sábado, septiembre 29, 2007

MORIR DE HAMBRE

Morir de hambre



Mientras usted lee este artículo, cuatro niños han muerto de hambre en el mundo. Cada cinco minutos muere un niño por esa causa, día y noche, cada día. Más de cinco millones de niños mueren de hambre en el mundo cada año. Cada noche, mientras dormimos, se mueren de hambre 5.760 niños. Y cada 24 horas, mueren 17.280.
Tendríamos que repetírnoslo cada día, escribirlo en el espejo del cuarto de baño y en el salpicadero del coche. No existe arma de más grande destrucción masiva. Todas las bombas nucleares, las químicas y las biológicas no han producido semejante número de víctimas. Y esas muertes van precedidas del sufrimiento de víctimas civiles e inocentes. No son muertes del campo de batalla. No llevaban uniformes caquis o verde oliva. No habían amenazado a nadie, ni robado, ni saqueado ni participado en atentados terroristas. Son las víctimas del terrorismo social cuyos responsables gobiernan los Estados, son miembros de los Parlamentos, de los sindicatos, de las universidades y de los centros de poder económico y financiero. También de los poderes religiosos e ideológicos que pudiendo denunciar estas muertes injustas y alzarse contra quienes pudiendo no ponen coto a estas salvajadas censuran el uso del condón, la interrupción de los embarazos y la menor amenaza a sus estructuras de poder. ¿O no eran personas esos niños?
Nadie puede ignorar que la mayor amenaza que padecen la humanidad y nuestro planeta es la de la explosión demográfica, con sus secuelas de biodegradació n, de enfermedad, de hambre y de la ira. Porque explotan las riquezas de la tierra en lugar de cuidarlas y de servirse de ellas y tratan a los seres humanos como mercancías, como presuntos consumidores o como mano de obra mercenaria a la que denominan sin rubor "recursos" destinados a ser explotados.
Nadie en su sano juicio puede sostener que "cuántos más hijos, mejor ya que los envía Dios". Como hicieron en la Cumbre de El Cairo de 1994 los fundamentalistas católicos aliados, esa vez sí, con los musulmanes más retrógrados. Una maternidad y una paternidad responsables son una exigencia de la naturaleza que no se puede soslayar sin pagar muy caro sus consecuencias.
Que cerca de mil millones de seres sobrevivan en el umbral de la pobreza y estén desnutridos es un insulto a la inteligencia humana. Es un grito que anuncia el fin de unas civilizaciones fruto del progreso y del esfuerzo de los seres inteligentes y sensibles que se han cegado en su soberbia. Hoy disponemos de medios más que sobrados para controlar la explosión demográfica, las enfermedades más corrientes, la ignorancia y las guerras en nombre de una pretendida Verdad usurpada por menos de una quinta parte de la humanidad.
