miércoles, octubre 22, 2008

La revolución de las cervezas

Sales y soles
La revolución de las cervezas


Gorka Andraka
Gara

Vivieron felices y comieron perdices, que ellos mismos cazaban, por supuesto. En aquel tiempo, hace miles de millones de años, cada paso era un descubrimiento. El mundo se hacía, y nacía, andando. La tierra camina, camina la tierra, repetían los pueblos nómadas. Y no se estaban quietos. Hasta que un día llegó el progreso y mando parar. La tierra, para trabajar. Y como en casa, en tu propio hogar, en ningún sitio.

Al final, la culpa de todo la va a tener una borrachera. La revolución del neolítico arrancó con la toma de la cerveza. Two beer or not two beer. Inventamos la agricultura, colgamos las botas y levantamos domicilios fijos para tener siempre a mano unas birras bien fresquitas. La burbuja de la cerveza, burbuja inmobiliaria, cambió el mundo de los pies a la cabeza. La resaca aún nos dura.

Nos hicimos campesinos, y echamos raíces, "para beber cerveza y embriagarnos". El biólogo alemán Josef H. Reichholf defiende esta sorprendente teoría en su último libro, "¿Por qué los hombres se volvieron sedentarios?". Hasta ahora pensábamos que fue por la comida, para alimentarnos mejor. Según Reichholf, el durísimo trabajo de labranza y sus reducidas cosechas, que no nos permitían además abandonar la caza y la recolección, perduraron por otro motivo. "La agricultura surgió de una situación de abundancia. La humanidad experimentó con el cultivo de cereales y utilizó el grano como complemento alimenticio. La intención inicial no era hacer pan con el grano, sino fabricar cerveza mediante su fermentación". El biólogo alemán asegura que el ser humano siempre ha buscado alcanzar estados de embriaguez con drogas naturales que "transmiten la sensación de trascendencia, del abandono del propio cuerpo". Nuestros antepasados
ya sabían hacer vino con la uva y otros frutos que recolectaban en la naturaleza y el pan no llegó hasta miles de años después, cuando por fin lograron cosechar cereales en abundancia.


"Todos los pueblos tienen su loco, su cacique, su puta, su enfermo incurable y a veces hasta su propio ciego. También su borracho. El nuestro se llamaba Valeriano y era una buena persona que todos los domingos se emborrachaba a conciencia, sin tener ningún motivo aparente, salvo quizás el de ser hombre y ser feliz". El borracho de los "Cuentos del Lejano Oeste" del escritor Luciano G. Egido conmueve. Y su sed asusta. Sedentario y sediento podrían ser familia. Sed de movimiento, de todo lo que perdimos en el cambio. La vida sacia, sí, pero sólo desde lo alto de una cerveza recupera toda su espuma.

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