domingo, febrero 07, 2010

Cintio en el recuerdo


Enviado el Lunes, 4 de Enero del 2010 (17:32:53)
Literatura por Roberto Fernández Retamar

A Fina

A raíz del tránsito de Cintio Vitier, La Gaceta de Cuba me ha solicitado unas líneas sobre él. No se me pide un estudio sobre su vasta y riquísima obra (como el que hice en 1953 a propósito de su libro Vísperas), sino un texto nacido de la relación que ambos mantuvimos durante alrededor de sesenta años.

Primero fue a la distancia. En 1948 el pintor René Portocarrero me dio el primer número de Orígenes que tuve, y también en 1948 compré y leí la antología publicada ese año por Cintio Diez poetas cubanos 1937-1947. En 1951 el libro de Cintio Sustancia, de 1950, y otro mío, mecanografiado, recibieron sendas menciones en el concurso para otorgar el Premio Nacional de Poesía, que se concedió al libro Cielo en rehenes, de Emilio Ballagas. Cintio, entonces, me envió un ejemplar de aquel libro suyo con una escueta dedicatoria: «Para Roberto Fernández Retamar, con mi cordial estimación. Cintio Vitier». Fue el primer libro de Cintio que leí, y lo hice con avidez. De allí procede un verso («Y qué angustiosa patria en las palmas vislumbro») que puse como exergo del poema «Palma», incluido en mi libro Patrias, del que volveré a hablar.

Por mi parte, les mandé a Fina y a él un ejemplar del que era a la sazón mi único cuaderno publicado de poesía: Elegía como un himno, que en 1950 Titón me había impreso en su casa. Parecía evidente la necesidad de que Cintio y yo nos encontráramos. Y lo hicimos ese año 1951, cuando Titón y yo los visitamos a Fina y a él, con la excusa de pedirles poemas escritos a mano para una exposición que proyectábamos y al cabo no ocurrió. Lo que sí ocurrió fue una experiencia decisiva en mi vida, al anudar con ellos una amistad fraternal que me enriquecería para siempre.

También en 1951, llevado por mi condiscípulo y amigo Mario Parajón, visité en el mítico Trocadero 162, como volvería a hacer muchas veces, a José Lezama Lima, a quien di en ese momento varios poemas míos que aparecerían en el número 31 (1951) de Orígenes. Y gracias a Cintio y Fina conocimos Adelaida y yo, que todavía no nos habíamos casado, a Eliseo Diego y Bella, a Octavio Smith, a Agustín Pi, a Samuel Feijoo, y poco después al padre Ángel Gaztelu. Se han difundido fotos que nos tomamos en Bauta, donde Gaztelu tenía su parroquia.

Regresé incontables veces, solo o con Adelaida, a las casas de Cintio y Fina, en Santos Suárez durante muchos años y últimamente en El Vedado, donde hasta la muerte de Cintio hablamos de casi todo lo humano y lo divino, y sobre todo al principio yo les leía con frecuencia poemas que había escrito. Tal fue, por ejemplo, el caso de «Palacio cotidiano», el primero mío después de nuestro encuentro inicial, y que ya les debía algo.

Entrado aquel 1951, que fue tan importante para mí, ocurrieron otras cosas que se encadenaron. Mi hermano Manolo se sacó la lotería y me regaló cien pesos, con los cuales decidí empezar a pagar la impresión de aquel libro de poemas mecanografiado, de título Patrias por alusión al verso de Martí, que allí cité, «Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche». Yo les había dejado una copia de ese libro a Cintio y Fina, quienes lo leyeron pacientemente. Y al saber Cintio que me disponía a publicarlo, me llevó a la imprenta Úcar García, donde se editaba Orígenes, y donde también publicaron libros (pagándolos, por supuesto), además de escritores del que ya se conocía como Grupo Orígenes, otros como Nicolás Guillén y Alejo Carpentier. El libro lleva en la portada un dibujo de Felipe Orlando, y el regente de la imprenta, Roberto Blanco, con quien volví muchas veces a reunirme, lo diseñó de tal manera que más de uno pensó que era otro libro, publicado al principio de 1952, del mentado Grupo.

