martes, diciembre 30, 2008

SERRAT A LOS 65


JUAN CRUZ. Fue Elfidio Alonso, que entonces como ahora estaba atento a cualquier sonido, quien me llevó al Hotel Brujas de Santa Cruz de Tenerife a ver a Joan Manuel Serrat, que en aquel momento de principios de los años 70 estaba vetado en España. Y para viajar al extranjero -él se iría a México luego- tenía que actuar antes en una localidad de la periferia; la isla era el aposento adecuado, y allí estaba, con su guitarra al hombro, el cantante catalán de Mediterráneo. De aquello han pasado ya cerca de cuarenta años, y del nacimiento de Serrat hizo ayer 65; su cumpleaños es el cumpleaños de un estilo, de una manera de ser, de una manera de ahondar en lo que sienten él y los otros. Un modo de comunicar sentimientos, humor y melancolía.

Nuestro corazón, es decir, nuestra forma de sentir, se hizo con él; hubo lecturas -Sartre, Camus, Vallejo, José Hierro, Miguel Hernández, Miguel de Unamuno?- y Joan Manuel Serrat. Nos habíamos hecho al oído del catalán con Raimon, que fue como el obús sentimental -y comprometido- de la canción nueva, que nació en Cataluña como nova cançó pero que pronto tuvo voces en otros lugares, entre ellas las de Paco Ibáñez, Rosa León, Luis Eduardo Aute?
Nosotros en Canarias, gracias a Elfidio y a Los Sabandeños, en gran parte, éramos más latinoamericanos que españoles, en el sentido de la música; las coplas nocturnas eran de Los Chalchaleros o de Ariel Ramírez, o de Tahualpa; Atahualpa Yupanqui estuvo con nosotros -con Elfidio y conmigo-, cuando la izquierda lo había estigmatizado por haber estado en Nueva York -como Pablo Neruda, que también estuvo en Tenerife, y que también fue estigmatizado por lo mismo-, y con él vinieron otros latinoamericanos célebres; nosotros nos acostábamos (en todos los sentidos de la palabra) escuchando a Eduardo Falú o a Mercedes Sosa, que eran dos mitos principales de entonces (y de ahora).

Pero llegó Serrat y mandó a parar. Su música, la catalana, la española, es decir, la poesía en las dos lenguas, adquiría para nosotros el color (y el calor) de la melancolía; residía dentro de nosotros como el recuerdo de una lectura, y era ya el espacio sentimental en el que se desenvolvían nuestros recuerdos. Luego pasaron los años y ese imaginario interior se complementó con el conocimiento del artista, que había comenzado precisamente en la puerta principal del Hotel Brujas cuando Serrat era casi clandestino.
Desde entonces su prestigio se ha ido ensanchando, su manera de ser se ha ido haciendo más interior, más permeable a los sentimientos más hondos de la vida, y eso se ha trasladado a su manera de ser, y a sus canciones.

Tuvo el privilegio de verle con Joaquín Sabina durante la preparación de la gira que les llevó por toda España el año pasado; y les vi algunas veces actuando en público; recuerdo sobre todo un momento de su actuación en Elche, a finales del penúltimo mes de julio, y recuerdo con mucho placer el regocijo tranquilo que me produjo la relación que tenían los dos. Se había pensado, utilizando los tópicos que hablan sobre los egos de los artistas, que aquella excursión iba a durar un suspiro; y sin embargo, allí les veías, Serrat más padre que Sabina, compartiendo la alegría de un encuentro que, según mi íntima intuición, salvó a Sabina para siempre como cantante, como compositor y como persona. Joaquín corría el riesgo de convertirse en un personaje, y ese encuentro le hizo definitivamente una persona, un ser humano que, como Serrat, era capaz de discernir entre el halago del ambiente y el ánimo más interior, el de la realidad del alma.

A Serrat lo he visto muchas veces en ese tiempo, antes y después; hubo un momento especial, cuando le advirtió el médico de su cáncer, del que ya está curado; estábamos esperándole para almorzar en un restaurante vasco de Barcelona; llegó pálido, animoso pero pálido, preocupado por los análisis y por el futuro. Se rehizo; y volvió a ser, en esa gira y después, el tipo al que los años sólo le pesan en el almanaque, porque sigue persistiendo en el entusiasmo que hereda de su curiosidad y de su casa; le he visto viendo al Barça, que es otra de sus grandes alegrías (de antes y de ahora), y asistí con él a una noche memorable en la que España eliminó a Rusia de la Copa de Europa de selecciones nacionales; estábamos en su casa, con Yuta, su mujer, comiendo tortilla, disfrutando de las cosas más sencillas de la vida, de las cosas que nadie subraya luego en los libros o en las memorias, pero que están en lo más secreto y más íntimo de las canciones.

Ayer cumplió 65 años. Han pasado muchos años, pero por su música sólo ha pasado la caricia adolescente del tiempo que está dentro de sus canciones.

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