jueves, julio 17, 2008

La malaria reaparece en todo el mundo

Título original: Malaria Resurges Around the Globe
Autor: Sonia Shah
Origen: ZNet Commentary
Traducido por David Sevilla y revisado por Maite Padilla

La malaria reaparece en todo el mundo
Por Shah, Sonia



Hay una enfermedad que afecta anualmente a más de quinientos millones de personas y mata a más de un millón. Debido al cambio climático, a la extracción cada vez más agresiva de recursos y a la creciente resistencia a los diferentes fármacos, la enfermedad mata cada año a un 16 por ciento más que el año anterior. Con el cambio de siglo, esta será la enfermedad contagiosa más letal del mundo.
No es el ébola, el SRAG ni la gripe aviar. No es la versión resistente a medicinas de la bacteria estafilococo. No es tampoco el sida. Es la malaria, un astuto parásito que, durante milenios, ha sido una plaga para la humanidad y ha dado forma a nuestro mundo desequilibrado.
El "Día Mundial de la Malaria" es el 25 de abril, y sin duda estará repleto de eventos para recaudar fondos y llamar la atención sobre la lucha contra la malaria, y de manera aún más importante sobre la necesidad de que la gente colabore y done dinero. Recordemos, mientras vaciamos nuestras carteras, el calado de nuestros fracasos en la lucha contra esta enfermedad. Desde hace más de un siglo sabemos cómo prevenir y curar la malaria, pero todavía, imperdonablemente, cientos de millones se contagian cada año, falleciendo muchos de ellos. Peor aún, la infección de la malaria deja a mucha gente vulnerable a otras infecciones, incluyendo el sida. ¿Por qué hemos fracasado en la lucha contra la malaria?
Según los editores de la prestigiosa revista Nature, parte del problema es que el público no conoce la verdadera historia.
"Los organismos involucrados en la lucha contra la malaria, incluyendo la OMS, llevan mucho tiempo siguiendo políticas de promoción", se quejó Nature en un editorial del 28 de febrero. El resultado es "la tendencia a dar buenas noticias" que evita que entendamos las verdaderas complejidades, desafíos y fracasos de la lucha contra este patógeno ancestral. Victorias menores y predecibles se pintan como grandes avances para mantener el apoyo de los donantes que nuestra tibia lucha contra esta enfermedad desatendida y olvidada requiere. Mientras tanto el microbio que causa la malaria, el protozoo parásito del género Plasmodium, la prole maligna de una antigua planta que salió mal, continúa sus ciclos sin apenas impedimentos. Los recaudadores de fondos dicen que todo lo que se necesita para comprar una mosquitera a un niño vulnerable es una donación de 5 dólares. Como si el fracaso en controlar esta enfermedad dependiera de la falta de caridad. Si tan sólo fuera así de fácil...
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Estoy de pie en la costa camerunense del Golfo de Guinea, veo una mancha grisácea sobre el mar que resplandece trémula en el horizonte. Es la isla de Bioko, donde Marathon Oil ha construido una instalación gigante de gas natural, junto con cientos de cuidadas casas estilo ranchero del tipo que se suelen encontrar en Texas. Las casas tipo rancho deberían estar ocupadas por trabajadores del petróleo y sus familias, pero todas están vacías. "Demasiada malaria", me dijo el ya fallecido experto en malaria Andy Spielman, quien fuera consultor para Marathon. Nadie quiere venir y arriesgarse a sufrir una picadura del mosquito local.
La habilidad de la malaria para bloquear el avance de las empresas más poderosas del planeta pone de manifiesto la gran capacidad de esta enfermedad para transformar la historia de los parajes donde se instala, desde el África occidental hasta Londres y Panamá. Esta enfermedad transmitida por mosquitos es extraordinariamente oportunista allí donde los ecosistemas han sido hace poco alterados. Ello explica en parte por qué ha demostrado ser un enemigo tan poderoso, pues que nosotros alteramos nuestro entorno es tan cierto como que los castores construyen diques. Desde las calles de la actual Ciudad de Panamá hasta las viviendas de la antigua Roma, cuando los parásitos de la malaria se han introducido en un entorno alterado desde el punto de vista biológico, no han dejado de aprovechar cada oportunidad, con consecuencias importantes para la evolución de la enfermedad.
