domingo, abril 05, 2009

La lluvia y la Semana Santa


Cronopiando
Koldo Campos Sagaseta

“Este pueblo miserable -decía Valle-Inclán por boca de Max Estrella, uno de sus más entrañables personajes- transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere… España, en su concepción religiosa, es una tribu del centro de África”.

Todos los años, la Semana Santa pone de manifiesto hasta qué punto Valle-Inclán se mostraba generoso en sus juicios sobre la forma en que expresan su fe los españoles.

Lo recordaba mientras veía por televisión las “indescriptibles muestras de dolor de un pueblo”, aseguraba la reportera y confirmaba el llanto de un cofrade, que no entiende qué razones pueda tener la meteorología para negar sus favores a la Macarena, a las Siete Palabras o al Jesús del Gran Poder. Muchas de las procesiones previstas para miércoles y jueves fueron suspendidas.

Ignoro porqué en vez de regalarle a la imagen de la virgen tantos mantones bordados, esculpidos en flor, como atesora en años de procesiones, a nadie se le ha ocurrido, hasta el momento, donarle un impermeable que evite que la lluvia afecte la pintura de los tantos íconos a hombros, en el entendido de que la comitiva de nazarenos, manigueteros, pertigueros, acólitos, fariseos, palmeros, portaestandartes, flagelados, crucificados, caballería, soldados romanos y pueblo de Belén en general, bien puede aceptar la lluvia como penitencia y empaparse una vez al año de meas culpas. Además, como consuelo, es fama que debajo de los pasos corre el aguardiente tanto como la cera por las calles. Pero a falta de que alguien repare en el olvido y puedan las procesiones exhibir sus pasos, que a fin de cuentas también llovía en el Calvario, me parece excesivo seguir cargando en la cuenta del divino que el Viernes Santo, precisamente, haya dado paso a “un sol
espléndido”. Hacía el anuncio por televisión un centurión romano y la propia Verónica lo corroboraba.

Tan acostumbrados como están a encontrar en el buen tiempo pruebas de la voluntad divina, no entiendo porqué no se les ocurre considerar, también, como señal divina la ocurrencia de la lluvia días atrás.

Porque tantas húmedas circunstancias como han venido acompañando en los últimos años las procesiones, hasta podrían dar la impresión de que Dios, finalmente, se ha cansado de que se tome su nombre en vano y apela al sabotaje del agua como forma de expresarlo. Podrían sugerir que ya Dios no quiere penitentes descalzos ni envenenadas saetas, que no acepta que se suban los precios de las sillas y los palcos, ni la sobreventa de balcones y terrazas, o el llamado “Rito de los Caramelos” que promueven las hermandades en su página wep, que Dios ya está aburrido de tanta mojiganga y cofradía, de tanto capirote, de tanta hipocresía, de tanta vela en tan ajeno entierro, que Dios, simplemente, ya está harto de que sigan perpetuando la pasión de su hijo como turístico reclamo de vulgares mercaderes.

Por eso llueve.

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