miércoles, septiembre 24, 2008

"Todo lo que sé lo aprendí en los cafés"

Eduardo Galeano
"Todo lo que sé lo aprendí en los cafés"

El escritor uruguayo, cuya obra ha indagado el pasado latinoamericano en
busca de las claves que explican el conflictivo presente de la región, toma
en Espejos, su nuevo libro de misceláneas y ensayos breves, el punto de
vista de los excluídos para reflexionar sobre personajes históricos y
problemas actuales. En esta entrevista habla de su pasado como periodista,
de los autores que lo marcaron y confiesa que, aún hoy, le teme a la página
en blanco

Por Jorge Urien Berri

Mil historias guardan los 131 años del Café Brasilero, y la que cuenta
Eduardo Galeano antes de empezar la entrevista calza como metáfora de su
obra. Para sus entrevistas impone invariablemente este café de la Ciudad
Vieja, que desde 1877 fue una confitería elegante que decayó en antro
portuario y cerró hace 26 años. "El último de los mohicanos de los cafés
donde me formé. Yo no tuve educación formal. Seis años de primaria -cuenta
el escritor uruguayo- y uno de liceo [secundaria]. Todo lo que sé lo aprendí
en los cafés que ya no están, escuchando a los narradores anónimos, que me
enseñaron a contar lo que ocurrió de tal manera que vuelva a ocurrir. Sólo
el Brasilero sobrevivió." Sobrevivió gracias al recuerdo y la voluntad.
"Quienes lo compraron durante la dictadura hicieron lo mismo que la
dictadura: lo vaciaron y se llevaron todo, hasta las maderas del piso se
llevaron. Pero este café tiene la singularidad de que después fue
reconstruido con las viejas fotos y los recuerdos de sus clientes de antes.
Los recuerdos son nuestros."

Un rescate similar emprendió Galeano hace cuarenta años con la dolorosa
historia de América latina, con sus mitologías y leyendas, para explicar y
dar sentido desde el pasado a nuestro convulsionado presente. Esa
reconstrucción literaria del pasado en función del presente ocupa los
mejores de sus casi cuarenta libros y empezó en 1971 con Las venas abiertas
de América Latina , un ensayo documentado atravesado por la narración. A
partir de 1982, los tres tomos de Memoria del fuego lo muestran en posesión
de un estilo propio y de un género aun más propio que transforma una enorme
masa documental y bibliográfica en textos muy breves que amalgaman
narración, ensayo y poesía.

En Espejos. Una historia casi universal (Siglo XXI), su último libro y best
seller como los anteriores, ese estilo alcanza la perfección, y el rescate
del pasado con miras al presente se extiende a la historia, las religiones y
las mitologías de todo el mundo. Pero, como siempre en la literatura, el
punto de vista importa mucho, y en Espejos y sus antecesores la perspectiva
y el factor de selección de las historias son, como desarrolla en la charla,
"lo no dicho, la historia de los nadies, de los ninguneados, que es donde
están las voces que más vale la pena escuchar. El punto de vista de los
excluidos, de los no nombrados, de las mujeres, los negros, los indios, el
Sur del mundo, los judíos, los gitanos, los despreciados y perseguidos.
Viendo la historia desde ese punto de vista, te enterás de una cantidad
asombrosa de historias que hay que contar".

Galeano venía al Café Brasilero todos los días desde sus 19 años, cuando ya
era jefe de redacción de Marcha , legendario semanario de izquierda fundado
y dirigido por Carlos Quijano, que funcionaba a una cuadra de aquí. A los 68
años, hoy ostenta el carné de Socio n° 1 del Brasilero, con derecho a un
café gratis por día, y su foto cuelga en la pared junto a la de otros
uruguayos ilustres. Durante la entrevista lo fotografían con celulares desde
las mesas y algunos se acercan a saludarlo. Galeano es una celebridad que no
tiene reparos en confesar que, pese a sus cuarenta libros, aún sufre de
pánico a la página en blanco.

-¿Guarda buenos recuerdos de Quijano y de Marcha?
-Aprendí muchas cosas con él. Nunca vi algo igual, era el director y
fundador de Marcha y se enojaba cuando venían avisos.

-¿Por qué? ¿Robaban espacio?
-Robaban espacio a la expresión de las ideas. Cada vez que venía un aviso
seductor, Quijano se ponía furioso y lo echaba a los escobazos. En Marcha
estuve en dos períodos, porque en el medio dirigí dos años y pico un diario
de la izquierda independiente, ...poca , y volví a Marcha pero ya sin un
trabajo fijo allí. Quijano me llamaba el hijo pródigo. "Mi querido hijo
pródigo", encabezaba las cartas desde su exilio en México, donde murió de
pena. Se había enojado muchísimo cuando me fui a dirigir ...poca .

