, no entender, dando mandobles con adjetivos vaciados de toda conciencia crítica y liberadora.

NOTAS:
(1) Recuerdo un filme fantástico para niños --The Spiderwick Chronicles-- en el cual uno de sus personajes, a la postre definitorio en la solución el conflicto dramático, escupía grotesca y abundantemente a los pequeños héroes y con eso los hacía “videntes” --en un sentido literal-- de los peligros que los acechaban al aire libre.
(2) Esa que sólo logra ser a través de hacer evidente su necesidad.
(3) Según Triana de “discurso musical e intelectual cerrado, críptico, complejo, sin ninguna concesión al gusto y posibilidad del consumo de las masas”. Esta idea es falsa. La historia del punk niega completamente esta aseveración y si los grupos de este género se caracterizaron por su iconoclasta posición hasta el punto de ir en contra de los deseos “de las masas” fue precisamente por su esencia en contra de la mercantilización y el fetichismo.
(4) Y que, incluso, que a esos punks de ahora les guste ser ídolos.
(5) El punk, como cultura, niega toda la construcción tradicional de la violencia tanto por los aparatos gubernamentales como por el llevado y traído “instinto egoísta e individualista” humano, al contraponer la solidaridad de la burla y la interpelación desfachatada a la superorganización de la sociedad, lo fútil del conflicto interpersonal y la “bella” estética formal de las jerarquías y la militarización.
(6) Y esta idea va más allá de lo que Triana apunta como tercera posición ante la praxis punk, o sea, la búsqueda de una solución al conflicto entre ella y el contexto social hostil. De hecho, la misma presentación de ese juicio constata la tradicional visión del fenómeno al considerar al punk como un problema a solucionar y no como un elemento necesario, aunque contradictorio, en la lucha contra los desmanes y la empoderización de la sociedad.
(7) En este sentido, el hecho de que la emancipación individual y grupal muchas veces sea concebida a través de la utilización de métodos coyunturalmente negativos como las drogas –específicamente las químicas-, ello no demerita para nada la búsqueda de patrones de socialización no tradicionales puesto que, de hecho, en la interrelación personal y social actual median sustancias aceptadas por la sociedad como eminentemente negativas que en sí no producen la más mínima actuación liberadora del ente humano. Además, a la par de ser necesaria una contextualización crítica de la producción-comercialización-utilización-producción de los estupefacientes –puesto que no es suficiente con plantear que los drogadictos son unos imbéciles adictos-, igualmente es imprescindible la ponderación de los aspectos puramente personales que definen en muchas ocasiones la evolución/revolución/estancamiento de los movimientos artísticos y sociales. No quiero dar a entender que la utilización de drogas es una práctica sana y que debemos aceptarlas como normales en nuestra vida cotidiana pero preguntémonos qué hubiera sido de la contracultura hippie y del funky norteamericano sin la marihuana y el LSD, si Los Beatles hubieran generado los mejores discos de su historia sin esas sustancias, qué de la experimentación del hard rock de los ‘70, qué de las mejores concepciones del blues y el jazz que sin duda tienen muchos puntos en común –por lo menos teóricamente- con las experiencias oníricas provocadas por los expansores artificiales de la conciencia…

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