Después de los sucesos del 11 de septiembre, bastaron 48 horas para congelar las cuentas bancarias de supuestos terroristas, superando el todopoderoso "secreto bancario". Bastaría una firme decisión para congelar los depósitos bancarios donde se custodian los capitales evadidos de países cuya ayuda al desarrollo tenemos que afrontar. Hay dinero para financiar la ayuda al desarrollo. Basta con que se repatríe todo el dinero evadido y que custodian los bancos como custodiaban el de los supuestos terroristas.
Es pública y notoria la existencia de paraísos fiscales donde los bancos de los países más importantes tienen sucursales para evadir impuestos y para traficar con armas, drogas, materias primas y material estratégico y con especulaciones que llevan la ruina a los pueblos. Más pernicioso que el terrorismo es el negocio del crimen que afecta a millones de personas civiles e inocentes. Que la ONU pueda controlar el fin de los paraísos fiscales y reinvertir esos capitales convenientemente. Lo mismo sucede con la escalada de armamentos propiciada por los fabricantes de armas. El motivo principal es la lucha contra el terrorismo. La globalización de la justicia social, de los recursos y de los beneficios atacaría el terrorismo en sus raíces.
Lo mismo se diga con los 500.000 millones de dólares anuales procedentes del narcotráfico que se blanquean en nuestros bancos, como reconoció el Informe del PNUD de 1998.
Dicho Informe cifró en 40.000 millones de dólares anuales, durante 10 años, la cantidad necesaria para dar educación básica, garantizar la salud reproductiva de las mujeres, la salud y nutrición básicas y agua potable y saneamiento para todos los seres humanos. Cuarenta mil millones de dólares es el presupuesto que Bush destina estos días a la reorganizació n de los Servicios de Inteligencia en EEUU con más de 100.000 personas a semejante actividad.
Comencemos por sustituir el concepto de "ayuda" por el de "reparación debida" a los pueblos que los etnocentristas europeos y norteamericanos hemos explotado al tiempo que les imponíamos un modelo de desarrollo inhumano y alienante que "está a punto de provocar el "estallido de una bomba social", como denunció Butros Galli en la Cumbre de Copenhague de 1995.
Revertir la polarización creciente entre los que tienen y los que no tienen es el principal desafío moral de nuestra Era. La base de un nuevo modelo de desarrollo debe apoyarse en el acercamiento al desarrollo desde los derechos humanos: cumplir los derechos económicos, sociales y culturales es ineludible. Es preciso estabilizar los mercados financieros para regular su volatilidad. Los gobiernos deben dar un mandato a la ONU para que establezcan un impuesto sobre las transacciones monetarias para estabilizar los mercados financieros globales.
Si queremos, hay dinero para financiar un desarrollo social más justo y solidario que impida situaciones tan inhumanas y explosivas como las que denuncia el Informe de la FAO. En ello nos va la supervivencia de todos.


