lunes, junio 01, 2009

Vida y milagros del “Fernan” Bécquer



Por Bladimir Zamora Céspedes
Fotos: Richard

Estudiante de poca aplicación hasta los estudios secundarios, probable tornero, actor secundario por breve plazo en la televisión y hasta fotógrafo de la ya legendaria revista Opina; Fernando Bécquer optó desde fines de 1988 por la trova. Con el crecimiento que los años y los tumbos le provocan a los auténticos creadores, se ha convertido en uno de los cantores de mayor presencia en los espacios donde los juglares de hoy pueden descargar. Gracias a ello, muchas de esas canciones suyas, representativas de una lírica urbana que tiene los signos del habla del hombre común, le son solicitadas una y otra vez. Y él las echa al viento como si fuera la primera vez, con una capacidad histriónica que apoya sus texturas musicales, en dónde relampaguean el filin y la rumba.

Soy nacido y criado en el Vedado. Desde muchacho siempre he sido bueno y cariñoso, pero muy mal alumno, sobre todo para las asignaturas de Ciencias. En la asignatura de Historia, sin estudiar sacaba el máximo de puntuación, y en Español y Literatura igual, pero en Matemática y Física mamá tuvo que pagarme repasadores. Con esto te digo que el profe que no sabía de pedagogía nunca me vio en el aula...

Al terminar el noveno grado me dieron el preuniversitario, y mamá dijo que de eso nada, que yo tenía que coger un técnico medio de lo que fuera. Como a mí me daba lo mismo cualquier especialidad, me puse a estudiar para tornero. Eran dos añitos nada más y salía graduado de obrero calificado.

En el segundo año abandoné el tecnológico. Me entró el bichito de ser actor de televisión. Un socio del barrio me comentó que le habían propuesto hacer una prueba para un personaje en un serial de televisión y me hizo su cómplice. Al socio lo suspendieron y a mí me aceptaron. No lo podía creer. Recuerdo que las pruebas se hicieron en los estudios de Mazón y San Miguel…


El serial se llamó “Permiso para hablar”, el guión lo escribió Emilia Gallego y la dirección era de Jorge Tames. Yo no era el protagonista ni mucho menos, pero era un personaje secundario con muchos bocadillos. Un alumno ejemplar llamado Aldo. Por suerte salía en todos los capítulos, ya que al ser el único negro en el serial, tenían que garantizar la cuota.

Pero lo más importante es que esta oportunidad me abría las puertas del horriblemente hermoso mundo del arte. Le dije a mamá: Adiós al tecnológico, quiero ser actor. La vieja —que si me oye diciéndole vieja me deshereda— se preocupó mucho y me sentó con una amiga, como hermana suya, una súper actriz, Isabel Moreno, integrante del Grupo Teatro Estudio y profesora del Instituto Superior de Arte (ISA). La idea era que ella me convenciera de que había un montón de negritos actores con el título bajo el brazo, comiéndose un cable. Pero yo ahí, en mis trece, y quise ser más culto que Carpentier. Compré todos los libros que tuviesen que ver con el tema: Cómo se prepara un actor por el método de Stanislavski, Teatro realista escandinavo, Teatro de Antón Chejov y otros títulos por el estilo. Mamá pensaba que me volvía loco, olvidando que ya yo lo estaba… pero por el arte.

Terminando el serial empecé a frecuentar el mundo de las tablas. Comenzó entonces la lluvia de consejos. Como que el teatro era lo más importante y la televisión era un arte menor. Si Félix B. Caignet los oye se revuelca. Luego, pasando yo por varios grupos de aficionados, un conocido de mi padre llamado Humberto Alfonso, profesor de la Escuela Nacional de Instructores de Arte, me propuso hacer una película. En realidad nunca se llegó a hacer, pero esto me sirvió como preparación. Estuve alrededor de un mes dando clases de expresión corporal en el aula donde este conocido de mi padre las impartía. Estaba ahí cola’o, ya que no era matrícula, pero el profe me autorizaba. Sí recuerdo algunos alumnos como Léster Hamlet, actual editor y director de cine y la actriz Maribel Reyes. Por entonces trataba de terminar el doce grado en una facultad del Ministerio de Transporte, donde se podía lograr en dos años. Y medio me ganaba la vida como extra de la televisión, pues nunca más me empaté con un personaje en ningún otro serial…