-Además del periodismo, ¿escribía ficción?
-Publiqué una novela a los 21 años, bastante mala, Los días siguientes , muy
pavesiana, y dos o tres libros que son como una prehistoria literaria, pero
no me lo tomaba en serio porque me sentía periodista, amaba el mundo de las
redacciones y las imprentas. Yo era jefe de redacción de Marcha y suena de
lo más impoluto, pero yo me enchastraba de tintas de la cabeza a los pies
porque armábamos Marcha al viejo estilo: hierro, linotipos, plomo. Fue a
partir de Las venas abiertas de América Latina cuando me empecé a tomar en
serio este asunto de escribir libros y ahora me gusta más que escribir
artículos.

-¿Cuánto tardó en escribirlo?
-Tres meses. Pero estuve recogiendo materiales durante cuatro años. La
escritura me llevó noventa noches y litros de café.

-¿Sólo escribía de noche?
-Sí, porque de día trabajaba en otras cosas. Cuando los libros son
verdaderos te escriben, nacen de adentro hacia afuera. El libro se fue
armando dentro de mí y la verdad es que no me costó mucho la escritura.
Ahora, con el paso del tiempo, soy cada vez más exigente y puedo llegar a
suicidarme si puse una coma fuera de lugar. ...se fue un libro hecho con las
urgencias del trabajo periodístico.

-¿Y el trabajo del día no lo desconcentraba para escribir a la noche?

-Tenía muy clara en la cabeza la arquitectura de ese libro, como también me
pasó después con los otros. Cuando uno tiene resuelta la estructura básica,
mágicamente los ladrillitos van cayendo en su lugar. No se sabe cómo ocurre,
pero ocurre y las palabras encuentran su sitio. Pero me cuesta muchísimo
escribir, eso sí. Cada vez más.

-¿Por qué?
-El tiempo no me ha facilitado la escritura, sino que me la ha hecho más
difícil porque me he puesto más exigente.

-¿Corrige mucho?
-Muchísimo, reescribo una cosa diez, quince veces. Cada uno de esos textos
chiquitos es el resultado de un proceso muy complicado de sacrificios
sucesivos, de palabras que mueren y caen en el camino.

-Se nota.
-Una noche, Juan Carlos Onetti me dijo que las únicas palabras que merecen
existir son las palabras mejores que el silencio. Y eso para mí ha sido
siempre una especie de lema. Onetti me decía que era un proverbio chino. Yo
pensé que era un invento suyo porque el viejo era muy mentiroso y, para dar
prestigio a sus palabras, invocaba siempre fuentes inobjetables: "En la
Grecia antigua...". Pero hace poquito descubrí que es un proverbio hindú.

-¿Entonces eran mucho más largos esos textos breves?
-Muchísimo. Se va de decir poco con mucho a decir mucho con poco. Al revés
de los que creen que ya que no somos profundos tenemos que ser complicados,
lo mío es un viaje hacia la desnudez del texto y la palabra, la palabra
desnuda.

-Es interesante cómo funde historia, ensayo, ficción y poesía. ¿Emprendió
ese proceso adrede o se fue dando?

-Se fue dando, en la medida en que uno también a lo largo de la vida va
tratando de reunir sus pedazos. Padecemos un sistema del desvínculo que nos
ha condenado a la especialización, a la fractura, al divorcio de las partes
que a uno lo integran. Durante mi infancia, por ejemplo, el divorcio del
cuerpo y el alma. Tuve una infancia muy católica, me enseñaron a no
confundir la bella con la bestia, el alma con el cuerpo. Y me costó unos
cuantos años enterarme de que somos "almuerpos" o "cuerpalmas", y que tal
divorcio no existe o no debería existir.

-¿Los católicos lo formaron?
-Sí, yo era muy católico y muy místico de chico. Después fui descubriendo
otros desvínculos obligatorios, como el pasado y el presente. Espejos está
escrito para demostrar que el pasado y el presente son barajas que vienen
muy mezcladas y que todo lo que ocurrió remite a lo que ocurre, y lo que
ocurre proviene de alguna parte.

-Es permanente en su obra la vuelta o remisión al presente.

-Claro, el libro fue escrito para tratar de comprender un poco mejor el
mundo en el que vivimos y para tratar de recuperar los espléndidos colores
del arco iris humano, mutilados por culpa del machismo, racismo, elitismo,
militarismo y no sé cuántos "ismos". Y lo mismo con los géneros literarios.
A medida que iba avanzando en este oficio de escribir, me daba cuenta de que
lo que iba haciendo era cada vez menos clasificable porque trataba de
integrar lo que estaba desintegrado, de borrar las fronteras entre los
géneros literarios y no darles bola a los guardias aduaneros que son los
especialistas en literatura, los expertos, los ideólogos.

