miércoles, abril 15, 2009

DIÁLOGOS RUMBO AL MATADERO


MAPAS, TATUAJES, CRISTALES DE CUARZO
Ahmel Echevarría

Intro

Nos conocimos en el año 2006. Eran las seis menos cuarto de la mañana y esperábamos el aviso de Spencer Tunick. Estábamos en el Parque Central. Estábamos desnudos y no éramos los únicos. Tal vez había, en total, 250 personas. Tímidamente conversábamos ella y yo. Debo consignar que de los dos el tímido era yo.

Nos habíamos visto solo una vez, en su oficina --apenas nos dijimos algo, le pregunté dónde estaba el baño y ella me indicó.

Pero esto, ahora, apenas importa.

Dazra

Se llama Dazra esa muchacha --la chica que me indicó dónde estaba el baño--. Dazra Novak. Nació en Londres, 1835 si mal no recuerdo. Así me dijo y yo, desnudo, soportando el frío de la mañana mientras esperaba de la orden de Tunick, le creí.
Pero de esto, ahora, solo importa el nombre de la chica: Dazra Novak.

Cristales de cuarzo

Dazra, aquella muchacha no muy alta, de mirada de duro tungsteno, dijo: También escribo. Dijo también. Y también dijo: Todo andaría mejor si de pronto sonara una campana y los unos dijeran a los otros honradamente lo que hicieron, cómo vivieron, cómo amaron. El ocultar las cosas es lo que hace pudrirse... Estaba desnuda y suspendida en aquella frase, como si repentinamente saltara hacia sí misma y en un flash back viera instantes de su vida --amigos, lugares, objetos, estados de ánimo--. Desnuda y suspendida en aquella frase, como si repentinamente saltara fuera de sí misma y en un flash forward viera instantes de su vida. Como si cada uno de esos instantes fueran cristales de cuarzo girando dentro y alrededor de sí. Y dijo además John Dos Passos, Manhattan transfer.

Eso dijo. Pero de esto solo importa, ahora, que dijo: También escribo.

Cuerpo reservado/Cuerpo público

Dos años después de coincidir con Dazra Novak en un desnudo colectivo en el Parque Central y bajo las órdenes de Spencer Tunick, decidí cruzar esa bolsa de agua salada y carburante que es la Bahía de La Habana. Por debajo. Usar el túnel para encontrarla. Pagarme un taxi y llegar a la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña.

Allí debía encontrar a la Novak. Era una fresca tarde de febrero. Domingo. Según el diario de la Feria Dazra Novak presentaría su segundo libro: Cuerpo público --Editorial Unión, 2008, Premio David 2007. Solo que los ejemplares de su libro no llegarían a la presentación. Pero este detalle, ahora, no importa.

Esperé a que terminara el lanzamiento de los libros de la Colección Premio David. No quería importunarla. Amigos y familiares en pequeños corros, rodeándola. Fotos, breves charlas. Terminar con un grupo de amigos y conversar con otros. Sabía que aquel ritual le tomaría varios minutos. Salí. Me compraría una Beck’s y volvería para esperarla. Me llevó media Beck´s aguardar por el instante preciso para abordar a la Novak. Justo cuando Dazra pasaba bajo el umbral de la puerta de salida --iba en compañía de una chica rubia--, decidí llamarla. Le pregunté si podía dedicarme un par de minutos. Y le mostré un ejemplar de su primer libro: Cuerpo reservado --Editorial Letras Cubanas, 2007, Premio Pinos Nuevos 2006--. Su libro como una suerte de pasaporte para una breve conversación. O para un intercambio de gestos, un saludo y un tonto nos veremos en tu próximo libro. O para estrecharle la mano a una mujer que había nacido fuera de las aguas territoriales de la Siempre fiel Isla de Cuba y en el siglo XIX. Aquella muchacha de mirada de duro tungsteno miró a su amiga, luego a mí, y sonrió.