Después caí en las manos del maestro Tito Junco, que en paz descanse, con quien aprendí muchísimo. Gracias a él pude participar en dos puestas en escena serias: El sudor, de Abrahán Rodríguez, en la Sala Universal de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y una gala homenaje a la figura del Che Guevara. “Bueno, queridos amiguitos”, para mi madre lo que les cuento no significaba nada y me dijo: Aquí hay que trabajar. Para ella trabajo era estar en un lugar de ocho a cinco, y como por aquellos días era Jefa de Relaciones Públicas de la Revista Opina, me colocó allí como ayudante de laboratorio fotográfico, y llegué a dominar esa profesión. Hice fotos de quince, fotos de cumpleaños a dos pesos por cada una… En 1987, casi 1988, en Opina hacía falta que alguien cubriera el Festival de la Trova Amistad 88. Mi profe de fotografía, Jesús García Saavedra, El Kuko, no estaba en la habana y me tocó a mí cubrir el evento, al gran fotorreportero Fernando Bécquer…
La noche de la inauguración fue cuando empezó el motivo de esta entrevista. Me empato con la guitarra a los diecisiete años, en mis andares actorales... Pertenecí al Taller Infantil de Esperancita Millet, y conocí un socio más o menos de mi edad que tocaba guitarra y también cantaba. Se llama Joaquín Batista y ahora maneja un taxi, pero entonces, gracias a él, la guitarra me correspondió… Antes de esta oportunidad nunca pensé que pudiera rasgarla, aunque siendo niño, se armaban en mi casa unas pequeñas descargas. Mi abuelo materno, conocido en el ambiente cultural como Evaristo El Boticario, admiraba no la literatura, sino a los que la hacían y admiraba profundamente a los exponentes del filin. José Antonio Méndez vivía frente por frente a la casa donde nací y viví hasta los diecisiete años. José Antonio era muy amigo de mi abuelo desde los años cuarenta y fueron colegas de bares y cantinas.

El King —“Pepe Toño” para sus amigos— descargó mucho en la sala de la casa; también recuerdo haber visto allí a César Portillo de la Luz, al Niño Rivera... Creo que Fellove también visitó la casa. Tendría yo unos seis años, y desde los cuatro años, gracias a mi abuelo, frecuentaba mucho la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Abuelo era de los ajedrecistas asiduos de allí. Cursando el tercer grado, en el libro de lectura, me tocó analizar el texto “Los tres pichones”; se lo comenté a mi abuelo y esa tarde en la UNEAC me presentó a su autor Onelio Jorge Cardoso. “Mira Fernan —me dijo— este es el de ‘Los tres pichones’; y así conocí a otros escritores que han influido en mi canto como David Chericián, Marcelino Arrozarena, Tato Quiñones y Fayad Jamís, que jugaba ajedrez en la casa.

Volviendo a la guitarra… Decidí hacerme trovador a finales de 1988. La Nueva Trova me gustaba, pero más me gustaban las mamis que la seguían… Al primer trovador que conozco, queriendo yo ser trovador, es a Juan Carlos Pérez. El tenía una peña en la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y yo contaba con tres composiciones. Le dije que quería cantar y el Juanca me dio la oportunidad. En aquel momento me pareció algo horrible, pero mirándolo veinte años después, estuvo estelar, fue un sueño hecho realidad.

Por esos días oigo el comentario de que van a inaugurar un centro para el arte joven llamado La Madriguera, auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Averigüé la fecha y al llegar al lugar descubrí un montón de personajes con guitarras. Yo de comemierda juvenil, me creía que era el único trovador naciente de La Habana. De mis contemporáneos, con el que primero tuve un acercamiento fue con Erick Sánchez; después, en el mismo lugar conocí a Samuell Águila y a otros hacedores de canciones que la vida decantó…