-Mientras lo hacía, ¿sabía que transitaba un camino nuevo?

-Nunca tuve mucha conciencia. Lo hacía, y era lo que más se parecía a lo que
quería decir. Fui buscando cómo salvar la distancia entre el deseo y el
mundo, entre lo que quería decir y lo que podía decir. Iba redescubriendo un
lenguaje que era el mío e integraba todos los lenguajes.

-Se supo escritor con Las venas abiertas...
-Sí. Como te digo, estaba muy enganchado con el mundo mágico de las
imprentas y las turbulencias de las redacciones, me encantaba ese ambiente
fraternal que se vivía. Ahora es más frío, cada uno delante de su
computadora. Cuando dirigí ...poca , era un diario de chiquilines. Fui su
director a los 22 años y nadie cobraba.

-¿No?
-No, todos vivíamos de otras cosas. Yo hacía todo, la página editorial, el
horóscopo, a veces la crónica deportiva, policial, lo que viniera, y cuando
terminábamos a las dos de la mañana, separábamos los escritorios y nos
poníamos a jugar al fútbol en la redacción. Evoco esos años como una fiesta
incesante. A veces terminábamos con el fútbol y si estábamos de humor, nos
íbamos a beber unos tragos por ahí y a ver amanecer a la rambla. Y después
cada uno se tenía que ir a trabajar a algún lado porque el diario no pagaba.
Ahí aprendí cosas que me marcaron para siempre. El viejo Quijano, que tenía
un estilo de hidalgo caballero y por eso lo llamaban don Quijano de la
Marcha, una vez me dijo una frase que me sonó retoriquísima: "Vos tenés una
cara que ya se ve que vas a morir pecando. Hacé lo que quieras, pero nunca
peques contra la esperanza, porque todos los pecados tienen redención, menos
el pecado contra la esperanza". Con los años aprendí cuánta razón tenía. Ese
consejo maravilloso debería figurar como una orden en los despachos de los
políticos y periodistas, de los que tenemos algo que ver con la influencia
sobre la opinión pública o el poder.

-¿Cómo fue la convivencia del periodismo y la literatura?

-Nunca distinguí el periodismo de los libros. Son formas de expresión
literaria. El periodismo escrito es una forma de literatura, pero la
diferencia fundamental entre el género periodístico y el literario es el
tiempo de elaboración. El periodismo tiene urgencias que a veces son
enemigas de la calidad, y el libro te permite trabajar los textos con más
tiempo y cariño.

-Para sus libros, maneja primero una enorme masa documental y de
información. En Espejos aclara que de haber incluido las fuentes
bibliográficas, el volumen se habría duplicado.

-A veces son documentos o información que tienen que ver con la historia y a
veces con el presente. Pero cada historia que escucho -porque en general
cuento cosas que han ocurrido, que ocurren-, trato de confirmarla o de
explorarla más a fondo, y proviene de esta libretita enana que siempre llevo
en el bolsillo. ¿Ves? [Muestra una libretita ínfima.] Anoto cosas que leo o
que me llaman la atención. Mirá qué hermoso esto del escritor gallego Álvaro
Cunqueiro sobre el exilio: "Cada hombre lleva una isla en la nostalgia a la
que sueña con regresar. Cuando en esa isla llueve, llueve en su corazón".
También comentarios de fútbol, soy muy futbolero: "Las lágrimas riegan las
mejillas del Titán Palermo", de una transmisión de un partido en el que ganó
Boca. Muchas de esas cosas después se convierten en textos. Otras no.

-Acá empiezan sus libros.
-Acá, y después van al papel y después a la computadora en versiones donde
vuelvo a reelaborar. Esto es de ayer, un grafiti en la playa del Buceo: "No
pegues a los niños, ahora portan armas".

-¿Cómo selecciona el material?
-Trato de entrar en el pasado sólo cuando lo siento presente, cuando en lo
que ocurrió siento vibraciones que no son pasadas sino presentes. El desafío
es: a ver cómo hago para contar esto que ocurrió y lograr que ocurra cuando
lo cuento. Es el hígado el que me lo dice, no un criterio racional. Siento
que eso me da un golpecito en la espalda y me dice: "Oiga, oiga, ¿no le
gustaría contarme?"

-¿Y su obra de ficción?
-Poca cosa, te digo. Ya me siento muy lejos de eso.

-¿Por qué?
-Me siento mucho más cómodo trabajando con la realidad y tratando de revelar
las realidades que la realidad esconde, porque la realidad es real en la
vigilia y también en el sueño y la pesadilla. Hay muchas realidades dentro
de la realidad y el desafío de revelarlas me atrae más que la imaginación
pura y desprendida. Hice, sí, libros de ficción, pero no es en lo que más me
reconozco.