Actualmente, el efecto real del cambio climático en la expansión de la malaria es objeto de controversia científica. Lo que está claro es que nuestro clima cambiante se cobrará su precio en vidas humanas, por lo menos en algunos lugares. No es difícil verlo ya. Tomemos por ejemplo el verano de 2005. No aparecieron las brumas en el río Amazonas ese año. La zona de océano caliente y aire ascendente que desató el huracán Katrina en el sureste de Estados Unidos tuvo el efecto opuesto en la cuenca del río Amazonas: en lugar de lluvias tempestuosas se produjo una larga sequía. Los días largos y claros de verano tuvieron un efecto súbito en el río, cuyas gargantas serpenteantes llevan la quinta parte del agua dulce del planeta. En septiembre, el nivel del agua cayó en picado aproximadamente unos 60 centímetros diarios. Mientras el nivel del agua se desplomaba, el pescado empezó a asfixiarse. En seguida se hizo imposible salir en canoa por aquel hilito de agua embarrada. Miles de botes encallaron en la tierra roja y agrietada. Cuando llegó diciembre, el poderoso Amazonas se había convertido en un pantano cubierto de hierba y el gobierno brasileño se vio obligado a transportar por aire comida, agua y medicinas a más de 800 pueblos aislados a lo largo de las riberas de lo que antes fuera el río.
Horacio Ramos tenía planeado conducir su bote 50 kilómetros de vuelta a su pueblo, pero la casa flotante estaba varada en el lecho mugriento. Con los ríos locales secos, dijo, "no hay manera de volver a casa".
Mientras Ramos y muchos otros aguardaban hambrientos, los médicos esperaban sombríamente lo que parecía inevitable. Sin lluvias que los arrastraran, los huevos de millones de mosquitos Anopheles pronto eclosionarían. Los insectos encontrarían a la gente debilitada por el hambre y moviéndose aturdidos alrededor de los charcos inmóviles que quedaban del río desaparecido. Y es así como un buen día, un parásito latente de la malaria, quizás de Camerún, la India o de unos pocos kilómetros más arriba, podría despertar y darse cuenta de la ocasión.
Multiplica este escenario por cien y puedes empezar a ver cómo emerge el nuevo paisaje de la malaria.
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La malaria es una enfermedad en gran medida olvidada en los países occidentales más poderosos. La voluntad política de luchar contra la malaria varía en función de las ambiciones políticas y comerciales de los líderes occidentales. De alguna manera, es irónico, porque hubo un tiempo en que la malaria prosperó en esas regiones tanto como lo hace ahora en el África subsahariana. Una vez la malaria se extendió a través de los Estados Unidos, desde Massachusetts a Florida, Iowa y California.
Pero en las capitales económicas mundiales, la malaria retrocedió antes de que nadie entendiera mucho sobre esta enfermedad, con el resultado de que para poder explicar el porqué nos hemos recreado en nuestras más prejuiciosas vanaglorias. En Estados Unidos, la peculiar historia de la recesión de la malaria (nuestra destrucción gratuita de los pantanos donde se engendraban los mosquitos tuvo mucho que ver) dio pie a la noción tácita de que la enfermedad es principalmente un problema económico; y en Gran Bretaña, a la idea de que es sobre todo el resultado inevitable de la pobreza. En otras palabras, cualquier cosa menos la peculiar enfermedad ecológica y demográfica que es la malaria.
Y así, con los recursos naturales más accesibles de Occidente en declive, desde los minerales hasta la madera, las empresas occidentales ahora explotan los recursos de los trópicos, más distantes y difíciles. Pero lejos de mitigar el problema de la malaria, los "desarrollos económicos de la agricultura y la minería" fueron señalados por la OMS, a principios de los 90, como los culpables de la difusión de la malaria, especialmente en sus puestos más avanzados, donde reinan la guerra y el caos. Las autopistas construidas a través del Amazonas brasileño trajeron por ejemplo colonos, trabajadores y nuevos proyectos de desarrollo a la región, pero en todo caso ello no ha impedido que los mosquitos de la jungla se dieran un festín con los recién llegados, no inmunes, transmitiendo parásitos residuales que se agitan en las tripas de los mosquitos. La carne humana estaba demasiado disponible, demasiado expuesta en viviendas primitivas colocadas a lo largo de los recién cavados lagos y ríos de la región.