José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 10/12/2004
Esclavos de nuestros días

En pleno siglo XXI, existen más 27 millones de personas que sobreviven en auténticas situaciones de esclavitud. En un mundo interrelacionado y que se sabe responsable de todo cuanto se hace o se deja de hacer en el planeta Tierra, en la era de las comunicaciones digitales, ya nadie es completamente libre, parodiando a Hegel. Pero algunos lo son infinitamente menos que otros.
Hoy existen más personas viviendo en condiciones inhumanas que en cualquier otro momento de la historia. Algunos estudios de la Unión Europea llegan a apuntar la cifra de 200 millones de personas que vive en servidumbre forzada.
Hay situaciones de sometimiento en forma de trabajo y de prostitución, la servidumbre por deudas y el trabajo infantil que afecta a cerca de trescientos millones de niños, según denuncia incansablemente Unicef.
Los esclavos de hoy pueden ser inmigrantes que trabajan de sol a sol en viveros de agricultura intensiva en Europa, obreros de la construcción a destajo y sin derechos reconocidos, así como tejedores de alfombras o de prendas deportivas en inmundos lugares de Asia para las grandes firmas multinacionales. Los esclavos de nuestros días, a veces, padecen tratos más brutales en ambientes más estresantes que los de la antigüedad.
La esclavitud fue definida en 1926 por la Convención contra la Esclavitud, promovida por la Liga de Naciones, como "el estatus o condición de una persona sobre la cual se ejercen todos o alguno de los poderes asociados al derecho de propiedad". Así se ampliaba el ámbito de la esclavitud histórica reconociendo otras formas similares.
En modernos informes se distinguen distintos mecanismos de sometimiento a la servidumbre. Uno es el laboral, del cual participan los niños forzados a trabajar en textiles de India, en minas del Congo o fabricando aceite en Filipinas, o las mujeres de las fábricas de Vietnam, los emigrantes birmanos en Tailandia y los haitianos forzados a cortar caña en República Dominicana, o los esclavos en las plantaciones de bananas en Honduras y los subcontratados por fábricas de calzado y prendas deportivas en Camboya.
La esclavitud sexual es otra de las formas de sometimiento de seres humanos. A las redes de prostitución y de explotación sexual que afectan a mujeres, a niños y a emigrantes, hay que añadir algunas formas de matrimonio forzado que entrañan la esclavitud de las mujeres.
A pesar de que la Convención Suplementaria de la Esclavitud (1956) prohíbe "cualquier práctica o institución en la que la mujer, sin el derecho de renunciar, es prometida o entregada en matrimonio a cambio de una compensación económica o especie a su familia, tutores o cualquier otra persona o en la que el marido de la mujer, su familia o su clan tengan el derecho de transferirla a otra persona a cambio de una compensación", todavía permanecen vigentes en muchos lugares los acuerdos de matrimonios con contraprestació n económica.
Existen zonas rurales en las que, ante la indiferencia de los gobiernos, las deudas familiares se saldan con la entrega de niños como "servidores de por vida". Es de todos conocido en los países receptores de inmigrantes, imprescindibles para mantener el nivel de vida de las sociedades europeas, el terrible endeudamiento de quienes llegan sin papeles y caen en manos de mafias criminales que los explotan bajo amenazas de denunciarlos o de vengarse en sus familias.
Del mismo modo hay que considerar como una forma de esclavitud lo que sucede con los niños reclutados a la fuerza por los ejércitos de Sudán, Somalia, Liberia, Zaire o Sierra Leona. En Latinoamérica son conocidos los miles de adultos coaccionados para alistarse en ejércitos regulares, en guerrillas o grupos paramilitares.
La raíz del problema de la actual esclavitud está en la pobreza absoluta de zonas cada vez más amplias del planeta y en la explotación sistemática y sin entrañas que de los más débiles practican compañías transnacionales que no respetan fronteras, ni reconocen ley ni más orden que sus beneficios económicos.
Escribió Martín Luther King que, "cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave los crímenes de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas".
Por eso, es preciso denunciar el ambiente que genera esta nueva forma de esclavitud: los esclavos de hoy son producto de la guerra, de los criminales negocios de armas y del narcotráfico, así como de la demencial competitividad de los mercados. Es el resultado de un ultraliberalismo que confunde el valor con el precio y que considerar a los seres humanos como mercancías y a las riquezas de la tierra como recursos explotables. Ante esta situación explosiva, los nuevos imperialismos demonizan toda protesta o alzamiento como satánicos terroristas. Los excluidos de hoy se alzarán y tomarán por la fuerza lo que se les niega en justicia.


