sábado, septiembre 06, 2008

el ping y el pong / juan gelman

1. EL PING Y EL PONG.
2. EL BUMERÁN.

CONTRATAPA
EL PING Y EL PONG
Por Juan Gelman
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-110680-2008-08-31.html



Se asemeja a un partido de ping-pong, sólo que el desenlace podría ser catastrófico. El 1-2 de julio se reúnen en la ciudad georgiana de Batumi los jefes de Estado de Georgia, Ucrania, Moldavia y Azerbaiján, integrantes de la Organización para la Democracia y el Desarrollo Económico (GUAM), que poco tiene que ver con su nombre: es un acuerdo militar, apéndice de la OTAN, cuyo objetivo es "proteger" los corredores regionales de transporte de energéticos que controlan los gigantes petroleros anglo-estadounidenses en zonas limítrofes con Rusia. Del 5 al 12 de julio Moscú realiza maniobras militares en el norte del Cáucaso. El 9 de julio China y Kazajstán anuncian la construcción de un gasoducto que los unirá. Del 15 al 31 de julio EE.UU. y Georgia realizan maniobras militares conjuntas en zonas muy cercanas a Osetia del Sur. El 7 de agosto, efectivos georgianos la invaden. El 8 de agosto, tropas rusas intervienen en Osetia del Sur y Georgia. El 14 de agosto, Varsovia y Washington firman el acuerdo que permitirá estacionar misiles interceptores en territorio polaco. El 26 de agosto Moscú reconoce oficialmente la independencia de Osetia del Sur y de Abjasia, territorios que Tiflis reclama para sí. El 27-28 de agosto comienzan los movimientos de buques de guerra rusos y estadounidenses en el Mar Negro. ¿Qué sigue? ¿La nueva guerra fría anunciada por Sarkozy? ¿Y después, la caliente?
Rusia ya no es la potencia caótica y debilitada que gobernó el alcohólico Boris Yeltsin, período que EE.UU. aprovechó para imponer su influencia en algunas ex repúblicas soviéticas: en los ocho años de Putin, se convirtió en el primer productor de gas natural y petróleo del mundo. Ha vuelto a pisar fuerte. Poca atención se prestó a unas líneas de la declaración del presidente ruso, Dimitri Medvedev, al reconocer la independencia de Abjasia y Osetia del Sur: subrayó que el sistema de misiles que se instalará cerca de su frontera con Polonia "creará tensiones adicionales. Deberemos reaccionar de alguna forma, reaccionar, naturalmente, por medios militares" (AP, 26-8-08). Grave. El problema de fondo –repetitivo– es el control de los energéticos de Asia Central.
EE.UU. no logró adueñarse por completo del petróleo de la cuenca del Mar Caspio, una meta que empezó a delinear en la posguerra fría: la ley HR 3196 del año 1999 propuso la aplicación de la llamada Estrategia de la ruta de la seda, un corredor de transporte de energía que vinculara a Europa Occidental con Asia Central y el Lejano Oriente. Aunque la GUAM militariza el trayecto del oleoducto Bakú (Georgia)-Ceyhan (Turquía), que elude territorios rusos y afines, Wa-shington no ha podido contrarrestar el transporte de petróleo siberiano y kazajo a los mercados del norte y centro de Europa, una moneda política que el Kremlin cuenta a su favor. Ucrania, Azerbaiján y Georgia se han convertido de hecho en protectorados estadounidenses, pero Kirguisistán, Kazajstán, Tadjikistán, Armenia y Bielorrusia se alinean con Moscú.
La militarización occidental de la región tiene su contraparte: la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), una alianza militar de Rusia-China-Kazajstán, Uzbekistán y otros países de Asia Central –Irán tiene estatuto de observador– y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), a la que pertenecen Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguisistán, Tadjikistán y Uzbekistán, que cumple un papel geopolítico clave respecto de los corredores de transporte de energéticos. Ambas organizaciones trabajan de consumo, realizan maniobras militares conjuntas y colaboran con Irán. Aunque son institucional y organizativamente distintas, estas dos alianzas militares conforman un solo bloque que enfrenta al expansionismo de EE.UU. y la OTAN en la región. Esta es la cuestión central que palpita en las entrañas del conflicto en curso. Su claro antecedente: Kosovo.
Era una provincia de Serbia hasta que, después de 78 días de bombardeos de la OTAN, Milosevic decidió que Kosovo pasara a la égida de la ONU en 1999. Serbia prometió su autonomía, pero no la independencia. Los nacionalistas albaneses comenzaron entonces a realizar verdaderos pogromos de kosovares serbios y a incendiar las iglesias y monasterios ortodoxos, causando el éxodo de decenas de miles de familias. Limpieza étnica, pues. Y el 17 de febrero de este año, el gobierno provisional de Kosovo declaró la independencia, acto que fue calurosamente aplaudido por W. Bush y sus aliados europeos. Moscú advirtió entonces que el hecho podía alentar ambiciones secesionistas de otros 200 territorios en todo el mundo. No le hicieron caso. EE.UU. y los países de la OTAN condenan hoy la independencia de Abjazia y Osetia del Sur. Haced lo que yo digo, pero...
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Tensiones en el Cáucaso
EL BUMERÁN
Por: Luis Luque Álvarez
Correo: luque@jrebelde.cip.cu
31 de agosto de 2008 00:34:05 GMT
http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2008-08-31/el-bumeran/