A finales de los 90, más de 120.000 cayeron presa de la malaria falciparum en Perú, comparado con menos de 150 casos un año anterior en esa década. Las selvas tropicales, lejos de privar al mosquito local de la malaria darlingii de las rápidas y sombrías corrientes en las que les gustaba engendrar, han demostrado ser de gran provecho para los insectos voladores, que se han establecido densamente en las tierras alteradas que han quedado alrededor de las nuevas granjas y en los estanques creados por el hombre.
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Con compromisos políticos restringidos y escaso consenso científico, sólo una tecnología mágica, algo que fuera sobrecogedor, superpotente y rápido podría unir en masa a las comunidades científica y política en contra de la malaria. El DDT fue justamente lo que se necesitaba, y fue promovido tras la Segunda Guerra Mundial por guerreros químicos y líderes de la salud pública partidarios de las grandes corporaciones.
África fue excluida deliberadamente de la campaña "global" de erradicación que tuvo lugar en los años 50 y que llevó fumigadores de DDT por todo el mundo. Cuando empezaron a aparecer mosquitos resistentes al DDT, la campaña cambió de estrategia para centrarse en otra substancia química corrosiva: la droga contra la malaria cloroquina, que en algunos lugares se añadía a la sal de mesa. Cuando los parásitos resistentes a la cloroquina empezaron a propagarse, el compromiso político con el programa se esfumó.
La malaria resistente a los fármacos sólo necesitó tres décadas para extenderse por el planeta, transportada por mosquitos impasibles ante los insecticidas más letales conocidos por el hombre. A finales de los 90, una malaria resistente más mortífera, contagiosa y difícil de contener se estaba haciendo con nuevas franjas del planeta, desde las zonas de guerra de Afganistán a las montañas de Kenia, desde los bancales del Canal de Panamá hasta los callejones de la ciudad de Bombay. El número de víctimas mortales, en comparación con 1961, se había cuadruplicado.
El parásito invade continuamente sus antiguos territorios, en los 1200 viajeros, refugiados, soldados y mineros a los que manda a hospitales y clínicas estadounidenses cada año. Nada salvo mallas de puro metal puede impedir que los parásitos vuelvan a ingresar en los hambrientos mosquitos Anopheles del exterior, desatando otra epidemia. Los Anopheles revolotean en todos los estados de la Unión, excepto en Hawai, y los enjambres doblan su tamaño por cada medio grado de subida de la temperatura global.
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El sol entra en la pequeña clínica encalada de la Cruz Roja, el mar de cera está besando la orilla visible desde sus ventanas abiertas. Los pescadores están desenredando sus redes en la playa. Dentro hay dos habitaciones pequeñas, con dos pequeñas camillas, y una docena de trabajadores silenciosos con resplandecientes batas blancas que atienden a los cientos de aldeanos que vienen habitualmente a esta humilde instalación.
Esta clínica está en el lugar adecuado, una pequeña aldea a las afueras de Duala, en Camerún, donde casi todos los habitantes están infectados con el parásito de la malaria. Con los medicamentos adecuados, administrados en el momento adecuado, se podría hacer a la malaria completamente inocua. Durante casi tanto tiempo como hace que conocemos la malaria, también resulta que conocemos potentes compuestos que vencen al parásito. Muchos proceden de plantas, el tipo de hierbas que crecen casi en cualquier lugar.
Pero cuando echo un vistazo en el armario metálico de las medicinas, está vacío. Cuento apenas una docena de frasquitos pequeños. Hasta yo tengo más medicinas en mi mesilla en casa.
La única medicina que sí trata efectivamente la malaria multiresistente a los fármacos está basada en un antiguo preparado chino llamado artemisinina, un extracto del árbol de ajenjo dulce. Pero la falta de interés político y de las empresas farmacológicas guiadas por la búsqueda de beneficios ya ha amenazado su efectividad.