Constantemente he tratado de no hacer conciencia de mi estética. Es más, me da terror pensar en eso. Creo que el día que asimile que tengo una estética la pierdo para siempre. Escucho todos los criterios sobre mi canto, sean buenos o malos, vengan de donde vengan, y si es el criterio de una persona neófita en cuestiones artísticas es el que más valoro. Como he dicho en otras oportunidades: yo canto como soy, y aunque de manera inconsciente se establezca una distancia entre los artistas y su público, constantemente juego a derrumbar esa distancia: hago canciones como el zapatero hace zapatos, o como el guajiro siembra malangas… Muchos colegas montan su personaje y cuando el público los saluda no miran a nadie, o se trancan en su casa para que los vean nada más en sus conciertos. Admito que cada cual tiene su estrategia o su truco de magia, pero el trovador que “no coge calle”, abandona Cuba diariamente.

Otros me dicen que el público es hijo del maltrato y que al marcarle distancia lo respetan más a uno. Por un lado no están muy lejos de la verdad; y por el otro, este público flotante, que no tiene qué hacer y busca cualquier espacio donde haya un ser con una guitarra, no para escuchar lo que dice sino para despejar los tristes avatares del día, es un público a quien la palabra “trova” le suena chocante… Al punto que muchos trovadores ahora prefieran autodenominarse cantautores, ¡cuando los trovadores son los que hicieron esta nación: Céspedes, Fornaris y Castillo Moreno eran trovadores! Céspedes se alzó el 10 de octubre de 1868 y ya había compuesto “La Bayamesa” con sus amigos; Pepe Sánchez fue mambí y a él se debe el primer bolero. Este mismo hombre fue profesor del gran Sindo Garay quien, entre otras cosas, fue mensajero de Antonio Maceo. Y muchos más que colgaban su guitarra de un lado y del otro el machete. Cada cual hace lo que quiere, pero los símbolos patrios se respetan
y la trova es uno de ellos…


Mira, la deuda con el Centro Pablo es eterna: no se paga con nada. En lo que a mí respecta, me sacó del anonimato. La AHS no era lo que es hoy y hacía lo que podía, por eso cuando a finales de 1998 apareció el Centro Pablo, para la joven trova cubana de aquel entonces fue una luna inmensa en la oscuridad. Ya no voy mucho por allí, pero aunque ellos no lo sospechen, la esencia del Centro va donde yo voy.

El disco Cubano por donde tú quieras apareció gracias a un convenio de la AHS con el Instituto Cubano de la Música. Se hizo una selección de varios trovadores, y cada casa disquera seleccionaba el talento que más le convenía. A mí me tocó Bis Music.

Allí me quisieron tirar como entierro de pobre. Ojo: Las disqueras son iguales en todas partes del mundo, pero en Cuba no tienen dueño privado; pertenecen al Estado y el Estado es el pueblo… Bis Music todo el tiempo me subvaloró y me subestimó como artista. Claro, las disqueras no tienen culpa, la culpa es de quiénes las dirigen… Gracias a San Emilio y a San Antonio —hablo de Emilio Vega y de Toni Carreras—, existe el CD Cubano por donde tú quieras. Este álbum es la carta de presentación para el que no me conoce, que es la mayoría… Es Fernando Bécquer vestido de cuello y corbata; fue esa la idea. El repertorio lo seleccionamos entre Emilio y yo. Él fue muy cuidadoso en los arreglos y en toda la hechura del disco, ya que la disquera no confiaba en mí... Creo que ahora tampoco.

Varias personas me comentan que les gusta más “el Fernan” en vivo, con su tabaco, sus muecas y su espontaneidad. Precisamente, “el Fernan” en el disco, es para que lo escuchen de manera tranquila y así asimilen bien los textos más allá del estribillo.
El próximo proyecto, si Dios quiere y todos los santos ayudan, será muy guitarrero, casi en vivo. Para mí un disco es como el hijo que aún no tengo. Poco a poco aprende a caminar, luego vendrá el hermano y así sucesivamente…

TEMAS DEL CD CUBANO POR DONDE TÚ QUIERAS

Cubano por donde tú quieras
Mi vida es una guaracha
Cucusa y el béisbol
El son de María y Manolo
Tiempos
Anticanción del hombre infiel
Canción de Lulú
Necesito
Sin ti mi vida no sabe a ná
Juana
Specdrum
Ay mamacita
Vuelve con Filiberto



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