José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 09/01/2004
Enloquecidos dirigentes de los países ricos

Un sentimiento de responsabilidad, cuando no de culpa, se abre camino entre amplios sectores de los países libres. Hace unos meses, un centenar de multimillonarios de EEUU escribieron al presidente Bush. Le pedían que no suprimiera el impuesto sobre sucesiones, pues sólo beneficiaría a las personas más ricas mientras que dejaban de ingresar en el erario público enormes cantidades necesarias para obras sociales. La petición era inteligente y la observación sagaz, los muy ricos ya tenían más que lo suficiente mientras que si los pobres seguían padeciendo enormes carencias en educación, salud y otras prestaciones sociales, como la ayuda y reciclaje durante el desempleo, serían una bomba de relojería.
El primer viaje de Bush a África, en julio, habría debido animar a los más ricos contribuyentes para que se sintieran responsables, no compasivos ni dadivosos, ante los ciudadanos más pobres del planeta.
Según un Informe de la Administració n fiscal de EEUU, cuatrocientos multimillonarios norteamericanos dispone cada uno de 174 millones de dólares, y entre todos controlan 69 mil millones de dólares.
Jeffrey Sachs, director del Instituto de la Tierra, en la Universidad de Columbia, se pregunta si no han dejado escapar una gran oportunidad de hacer justicia y de cambiar el curso de la historia en un continente proveedor nato de materias primas y de mano de obra barata en las empresas desviadas hacia esos territorios, sin contar lo que supusieron para el desarrollo norteamericano los millones de esclavos que trabajaron sus campos durante más de cuatrocientos años.
Aunque parezca increíble, esos 69 millardos de dólares son superiores a los ingresos juntos de los 166 millones de personas que habitan los cuatro países visitados por Bush: Nigeria, Senegal, Uganda y Botswana.
Sólo con las aportaciones de los ciudadanos más ricos podría transformarse una situación explosiva y sangrante. Bastaría una política fiscal distinta a la del equipo que gobierna EEUU para influir decisivamente en una zona en la que la esperanza de vida no supera los 50 años, o los 40 en los países donde el SIDA se ha convertido en peste endémica.
La ayuda de los países ricos, del norte sociológico, es una necesidad imperiosa, y una inversión inteligente. En EEUU, el gasto público en sanidad se eleva a 2.000 dólares por persona y año, mientras que en África no superan los 10 dólares. El ingreso medio por habitante no alcanza al dólar diario. Junto a la enfermedad, el hambre, la pobreza y la desesperación, no sería de extrañar que la explosión social estuviera servida. Los fenómenos migratorios no son más que una tímida señal de lo que, con razón, puede avecinarse.
La Organización Mundial de la Salud había advertido que si los países más ricos contribuyesen con 25 millardos de dólares por año en la sanidad, y por lo tanto, en la capacidad de trabajo, permitiría salvar a ocho millones de personas cada año en los países más pobres. A EEUU les corresponderí an 8 millardos, de acuerdo con su economía.
Los gastos previstos para salud en 2004 en EEUU, alcanzan los 2 millardos, esto es, la cuarta parte de la cifra sugerida por la OMS. Es aquí donde los expertos apuntan la solución. En 1995, los 400 ciudadanos más ricos de EEUU pagaron el 30% de sus beneficios en impuestos. Después de las fatídicas reducciones fiscales del Gobierno Bush, pagarán ¡menos de 18%! No por ello podrán vivir mejor, ni más tiempo. Suponiendo que emplearan sus ahorros fiscales en ayudar a la supervivencia de los más empobrecidos de África, los 8 millardos de dólares que corresponderí an a EEUU casi estarían logrados. Este dinero podría reforzar el Fondo mundial de Lucha contra el SIDA, la tuberculosis y el paludismo, ahorrando ocho millones de vidas cada año. No sólo por lo que suponen de pérdida de fuerza de trabajo, sino por los deterioros familiares y sociales que suponen los enfermos de larga duración afectados por estas enfermedades.
Esta idea de que los ciudadanos más ricos del mundo puedan acudir en ayuda de los más empobrecidos no tiene nada de absurdo. Es una cuestión de prioridades, de justicia y de visión de futuro ante los signos de los tiempos.
La política neoliberal, con sus bajadas de impuestos a los más ricos, sus desreglamentaciones que dejan inermes a las economías más débiles del mundo, sus recortes sociales que desamparan a los trabajadores y sus globalizaciones de acuerdo con sus crudos intereses, sin tener en cuenta los derechos sociales irrenunciables de todos los pueblos y ciudadanos del mundo, tendrán consecuencias más espantosas que las guerras que alimentan para sostener sus economías de diseño.
"Los dioses, escribió Esquilo, cuando quieren perder a los gobernantes, comienzan por volverlos locos". El G8 y los muñidores de la OMC, junto con otros sanedrines financieros, no gozan de buena salud.


