viernes, abril 03, 2009

ARTE CONTEXTUAL, ARTE EN SAN AGUSTÍN



Lídice Fernández Espino
Fotos: Nelson Juan Martín Alonso

San Agustín se parece a Alamar y al Reparto Eléctrico, pero también a cualquier complejo habitacional de las décadas de los setentas y ochentas del pasado siglo dirigido a solucionar los problemas --siempre crecientes-- de vivienda, a costa de la máxima utilización del espacio, agrupando muchos de estos edificios en zonas periféricas. Recibieron tantos nombres como imaginación tiene el cubano, entre ellos le llamaron “bloques”, “sopa de bloques”, edificios “micro”, por haber sido construidos por las propias personas que serían propietarias de los inmuebles y que trabajaron en “microbrigadas”. Un sinnúmero de variantes que tipificaban este modelo de construcciones como propuesta estética.

Con el tiempo, esa propuesta estética ha ido perdiendo el croma, las condiciones constructivas se desgastan y el esfuerzo del país no siempre logra mantener los mencionados recintos. Pero en San Agustín sus vecinos han sabido aprovechar hasta el paso del tiempo.

Para los cubanos las siglas son parte del lenguaje cotidiano: podríamos escribir oraciones completas con siglas y entenderlas fácilmente. Sin embargo, LASA resultaba conocida a un reducido grupo de críticos o especialistas. El Laboratorio Artístico de San Agustín, creado por Candelario y desarrollado por Aurelié Sampeur --pero sin dueño, como ellos mismos afirman--, funciona como una estructura cultural. Tiene el dominio para integrar el conjunto al contexto, involucra a los habitantes, a los asistentes a sus presentaciones y los convierte en público activo, participativo.

Desde junio del pasado año LASA es una obra abierta a artistas de todo el país y del mundo, el marco propicio para experimentar, confrontar ideas, desarrollarlas, innovar, a través del contexto, interactuando con él, sin intermediarios. Así, mientras caminas por San Agustín puedes encontrar dibujos en los edificios. Rafael Trelles, artista puertorriqueño, se adueñó del espacio público sanagustinense: “el proyecto ofrecerá una oportunidad para reflexionar sobre la siempre dinámica relación entre lo personal y lo colectivo, entre el yo y el nosotros.” Por eso, utilizando plantillas de acrílico y agua a presión, aprovecha el churre que ha dejado el paso del tiempo en las paredes de los edificios para reflejar escenas hogareñas, completadas con retratos de algunos vecinos de la localidad.

Así se pueden hallar muchas sorpresas en San Agustín, desde una intervención pública para conocer sobre la urbanización del lugar, hasta exposiciones fotográficas en un centro comercial donde te invitan a cuidar la naturaleza. Un pasaporte intergaláctico, con foto y todo, fue ofrecido por el proyecto brasileño Aladim. Las personas se integran, se unen a la idea original, intercambian, y luego se ven.

Hoy como ayer es un documental de Laura Delle Piane sobre San Agustín. Pero cuando una ha recorrido el lugar, interactuado con las personas y artistas y aguantado un sol mañanero que se asoma sin vergüenzas, es un poco chocante la obra audiovisual. Cierto es que la mirada de un extranjero no será nunca igual a la de un nativo, pero pienso que no puede ser la tristeza la que defina este espacio vital. Su gente --y lo muestra la obra-- vive, trabaja, dialoga, sonríe, estudia. Cómo puede leerse entonces en pantalla un texto que diga que San Agustín no tiene historia ni tiene futuro... La historia se escribe desde el momento que se pone un pie aquí, cuando se pone el otro ya tenemos la primera oración para nuestro relato y el futuro se hace con el hoy. ¿Cómo no vamos a tener futuro si tenemos el hoy?

De todas formas la gente de este reparto se ve en el documental, se reconoce, se descubre, ve su espacio con otros ojos. Yo seguí caminando por San Agustín, donde nunca había estado, descubriendo también cosas, bajo un resplandor que rajaba las piedras. Me retumbaba en los oídos una frase de una sanagustinense que aguantó estoica la primera intervención pública de LASA, y cuando ya no soportó más el sol, que competía con sus setenta años, dijo: ¡Ay, coño, este sol está guapo!

Luego se puso a la sombra y esperó el final.







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