martes, mayo 19, 2009

virulo en el mella: Una mirada al Buena Risa Social Club



Fernando León Jacomino • La Habana
Fotos: Kaloian (La Jiribilla)

… y lo peor de todo, sin necesidad
Evaristo Carriego

¿A qué obedecerá ese título de Buena Risa Social Club? ¿Acaso Virulo llenará el escenario con sus antiguos colegas del Conjunto Nacional de Espectáculos, aun cuando no recen entre los invitados? ¿Quedará algo vivo de aquellos temas y de aquella relación hilarante y orgánica que sobrevivía a las rudimentarias filmaciones de la época para imponerse en casas tan remotas como la mía de entonces?

Así, indeciso pero optimista, me fui al Mella en la noche del estreno para integrarme a un auditorio numeroso y muy diverso, mayoritariamente joven. Es muy interesante la cantidad de espectadores que acude a nuestros teatros en clara composición familiar, tendencia que se manifiesta particularmente en los espectáculos humorísticos. Familias, muchas de ellas con adolescentes y hasta con niños, parejas muy jóvenes y poca gente de teatro integraban el auditorio al que me sumaba con el propósito de reencontrar a Virulo, a más de 20 años de verlo por última vez en vivo.


Desde la canción de Rosa Alelí, primera del concierto y alusiva, como se conoce, a la relación entre hijos y padres divorciados, se produjo una absoluta empatía entre el artista y los espectadores. Ajeno a toda pose, Virulo ofreció una espléndida selección que integraba de modo muy coherente algunas canciones significativas de su etapa con el Conjunto Nacional de Espectáculos y otras de su repertorio posterior, mucho menos conocido entre nosotros. Diversidad temática y una perspectiva que apuntó siempre a las esencias de los temas tratados iban conduciendo al espectador a una risa cómplice, creciente, reflexiva, que no llegaba casi nunca a la carcajada; acreditando así una saludable tensión entre la alta elaboración artística de la oferta teatral y la expectativa general del público, alimentada por un humor la mayoría de las veces circunstancial e inmediato.

Un pequeño conjunto, discreto y efectivo en su labor de acompañamiento musical y coros, servía de apoyatura a las interpretaciones impecables del artista. Lejos de retroceder en sus mecanismos de comunicación directa con el espectador, como resultado de sus reiteradas incursiones en el medio televisivo, Virulo ha mantenido y perfeccionado sus herramientas para la comunicación con el público en vivo. Pequeños gestos, máscaras faciales para la caracterización instantánea de personajes y actitudes, mínimas e hilarantes incursiones coreográficas y algún que otro chiste o narración intermedios para contextualizar una canción; dieron cuentas de un actor-director atento a cada detalle, con pleno dominio del gesto social nacional y capacidad para actualizar, con precisión minimalista, canciones escritas hace varios lustros, al punto de que gran parte del público lograra recibirlas como nuevas.

Curiosamente, y sobre todo en aquellas canciones muy conocidas por mi generación y la de mis mayores que cuentan una historia cuya clave se revela al final, la comunicación se producía en dos niveles: una parte del público coreaba en voz muy baja las estrofas iniciales e intermedias y construía un ambiente de verdadera complicidad con el artista; mientras que la otra, integrada por los más jóvenes, reía sorprendida una vez cerrado el ciclo, tal como si se tratase de chistes recién compuestos.

Y en eso estábamos cuando llegó el primer invitado: Eleuterio González (Telo). Fundador del grupo La leña del humor, Telo integra desde entonces aquel grupo de jóvenes humoristas que enriqueció la vida cultural universitaria de los ´80, movimiento que luego derivó hacia la disolución de las agrupaciones originales y el predominio de figuras aisladas, vinculadas en su mayoría al Centro Promotor del Humor.

Dando fe de una antigua relación de trabajo con Virulo, que incluye varias asesorías a textos y espectáculos suyos, Telo ofreció dos sketchs o monólogos breves que no escuchaba desde aquellas descargas de La leña… en la Universidad Central de Las Villas. Se trata de dos textos cuidadosamente elaborados que indagan sobre diferentes aspectos de la comunicación entre el artista y su público. Primero una parodia sobre los mecanismos de recepción característicos de aquellos pseudopoemas con fondo musical que cantantes como Camilo Sexto popularizaran durante la década del ´80. Luego una sarcástica indagación en los más enrevesados mecanismos y elucubraciones que podrían acompañar a la escritura de una novela. En ambos casos el artista se esmera con fortuna en caricaturizar fórmulas y estructuras preconcebidas para la producción de sentido que en última instancia revelan incultura y falta de rigor en la instancia generadora del hecho artístico y que aspiran a una comunicación inmediata, subestimando de paso la inteligencia del espectador.