José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 26/09/2003

Crónica de un genocidio anunciado

Naciones Unidas ha denunciado a los países ricos en varias ocasiones por reducir un 24% la ayuda humanitaria desde 1992, aunque los mercados financieros de Europa y EEUU hayan crecido un 70% en los últimos tres años. Si hace siete años los 21 países más ricos donaban 63.000 millones de dólares, en 1997 se redujo a 43.000 millones. EEUU ha pasado de destinar el 0,21% a tan sólo el 0,09%.
Esta situación amenaza el futuro inmediato de 12 millones de personas en África. La ONU estima que se necesitan 125.000 millones de pesetas para hacer frente a las consecuencias de las guerras en África. Mientras tanto, las grandes corporaciones industriales fomentan la inestabilidad en esos países para seguir aprovechándose de sus materias primas, imprescindibles para mantener el grado de desarrollo y de despilfarro de los países enriquecidos del Norte.
Les ayudan con entusiasmo los fabricantes de armas que han incrementado sus beneficios de manera escandalosa y que se apoyan en las ONG como eficaz servicio posventa de sus negocios: los pobres ponen los muertos; los ricos, las armas, y las ONG, las tiritas y los lamentos.
Mientras tanto, la Comisión Europea y los 22 países más ricos de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE) reconocen que disminuyeron 1,6 por ciento su asistencia oficial al desarrollo en 2000 en relación con 1999.
La asistencia al desarrollo de esas naciones y de la CE había sumado 56.400 millones de dólares en 1999, y cayó a 53.100 millones en 2000.
Esos datos desmienten la creencia de que el crecimiento de la economía de los países industrializados beneficia a las naciones más pobres, como postula el pensamiento único.
En 1970, la Asamblea General de la ONU propuso que los países ricos destinaran al desarrollo 0,7 por ciento de su PIB, y sólo Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Noruega y Suecia han alcanzado ese porcentaje. Ninguna otra nación superó el promedio de 0,39 por ciento del PIB.
Según el Informe sobre el Desarrollo del BM: uno de cada cinco habitantes del planeta vive con menos de un dólar por día, o sea 1.200 millones de personas; seis de cada cien niños no llegan a cumplir un año de vida y ocho no alcanzarán los cinco años; nueve niños y 14 niñas de cada cien no reciben educación primaria. El 97% de los dos mil millones de seres que incrementarán la población en los próximos 25 años lo hará en los países empobrecidos del Sur.
Los integrantes de la Unidad Europea y de la OCDE mantendrán en París un Encuentro para discutir la propuesta de no condicionar la asistencia para adquirir equipo y maquinaria a que el país beneficiario realice las compras correspondientes a la nación que aporta los fondos. Este es uno de los aspectos más escandalosos del tema pues permite a los países desarrollados deshacerse de sus excedentes de producción creando una dependencia en los supuestamente ayudados.
De 1970 a 1990 se produjeron avances en la lucha mundial contra la pobreza, que se frenaron en la última década, según el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) opina que no se alcanzará el objetivo de reducción de la pobreza porque la asistencia oficial al desarrollo para la agricultura se ha reducido mientras "muchos países con inseguridad alimentaria aumentaron su gasto militar".
En las últimas cumbres del Grupo de los Siete, que reúne a las naciones más poderosas, y del Grupo de los 77, que agrupa a países en desarrollo, se reconoció que el aporte de los integrantes del G-7 fue el año pasado 4,8 % menos que en 1999.
Los participantes en la reunión de París discutirán las relaciones de la pobreza con los conflictos armados, las migraciones inevitables, la brecha entre pobres y ricos en el acceso a tecnología y los precios de los medicamentos.
Lo más trágico es que, en el Informe del PNUD de 1998, ya se establecía que serían necesarios 43.000 millones de dólares al año, durante una década, para erradicar el hambre en el mundo, garantizar la asistencia sanitaria y el acceso a la educación primaria de todas las personas así como cuidar la calidad de las aguas y promover la salud reproductiva de las mujeres. Esto, junto con su educación y acceso a puestos de trabajo, evitaría la temible explosión demográfica.
La más terrible amenaza para la vida en el planeta está estudiada y al alcance de nuestras posibilidades. No llevarla a cabo se puede calificar de genocidio premeditado pues las condiciones sociales que se mantienen y proyectan no harán más que activar la bomba social anunciada en la Cumbre de Copenhague por Butros Galli, anterior Secretario General de la ONU.
Ante esta moderna forma de tiranía globalizada se impone una rebeldía generalizada de la sociedad civil pues el deber de resistencia al tirano es de orden superior a cualquier norma legal establecida ya que "las leyes no obligan cuando son injustas".

