sábado, septiembre 06, 2008

El Che Guevara y la pantalla


El Che Guevara y la pantalla
JULIO MARTÍNEZ MOLINA

Gael García Bernal interpreta a un joven Guevara en Diarios de
motocicletas (2004).



Rayo de luz que fulguró en el siglo XX despidiendo brillo para la eternidad, héroe e ícono de varias generaciones de personas que defienden la idea de que otro mundo es posible, Ernesto Che Guevara ha sido carne inspirativa de la mayoría de las manifestaciones artísticas, por su impronta y poder de irradiación.
El cine se subyugó desde muy temprano con su figura, y ya propalaba sus hazañas, apenas comenzada la Revolución Cubana.
Espectadores de todo el mundo han estado prestos siempre a recibir de buen grado cualquier trasunto fílmico de su odisea existencial, en tanto es un personaje hecho con la materia de los sueños del cine: la fibra y el nervio anhelados por los relatos de un arte que ha tenido en la epopeya, en la dimensión heroica de sus héroes, un afluente sanguíneo vital a través de su historia.
La filmografía mundial inspirada en la vida del Guerrillero Heroico está engrosada por una ya extensa sucesión de obras de ficción y documentales engrosan. Pero, aunque cuenta con notables aciertos, también guarda su antología de estrepitosos yerros
EN LA PANTALLA DESDE INICIOS DE LOS ´60
Un joven Tomás Gutiérrez Alea filmó en 1960 Historias de la Revolución, uno de cuyos tres episodios reconstruía la toma de Santa Clara por el Che. Constituyó el paso precursor de una cinematografía en ciernes, interesada en reflejar los rasgos de la épica de un país y las personalidades de sus exponentes de vanguardia.
El camino que inició la ficción, sería seguido por la documentalística. Lamentablemente, dentro del primer género -y a diferencia del documental- los héroes patrios nunca han pisado terreno firme en la pantalla criolla, por la incapacidad de sellar en la expresión artística los acordes de sus sinfonías humanas. Más adelante, veremos como se traduce esta aseveración en el caso de la personalidad de marras.
A Sergio Giral se le agradece su documental Un relato sobe el jefe de la Columna 4 (1972), acerca de la formación y hechos de relieve del destacamento del comandante Guevara en la Sierra.
Tres años atrás, Manuel Herrera había entregado el material homólogo El llamado de la hora, que establecía un paralelo entre las trayectorias revolucionarias de Maceo y Che.
Justo el mismo año de la muerte del Guerrillero Heroico, 1967, nuestro documentalista mayor, Santiago Álvarez, rubricó Hasta la victoria siempre, con pasajes del quehacer revolucionario del luchador, precedidos de una introducción ilustrativa de los niveles de pobreza en Bolivia a la sazón.
Orlando Rojas evocó la invasión de Oriente a Occidente desarrollada por Camilo y Che en Viento del pueblo (1979), otro documental.
No pueden olvidarse a la hora de hacer un recuento del acercamiento fílmico a la figura del internacionalista argentino una obra como Mi hijo el Che, realizada en Cuba por el realizador argentino Fernando Birri en 1985. Como sería ilegítimo olvidar El tiempo del hiriente, el así denominado pasaje final de La hora de los hornos, el clásico latinoamericano de 1968 de Fernando Solanas y Octavio Getino.
UN CHE DESVIRTUADO
"Pareciera como si su estatura -eminentemente cinematográfica: héroe de acción, idealista, justiciero, revolucionario— hubiera inhibido toda ficción alrededor de su figura. Al no poder construir un personaje más grande que aquel que el propio Guevara hizo de sí mismo, el cine cayó en su propia trampa y no hizo sino empequeñecerlo, una y otra vez. Y muchas veces -sin malicia, por pura torpeza— ridiculizarlo", opina alguien el crítico argentino Luciano Monteagudo.
Y no le falta razón en lo que dice, si se repasa la filmografía general con atención, sobre todo la de ficción.