En esta cuerda y desde una crítica filosa e incisiva que no deja lugar a dudas, Telo nos ofrece dos de las piezas más valiosas de aquel colectivo villaclareño que, si bien conservan vigencia y vitalidad suficientes, hoy nos parecen un tanto ingenuas ante el desmedido incremento de tales operaciones en nuestro contexto mediático y en muchos de los espectáculos en vivo que se producen, muchos de ellos concebidos por artistas del sector profesional. Sin embargo, y en franco contraste con la audacia comunicacional de Virulo, Telo exigió una mayor atención del espectador, como consecuencia de su limitada proyección escénica y de un ritmo lento e inseguro que en ocasiones llegó a comprometer la comunicación y afectar la indiscutible hilaridad de los textos representados.

Luego sucedió algo que no por anunciado dejó de resultar chocante: toda aquella atmósfera cuidadosamente construida por la acertada progresión dramática de las canciones y chistes incluidos, en lugar de desembocar en un bloque final más intenso pero coherente con los mecanismos de enunciación predominantes hasta ese momento, derivó en la intervención del segundo invitado, el actor Carlos Gonzalvo y su personaje el Profesor Mentepollo. Es así que el público, hasta entonces contenido, expectante, presto a la indagación, transita de golpe hacia la recepción llana y directa de un tipo de chiste que no pretende profundizar en causa o esencia alguna. De un minuto a otro la perspectiva crítica de alta elaboración se trasmuta en choteo y el espectador salta de la complicidad a un aquelarre más periodístico que artístico, que da al traste con toda la atmósfera de participación inteligente construida durante los primeros 45 minutos de función.

En una suerte de retransmisión en cámara rápida, algunos de los temas que fueron examinados por Virulo son recapitulados por el actor Carlos Gonzalvo, desde la superficialidad de un personaje muy coherente con su concepción y propósitos comunicativos, pero situado en un contexto erróneo. De momento, los mismos asuntos y otros sufren una suerte de banalización o lavado ideológico con fuerte sabor a prohibido, como consecuencia de una operación que se ha hecho habitual en nuestros escenarios y espacios televisivos y que no precisa de altos niveles de elaboración textual para alcanzar elevadas cotas de popularidad.



Y esto no quiere decir que Gonzalvo y otros humoristas de similar perfil estén incapacitados para generar propuestas de mayor rigor estético. Sin pretender siquiera un esbozo de su trayectoria, puedo dar fe del desempeño de este actor con agrupaciones tan diferentes como el Teatro Pinos Nuevos, de la Isla de la Juventud y Humoris Causa, de la capital. Lo que ocurre es que, más allá de sus posibilidades como actor, Gonzalvo se acoge en este caso al tipo de humor superficial que prefieren y potencian nuestros medios de difusión masiva y que responde a arquetipos de comunicación tan antiguos como el humor mismo, puestos aquí en función de aprovechar asuntos poco abordados por esos mismos medios. Lo que me cuestiono en este caso es la pertinencia de hacer coincidir en un mismo escenario dos modos tan diferentes de comunicación con el espectador, en aras de conseguir una convocatoria masiva que sospecho Virulo hubiese conseguido por sí solo, sobre todo en una sala tan céntrica y vinculada al humor como el Teatro Mella.

Pero Virulo al parecer volvió para quedarse y el día llegará en que retome su merecido espacio en los medios (ojalá que sea mediante un espacio fijo) y recomponga sus nexos con humoristas como Osvaldo Doimeadiós, Iván Camejo y el propio Telo, entre otros; más cercanos a sus mecanismos de elaboración estética y prestos a construir contra viento y marea ese humor inquietante, sagaz y participativo que nos hace hoy tanta falta o más que en aquellos años fundacionales del Conjunto Nacional de Espectáculos.

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