José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 10/05/2001

La humanidad corre peligro

En un Informe de la ONU se examina el estado del planeta en relación con el grado de cumplimiento de los Objetivos del Milenio 2000, por parte de los países comprometidos. Más de 1.000 millones de personas viven en la pobreza extrema, 11 millones de niños mueren al año por enfermedades que se pueden prevenir, medio millón de mujeres fallecen en el parto, casi 1.000 millones de personas no disponen de vivienda digna, 115 millones de niños están sin escolarizar mientras más de 10.000 especies animales sobreviven amenazadas.
Son ocho objetivos aceptados por los países, la sociedad civil y las principales instituciones dedicadas al desarrollo como metas para el año 2015. El secretario general de la ONU ha declarado que "si se mantienen las tendencias actuales, se corre el riesgo de que los países más pobres no puedan cumplirlos y será una oportunidad perdida".
Naciones Unidas ha convocado para el 14 de septiembre una cumbre en la que participarán 175 jefes de Estado y de Gobierno. Estos líderes del mundo deberán decidir las medidas necesarias en la lucha contra la extrema pobreza y el SIDA, el fomento de la educación y la igualdad de género que incide en el parto que se cobra cada año las vidas de medio millón de madres en el mundo. Este riesgo podría reducirse si las mujeres dispusieran de los servicios de planificación familiar que necesitan y contaran con atención médica durante el embarazo y el parto.
La ONU calcula que hay 115 millones de niños sin escolarizar. "La nuestra es la primera generación que cuenta con los recursos y la tecnología para hacer realidad para todos el derecho al desarrollo y poner a toda la especie humana al abrigo de la necesidad", señala Kofi Annan. Y aunque la pobreza extrema se está reduciendo en todo el planeta, los pobres son cada vez más pobres y algunos ricos son cada vez más ricos. El 21,3% de la población de los países en desarrollo vivía en 2001 con menos de un dólar al día, frente al 27,9% de 1990.
Destaca el aspecto positivo que significa la reducción del hambre crónica, pero aún subsisten 800 millones de personas con alimentación insuficiente, mientras la malnutrición afecta a una cuarta parte de los niños en los países empobrecidos. La urgente lucha contra el SIDA no es suficiente mientras las cifras de enfermos crecen en progresión geométrica, de ahí la necesidad de intensificar y mejorar la salud materno-infantil. La ONU destaca que 81 países han tomado medidas concretas para garantizar la participación del sexo femenino en la vida política pues las mujeres tienen menos probabilidades de ocupar un puesto de trabajo remunerado y estable que el hombre. Asimismo, alerta de que las buenas intenciones que acompañan al principio del desarrollo sostenible no se traducen en progresos suficientes para proteger el medio ambiente. Recordemos que la Declaración del Milenio fija entre sus objetivos el de reducir en dos terceras partes, para 2015, la tasa de mortalidad de los niños menores de cinco años. La ONU calcula que 11 millones de criaturas, unas 30.000 al día, mueren antes de alcanzar esa edad. Muchas de estas muertes se podrían evitar con el acceso al agua potable, antibióticos y otros medicamentos al alcance de los más pobres así como con las vacunas existentes. Así como el medio millón de muertes de mujeres en el parto y diez millones que sufren graves lesiones. Este riesgo podría reducirse si las mujeres dispusieran de los servicios de planificación familiar que necesitan y contaran con atención médica durante el embarazo y el parto.
La ONU pide mayores avances para facilitar el acceso al agua potable y a los servicios de salud fundamentales. Kofi Annan concluye que con estos datos corremos el peligro de "dejar pasar esta oportunidad, y se perderán millones de vidas humanas que podrían haberse salvado, se negarán muchas libertades que podrían haberse conseguido y viviremos en un mundo más peligroso e inestable". De ahí la necesidad de "movilizar todos los medios disponibles".
No olvida de señalar el secretario general que el mundo no gozará nunca de la necesaria seguridad, que parece presidir todas las políticas de los grandes del planeta, si no se fomenta un auténtico desarrollo sostenible, endógeno y equilibrado que respete las señas de identidad, costumbres recuperables y tradiciones que pueden adaptarse a este proceso de reajuste y de crecimiento social imprescindible. Muchas actividades calificadas como terroristas dejarían de encontrar apoyo en sociedades explotadas que no vislumbran en el horizonte ninguna señal de esperanza que sostenga y anime la lucha más allá de la supervivencia con dignidad y justicia.

José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 17/06/2005
Ante la crisis mundial del agua

