viernes, abril 03, 2009

FÁBRICA DE LA GLOBALIZACIÓN


Andrés Mir
Fotos de Suset B. Reyes

Hablemos claro: nada hay censurable en el consumo. Somos sistemas biológicos abiertos: respiramos, nos alimentamos, tememos al frio o sufrimos dolores. Tenemos inquietudes físicas y espirituales que se resuelven a partir del uso de recursos elaborados por colectivos humanos distantes a nosotros. Ello nos hace criaturas sociales en extremo pendientes de la convivencia y de los bienes generados por los procesos productivos de la sociedad. Consumir es parte inevitable de nuestra propia condición. Sin embargo, hay un largo trecho entre la satisfacción de las necesidades (sin adjetivos) y la avidez insaciable de objetos no por su valor de uso sino por su valor virtual, que deviene de los procesos de marketing, la generación de íconos y fetiches en el consciente colectivo. Esta avidez, promovida por sectores financieros de diversas partes del mundo, adquiere matices particulares en la actualidad, cuando la globalización comienza a disolver las fronteras y los procesos industriales se tornan cada vez más flexibles y ágiles. Sucede que no basta entonces con vestirse, hay que vestirse “como”; no basta con tener determinada herramienta, resulta importante su marca. En más de una ocasión he visto grupos de jóvenes en mi barrio, ataviados con brillos, sentados en corro, callados, mirando anonadados las pantallas de sus móviles… cuatro o cinco a la vez. A lo que voy: una cosa es el consumo, otra el consumismo.

Con su Fábrica de la Globalización, expuesta durante la presente Bienal en La Cabaña, Abel Barroso se suma a las múltiples voces que vienen a cuestionarse los mecanismos que alientan estos procesos que no temo calificar de enajenantes. Polisémica, la instalación alude también a la flexibilidad y movilidad industrial que permite a las empresas migrar en busca de mercados de trabajo más apetecibles, o exportar con éxito gran variedad de bienes de consumo. La fábrica no para de producir: en muchos casos herramientas generadoras o portadoras de imágenes --discos usb, cámaras digitales, ipod, lap tops, teléfonos móviles--, características de los procesos que en su conjunto definimos como globalización, donde el documento digital (imagen de índole diversa) adquiere protagonismo, utilizado muchas veces justamente para alentar en espiral el consumo desmedido. La factura rústica, confeccionada en franca alusión a las matrices xilográficas, también despierta significantes en torno a la precariedad tecnológica de las periferias, que sin embargo, padecen tanto o más de la sed que menciono.

Es un tema que la obra de Abel ha encarado con matices desde hace más de tres lustros. Cuando --tras graduarse en el Instituto Superior de Arte-- recorrió el grabado en dirección opuesta, al exponer las matrices a la par de las impresiones, al descartar marcos, montajes, y escapar de la bidimensionalidad a lo tridimensional, ya eso evidenciaba su intención deconstructora, al cuestionar su arte y la realidad. Fábrica de Globalización es resultado de un proceso que viene desde Café Internet del Tercer Mundo, pasa por Technology Man y se desarrolla en Se acabó la guerra fría, a gozar con la globalización, obras expuestas en anteriores bienales y salones de grabado.

En la actualidad, cuando la escala de valores ha sido revisada tantas veces, cuando el propio concepto de arte contiene más preguntas que respuestas, cuando la tecnología incide cada vez más en la forma de crear, desplazando --muchas veces injustificadamente, como se puede apreciar en la bienal-- los recursos tradicionales como la pintura, el grabado, la escultura, en general, todo lo manufacturado, me atrevo a calificar la obra de Barroso de Arte, así, con mayúscula.

Y es, más allá de Arte, un bien de consumo, solo que no se puede echar a la ligera en un bolsillo o exhibirlo ante la envidia común de un grupo de tarados que no atisban más allá de sus hebillas: es un bien de consumo espiritual, de los que --tras ser apreciados-- despiertan inquietudes, incitan a pensar, alimentando a quienes sepan apreciarle de una manera esencial y definitiva.













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