Crucé la bahía solo para verla y comprar su segundo libro. Dazra también escribía, eso me había dicho, y yo, en aquella fría mañana del año 2006, le creí --como al igual creí cierto que nació en Londres, en 1835, si mal no recuerdo--. Nos saludamos. Ella me presentó a su amiga. La chica rubia dijo que no tomáramos a mal su decisión de dejarnos solos, estaba interesada en comprar las crónicas de Pedro Lemebel publicadas por la editorial Planeta Chile. Era mejor así: la rubita en busca de las trazas dejadas por una de las Yeguas del Apocalipsis; sentados en uno de los muros de La Cabaña Dazra y yo, de cara a la bahía, con los pies colgando sobre el vacío. Tímidamente conversamos. Debo consignar que de los dos la tímida era ella.
Tal vez este texto sea la única manera de sostener un diálogo --porque sé que la timidez hizo de las suyas y no pudimos avanzar hacia donde nos propusimos; sé que lo intentamos, pero no sirvió de nada el empeño--. Quería hablarle acerca de su primer libro, necesitaba decirle que Cuerpo reservado es una suerte de mapa que debía tatuase en su cuerpo. Si Dazra, aquella vez en el Parque Central a la espera de las fotos en el monumento al Apóstol, se atrevió a decirme que “el ocultar las cosas es lo que hace que las personas se pudran”, Cuerpo reservado no podría ser otra cosa que un mapa personal o el libro del cuerpo. Su propio cuerpo. Como si Dazra Novak saltara hacia sí misma mientras realiza el acto de la escritura y dejara por escrito lo real, lo que de veras le sucedió, instantes de su propia vida --amigos, lugares, objetos, estados de ánimo--. Palabras como cristales de cuarzo. La escritura como inevitable salto al vacío, terrible acto de malabar que implica, también, el salto hacia fuera (afuera del cuerpo) para observar, asociar detalles: los amigos que van y vienen, los lugares a los que nunca más se debería volver, objetos que dejan de ser entrañables para convertirse en finísimas trampas. ¿Pero es eso Cuerpo reservado? ¿Y si lo es, es solo eso? Conversar con Dazra para llegar a esa respuesta. O imaginar esa conversación. Mirarle a los ojos, sus ojos de duro tungsteno sabiendo que los dos estábamos, literalmente, sobre el vacío.

Escribo para perder el rostro, dijo Foucault. No he podido olvidar esta frase, la tengo en cuenta cada vez que leo un libro. Dazra, que también escribe, presenta en su libro una breve galería de lugares, personas, estados de ánimo. En Cuerpo reservado, donde las piezas narrativas (las llamo así para clasificarlas todas con un mismo rasero) se engarzan ya sea por la aparición de los personajes (JP o Jenny, Henri, Orlando el fotógrafo, los padres de la narradora, Antuán y Ahmel) a lo largo de todo el libro, o porque no todas las piezas narrativas forman en sí mismas un ciclo cerrado, sino que esperan y necesitan de otros fragmentos de historias para completarse, para intentar el cierre del círculo. (Abro un paréntesis porque he cometido un desliz. Antes dije que este libro podía ser una suerte de mapa, acaso el mapa del cuerpo de Dazra. Ahora advierto que la frase “intentar el cierre del círculo” es un imposible, nunca se termina de trazar un mapa, aunque sea un mapa personal. ¿Este detalle será acaso un defecto en el libro? --Quise preguntarle a bocajarro.) Creo que no debemos mirar este libro como un volumen de cuentos escrito a la manera tradicional, tampoco es una novela. ¿Pero qué es entonces Cuerpo reservado?, ¿una cuentinovela? Estoy convencido de que deberíamos dejar las clasificaciones para los críticos, esa es su tarea, su pan, aunque me gustaría intentarlo con una: Cuerpo reservado es un cuaderno, o el mapa personal de Dazra Novak, o el libro del cuerpo. Su cuerpo. Ya sabemos qué es un mapa. Y un cuaderno es, también, un mapa. Me seduce la estructura de ese tipo de texto al que llamo cuaderno. Es un tipo de escritura que a mi modo tiende al infinito, no acaba sino con el agotamiento del que escribe o con la muerte (la posibilidad de llevar una doble vida, una vida paralela y secreta, o inventarse un doble, esa variante del doble que es “recordar con una memoria extraña” según Ricardo Piglia --esto es, ahora, harina de otro costal, pero sonrío al advertir que este texto lo he escrito para pensar y proponerme la estructura del cuaderno; no hay nada nuevo bajo el sol, lo sé, pero agrada retomar y tensar las cuerdas del violín).Cuerpo reservado es una pequeña galería en la que desfilan personajes sin una gran historia a sus espaldas. Chicos y chicas que ves a la vuelta de la esquina, adultos cuyo éxito ha sido hacer una familia y darle de comer. Si estos personajes viven un infierno no es El Infierno lo que sufren, pero todo infierno personal, aunque mínimo y de baja intensidad, es tragedia para quien lo vive: “A mi padre le dije algo así como no robé, no maté, no juré por alguien en vano... me hice un tatuaje. Mi padre suspiró, me pidió verlo y dijo: está bonito”. La crisis del país en buena medida es generadora de esas pequeñas tragedias: inconformidades que el lector podría deducir como problemas de orden económico y todo lo que ello puede provocar --en este cuaderno nadie emigrará ni nadie extrañará a nadie por alguna razón política y sabemos bien de qué hablo--. Al menos en ninguno de los personajes presentados aparece esa razón, aunque pataleen, como el padre de Jenny, o el chico que hace tatuajes, o Antuán --el novio de la narradora personaje-- o el posible viaje de Jenny. Tal vez se podría advertir una conspiración, un complot contra Henri (“Sí. Para colmo, hoy se me acercó un barrendero en la calle y me dijo señalándome con el dedo: Heavy metal. Luego se alejó, riéndose.”, o su teoría de los segmentos y lo que le sucedió con unos libros que un amigo le envió a manera de regalo, libros que el cartero o el servicio postal nunca entregó, y que los encontró en una librería --en la primera página había una dedicatoria y al final tenía su nombre), pero el texto no va más allá, así que solo puedo inferir que son pésimas lecturas las que Henri hace cuando lee y asocia detalles de su realidad, un Henri que se me antoja un chico un tanto paranoico toda vez que también le teme a un complot que está tramando su propio cuerpo: un posible cáncer. Hay en Cuerpo reservado caminos truncos, miedos, la muerte (Orlando muere ahogado, con la Canon colgada al cuello: “está allí, en la orilla, tumbado sobre la arena. Hinchado, horroroso, desnudo, con una mueca en su rostro y la boca llena de papeles”), odio a la diferencia (una mujer y un niño son capaces de gritar, en el velorio de la abuela de la narradora personaje --que se besa con otra chica--: “Lesbianas de mierda”) y la eterna necesidad de definir aunque estemos de acuerdo o no con esas definiciones citadas por la narradora, la urgencia de buscar el significado justo o aproximado de algo --ya sea una fecha, una ciudad, estados de ánimo, una disciplina como la Historia-- se alternan en este brevísimo cuaderno, en el que sorprenden dos historias que se escapan de esa realidad real que caracterizan a la mayoría de las piezas narrativas del libro y desembocan en el territorio de lo no real, lo fantástico: No more I love you´s y Alturas. ¿Es esto un defecto? --Debo confesar que no pude preguntarle a Dazra si era un desliz o si esa decisión de incluirlos en el libro había sido tomada a conciencia--. Digamos que es una elección muy arriesgada en donde, para mí, es fallida en el primer texto citado. Pero de eso se trata cuando se hace el trazado de un mapa, aunque sea un mapa personal. Hay que explorar, ir al terreno para tocar las cosas con las manos, observar, asociar para después regresar al estudio y completar el trazado. De eso se trata: un trabajo de prueba y error.