Hace apenas 100 años, las tasas de mortalidad infantil de Washington, DC eran el doble que las tasas de mortalidad infantil actuales del África subsahariana. A finales del XIX, las enfermedades transmitidas por el agua (como la diarrea, la disentería y
la fiebre tifoidea) eran responsables de 1 de cada 10 de las muertes infantiles que se producían en Estados Unidos.
En Gran Bretaña, la gente se fue enriqueciendo mediante la revolución industrial, pero su salud no mejoró. Mientras la población pobre iniciaba el éxodo del campo a las ciudades éstas se convertían en cloacas al aire libre, y las epidemias de fiebre tifoidea y cólera azotaban regularmente ciudades como Nueva Orleáns y Nueva York.
En el caluroso verano de 1858, el Parlamento del Reino Unido se vio obligado a cerrar sus puertas debido al "Gran Hedor", causado por el drenaje de las cloacas en el Támesis. Para la población rica, suponía una molestia. Para la población pobre, que obtenía el agua para beber del río, suponía la muerte.
A finales del XIX, los gobiernos reconocieron que las enfermedades asociadas al agua y al saneamiento no se podían confinar a los más pobres y que había que adoptar medidas por el interés público. En el Reino Unido, Estados Unidos y otros lugares, se realizaron grandes inversiones en alcantarillado y en la purificación de las fuentes de suministro de agua con un enorme éxito. Ningún otro período en la historia de Estados Unidos presenció una reducción tan rápida en la tasa de mortalidad. Estos datos los aporta el Informe sobre Desarrollo Humano 2006 sobre "Poder, pobreza y la crisis mundial del agua".
Esta crisis de agua y saneamiento requiere con urgencia un Plan de Acción Mundial para que se reconozca el acceso a 20 litros de agua limpia al día como un derecho humano cuya carencia provoca cerca de dos millones de muertes infantiles por diarrea cada año.
Recordemos que 1.100 millones de personas carecen de acceso al agua, y 2.600 millones no disponen de letrinas.
En muchos de los países empobrecidos del Sur, el agua sucia es una amenaza mayor para la seguridad humana que los conflictos violentos. Más de 443 millones de días escolares se pierden a causa de enfermedades relacionadas con el agua; y casi un 50 por ciento de la población total de esos países padece algún problema de salud debido a la falta de agua y saneamiento.
A este costo humano de la crisis del agua y el saneamiento se debe sumar un retraso en el crecimiento económico del África subsahariana, que sufre una pérdida anual de un cinco por ciento en su PIB, cifra muy superior a todas las ayudas que reciben.
El Informe indica que, a diferencia de las guerras y los desastres naturales que mueven a acciones solidarias internacionales, en este caso sucede como con el hambre, que es una emergencia silenciosa que experimenta la población pobre y que toleran aquéllos que disponen de los recursos, la tecnología y el poder político necesarios para resolverla.
Los gobiernos nacionales deben definir estrategias y planes creíbles para abordar la crisis del agua y el saneamiento. Pero también es necesario desarrollar un Plan de Acción Mundial –en el que participen activamente los países del Grupo de los Ocho– para dirigir los esfuerzos internacionales mediante la colocación del problema de agua y saneamiento como una prioridad absoluta.
Podemos adoptar medidas coordinadas para proporcionar agua limpia y saneamiento a la población pobre del mundo o condenar a millones de personas a vivir en una situación evitable de insalubridad, pobreza y disminución de oportunidades y perpetuar profundas desigualdades en el interior de los países y entre unos países y otros.
El Informe sobre Desarrollo Humano de 2006 recomienda la adopción de tres medidas básicas:
1. Hacer del agua un derecho humano con medidas concretas. Mientras que un habitante de EE UU o de Gran Bretaña gasta 50 litros diarios de agua tan sólo tirando de la cisterna, muchos pobres sobreviven con menos de cinco litros de agua contaminada al día.
2. Elaborar estrategias nacionales para el agua y el saneamiento. Los gobiernos deberían invertir un mínimo del uno por ciento del PIB en agua y saneamiento. El gasto público representa normalmente menos del 0,5 por ciento del PIB. Los estudios realizados muestran que esta cifra queda eclipsada por los gastos militares: en Etiopía, el presupuesto militar es 10 veces superior al presupuesto para agua y saneamiento: en Pakistán, 47 veces superior.
3. Aumento de la asistencia internacional: El Informe propugna una inversión de unos 4.000 millones de dólares que representa menos de los gastos militares realizados en 5 días y menos de la mitad de lo que gastan los países desarrollados al año en agua mineral".
Esta inversión hasta sería rentable, pues se traduciría en un ahorro de tiempo, un aumento de la productividad y una reducción de los costos sanitarios, que descenderían a 8 dólares por cada dólar invertido en el logro de la meta de agua y saneamiento. Sin olvidar que los próximos conflictos armados que amenazan la existencia del planeta tendrán lugar por el control del agua más que por el del gas y el del petróleo que encontrarán sustitutos alternativos. En esta lucha nos va la supervivencia.


