sábado, marzo 07, 2009

Un Homenaje no sólo a la mujer cubana, si no a la Mujer




Leopoldo Humire ha completado, de forma magistral, el mensaje que recientemente les enviara:


Esta Mujer Cubana, tan bella,
tan heroica, tan abnegada,
flor para amar, estrella para mirar,
coraza para resistir...

La mujer en Martí
Una luz que parece estrella
Hay frío: mi dolor —El sol despierta:
Un alma de mujer llama a mi puerta.
—José Martí

Madeleine Sautié Rodríguez

EVOCAR al Maestro reclama no sólo de los cubanos la más merecida reverencia. Su extraordinaria figura se nos presenta ante los ojos como esa raza magnífica del héroe completo, el patriota, el político, el orador, el poeta, el periodista...

Sin embargo es como sumergirse en "un baño de luz" asomarse al Martí íntimo: al amigo, al padre, al hombre, quien se niega a reconocer la existencia de gloria completa "sin sonrisa de mujer".

Su desbordada sinceridad, su generosidad al límite de olvidar el mal propio cuando "curaba" el mal de otros, su cordialidad y finísima cortesía eran la amalgama propicia para hacer de él un ser que mirara con particular sensibilidad a la mujer por quien estuvo perennemente marcado. Único hijo varón de un matrimonio que tuvo ocho frutos, parecía estar predestinado a ser solícitamente especial con el ser femenino.


Todo contacto con la mujer, cualquiera que fuera la circunstancia, era una buena ocasión para "resguardarse de lo feo del mundo" porque para él constituía "la forma más concreta y amable de lo hermoso". Consideraba que era la nobleza del hombre y solía referirse a la forma como debía ser tratada. Su gallardía con las damas y el placer que de este empeño recibía le hizo asegurar que casi siempre después de hablar con una mujer hacía versos. Era, pues, para él sagrada.

Todas, la niña o la anciana, la adolescente o la madura gozan de referencias en la inagotable obra legada. En el prólogo de La edad de Oro, revista dirigida a los niños de América, resalta con nitidez la necesidad de que las niñas, futuras mujeres, se instruyan para que puedan ser las compañeras ideales del hombre, y puntualiza que no deben reservarse para diversiones y modas. Y reconoce con firme acierto que las pequeñas poseen una sutileza especial para entender las cosas delicadas y tiernas, y que en sus almas "sucede algo parecido a lo que ven los colibríes cuando andan curioseando entre las flores".

Resulta verdaderamente hermosa la relación que sostiene con su madre y sus hermanas, y enorme el dolor que le propina la muerte de una de ellas, Ana, mientras él sufría destierro en España. "La tierra la quería/ Como quiere a los niños la mañana/ Era hermana del Sol, y era mi hermana", escribe en un conmovedor poema que titula Mis padres duermen.

Con Amelia sostiene desde el exilio una correspondencia que guarda las más sorprendentes definiciones del amor, las más acertadas recomendaciones para que no confunda los sentimientos que a su edad pueden trastocarse y se haga querer dignamente.

Mujeres hay en su vida que en los más difíciles momentos de soledad en el destierro vienen a atenuar el dolor que causa estar lejos de su amada patria. En Aragón, "donde rompió su corola / la poca flor de su vida" está la bella Blanca de Montalvo, que le estrena en su corazón la plenitud del primer amor.

Lo consterna la belleza femenina, y se rinde virilmente a la sensualidad que hay en ella: "Un Beso de mujer! —Yo lo he sentido/En un muy dulce instante extra-vivido".

Allá en México lo inspira una romántica musa, Rosario de la Peña, y lo hace también la linda actriz mexicana Concha Padilla, en cuyos labios había puesto al personaje femenino de Amor con amor se paga. La energía vital propia de sus para entonces 22 años, y la chispa de su palabra incentivaban estas emociones. El verbo fluido, la cordial galantería y la fama literaria con que ya contaba hacía que las damas le correspondieran sus afectos también con natural simpatía.

El amor que consagró a Carmen, su esposa, está impregnado del más hondo lirismo. Un poderoso torrente de sentimiento lo conduce a esta mujer con la que estuvo ligado durante toda su existencia no solo por lo que para él significó sino también por ser la madre de su hijo. Por eso explica la presencia de la amada en sí mismo. "¿Que por qué pienso en ella? Porque estoy mezclado a ella. —Yo podré decir qué fibra es mía pero no qué idea es mía porque en el fondo de cada idea, si buscas bien, hallarás ‘Carmen’".

Los constantes detalles del hombre revelaban esa tierna generosidad que ante la mujer se acentuaba todavía más. En las fiestas solía bailar con aquellas muchachas que por ser menos atractivas iban quedando sin pareja. Y cuando María Mantilla, su querida ahijada, le preguntó por qué lo hacía, la respuesta fue magnánima: "Porque a las feas nadie les hace caso y es deber de uno no dejarles sentir su infelicidad".

Una mujer, Blanche Zacharie Baralt, que lo conoció muy de cerca, nos deja el impacto que provocó su primer encuentro con él, cuando era una jovencita: "Martí estaba al tanto de todo. Discutió conmigo cuadros, música y libros, de la manera más natural, con absoluta sencillez, sin hacerme sentir la diferencia que había entre una niña y un sabio.(... ) Nunca desmintió aquella impresión."

Estaba convencido de que su sueño de independencia traería inevitablemente dolor a las madres. "Ay, las madres, las madres, cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr en esta revolución a que voy a lanzar a mi país!".

En el hogar de los Mantilla, la casa de huéspedes de Nueva York donde vivió largos años durante la emigración, halla Martí a la compañera, a la amiga, a aquella en quien no puede pensar "sin conmoverse y ver más hermosa la vida". Es, según afirma, la mujer mejor que ha conocido en el mundo. En ella, Carmen Miyares, la matrona de la casa, reconoce la capacidad de la fidelidad que para él era la aristocracia verdadera. Le recomienda la lectura, el estudio, el saber, porque todo eso le daría autoridad y ventura y le propiciaría el auténtico crecimiento humano. Para quien categórico afirma que no es hermosa la fruta en la mujer sino la estrella, la luz que hay en el alma de la Miyares significa el calor de la familia ausente y la comprensión que tanto necesitó y allí hubo de encontrar.

La idea de la instrucción en la mujer persiste. En varias oportunidades aconseja a las hijas de Carmen, Carmita y María, a quien llama su hijita, tanto en la convivencia diaria como lo hará después mediante las conmovedoras cartas que les enviará. A ellas les solicita: "Véanme vivo y fuerte y amando más que nunca a las compañeras de mi soledad, a la medicina de mis amarguras." Y como prueba de cariño y de respeto les exige tareas, lecturas, las exhorta al trabajo, a la consideración que le deben tener a su madre. Insiste en que cultiven el gusto estético y comprobará a su vuelta si lo han querido "por la música útil y fina que hayan aprendido para entonces". Las persuade, cauteloso, para que no amen en el mundo sino aquello que realmente lo merezca y que cultiven amistades con mérito y pureza similares a los de ellas.

Y así, a cada paso el ser íntegro cosecha y se nutre de nuevas luces que como estrellas iluminan su insigne grandeza. Esos destellos los encuentra certeramente en el alma femenina. Ya había asegurado a su "hijita" que si moría quedaría enterrado en su pecho donde no lo supieran los hombres. Y puede parecer pero no es leyenda: Al caer de cara al sol en Dos Ríos llevaba sobre su corazón el retrato de María.

No hay comentarios.: