lunes, marzo 30, 2009

HÉROES DE LA MÚSICA ANDINA


Angélica Harada, Princesita de Yungay
Fotos de Elbita Vásquez Vargas

Cuando en nuestros días, las Abencias, Sonias, Dinas, Alicias y todas las diosas del amor andino con sus miles de seguidores abarrotan plazas, radios, espacios televisivos y cuanto espacio libre existe para embelezarnos, a lo Dina, con su pegajoso Que lindos son tus ojos/que dulces son tus labios/hermoso chico eres tú/de lindos ojitos negros,/ pocos son los que recuerdan el peregrinaje de la música andina en las áreas urbanas, particularmente en Lima, la soberbia y excluyente capital de la República.

Ese peregrinaje no se dio sobre un camino cubierto de rosas y claveles, por el contrario fueron duras las etapas atravesadas por los pioneros de la música vernacular, como dramáticos fueron los momentos vividos por los migrantes provincianos en su búsqueda de un posicionamiento decoroso en la Lima que vivía de espaldas al Perú profundo. Hoy las cosas han cambiado radicalmente. Lima es una ciudad de todas las sangres, donde esas Abencias y Sonias, Dinas y Alicias trabajan sobre espacios allanados con el trabajo, sudor y lágrimas de varias generaciones de compositores, músicos e intérpretes de la música andina.

No estamos diciendo que esas divas del controvertido tecnohuayno la han tenido fácil. Ellas también han puesto lo suyo, pero como parte de un proceso cuyos inicios se ubican en los años 30 del siglo XX. Máximo Alanya, uno de los cultores de la música huanca, como lo fue su desaparecido hermano Emilio, las tiene muy claras. "No hay que olvidarnos - lo dijo en el Centro Cultural de San Marcos- de los años en que se actuaba en la Pampa de Amancaes, o de los tiempos en que se trabajaba en los cines y Coliseos, luego en las radios, para finalmente ubicarse en los extramuros de Lima, donde aparte de hacer música se degustaba los potajes de todos los confines del país".

De esos años hay nombres insustituibles en el imaginario popular. Pastorita Huaracina, Picaflor Andino, Jilguero del Huascarán, Flor Pucarina, Gavilán Negro, entre muchos otros, cuyas canciones, por miles de miles, se vendieron en Lima y provincias desde que aparecieron en los viejos discos de 78 revoluciones; pero que siguen acaparando mercados, ahora en los modernísimos MP3 con los que siguen quebrando todas las vallas de sintonía, como los buenos, cantando mejor que antes.

De esas épocas heroícas sobreviven no pocos artistas, a los que la Universidad de San Marcos les está rindiendo homenaje con una muestra fotográfica a la que se ha denominado "Fragmentos de una Historia, La música Andina en Lima", espacio en el que la fotógrafa Nelly Plaza pretende perennizar los rostros y cuerpos de esos pioneros de la música de tierra adentro, con instantáneas fotográficas que se constituyen en parte de una historia visual que coadyuva a la construcción y fortalecimiento de una memoria popular.

En la inauguración de esa exposición, que se está realizando en la Casona de San Marcos (Parque Universitario) estuvieron presentes esos héroes, cargados de años y experiencias, pero con unas ganas juveniles de seguir cantándole al Perú, como lo hacían en el Coliseo Nacional o del Puente del Ejército; o como se decía entonces por las ondas de Radio Nacional del Perú o El Sol, reducto del recordado Luis Pizarro Cerrón, que rompía las mañanas con su Sol en los Andes, recordándonos musicalmente, una y otra vez, que más allá de las fronteras limeñas había todo un mundo en ebullición, que cantaba y danzaba mientras construía país.

Ahí estaba Princesita de Yungay, entusiasta y salerosa, Flor de Paria, La Sureñita, Olguita Zevallos, el brujo Sarmiento, Alfredo Curazzi, Máximo Alanya, Justino Alvarado, entre una veintena de músicos, intérpretes, compositores, bordadores y fabricantes de guitarra. Emocionados, recordaron al Amauta José María Arguedas como el hombre que los exhortó a respetar lo genuino, sin impostaciones ni artificios ( "A mi me hizo botar los zapatos de tacos, ¿acaso los usan en tu tierra?", me dijo, relataba la Sureñita), como también hicieron memoria del papel que jugó Josafat Roel Pineda desde el departamento de Folklore de lo que fue la Casa de la Cultura (hoy Instituto Nacional de Cultura), y de la actitud nefasta de una congresista que cuando dirigió dicha entidad liquidó todo vestigio de música vernacular. "Sólo sirve a los borrachos", fue su justificación.

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