Bosch y Posada Carriles detenidos en Caracas en octubre de 1976, después de perpetrado el monstruoso crimen.
Uno de los dolores repentinos más hondos sufridos por la Revolución Cubana en sus casi cincuenta años de camino, ha sido —además de las pérdidas de los Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara— la voladura del avión de Cubana en las proximidades de Barbados, el 6 de octubre de 1976, hace injustamente 32 años.
Sería egoísmo del más malo pensar que ese día murieron solo nuestros 57 cubanos, sorprendidos por dos bombas de la CIA, colocadas premeditada y alevosamente en lugares insospechados de aquel DC-8 de Cubana de Aviación.
Según pruebas fehacientes que se incluyeron en el informe del perito criminalista Julio Lara, la primera bomba explotó en la llamada "cabina económica", en un área cercana a la fila siete, mientras que la segunda, de mayor potencia, muy próxima al baño número dos, probablemente en su interior. La onda expansiva de esta última afectó considerablemente los elementos del mando de cola y provocó una reacción incontrolable de la aeronave.
Si doloroso fue para los familiares, amigos y compañeros de trabajo de los coterráneos, aquel sabotaje llenó también de angustia y sufrimiento a los seres queridos de once guyaneses y cinco cubanos.
Setenta y tres personas que compartían asientos, tranquilas y esperanzadas por llegar a Cuba, en un vuelo civil y de paz, inocentes seres humanos que conversaban amigablemente, ajenos a que el terror viajaba también con ellos, finalizaron de repente sus vidas, en la mayor de las angustias.
Los jóvenes guyaneses que la saña de personajes siniestros pagados por la CIA —como Luis Posada Carriles, Orlando Bosch, Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano— convirtió en unos pocos minutos en irreconocibles despojos humanos, volaban a la isla caribeña para hacerse médicos y salvar vidas.
Pero así como para el hitleriano Goebells oír la palabra "cultura" —según él mismo aseguraba— lo hacía sacar la pistola, la frase "estudiar Medicina en Cuba" hace a la CIA pensar o explotar sus bombas.
Que once humildes jóvenes de Guyana pudieran convertirse en médicos para aliviar el dolor, curar o salvar vidas a sus pobladores, era demasiado atrevimiento de un reducido grupo de pobres tradicionalmente olvidados.
Que diez tripulantes de la aerolínea Cubana de Aviación, hospedados transitoriamente en Bridgetown, capital de Barbados, disfrutaran de un viaje rumbo a su patria, por una rotación ganada tras sus esfuerzos cotidianos, era también una osada pretensión.
De similar manera era para la CIA un delito de lesa humanidad que los 24 integrantes de la delegación oficial de Esgrima de Cuba, ganadores de todas las medallas de oro del recién finalizado Campeonato Centroamericano y del Caribe de ese deporte, regresaran contentos y emocionados a reunirse con sus seres queridos en la Isla deportiva que los esperaba con los brazos abiertos para aplaudir su victoria.
Mucho menos podría darse el lujo la mafia miamense representada por Posada Carriles de permitir que una delegación integrada por cinco hijos de la hermosa y heroica República Popular Democrática de Corea, viajara sana y salva a la Isla revolucionaria de Martí y de Fidel.
Cuesta trabajo admitir que el Secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, dijera entonces que su Gobierno no tenía absolutamente nada que ver con aquel despiadado sabotaje. Era —como todas las del Imperio— una mentira más grande que el monte Hillaby, la montaña más elevada de Barbados.
Posiblemente Henry Kissinger fuera uno de los que mejor se sabía de memoria el criminal proyecto de la CIA, puesto en manos terroristas de Luis Posada Carriles.
Por eso el propio The New York Times —hasta ahora nada sospechoso de marxista-leninista— habló del contubernio del Gobierno norteamericano con el crimen y en su edición del 24 de octubre de 1976 aseguró (entre otras evidencias) que, por ejemplo, Posada Carriles, ex integrante de la Policía de Fulgencio Batista, ingresó a la CIA desde su arribo a Miami, en 1960 y estuvo vinculado al sabotaje del avión cubano dieciséis años después, con el conocimiento de Langley, Virginia y de la cúpula dirigente de Estados Unidos.
No por casualidad los siniestros personajes en definitiva asalariados de los órganos de Seguridad de Estados Unidos y del Pentágono, andan sueltos actualmente por Miami, la moderna Cueva de Alí Babá del terrorismo. No por gusto ninguna dependencia gubernamental norteamericana ha rozado ni con el pétalo de una rosa a los actores intelectuales y materiales del implacable crimen.
No por un capricho del destino, ni por una simple ironía de la vida, los criminales deambulan intocables, sanos y salvos, por las calles de Estados Unidos, mientras, por ejemplo, los Cinco Héroes cubanos que solo cometieron el "delito" de combatir al terrorismo y evitar muertes humanas de ambas naciones, llevan una década en las prisiones del imperio más terrorista de la historia.
Nada… sencillamente el crimen de Barbados que hoy recordamos junto a la frase fidelista de "cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla", no fue más que un sabotaje contra las victorias de la Revolución Cubana.