-¿Por eso no regresó a la ficción?
-Me parece que la realidad humilla a la ficción. La realidad es una señora
tan loca y tan capaz de poesía que no se puede competir con ella. Es preciso
tratar de conversar con ella para que te cuente lo que le pasa y uno es un
intérprete. Yo no cuento las cosas como las recibo, las reelaboro muchísimo,
las recreo. En lo que escribo desde hace ya unos años siempre hay un
material de verdad, de cosa ocurrida o que ocurre. A veces es historia, a
veces es tiempo presente, sin que los separe una frontera.

-De la ficción le quedó el trabajo del texto y la cadencia poética.

-Sí, pasé por todos los géneros antes de intentar un género de géneros, una
síntesis del lenguaje humano. Es mi lenguaje más mío, sí. Y Espejos es mi
espejo también. De todos mis libros es el que quizá siento más redondo,
pero...

-¿Más que Memoria del fuego?
- Memoria del fuego es una obra más trabajada y trabajosa, fueron casi diez
años, tres tomos y mil y pico de historias hasta el presente. Fue una
tentativa de abarcar la historia de América y la mamá de Espejos, que trató
de abarcar aquello que me llamara y me dijera algo, y, sobre todo, el
desafío de revelar lo escondido, lo no dicho, la historia de los nadies, de
los ninguneados, que es donde están las voces que más vale la pena escuchar.

-¿Usted escribió poesía?
-No, poesía como verso, no.

-Porque en Espejos hay una poesía latente.
-Está como metida en la prosa, el hálito poético proviene de la poesía que
la realidad contiene. Es un modo de expresar las cosas para que puedan ser
compartidas en un acto de comunión entre iguales.

-¿Por qué entre iguales?
-Porque ésa es una de las pocas cosas en las que no coincido con Julio
Cortázar, que fue mi amigo entrañable y maestro. ...l hablaba del lector
hembra y todas esas cosas. Y no, nada de eso, el lector no es pasivo nunca.
Cuando es verdadero, el lector crea contigo, es un diálogo que después
convierte el libro en cosa de él o de ella, ya no tuya. El libro deja de
pertenecerte y se incorpora al que lo lee, y dentro del que lo lee se va
convirtiendo en otra cosa.

-Regalamos un libro que nos gustó como si fuera propio y nos expresara.

-Seguro, es una parte de mí: me doy. Al libro le encanta que lo regalen y
hasta que lo roben.

-¿Está trabajando en algún libro o proyecto?
-No. Ahora estoy en el puerperio, como una recién parida. Uno queda atado al
libro por un tiempo. Después ya vendrá otra cosa, no sé. La sensación al
principio es de pánico al vacío. Cuando estás muy enganchado con una tarea
creadora y el libro que creció dentro de vos ya salió, lo mirás desde afuera
como algo que te pertenece pero ya no, que es tuyo pero no del todo, y eso
te produce un poco de pánico, ¿sabés?

-¿Después de haber publicado casi cuarenta libros?
-Sí, sí, igual. Pánico, pánico: ahora no voy a poder escribir nada más, me
quedé vacío, para qué voy a vivir. Ese pánico quizás es la prueba de que
estoy de veras vivo. Como el pánico que siento ante la hoja en blanco...

-¿En serio?
-Es el mismo pánico que sentí a los 14, 15 años, cuando empecé a intentar
escribir y a publicar alguna cosita en los semanarios socialistas. Me daba
un pánico tremendo la hoja en blanco, me hacía temblar las rodillas. Y ahora
también. Y es la prueba de que, más allá de la edad, sigo teniendo esa
energía juvenil, porque el miedo indica que uno está muy metido en lo que
hace, si no, no tendrías miedo de no poder hacerlo. Hay una responsabilidad
en el oficio de escribir que no depende de si se escribe un artículo, una
canción, un guión, una novela, sino del hecho de que esas palabras, si se
imprimen, se dirigen a otros e influyen en otros.

-En el periodismo ya no está muy generalizada la conciencia de esa
responsabilidad.

-No, y tampoco en algunas formas de expresión puramente literarias, por
ejemplo, en las ciencias sociales.

-Y en algunas obras de ficción.
-Sí, eso es una regla de juego del mundo moderno, donde todo existe por un
ratito. Ya no hay la intención de escribir para después, se escribe para el
instante y eso en periodismo es legítimo e inevitable, pero en otras formas
de expresión literaria ya no funciona.