De la misma manera -o peor- que hicieron con Martí en las películas La rosa blanca y Santiago, la imagen del revolucionario internacionalista fue totalmente distorsionada en la cinta ¡Che¡ (1969), ocupante del número 8 en la lista del libro Los 50 peores filmes de todos los tiempos.
Sobre esta versión escamoteadora de la verdad histórica y los ideales guevarianos, mendaz hasta los tuétanos, el especialista Steven Scheuer escribió: "Cualquiera persona relacionada con ella merece la censura".
La película, abiertamente financiada por la CIA, como en su día logró saberse, representó un terrible fiasco en la filmografía de Richard Fleischer y enlodó la carrera del entonces muy cotizado actor egipcio Omar Sharif, quien daba vida al Che. Jack Palance, con su enorme quijada robótica, interpretaba, todavía no entiendo cómo fue posible ese casting, a Fidel Castro.
Muy poca resonancia tuvo la anterior El Che Guevara (renombrada Che, los últimos días en algunos mercados), del italiano Paolo Heusch, con el protagónico de un grande del cine español como Francisco Rabal, debido a la inconsistencia dramática y la visión naive de esta pieza de 1968, más allá de algunas nobles intenciones argumentales.
Otro actor español, Eduardo Noriega fumó tabacos como mejor manera de dar a entender de quien hablaban en la impasable Che Guevara, perpetrada por Josh Evans en 2005.
En el reaccionario drama del cubano-americano Andy García, La ciudad perdida, también rodado en 1995, el Che -no podía ser de otro modo habida cuenta la ideología imperialista del actor devenido director- se ubica al comandante guerrillero como el autor de varios crímenes en el período revolucionario.
Muchas distribuidoras latinoamericanas se han opuesto a lanzar al mercado regional esta visión manipulada, fiel a los preceptos e ideología de dominación yankis.
El docudrama cubano Che -rodado en 1997 por Miguel Torres- fue, como ha escrito este autor en varias oportunidades, uno de los episodios más lamentables de la historia de cine cubano revolucionario, puro cartón moldeado a base de estereotipos, vaguedades y superficialidades.
Una vez más Fidel, el compañero y guía de Guevara, tuvo mala fortuna en su asunción interpretativa, al ser encarnado en la cinta de Torres -tampoco aun logro entender cómo fue posible- por un presentador televisivo acabado de salir de la Facultad de Periodismo sin una plataforma de dominio histriónico mínima.
AUSENCIA TEMPORAL
Durante los años ´70 y ´80 la imagen del Che, si no se evaporó del todo, sí se distanció bastante de la pantalla.
Al respecto, el investigador cubano Fernando Martínez Heredia sostiene lo siguiente en su excelente ensayo Y el nombre se repartirán:
"El Che entonces fue un "espectro del monte", o cuando más un elemento del ritual. Su imagen se refugió en los lugares de lucha y resistencia, en los actos prácticos que le dan continuidad a las revoluciones, conservando así su fuerza pero limitando su alcance. O aparecía en los sitiales formales, pero sin contenido real, y a veces en productos artísticos esquemáticos de finales felices. Hubo algunos documentales de mérito, como lo de los chilenos Pedro Chaskel -Una foto recorre el mundo (1981), Constructor cada día compañero (1982), y Che, hoy y siempre (1983)- en el ICAIC, y Vera, -el corto Che- filmado en Rumanía a inicios de los 80, pieza original en que tres militares bolivianos discuten quién asesinará al Che. En 1988 el cubano Mario Rivas aporta el único dibujo animado acerca del Che, el hermoso Y puro como un niño".
ECLOSIÓN FÍLMICA EN EL ANIVERSARIO 30 DE SU MUERTE
Alrededor de 1997, cuando se cumplieron tres décadas de la caída en Bolivia, numerosos cineastas del mundo entero manifestaron un inusitado fervor en perfilar en el celuloide los míticos contornos del guerrero.
El fallido Che de Miguel Torres anteriormente aludido y salido por estas fechas poco tuvo que ver con un docudrama anterior, Nacimiento de un mito, de indudable solvencia, filmado en 1975 para la televisión italiana por Roberto Savio.