El lector, a la sazón, podría preguntarse si a este brevísimo cuaderno le cabrían otras historias. La respuesta es Sí. Y la respuesta también es No. El sí y el no que incluyen y excluyen. Así pasa con la lectura de todo cuaderno. Por definición, un cuaderno es una suerte de mapa. Y su trazado no acaba nunca sino con el agotamiento o la muerte de quien lleva a cabo esta tarea.

Escribo para perder el rostro, dijo Foucault. Cuerpo reservado, con una escritura clara, sencilla, podría resultar una verdadera trampa, porque Dazra Novak, según la edición publicada por la Editorial Letras Cubanas en 2007, no es su nombre verdadero, sino Mairely Ramón Delgado, que nació en La Habana en 1978, se licenció en Historia por La Universidad de La Habana y es egresada del Centro de Formación literaria Onelio Jorge Cardoso. Muchos datos expuestos en la contraportada del libro. ¿Es esto un desliz? ¿Acaso es cierto? No me atreví a preguntarle en aquel encuentro. ¿Pero quién no quiso correr el riesgo de ocultarse tras la máscara de un seudónimo?, ¿la autora, la Editorial Letras Cubanas? ¿Es parte del juego de la desrostrificación?

No lo sabremos nunca.

¿Hasta dónde es real este mapa personal, este libro del cuerpo? Habrá que esperar la salida de Cuerpo público --su segundo libro--; con mucha paciencia es posible decodificar, encontrar trazas allí donde aparentemente solo hay máscaras, disfraces, pura ficción.

Intuyo que muchos lectores se lo han preguntado, pero eso, ahora, no importa.

Dazra

Eran las seis menos cuarto de la mañana y esperábamos el aviso de Spencer Tunick. Estábamos en el Parque Central. Estábamos desnudos y no éramos los únicos. Tal vez había 250 personas. Tímidamente conversábamos ella y yo. Debo consignar que de los dos el tímido era yo.

Nos habíamos visto solo una vez, en su oficina --apenas nos dijimos algo, le pregunté dónde estaba el baño y ella me indicó.

¿Cómo llamarla?: ¿Dazra? ¿Mairely?

Qué importa.

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