-¿Qué opina del periodismo actual?
-Los espacios de independencia se han ido encogiendo muchísimo. Hubo una
concentración de poder enorme en el mundo periodístico. El derecho de
informar está cada vez en menos manos y eso implica un nivel de manipulación
que antes no existía y que lo practica la televisión más que la prensa
escrita. Pero también en la prensa se manipula. Hugo Chávez y Evo Morales
triunfaron en plebiscitos revocatorios, Evo por más del 67% de los votos, y
eso contradice lo que la prensa más influyente del mundo dice de los dos
personajes: que son dictatoriales e impopulares. Imaginate si Bush hubiera
hecho un plebiscito revocatorio.

-¿Cómo ve el proceso uruguayo? Usted firmó hace poco en contra de la ley de
caducidad para juzgar los crímenes de la dictadura.

-Sí, y hace ya muchos años fui miembro de la comisión que promovió el voto
contra la misma ley y perdimos por muy poquito. Era un país recién salido de
la dictadura, todavía enfermo de miedo. Esperemos que haya cambiado. La ley
de caducidad contradice la ley internacional y algunos principios éticos en
el Estado, porque autoriza el crimen siempre que se obedezca la orden de los
mandos.

-Obediencia debida.
-Una especie de obediencia debida, con el agravante de que aquí, bajo ese
manto, han metido incluso atrocidades. ¿Quién puede haber ordenado
secuestrar a la nuera de Juan Gelman, traerla embarazada al Uruguay y
matarla después de parir para entregar a su hija a un policía? Ésa fue una
de las muchas atrocidades incluidas en la ley. Y el principio de que pueda
caducar la pretensión punitiva es inmoral porque la impunidad estimula al
delincuente.

-Uruguay no tenía tradición de dictaduras.
-Y fue la gran cámara de torturas de la dictadura.

-¿Por qué?
-Por la proporción de torturados.

-¿En relación con la población?
-Sí, en eso sí que fuimos campeones mundiales. Ojalá lleguemos a impedir que
el Uruguay sea un santuario de impunidad.

-Cuando lo nombraron primer Ciudadano Ilustre del Mercosur, el único
presidente que no lo felicitó fue Tabaré Vázquez. ¿Hay alguna enemistad?

-Que yo sepa, no. Ahora, por qué el gobierno uruguayo fue el único ausente,
habría que preguntárselo al gobierno uruguayo. No tengo la menor idea.
Bueno, los tiempos de la Santa Inquisición han quedado atrás. No sé, no
entiendo.

-¿Tal vez porque usted fue crítico de la pastera Botnia?

-Sí, y no sólo de Botnia. Me parece que no funciona ese modelo de convertir
a Uruguay, que es un país pequeño, en un centro de producción de celulosa de
empresas gigantescas para el mercado internacional. Eso reproduce el viejo
esquema de explotación que ha sido la triste historia de estas tierras
latinoamericanas, que han vivido al servicio de las necesidades ajenas,
donde la explotación de los recursos naturales no ha dejado más que agujeros
y fantasmas porque cuando se agotan, se van sin decir adiós y si te he visto
no me acuerdo. ¿Qué pasa con este proyecto celulósico? La materia prima
devora el agua, y envenena la tierra y el aire, y eso a cambio de empleos
que se prometen y nunca aparecen. Desde el principio estuve en contra porque
no creo en el deber de obediencia sino en la libertad de conciencia, y si
eso me crea problemas con mi gobierno, lo lamento por mi gobierno. Mil y una
vez he expuesto discrepancias con Cuba y eso les ha caído muy mal a algunos
camaradas excitados en el deber de obediencia, y no es lo mío. Si no les
gusta, paciencia. Lo mismo con la ley de caducidad, porque el gobierno no
apoya este movimiento por la derogación.

-¿Qué piensa del presente argentino? Usted vivió allí.
-Viví allí y además dirigí una revista.

-Crisis, que hizo historia.
-Estoy muy ligado a ese país y... preferiría no vender hielo a los
esquimales, así que no voy a hablar a un medio argentino sobre la Argentina.

-A diferencia de la Argentina, el Uruguay es un país racional.

-Más o menos, no creas. Aquí somos locos que disimulan ser cuerdos. Este
país tiene una capacidad de locura, pero todos nos disfrazamos. Es un país
muy loco, loquísimo.

-¿Por qué?
-Loquísimo en la vida cotidiana y hasta en las actitudes del gobierno,
porque ahora se le ha ocurrido la energía nuclear, y es un acto digno del
manicomio porque al Uruguay le sobra viento y le sobra sol, ¿y nos van a
instalar una central nuclear? ¿No ves que es un acto de locura?

-La Argentina las vende y puede hacerles precio.
-Y bueno, de loco a loco. Es como cuando entró un visitante al manicomio y
se encontró con un señor que tenía el brazo sobre el pecho y aseguraba que
era Napoleón Bonaparte. "¿Y quién se lo dijo?" "Me lo dijo Dios." Y otro
loco que pasaba que por ahí protesta: "Yo jamás dije eso, jamás".

