domingo, febrero 07, 2010

Siempre nos quedará la música

El viernes 22 de enero falleció en Madrid Emilio Cañil Bartolomé, fundador de Discoplay, el excepcional catálogo de venta de discos por correo que funcionó desde mediados de los años 70 y de la mítica tienda del mismo nombre, ubicada en el edificio Los Sótanos de la Gran Vía Madrileña. Pero, lo que permanecerá en el recuerdo de miles de aficionados de toda España será, sin duda, el catálogo que tanta sed de música sació en tiempos en los que considerábamos a los discos obras de arte.





03/02/2010

A Emilio Cañil Bartolomé
Fundador de Discoplay

Peregrinábamos de una casa a otra
buscando una habitación y amigos
con quienes pinchar los discos
que comprábamos en Discoplay
o robábamos en el Simago.

Nos arrastraban la noche, las horas,
olisqueando la postura recién agenciada
e intentando atisbar las letras
en los encartes y carpetas de aquellos Lps
que siempre fueron nuestra caja de Pandora.

Marcábamos en el BID las referencias
y lo pasábamos y nos juntábamos
para ahorrar gastos en el pedido,
sonaba Dylan, Reed, la Velvet, los Rolling...
Yes, el rey Crimson, los Beatles, Tom Waits.

Jim y Hendrix nos llevaron al abismo, los Floyd
abrieron nuevas constelaciones, el de Belfast,
el canadiense, la Janis y su Mercedes Benz,
los sinfónicos, los Beatles, Lennon y Springsteen
y tantos y tantos otros y los años pasaron

y siempre nos quedó la música,
ya sea en las minúsculas habitaciones
que convertíamos en pubs íntimos y privados
o en aquellos garitos donde el amanecer
se ahogaba en la cerveza y el humo del hash.

Ya para entonces sin llegar a los 20
algunos perdieron sus sueños sin saberlo,
estaban los que creían que todo era coyuntural,
como la imagen de una desesperada caravana
que hace parada en el infierno del desencanto.

Pero murió Bernardo, el Sevillano, Paco, Roberto,
otros desaparecieron en accidentes y pesadillas
o estrellaron su coche al regreso de un concierto
y no volvieron a despertar de los espejismos
de la aguja, el alcohol, la coca y las anfetaminas.

De entre los mejores camaradas vi a algunos
colgados en los ácidos del porvenir,
sin otra puerta que cerrar o abrir
que la angustia de su propia locura
pidiendo por el Paseo limosna para sobrevivir.

Neruda y Víctor se quedaron en el alma
mientras cruzábamos el arco desde los Quilapayún,
a la lírica humanista de Silvio, Aute y Pablo
y entre amores imposibles perseguíamos las huellas
de utopías y revoluciones, de tesoros humanos.

Derrotados, extraviados, perdidos, solitarios,
enganchados o desintoxicados, ebrios y borrachos,
pasotas, románticos, activos o parados,
llegamos a los 40 como padres de familia
y un sin fin de quimeras en el bolsillo del fracaso.

En el arcén del acomodo la conciencia desfila
disputándose un escaño sin identidad
y muere en el vacio de 'sus señorías',
entre anuncios de sexo del ABC, la gastronomía,
la Alta Costura y el Prét á Porter.

Hundidos o reinventados, solos o en pareja,
en compañía o en soledad, buscamos y escarbamos
y desde el baúl de la derrota y su reflejo
hubo quién levantó su mirada, su palabra y su queja
para tener una imagen digna frente al espejo.

Siempre nos quedará la música,
la que vino y se fué, la que quedó,
la que anda prendida al corazón,
la que llega y llegará, la que creímos y creemos
necesaria y vital para respirar, soñar y vivir.


El Ejido-Aguadulce 1/2 de Febrero 2010

Alberto Montoya Alonso

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