«Una decisión irresponsable», «muy lamentable», que debe ser «revocada de inmediato», es el racimo de expresiones con las que se apunta hacia Rusia desde Estados Unidos y la Unión Europea. No les ha caído en gracia que el Kremlin reconociera la independencia de las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, que llevan más de una década manejándose soberanamente, mientras que Georgia ha mantenido sobre ellas únicamente una jurisdicción nominal...
Ciudadanos abjasios ondean banderas rusas y abjasias, al celebrar el reconocimiento de Moscú. Foto: Reuters
Como ciertamente no abundan los ángeles en las relaciones internacionales, sería torpe, sin hacer un análisis de profundidad, dar o quitar la razón a este o a aquel, si bien está demasiado claro que fue Georgia la que invadió a Osetia del Sur el pasado 8 de agosto, y se ganó en suelo propio una presencia militar de su poderoso vecino.
La agresión a territorio sudoseta, que habla a gritos de la escasa visión política de las autoridades georgianas, apuradas por «liquidar» ese «problemita» y, de paso, acelerar la entrada del país a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alejó años luz al gobierno de Tiflis del objeto de su deseo: volver a extender su soberanía sobre Abjasia y Osetia del Sur. Por el contrario, difícilmente pueda ya creerse que habrá en el futuro un espacio de negociación sobre ambas regiones. El comején georgiano devoró él solito las patas de la mesa...
Ahora bien, los vaivenes de la historia, que llevaron a que el gobernante soviético Iósif Stalin colocara a ambos territorios —con régimen autonómico— bajo autoridad de Georgia, entre los años 20 y 30 del pasado siglo, pueden oscurecer un hecho evidente: Rusia ha pagado con la misma moneda con que se le ha estado pagando desde la década de los 90. Y ahora se le acusa de quebrantar la ley internacional, de ignorar la integridad territorial de Georgia.
Podríamos remitirnos a un texto crucial: el Acta Final de Helsinki, de 1975. En ese documento se expresa que «todos los Estados participantes (todos los europeos, con excepción de Albania) consideran que sus fronteras podrán ser modificadas, de conformidad con el Derecho Internacional, por medios pacíficos y por acuerdo». Y añade que se respetará «la integridad territorial de cada uno de los Estados participantes».
Saboreada la letra, se entiende que, una vez alcanzado el consenso a lo interno de un país, sí se pueden modificar sus fronteras. Así ocurrió, por ejemplo, en Checoslovaquia, donde las autoridades checas y eslovacas convinieron en dividir el territorio en dos países diferentes. Y solo después llegaron los reconocimientos internacionales.
En el caso de Georgia, sabemos que no hay ningún acuerdo entre Tiflis y las dos repúblicas autónomas. Estas, sencillamente, quisieron separarse, y lo hicieron, y Rusia las reconoció.
Sucede que lo que no dicta el papel, lo dicta la práctica. El ejemplo de Kosovo ha sido el más reciente: Moscú advirtió que admitir el desgarramiento de Serbia, en violación incluso de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU , sería un precedente fatal para otros casos. Pero en la Unión Europea le llovieron los reconocimientos al nuevo «país», si bien España, Grecia, Chipre y otros se opusieron. No hay que explayarse mucho en decir que EE.UU. fue de los que más empujó, cuando su presidente dijo que el problema kosovar ya se prolongaba «demasiado tiempo» (aunque mucho menos que la cuestión palestina, y nadie en Washington se ha irritado).
¿No constituyó esto una violación del Acta de Helsinki? Que se sepa, no hubo jamás un acuerdo entre albanokosovares y serbios, sino que los primeros impusieron a los segundos la partición del territorio. Ni se tuvo en cuenta tampoco la integridad territorial de Serbia, que perdió una región considerada como la cuna de su cultura e identidad nacional.
Fue el mismo modo de proceder empleado a principios de los 90. Croacia y Eslovenia quisieron independizarse, sin que mediara un diálogo y un consenso con el resto de la Federación Yugoslava , y fueron reconocidos inmediatamente por la Comunidad Europea. Bosnia-Herzegovina entró en el mismo saco. Y así, sin muchos contratiempos, los preceptos de Helsinki fueron echados al cajón de los trastos. De aquel país modelo de convivencia, no quedó ni la sombra.
Ahora, quienes lanzaron el bumerán de la irresponsabilidad, se asombran de que a su retorno los golpee en la cabeza. (¡Toc!) «¡Ay!». Pero, ¿no fueron ellos quienes lo echaron a volar?
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Enviado por
Revista Koeyú Latinoamericano
revistakoeyulatinoamericano@gmail.com

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