lunes, abril 20, 2009

Víctor Casaus. crónica ecológica y cardenalicia

II Encuentro de Escritores por la Tierra Crónica ecológica y cardenalicia
Víctor Casaus • La Habana

Los días pasan veloces, como siempre. O más, por el cúmulo de acontecimientos locales, regionales y planetarios que se suceden con ritmo creciente. Desde las agresiones ambientales ocasionadas por los incontrolables cambios climáticos hasta las noticias muy recientes, casi de ahora mismo, sobre el fin de algunas restricciones impuestas a Cuba por anteriores gobiernos norteamericanos y los vientos de esperanza y/o incertidumbre que soplan sobre las relaciones entre
nuestro país y el vecino poderoso del Norte —todo esto, además, en tiempos de crisis económica mundial que amenaza con golpear, seguir golpeando, las expectativas de vida de una parte considerable de la población del planeta.

En medio de ese ritmo estremecido, estremecedor, tocan también tareas menores, como el cierre de este boletín Memoria, que quiere cumplir con los cronogramas que nos hemos propuesto y, al mismo tiempo, no sobrepasar el “peso” que las ediciones electrónicas admiten o aconsejan. Para terminar esta edición urgente es que se escribe esta “crónica ecológica y cardenalicia”, al filo de una medianoche en la
que el calor ha vuelto por sus fueros en esta Habana silenciosa de abril.

El tema de la crónica sería el II Encuentro de Escritores por la Tierra, organizado por la Fundación Mediaterrania, de Barcelona y la Universidad Veracruzana. Allí coincidimos, durante cuatro días, Silvio Rodríguez y yo, que llegábamos desde Cuba, con escritores, artistas, ecologistas, promotores culturales, periodistas, convocados para debatir sobre “Agua y biodiversidad” y rendir homenaje a los 80 años
de Ernesto Cardenal, uno de los poetas mayores de la lengua en nuestros días. Los trabajos sobre el tema ambiental, con énfasis en la necesidad de preservar el agua en el planeta y defender su carácter de bien común frente a la codicia de las transnacionales, llevaron a la aprobación de la Declaración de Veracruz, que compartimos aquí con los lectores de ese Boletín Memoria.

A lo largo de los días del Encuentro, que se celebró desde el 19 hasta el 27 de marzo, se desarrolló un programa cultural intenso y extenso que incluyó el cine y la poesía, el pensamiento y la fotografía, la danza y la canción. En las pantallas pasaron las imágenes y las voces de los poetas (Eliseo Diego, Juan Gelman, Hamlet Lima Quintana, el propio Cardenal) en documentales dirigidos por Jorge Denti y Modesto López. El impresionante anfiteatro natural de la Universidad veracruzana fue el escenario propicio para iniciar los momentos culminantes de esta auténtica fiesta de la cultura con un espectáculo de hermosas raíces latinoamericanas.

Allí encontramos Silvio y yo a hermanos distantes y cercanos como Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, que trajo a los de Palacagüina para llenar de nostalgia todos los entornos con la poesía popular de la Misa campesina, y Pedro Meyer, uno de los grandes cronistas y artistas del lente de nuestra época que inauguró una exposición dedicada a Ernesto Cardenal con imágenes del poeta y de los combatientes sandinistas a los que Pedro acompañó documentando aquel asalto a la utopía que fue la Revolución sandinista. La letra manuscrita de Cardenal en la pancarta de la entrada y en el catálogo para recordar nos advierte que “sobre todo estas fotos están llenas de esperanza y de la sonrisa de un país nuevo que está naciendo, estas fotos expresan
el gozo de hacer una revolución”.

Para homenajear la vida y la obra de Ernesto llegó también otro hermano común, Eduardo Germán Hughes Galeano (según rezaba en el programa general del Encuentro), ese fabulador cronista indetenible que recibió junto al poeta el Doctorado Honoris Causa de la Universidad veracruzana y fascinó a centenares de estudiantes en un
conversatorio memorable mientras presentaba Espejos, su libro más reciente.

La palabra de estos dos hermanos en la poesía y la lucha por la justicia, la igualdad y la libertad nos ha acompañado a lo largo de estos años, preguntando, respondiendo y haciéndonos nuevas preguntas sobre el “bicho humano” que somos y sobre los caminos recorridos y por recorrer para lograr la verdadera independencia de nuestras tierras americanas y de la gentes luchadoras, imperfectas y maravillosas que las habitan. Por eso llegamos Silvio y yo a Xalapa a finales de marzo, para homenajear la poesía de Ernesto que alumbró nuestras búsquedas tempranas y retó a la imaginación desde los difíciles territorios de la sencillez y la autenticidad. Los poetas de nuestra generación compartimos desde muy temprano una admiración declarada por aquel sacerdote en jeans y sandalias, capaz de “oficiar” un recital de poemas en la Casa de las Américas, a la luz de unas velas traídas con urgencia en medio de un apagón no planificado. Y de ofrecer mediante el montaje de textos diversos, en tiempos bien difíciles para la Isla, su opinión sobre nuestra realidad revolucionaria en un libro de testimonios, sincero, crítico y desprejuiciado, que ayudó mucho entonces a desbrozar caminos de comprensión y despertó la solidaridad
en gentes de buena voluntad en otras tierras del mundo.

De aquella poesía se alimentó la nuestra. Y de su imagen, recordada ahora nuevamente en las fotos de Pedro Meyer, con cotona, gorra o boina durante la ofensiva sandinista contra Somoza, rescatamos una verdad no descubierta totalmente hasta entonces: que se podía ser revolucionario “también” de esa manera, que se podían sentar a una misma mesa (a discutir sus diferencias ideológicas o a soñar sus
sueños comunes de libertad) los barbudos Carlos Marx y Jesucristo, como nos contaría, de alguna manera, después Wichy Nogueras en algunos de sus poemas inolvidables.

Por eso llegamos en marzo pasado a Xalapa para agradecer a Ernesto por su poesía y por su ejemplo. Por eso nos alegramos ahora, cuando incluimos en este Memoria la noticia jubilosa de que ha recibido el Premio Internacional Pablo Neruda. Por eso esta es una crónica ecológica y “cardenalicia”, como llamamos alguna vez a aquellos
poemas —coloquiales, conversacionales, exterioristas— con los que quisimos contar, compartir, multiplicar nuestra “nostalgia del futuro”. Que todavía sentimos.

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