-De los escritores que usted trató en Uruguay, ¿cuál es el que más lo
impresionó o marcó?

-Unos cuantos. Sería injusto mencionar a uno. En los primeros tiempos me
instruyeron y ayudaron mucho Onetti, Benedetti, Martínez Moreno, Paco
Espínola, la poesía de Idea Vilariño, tan poderosa y tan desnuda, ese
lenguaje despojado. Y los de afuera.

-¿Quiénes?
-Rulfo. Creo que es el que más me influyó, es increíble ese hombre que supo
callar.

-Y sólo escribió dos libros.
-Que además son libros finitos, pero en muy pocas páginas dijo todo lo que
tenía que decir. Hizo el amor de la más alta manera y después se quedó
dormido.

-Habrá sido horrible.
-Para él, sí. Se las arreglaba mintiendo. Fue un gran amigo y un gran tipo,
y era imposible estar con él sin que se arrimara algún periodista a
preguntarle qué estaba escribiendo. Entonces él mentía y así iba inventando
novelas que no existían para sacárselos de encima. Pero no estaba
escribiendo nada. Hay una dignidad del silencio. Es tan difícil competir con
el silencio.

-¿Onetti lo influyó mucho?
-Sí, y me enseñó también, aunque yo hago un tipo de literatura muy diferente
de la suya. Pero tengo una enorme admiración por él. Un gran escritor y un
personaje insólito. A los 17, 18 años, le llevaba cosas que escribía y él
tenía la paciencia de leerlas. Me decía: "Mirá, pibe, si Beethoven hubiera
nacido en Tacuarembó, habría llegado a ser director de la banda del pueblo".
Como para que yo me suicidara a la salida. Era un tiernito disfrazado de
puercoespín, de falso puercoespín.

-Creó un personaje hosco.
-Claro, él tenía que decir cosas así porque su personaje era ése, el que
fuma mirando las manchas de humedad del techo, el que toma vinos ordinarios
que me hacían mear violeta. En la época en que yo iba a su departamento, era
un peligro, porque eran vinos de cirrosis instantánea, y beber con Onetti
era beber muchas horas. Decía barbaridades pero en el fondo era un tiernito.
Siempre fue muy cariñoso conmigo y le estoy muy agradecido. Bueno, a él y a
todos, Julio Cortázar ni que hablar, un amigazo y un tipo bárbaro, tan
generoso. Cortázar y Mario Benedetti son casos raros, son los dos escritores
más generosos que conocí. Porque en el zoológico humano, los escritores
habitamos la jaula de los pavos reales y cuando te encontrás con un colega y
te pregunta cómo te va, vos tenés que decirle "más o menos", porque si le
decís "muy bien", en el acto el colega se va poniendo amarillo, verde y cae
desplomado con un ataque al hígado. Hay que tener cuidado de no afectar la
salud del prójimo. En cambio, Julio y Mario son excepcionalmente generosos y
capaces de alegrarse cuando al otro le va bien. Y eso está prohibido en el
mundo moderno, que te enseña a ver al prójimo como un competidor o un
enemigo, como una amenaza, no una promesa. No sólo en la literatura. Pero
bueno, yo escribo y me refiero a mi sindicato.

-¿Cómo es que un país pequeño y con poca población ha dado tantos y tan
buenos escritores?

-Son los dos milagros: la literatura y el fútbol. ¿Cómo puede ser que un
país que tiene la población de un barrio de Buenos Aires o San Pablo haya
ganado dos campeonatos olímpicos y dos mundiales y tenga 247 jugadores
jugando en distintos países del mundo? Es inexplicable.

-¿La melancolía del montevideano tendrá que ver con la propensión al arte?

-No sé, también con un fútbol más quieto. El jugador uruguayo recibe la
pelota y medita, recuerda, piensa en su infancia. Claro, cuando hace el pase
es tarde.

-¿Por qué con tantos buenos jugadores a su seleccionado le va tan mal?

-Porque se conocen en el avión. El fútbol es un deporte asociado y por eso
Enrique Pichon-Rivière, que era un genio, descubrió y practicó el fútbol
como terapia de la locura, porque el loco, desvinculado del mundo, se
revinculaba en los equipos de fútbol que Pichon-Rivière organizaba con sus
pacientes. Y él jugaba con ellos.

-¿Está leyendo algún libro ahora?
-Leo todo lo que me cae en la mano, leo las cosas más diversas y varios
libros a la vez. De chico me gustaba Salgari, me lo sabía de memoria, y
Onetti también, ése era un espacio común muy importante porque
reconstruíamos historias de Sandokán o del Corsario Negro y entre los dos
las íbamos delirando, él en la cama y yo sentado al lado.

