martes, junio 30, 2009

Todos somos hondureños



Por Álvaro Cuadra*

El siglo XX se caracterizó en América Latina por una larga rotativa de Golpes de Estado. La irrupción de los militares era parte del paisaje político de estos países. Lo que llamaba la atención era, por el contrario, la existencia de algunos breves pero intensos paréntesis democráticos en la región. Esta situación tiende a cambiar en el presente siglo. Tras el ocaso de las dictaduras del Cono Sur y las Guerras Civiles que asolaron a Centroamérica, las ideas de Derechos Humanos y respeto a la democracia comenzaron a tener algún sentido moral y político.

Por esta razón, las inquietantes noticias provenientes de Tegucigalpa sobre un Golpe de Estado contra el presidente constitucional de Honduras golpean en toda la región como un lamentable retroceso. Los Golpes Militares repugnan a la conciencia latinoamericana como fórmula de imponer soluciones políticas de facto. En este sentido, frente al secuestro del presidente constitucional de una nación hermana como Honduras, todos somos hondureños.

El repudio a la intentona golpista en Honduras es una defensa de la democracia en nuestro continente. Frente a esta afrenta a la democracia no hay términos medios: la intromisión de los uniformados en contra de su propio pueblo en cualquier país latinoamericano es política y moralmente inaceptable y representa una ofensa y una amenaza para todos los pueblos de la región. Es hora de que los militares hondureños sepan que ninguna de sus acciones quedará impune y que los gobiernos democráticos de América Latina no permitirán esta violación a los más elementales derechos políticos.

La actitud de los gobiernos y los organismos supranacionales frente a la amenaza que hoy se cierne sobre los hondureños es trascendental para el futuro inmediato. Si se permite que un grupo de conjurados se haga con el poder en este pequeño país de nuestra América, estamos abriendo la puerta a viejas prácticas que hemos querido desterrar estas últimas décadas. El mensaje a los enemigos de la democracia, en este siglo XXI, debe ser claro y contundente: Nunca más Golpes de Estado en América Latina. Luchamos por décadas para dejar atrás para siempre el sanguinario legado de Somoza, Pinochet, Videla y tantos otros.

En esta hora crítica para el pueblo hondureño es el momento de levantar nuestra voz, para impedir que una minoría en defensa de sus intereses aplaste la voluntad popular. Es el tiempo histórico de activar todas las organizaciones regionales para impedir que un grupo de aventureros con uniforme consume este ataque a la democracia en nuestro suelo. Cualquier otra actitud débil representa una amenaza para otros pueblos el día de mañana, como Bolivia, Paraguay o Ecuador.

El respeto de los cauces democráticos y de todos los derechos ciudadanos debe estar garantizado no sólo por la constitución nacional de nuestros países sino por la comunidad de naciones hermanas. Una efectiva “soberanía democrática latinoamericana” es el primer paso a la consolidación de una Patria Grande, tal como soñaron los próceres de nuestra independencia en el siglo XIX.

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