Este cronista lamenta no haber visto otro docudrama como el cubano-belga Tatú: Che en el Congo, rodado para 1997 por Jorge Fuentes. Aquí son entrevistados varios de los compañeros que participaron al lado del luchador en su misión en el continente negro, del mismo modo que aparecen registradas sus declaraciones en Historia en África, pieza del mismo año perteneciente a la realizadora cubana Rebeca Chávez.
Realizadores argentinos como el discreto Anibal Di Salvo, el ya ascendente Tristan Bauer, Juan Carlos Desanzo y el veterano Birri también se adentraron en la marea recordatoria de 1997. Salvo excepciones, fue un cine hagiográfico, devorado por la fuerza magnética de su motivo de su inspiración, a la larga mero material para el olvido.
Otro conacional de los mencionados directores, Edgardo Cabezas, estrenó entonces Adiós Comandante Che, en torno al descubrimiento de los restos del revolucionario y sus compañeros de guerrilla en Bolivia.
De igual modo lo hicieron, aunque con irregular valía -no huelga recordarlo-, cineastas de otras latitudes: Estados Unidos, Suiza, Italia e Inglaterra, país de origen del famoso director Alan Parker, quien como es sabido dirigió a Antonio Banderas como un Che bastante sui generis en la filmación de la ópera rock Evita, que fraguara al servicio de Madonna.
Los cubanos Vicente González Castro y Ernesto Robaina recordaron los 30 años de la pérdida del combatiente internacionalista mediante un documental de quince capítulos; otro tanto hizo su coterráneo Otto Gómez a través de El regreso; y el británico Joseph Bullman estampó la vida del héroe desde Rosario, 1928, hasta Valle Grande, 1967, en otro estrenado para la fecha en el canal 5 de la televisión pública francesa.
Asimismo, Mundo Latino, de Cuba, produjo algunos trabajos inspirados en el trascendental momento, de un componente humano, político e ideológico muy significativos en nuestra patria.
También para 1997, el cubano Santiago Ronaldo Feliú filma lo que sería la segunda parte o continuidad de su Canto épico a la ternura, de 1995, obra inspirada en un grupo de canciones alrededor de Ernesto Che Guevara. En este segundo Canto, el autor trabaja con la innumerable cantidad de fotos tomadas al Che por artistas de la lente de todo el planeta.
Santiago Ronaldo Feliú había presentado en el Festival de Trieste ´94 una extendida muestra de documentales en honor del símbolo libertario de todos los tiempos.
Aunque no con tanta insistencia, el Che continuó siendo sustrato dramático de materiales fílmicos en los años posteriores. También de no muy sistemáticos pero puntualmente valiosos documentales.
Sería injusto olvidar en tal enfile a San Ernesto nace en La Higuera, magnífica muestra de la documentalística nacional que codirigieran en 2006 la actriz Isabel Santos y el director de fotografía, Rafael Solís: poetización cinemática del aura mítico-legendario-religiosa del guerrillero entre los campesinos bolivianos.
Otros títulos son Sacrificio: Who Betrayed Che Guevara, de Erik Gandini y Tarik Saleh, e In viaggio con Che Guevara, del periodista y escritor italiano Gianni Miná, entre varios otros.
EL CHE EN MOTO POR AMÉRICA LATINA
Aparece, en 2004, la que iba a ser hasta la fecha la más notable obra de ficción alrededor de la mítica figura. Diarios de motocicleta, producción internacional dirigida por el importante cineasta brasilero Walter Salles (Estación Central de Brasil; Abril despedazado), describe el recorrido motorizado que a lo largo del continente hiciera, en 1952, un joven Ernesto, en compañía de su amigo, Alberto Granado.
El actor mexicano Gael García Bernal protagonizó esta película de sólida factura y poderosa visualidad conseguida por los encuadres del francés Erik Gautier.