-¿Fue a un colegio de curas?
-No, pero tuve una infancia muy mística. Conversaba con Dios como si
fuéramos amigos. Y un día se me cayó por un agujerito del bolsillo. Creo que
empecé a reconocerlo en los demás, o sea, que soy religioso a mi manera.
Perdí la fe en la adolescencia. El sexo, el cuerpo, ¿no? Porque en aquel
tiempo la enseñanza religiosa divorciaba completamente el cuerpo del alma.
Creía, creía muchísimo, y de algún modo eso está; me reconozco en las
religiones llamadas primitivas, las que tienen más comunión con la
naturaleza.

-Se nota en su obra.
-Sí, soy un pagano. Una cosa es la religión como acto de fe legítimo y, para
mí, respetabilísimo, porque yo también fui del gremio, y otra cosa es la
religión como poder material y terrenal: religión es la mía y las demás son
supersticiones. Cuando terminó la persecución de los cristianos en Roma, los
cristianos empezaron a comerse a los leones y la Iglesia se convirtió en un
poder imperial que en la Edad Media fue dueño de la tercera parte de las
tierras de Europa.

-Se lo ve feliz.
-A veces soy, sí.

-O satisfecho.
-No, satisfecho no, eso nunca, pero feliz sí. A veces se me cae el optimismo
al suelo y después lo levanto, y con la felicidad pasa lo mismo. Es una luz
que te visita, se va, después vuelve.

-¿Qué siente cuando mira atrás y ve su obra? Sinceramente.

-Contesto honestamente: soy consciente de que he hecho una cosa que me
parece que está bien y que di lo mejor de mí. Fui muy honesto en todo lo que
escribí y dejo. Pero también estoy seguro de que el mejor de mis días es el
que todavía no viví y el libro mejor es el que me está esperando en algún
lugar escondido, misterioso.

-¿Es así, realmente?
-Sí, y nunca tuve, como tuvo Rulfo, la certeza de que ya había dicho lo que
tenía que decir.

-¿Rulfo eso lo expresaba?
-Era muy complicado el tema, delicadísimo. Además, él había tenido un
período de alcoholismo agudo en el que se caía por la calle y después pasó a
la Coca- Cola. No se sabía nunca muy bien, pero creo que él tenía esa
certeza por un lado muy satisfactoria y por el otro terrible, porque
significaba que lo que había escrito valía la pena y lo que había sufrido
para escribir aquello no había sido en vano, y terrible porque eso lo
convertía en un... un muerto en uso de licencia, porque si ya había escrito
lo que tenía que escribir, y él vivía para escribir, ¿qué le quedaba por
delante? ¿Qué le quedaba?

-Tremendo.
-Eso era una fuente de angustia que lo atormentaba mucho y por eso me parece
tan admirable la dignidad de su silencio, porque no era fácil. Podía haber
escrito, tenía todas las editoriales a sus pies, y nunca cayó en la
tentación y se mantuvo callado y dolido. Dolido del silencio que al mismo
tiempo era un ejercicio admirable de la dignidad, una forma de creación,
porque él escribía para adentro, ¿no? Para mí es el gran escritor
latinoamericano del siglo XX, el mejor de todos. Y personalmente era un
hombre que uno no se esperaba así, tímido, inseguro, chismoso. Le encantaba
chismear.

-Como a casi todos los escritores.
-A él le encantaba, sí. Y a veces era muy temeroso. Pero bueno, yo siempre
siento a la mañana que lo mejor que me puede ocurrir es lo que todavía no me
ocurrió, y debe de ser por eso que me conecto muy bien con los jóvenes en
las lecturas que hago. Me gusta escribir para los que vienen. ¿Viste la onda
de desprecio a los jóvenes? Me repele profundamente. Hay una encuesta que
indica que los jóvenes creen cada vez menos en la democracia en América
latina, salvo en la Argentina, Uruguay y Costa Rica. Es muy fácil
satanizarlos y decir que son unos cabezas huecas a los que todo les importa
un carajo, incluida la política. ¿Y qué les ofrece la política? Es un
ejercicio profesional de mentirosos, de acróbatas de circo, de lo que Luis
Alberto de Herrera, un caudillo del Partido Nacional [Blanco] y un viejo muy
pintoresco, llamaba "los redondos". [Lo imita con voz gangosa.] "No, ése no
porque es redondo." Redondos eran los que de tanto darse vuelta habían
quedado redondos. Y la política está llena de redondos. ¿En quién van a
creer los muchachos si lo que se promete nunca coincide con lo que se hace y
si se practica el doble discurso continuo? No creen porque les mienten, y
los que les mienten después se enojan porque no les creen. El descrédito de
la política nació de una realidad bastante deprimente. Los chicos se
encuentran con un mundo donde no rige el sistema de valores que nos formó a
nosotros y que no despreciaba a los perdedores y creía que la pobreza era
fruto de la injusticia. Ahora, el perdedor y el fracasado son dignos del
desprecio colectivo, falta que los escupan. Hoy es obligatorio el éxito y
los chicos sienten esa presión exitista de que tienen que ganar. Aquella
visión del mundo, común a mi generación, a la tuya, no demonizaba a los
pobres, pero ahora resulta que son ineficientes y merecen su destino porque
la ineficiencia tiene que ser castigada. Los jóvenes se asoman a un mundo
implacable donde cada uno que está en la escalera empuja con el pie al otro
para que se caiga. Es un mundo del desvínculo donde nadie se encuentra con
nadie. A los jóvenes los acusan de vivir romances con las maquinitas. Será
porque con la gente es complicado.

