sábado, octubre 04, 2008

El peor enemigo de los Estados Unidos: George W. Bush


Al fin la gran prensa de los Estados Unidos parece haber descubierto dónde está realmente el peligro para esa nación.

Muy ocupados han estado todos estos años esos medios de comunicación en vender como exitoso el modelo neoliberal, exaltar los beneficios de la privatización, ocultar el desastre de las ocupaciones militares en Iraq y Afganistán y crear pánico sobre el terrorismo.
Sin embargo, después de la debacle de esta semana en la Bolsa de Valores de Nueva York y el desmoronamiento con que la secundaron otras similares en diversas latitudes, un comentario aparecido en la versión digital de El Nuevo Herald afirmaba que el fracaso de la propuesta de rescate de Wall Street demostró el hecho de que Estados Unidos sufre una crisis no solo financiera, sino también de liderazgo político.
Motivos más que suficientes han existido a lo largo de los ocho últimos años de malgobierno en Washington, para calificar a esta administración como la peor que ha ocupado la Oficina Oval.
Como elefante en una cristalería, W. Bush, no ha provocado más destrozos porque no ha podido, y además de mentir impúdicamente al pueblo norteamericano, resultó cabeza de un equipo marcado por el descrédito casi desde el propio momento de llegar a la poltrona.
En su primer mandato, la legitimidad de esa elección fue puesta en tela de juicio por el controvertido triunfo electoral, que provocó acusaciones por supresión y falsificación de votos en el estado de la Florida.
Su administración está signada por varios escándalos. A modo de ejemplo baste citar el relacionado con la petrolera Halliburton, empresa investigada por mega fraude y a la cual perteneció el vicepresidente Richard Cheney.
Otro caso es el de la espía norteamericana Valerie Plane, como una muestra de utilización política de los servicios secretos y de venganza, al ser filtrada su identidad por altos funcionarios, como represalia porque su esposo, el diplomático Joe Wilson, denunció la falsedad de algunas pruebas que la Casa Blanca utilizó para justificar la invasión a Iraq.
También puede agregarse el asunto del despido de nueve fiscales en el año 2006, en el cual hay evidencias que señalan como instigadores de esa acción a altos funcionarios vinculados al aparato del mandatario.
Además, las equivocaciones lingüísticas, geográficas, conceptuales y de todo tipo cometidas en sus discursos por W. Bush, frecuentemente son ridiculizadas por humoristas y buena parte de la población, que en muchas ocasiones cuestionan la capacidad intelectual del Presidente, limitación que pudiera dar pie para analizar la irreflexión y trágicas consecuencias de sus acciones.
Pero quizás lo que lo haría pasar a la posteridad con marca universal de cinismo sea todo su quehacer a partir de los ataques del 11 de septiembre, sucesos sobre los que todavía quedan muchas incógnitas, y los cuales, curiosamente, permitieron a la administración Bush emprender una publicitada lucha contra el terrorismo y la posterior invasión a Iraq, casualmente un país con considerables reservas de petróleo capaces de nutrir las exigencias de la política consumista norteamericana, urgida de ese recurso y sus derivados.
El genocidio cometido en Iraq por las fuerzas de ocupación lideradas por los estadounidenses, es vedado en toda su magnitud por los grandes medios de la información de EE.UU., y cuando más, justificado como daños colaterales o sencillamente como golpes propinados a la insurgencia.
Los desmanes cometidos en Abu Ghraib y en la cárcel en la ilegal base naval yanqui de Guantánamo –territorio ocupado contra la voluntad del gobierno y pueblo cubanos-- contribuyeron a acrecentar el descrédito de Washington y constituyen bochornosa página en la memoria militar de la Unión.
Por otra parte, esa guerra ha cobrado también cientos de vidas de soldados norteamericanos y costado miles de millones de dólares a los contribuyentes estadounidenses.
Así las cosas, y en medio del pánico que la actual crisis financiera de los Estados Unidos desata en el mundo, W. Bush se arrastra hacia el final de su segundo y último término con uno de los índices de aprobación más bajos en la historia política del país. Reciente encuesta de Gallup indicó que solo un 27 por ciento aprueba su gestión.
Ahora el estruendo de los vidrios rotos en la cristalería, que para algunos analistas se antoja colofón de las barbaridades acumuladas durante su pésima gestión en la Casa Blanca, permite comprender a muchos más quién es el verdadero enemigo de los Estados Unidos.

Angel Rodríguez Hernández

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