Es esencial que la droga se use en combinación con otras, para que el parásito no sea capaz de desarrollar una resistencia a esta única cura. Durante los años 80 y 90, las empresas farmacológicas hicieron precisamente eso, vender preparados solamente de artemisinina a lo largo de África y Asia. En 1994, científicos chinos que habían desarrollado una fórmula para un fármaco combinado de artemisinina, vendieron los derechos a la gigante farmacéutica Novartis. Pero Novartis no lanzó la droga combinada hasta 1999, y cuando lo hicieron fue al precio de 400 dólares por tratamiento.
Cuando la OMS anunció, en 2001, que el fármaco de Novartis debería ser el fármaco de primera línea contra la malaria, Novartis rebajó el precio a 2 dólares por tratamiento, lo que todavía era 10 o 20 veces más caro que las antiguos, aunque inútiles, medicamentos como la cloroquina. Así que las organizaciones de ayuda occidentales rehusaron pagar la cuenta. Según Dennos Carrol de USAID, a pesar de la recomendación de la OMS, Coartem "no estaba lista para la hora de mayor audiencia". En 2003, durante una epidemia de malaria en Etiopía, la UNICEF rechazó expresamente pagar y distribuir fármacos combinados de artemisinina. No había suficiente suministro, dijeron, y la nueva terapia farmacológica causaría confusión.
Los médicos africanos y de asistencia contra la malaria estaban horrorizados. "No podía creer lo que oía", dijo el epidemiólogo ghanés Fred Binka. La desgana de los donantes era "francamente difícil de entender", dijo Bernard Pecoul de MSF. Pero sin el apoyo de USAID u otros patrocinadores, no había ninguna manera de que los ministerios de sanidad de países en desarrollo pudieran afrontar que los precios de medicinas contra la malaria se multiplicaran por 10.
Dadoel vacío financiero y normativo, el mercado negro de fármacos que sólo usan artemisinina sigue prosperando. En 2004, el parásito ya había sido expuesto ampliamente a la artemisinina sola, y había empezado a desarrollar una resistencia. Los fármacos combinados de artemisinina quizás todavía funcionen contra estos parásitos, pero probablemente no durante mucho tiempo, han apuntado algunos comentaristas en el Lancet. Por primera vez, la OMS ha criticado públicamente a las empresas de fármacos que vendieron medicinas sólo con artemisinina, exigiendo que la industria pare inmediatamente la comercialización de estos medicamentos.
"Pasarán por lo menos 10 años antes de que se descubra una buena droga", se lamentaba Arata Kochi, de la OMS, refiriéndose a la artemisinina. "Básicamente estamos paralizados".
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A finales de los 90 y principios de los 2000 emergió una nueva determinación para combatir la malaria, debido al aumento del interés de las empresas en los recursos naturales de África. Guiados por líderes como ExxonMobil y Bill Gates, los nuevos campeones contra la malaria anunciaron atrevidamente una lucha hasta el final. Trabajar por algo menos que la erradicación completa de la faz de la tierra de la malaria, dijo Bill Gates en octubre de 2007, sería admitir la derrota.
Aun así, controlar las alteraciones medioambientales que agravan la malaria, construir mejores viviendas que separen a humanos y mosquitos, y el desarrollo y distribución de fármacos orientados a la salud pública siguen estando, en la práctica, descartados. Gates, Exxon y los demás quieren más dinero para investigar vacunas por procedimientos altamente tecnológicos, y para distribuir mosquiteras empapadas en insecticidas. Ya es algo, pero no se puede decir que sea suficiente.
Combatir la malaria sólo con productos químicos es una batalla que no podemos esperar ganar de una manera realista. Hasta que encontremos una forma mejor de hacer las cosas, la malaria es lo que siempre ha sido, nuestra cruz y nuestra compañera.
Sonia Shah es la autora de The Body Hunters: Testing New Drugs on the World's Poorest Patients (2006) y creadora de una nueva página de internet independiente dedicada a la malaria, ResurgentMalaria.com. Su libro sobre la historia y las políticas públicas para combatir la malaria será publicado por Farrar, Straus & Giroux en 2009

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