martes, marzo 17, 2009

¿Qué quiere la mujer?


Tinta fresca
Que alguien más le ponga eneldo al pescado
Ana Istarú proa@nacion.com

Las mujeres cocinamos el día en que se nos muere el marido, como hizo mi abuela, tajadeando cebolla y asfixiando las lágrimas en el borde del hombro, echándole sal a la cólera de su sopa, no solo por el marido, sino quizás por la vida que tuvo que dedicar a ese marido y que de alguna forma se llevaba también con él en esa caja forrada que pusieron en el centro de la sala.

Las mujeres le hacemos nuestra pequeña trampa a la muerte, por ejemplo, trayendo al mundo niños a los que insistimos en nutrir con potajes de verdura y puré de bananito, a los que cepillamos los dientes con devoción frenética, sabiendo premonitorias, como sabemos, todo lo que esos dientes habrán de morder, todo lo que saldrá de esas bocas para que un día ya no haya más rabia que echarle a la sopa.

Las mujeres hacemos cuentas, cambiamos compresas, firmamos documentos, bañamos ancianos, vendemos llaveros, flores, empanadas; atizamos la leña, nos pintamos las uñas para luego estrechar una mano con no menos energía, queremos ganar la mejor nota, el mejor sueldo, sin olvidar por eso el retintín de la tos pequeñita del otro cuarto, cargando bolsas con los tacones altos, sacando el perro, metiendo el perro, recibiendo en el hombro el océano atlántico del llanto de la mejor amiga, acelerando para que no nos insulten sin dejar por eso de vigilar con el límite del ojo al peatón que cruza y al bebé que va a bordo.

Las mujeres somos mujeres y a veces, cuando las circunstancias lo exigen, somos hombres y vivimos pasando examen, demostrando que podemos todo lo que podemos, cambiando la llanta sin ensuciarnos el vestido, disimulando la ausencia del padre en la fiesta de cumpleaños, haciendo magia negra con el presupuesto.

Las mujeres queremos ser queridas con canas o con varias tallas extra, como son queridos los varones. Queremos ser queridas no a pesar de nuestros logros, sino gracias a nuestros logros. Queremos tener ocio, tener tiempo, tener sueño y poder decir 'me duermo'. Tener dinero y escoger cómo gastarlo. Enfermarnos sin que se derrumbe el universo conocido. Ser cuidadas y queridas como quisimos y cuidamos.

Las mujeres queremos seducir sin ser atropelladas, cortejar sin generar pánico, amar y recibir de vuelta un amor de idénticas dimensiones. Queremos que alguien más saque el perro.

Y la basura. Y condimente el pescado con eneldo. Y cure la tos. Y de paso que se ponga perfume. También tenemos nariz.

Las mujeres tenemos un Día. Está genial, de acuerdo. Pero lo que queremos es trescientos sesenta y cinco.

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