-¿Y qué hay que hacer?
-Hay que recuperar el sentido sagrado de la palabra. Vengo del Paraguay, que
es un rarísimo caso en el que los vencedores hablan el lenguaje de los
vencidos. El guaraní, la lengua de los indios, se convirtió en la lengua de
la sociedad entera, y en lengua guaraní hay una palabra, ñe é , que
significa a la vez alma y palabra. O sea: el que miente la palabra traiciona
el alma. Esta identidad entre la palabra y el alma era y es la identidad
central de la cultura indígena guaraní. En la parte del libro sobre la
Triple Alianza digo que lo que sobrevivió a la hora del exterminio del
Paraguay es la lengua, y según su leyenda mítica, esa lengua y los
paraguayos nacen de la palabra que los nombra. Ellos son hijos de la
palabra, y la palabra es sagrada. Los políticos, los escritores y todos los
que trabajamos con la palabra tenemos que tener conciencia de ese carácter
sagrado. La gran tarea de los políticos tendría que ser recuperar la
honestidad necesaria para que les crean lo que dicen. No es lo que ocurre,
lamentablemente.

-En la Argentina hasta los datos oficiales de la inflación son falsos.

-El lenguaje que usamos es un lenguaje de los poderes dominantes en el
mundo, un lenguaje traidor de las palabras que emplea. Cuando se dice
comunidad internacional, es un club de grandes banqueros y jefes guerreros.
Para mí es terrible el descrédito de las palabras. Libertad, aquí, sigue
siendo el nombre de una cárcel.

-Sí, en la localidad de Libertad.
-Es como una metáfora de todo.

-Orwelliano.
-Sí. Un gran poeta catalán, Salvador Espriu, tiene un poema muy hermoso
dedicado a los jóvenes, que dice que él escribió "para guardaros el
verdadero nombre de cada cosa". Hay que recuperar el verdadero nombre de
cada cosa, y uno escribe tratando de hacerlo, porque si no, estás condenado
a la mentira incesante.

-Se dice que la ficción es una especie de mentira...

-El arte siempre es así, una mentira que dice la verdad, y es curioso,
porque es una paradoja.

-Sí, y en su obra es interesante cómo eso pega una vuelta. Usted parte de la
verdad, le da forma literaria con la narración y termina en la verdad.

-Recupero lo que creo que es la verdad verdadera desde mi punto de vista,
porque hay muchísimas verdades posibles dentro de cada verdad. Todo depende
del punto de vista. Desde el punto de vista de una lombriz, un plato de
espaguetis es una orgía. Espejos intenta ver la historia -el tiempo que pasó
y el que ocurre- desde el punto de vista de los excluidos, de los no
nombrados, de las mujeres, los negros, los indios, el Sur del mundo, los
judíos, los gitanos, los despreciados y perseguidos. Viéndola así, te
enterás de una cantidad asombrosa de historias desconocidas que vale la pena
contar, como si estuviéramos alrededor del fuego.

-¿Su interés por los desposeídos y los fracasados nace por algo en especial?

-Porque a lo largo de los años no he hecho más que confirmar que toda esta
filosofía del éxito obligatorio impuesta por los amos del mundo nace de una
gran mentira que consiste en suponer que ganan los mejores, y eso no es
verdad. Ni han ganado ni ganan los mejores. Y mucha de la gente que tenía
razón perdió, y mucha de la gente que decía la verdad terminó atada a un
palo y quemada viva por la Inquisición. Cuando Giordano Bruno decía que la
Tierra giraba alrededor del Sol y que el Sol era una de las estrellas, fue
quemado vivo. La razón la tenía él y no los quemadores.

-Después se lo reivindicó.
-Sí, la historia siempre hace eso. Con cuatro siglos de atraso.



FUENTE:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1050495

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