José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 10/11/2006
Nuevo rostro de la pobreza
Cuando casi nos habíamos acostumbrado, no sin dolor ni sin ira, a convivir con los pobres, surgió en las últimas décadas el concepto de los excluidos. Aquellos que no sabían que eran pobres, ni tan siquiera que eran seres humanos. En menos de una década ha surgido una nueva figura, la del perdedor radical.
En un lúcido ensayo, Hans Magnus Erzensberger ha querido ver en el terrorista suicida una muestra de este ser desarraigado y letal que ya puebla nuestro imaginario.
Al analizar las causas del terrorismo, sobresalen la tremenda injusticia social, nuestra dependencia energética y la fábrica de perdedores en que hemos convertido nuestras sociedades.
El perdedor radical es un hombre al borde del precipicio, su vida no vale nada porque se siente desposeído de una pretendida superioridad ancestral cuya razón no comprende. Es una bomba humana que puede estallar en un acceso de locura destructiva como el amok malayo. De repente, leemos en los periódicos que un joven se lanza a matar con una escopeta a sus compañeros de colegio, o un padre de familia a su esposa e hijos y hasta a su propia madre anciana para finalmente darse muerte a sí mismo. Otras veces, toman como rehenes a seres inocentes sin pedir nada a cambio sino para inmolarse con ellos.
A diferencia del fracasado, al que sólo le queda resignarse y claudicar; o de la víctima que reclama satisfacción, el perdedor radical se aparta de los demás, se vuelve invisible, alimenta su quimera, concentra sus frágiles energías y aguarda su hora. Sufre, pierde el sentido de la realidad y se siente incomprendido y amenazado. Mientras está sólo es un durmiente.
No se trata de casos aislados, su número crece en la medida en que nuestra sociedad se ha hecho opulenta y excluyente. Derechos humanos para todos, bienestar, reivindicaciones, expectativas de igualdad, consumismo y la lucha despiadada por convertirse en ganadores, pues son los únicos que la sociedad respeta. Al mismo tiempo, los medios de comunicación han exhibido la tremenda desigualdad entre los habitantes del planeta. La decepción de muchos acompaña al progreso de los elegidos. Al no poder identificar a los responsables de su situación y de la de sus deudos, llega a fundir la destrucción con su autodestrucció n matando. También sucede que los medios, por una vez, tomarán cuenta de su existencia. Pero algunos de estos perdedores radicales se hacen gregarios, inventan una patria, un más allá delirante y desembocan en un sentimiento de omnipotencia calamitoso. Es el mundo del terrorismo fanático que no busca reivindicaciones porque de su enemigo sólo quiere el cadáver. Aquí, Enzensberger, en una apropiación indebida del concepto, focaliza esta nueva realidad en el islamismo fanático. Pero a nosotros nos interesa el ambiente social capaz de producir esos desarraigados y perdedores radicales que, en palabras de Butros Galli, constituyen una bomba social de incalculables consecuencias. Por culpa de un modelo de desarrollo injusto e inhumano. Frente a este malestar creciente se alzan otras propuestas por un mundo mejor. Otro mundo posible en el que no quepa la pobreza como estado natural de la mayor parte de la humanidad.
Porque estamos con los pobres contra la pobreza, la lucha contra el hambre y la injusticia es el mandato más urgente e inaplazable de la vida. Hay una forma de respuesta desde nuestro puesto, la del voluntariado social al servicio de los más débiles y marginados. Con palabras de Frei Betto, ser voluntario es sumar esfuerzos, entrar por la puerta de la compasión y repartir lo que ningún mercado ofrece: cariño, apoyo, talento, complicidad, a fin de dar la vez a quien enmudeció la opresión y la voz a quien la injusticia marginó. El voluntario rescata mi propia autoestima, rediseña mi rostro humano, despliega las fibras anquilosadas de mi pereza, me inserta en la dinámica social, me hace cercano a las multitudes empobrecidas. Ser voluntario es saberse solidario, alzarse con pasión frente a la injusticia y aportar propuestas alternativas. La solidaridad es hacer propias las miserias ajenas. Saberse tú y actuar como nosotros. Alejo de mí el asistencialismo que crea dependencias. "Voluntario, soy multitud. Solidario, soy trabajo compartido. Sumando con todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia". Me niego a acatar cualquier fractura que niegue a la familia humana el derecho a la fraternidad, lo que Frei Betto denomina fraternura para dar las manos a quienes asumen que la felicidad es el artículo único de la declaración de los Derechos Humanos.

José Carlos Gª Fajardo
Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 4/04/2007

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