Luis Hernandez Serrano
Uno de los dolores repentinos más hondos sufridos por la Revolución Cubana en sus casi cincuenta años de camino, ha sido —además de las pérdidas de los Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara— la voladura del avión de Cubana en las proximidades de Barbados, el 6 de octubre de 1976, hace injustamente 32 años.
Sería egoísmo del más malo pensar que ese día murieron solo nuestros 57 cubanos, sorprendidos por dos bombas de la CIA, colocadas premeditada y alevosamente en lugares insospechados de aquel DC-8 de Cubana de Aviación.
Según pruebas fehacientes que se incluyeron en el informe del perito criminalista Julio Lara, la primera bomba explotó en la llamada "cabina económica", en un área cercana a la fila siete, mientras que la segunda, de mayor potencia, muy próxima al baño número dos, probablemente en su interior. La onda expansiva de esta última afectó considerablemente los elementos del mando de cola y provocó una reacción incontrolable de la aeronave.
Si doloroso fue para los familiares, amigos y compañeros de trabajo de los coterráneos, aquel sabotaje llenó también de angustia y sufrimiento a los seres queridos de once guyaneses y cinco cubanos.
Setenta y tres personas que compartían asientos, tranquilas y esperanzadas por llegar a Cuba, en un vuelo civil y de paz, inocentes seres humanos que conversaban amigablemente, ajenos a que el terror viajaba también con ellos, finalizaron de repente sus vidas, en la mayor de las angustias.
Los jóvenes guyaneses que la saña de personajes siniestros pagados por la CIA —como Luis Posada Carriles, Orlando Bosch, Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano— convirtió en unos pocos minutos en irreconocibles despojos humanos, volaban a la isla caribeña para hacerse médicos y salvar vidas.
Pero así como para el hitleriano Goebells oír la palabra "cultura" —según él mismo aseguraba— lo hacía sacar la pistola, la frase "estudiar Medicina en Cuba" hace a la CIA pensar o explotar sus bombas.
Que once humildes jóvenes de Guyana pudieran convertirse en médicos para aliviar el dolor, curar o salvar vidas a sus pobladores, era demasiado atrevimiento de un reducido grupo de pobres tradicionalmente olvidados.
Que diez tripulantes de la aerolínea Cubana de Aviación, hospedados transitoriamente en Bridgetown, capital de Barbados, disfrutaran de un viaje rumbo a su patria, por una rotación ganada tras sus esfuerzos cotidianos, era también una osada pretensión.
De similar manera era para la CIA un delito de lesa humanidad que los 24 integrantes de la delegación oficial de Esgrima de Cuba, ganadores de todas las medallas de oro del recién finalizado Campeonato Centroamericano y del Caribe de ese deporte, regresaran contentos y emocionados a reunirse con sus seres queridos en la Isla deportiva que los esperaba con los brazos abiertos para aplaudir su victoria.
Mucho menos podría darse el lujo la mafia miamense representada por Posada Carriles de permitir que una delegación integrada por cinco hijos de la hermosa y heroica República Popular Democrática de Corea, viajara sana y salva a la Isla revolucionaria de Martí y de Fidel.
Cuesta trabajo admitir que el Secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, dijera entonces que su Gobierno no tenía absolutamente nada que ver con aquel despiadado sabotaje. Era —como todas las del Imperio— una mentira más grande que el monte Hillaby, la montaña más elevada de Barbados.
Posiblemente Henry Kissinger fuera uno de los que mejor se sabía de memoria el criminal proyecto de la CIA, puesto en manos terroristas de Luis Posada Carriles.
Por eso el propio The New York Times —hasta ahora nada sospechoso de marxista-leninista— habló del contubernio del Gobierno norteamericano con el crimen y en su edición del 24 de octubre de 1976 aseguró (entre otras evidencias) que, por ejemplo, Posada Carriles, ex integrante de la Policía de Fulgencio Batista, ingresó a la CIA desde su arribo a Miami, en 1960 y estuvo vinculado al sabotaje del avión cubano dieciséis años después, con el conocimiento de Langley, Virginia y de la cúpula dirigente de Estados Unidos.
No por casualidad los siniestros personajes en definitiva asalariados de los órganos de Seguridad de Estados Unidos y del Pentágono, andan sueltos actualmente por Miami, la moderna Cueva de Alí Babá del terrorismo. No por gusto ninguna dependencia gubernamental norteamericana ha rozado ni con el pétalo de una rosa a los actores intelectuales y materiales del implacable crimen.
No por un capricho del destino, ni por una simple ironía de la vida, los criminales deambulan intocables, sanos y salvos, por las calles de Estados Unidos, mientras, por ejemplo, los Cinco Héroes cubanos que solo cometieron el "delito" de combatir al terrorismo y evitar muertes humanas de ambas naciones, llevan una década en las prisiones del imperio más terrorista de la historia.
Nada… sencillamente el crimen de Barbados que hoy recordamos junto a la frase fidelista de "cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla", no fue más que un sabotaje contra las victorias de la Revolución Cubana.
Luis Hernandez Serrano
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