Ernesto es, en la puesta en pantalla, un joven estudiante de medicina de 23 años de edad, especializado en leprología; Alberto, un bioquímico de 29. La película sigue a ambos en su viaje de descubrimiento de la rica y compleja topografía humana y social del continente latinoamericano.
La cinta describe, inteligentemente, sin discursos ni enfatizaciones, el proceso de transformación del "pibe" Ernesto en el Che Guevara, el formulador del ideario renovado del hombre nuevo, el héroe de este tiempo que preconizara en la palabra y el ejemplo la soberanía de los pueblos a cualquier precio, incluso el de la vida.
El recorrido descrito por el filme ya había sido empleado con anterioridad por el cine, cual nos recuerda el crítico Luciano Monteagudo:
"Desde el campo del documental, este viaje y el siguiente por América latina ya había sido filmado por Miguel Pereira en Che... Ernesto (1998), una road-movie con el Atlas del Che como único guión, haciendo un relevamiento topográfico de los lugares que fue atravesando Guevara en su recorrido americano, desde Buenos Aires hasta Veracruz, en México, con un legendario militante político, Envar "Cacho" El Kadri, como cicerone. Se trataba de hacer una película sobre el Che sin utilizar la imagen del Che, evitando todo el trajinado material de archivo, algo que por otra parte ya había hecho antes el documentalista suizo Richard Dindo en la notable Ernesto Che Guevara, diario de Bolivia (1994). En este sentido, el documental y el film-ensayo siempre lograron estar más a la altura del personaje. Es el caso de El día que me quieras (1997), de Leandro Katz. Argentino largamente radicado en Nueva York, con un pie en el cine experimental y otro en las artes plásticas, Katz consiguió una estupenda reflexión sobre la deificación del Che a partir de la famosa foto del boliviano Freddy Alborta de Guevara ya muerto, en la escuelita de Vallegrande, rodeado de militares que observan orgullosos su cadáver, como en La lección de anatomía, de Rembrandt".
UNA HISTORIA A LA CAMISETA
Como se difundiera con prolijidad, el acercamiento al Che del realizador canadiense-norteamericano Steve Soderbergh, con el protagónico del premiado Benicio del Toro, fue uno de los sucesos del reciente Festival de Cannes.
El autor de este artículo aun no ha podido apreciar dicho filme, sobre el cual el propio Soderbergh comentara que era una idea personalmente largamente acariciada en honor a "una de las vidas más fascinantes del pasado siglo".
También dijo en conferencia de prensa con los medios acreditados en el festival francés sobre las dos partes que componen su filme (El Argentino y Guerrilla): "la primera es una película comercial y la segunda un film de autor. La primera se hizo por el dinero y la segunda por amor al arte".
Pero, agregó, vista en sentido general, Che procuró una visión que fuera más allá de la imagen reproducida un millón de veces en material textil, "dar una historia a la camiseta".
El crítico español Carlos Boyero ha escrito del largometraje: "Estamos ante una película muy seria, primorosamente ambientada, con actores que nunca parecen estar interpretando ni recitando, con un lenguaje, un tono, un cuidado en los acentos y en la fisicidad que te hacen creer que están en la Sierra Maestra y en compañía de los personajes verdaderos, que lo que ves y escuchas es un documento riguroso sobre aquella realidad que cambió la historia de Cuba".
Otro hombre mítico, pero del cine y no de la historia, el realizador norteamericano Terrence Malick (La delgada línea roja) cocina hace años -como resulta común en su tan poco cuantiosa como en extremo referida obra- un nuevo guión de lo que algunos vaticinadores sostienen pudiera derivar otra aproximación de interés a la trayectoria vital del comandante revolucionario.
Lo anterior entra en el campo de la especulación, y como con el Che la suerte ha sido dispareja, solo resta aguardar por los futuros empeños.
Esperemos, sí, que el cine por venir alrededor del argentino eterno solo porte la misma seriedad que algunas de las últimas obras referidas en este texto. No hacerlo no tendría sentido para con su legado; ni nada aportaría a la pantalla y -lo más importante- a su memoria.

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