El año 1952, además, me dio una nueva ocasión de vincularme con Cintio. Él había estado compilando la antología Cincuenta años de poesía cubana 1902-1952, en la cual Fayad Jamís y yo, ambos nacidos en 1930, éramos los últimos poetas representados. Cintio me pidió que lo ayudara a corregir las pruebas de plana de dicha antología. Acepté entusiasmado, y pasamos algún tiempo en la faena, que me dio la ocasión preciosa de asistir al horno crepitante del acercamiento de Cintio a nuestra poesía. Como se sabe, muchos ejemplos más iba a dar Cintio de ese acercamiento, y algunos los he de mencionar.

En 1952 terminé en la Universidad de La Habana mis estudios de Filosofía y Letras, y comencé a escribir mi tesis de grado, La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), que presenté a finales de ese último año. Di a leer el texto a Cintio, a quien tanto debían sus páginas, y él me comunicó agudas observaciones, pero no me objetó los puntos que no compartía. Cuando, poco después de discutida mi tesis, el Lyceum de La Habana me invitó a ofrecer una conferencia, Cintio me presentó con gran generosidad, y yo leí fragmentos de aquel libro, que Lezama me pidió que apareciera en las Ediciones Orígenes, lo que ocurrió en 1954, de nuevo impreso en Úcar Garcia. Lo he hecho republicar hace poco, y en esta ocasión le añadí como prólogo, con la anuencia de Cintio, aquella presentación. En la «Noticia» que encabezó al libro desde su arrancada, expresé mi agradecimiento «al poeta Cintio Vitier, que leyó, aconsejando, estas notas de estudiante».

Es innecesario decir que tanto Fina y Cintio como Lezama (a quien terminé tuteando y llamando «Joseíto»), como Eliseo, Octavio, Gaztelu, Feijoo, me fueron regalando sus libros. Me detengo en particular en Vísperas 1938-1953, de este último año, donde Cintio reunió sus cuadernos anteriores añadiéndoles nuevas páginas. Su lectura me impresionó, y le dediqué un ensayo que apareció en el número 35 (1954) de Orígenes. Sé que a Cintio le satisfizo, y lo incluí, con algunas variantes, en mi tesis.

Cuando en 1955 Alfonso Reyes hizo que El Colegio de México editara mi libro de poemas Alabanzas, conversaciones [1951-1955], escribieron sobre él notas penetrantes tanto Fina como Cintio: y, por cierto, también Luis Marré en la revista Ciclón. No insistiré en la desdichada polémica que llevó a separar a Lezama de José Rodríguez Feo, a interrumpir la publicación de Orígenes y a la aparición de Ciclón, en el editorial de cuyo primer número se proclamaba el propósito de borrar a Orígenes «de un golpe». Parte de nuestro exiguo mundo letrado se dividió, y yo quedé del lado de Lezama, Cintio y Fina.

Como Orígenes carecía de fondos, se decidió que quienes le permanecimos fieles contribuyéramos con diez pesos mensuales. Yo debía entregar a Cintio dicho importe, y en una ocasión lo hice acompañado de esta décima ripiosa:

Señor Cintio Vitier Bolaños,
Persecutor de los diez cocos,
Que nos ha vuelto medio locos
A inquisiciones y regaños:
Agotados hoy los engaños
Para eludir su feroz mano,
Como la lucha ya es en vano,
Como es inútil oponerse,
¡Tome el sobre en que puede verse
Aún el llanto de un cubano!

A finales de 1957, cuando Adelaida y yo estábamos en la Universidad de Yale, Cintio ofreció en el Lyceum de La Habana una importantísima serie de conferencias sobre Lo cubano en la poesía, que Feijoo hizo publicar al año siguiente entre las ediciones de la Universidad Central de Las Villas. A nuestro regreso de los Estados Unidos, Cintio nos dio un ejemplar de dicho libro con las siguientes palabras en su primera página: «A Roberto y Adelaida (únicos ausentes mayores de este Curso), trayendo hasta ellos, como puedo, aquellas tardes en que tanto extrañé su vigilante y hermosa compañía. Cintio. Septiembre 25/58.»

El libro está dedicado «A la memoria de mi abuelo, el General de la Guerra de Independencia José María Bolaños», lo que es elocuente, y entre otras cosas constituye una afirmación de los mejores valores del país, sumido entonces en el horror del batistato.

Pocos meses después de la aparición del libro, el primero de enero de 1959, se produjo el triunfo de la Revolución. En los días iniciales de ese año, Cintio escribió su hermoso poema «El rostro», que lo era de la patria, y vivió esos momentos aurorales con profundo entusiasmo: no, como otros, con embullo volandero. Me consta, porque estuvimos juntos en muchos de esos momentos. Por ejemplo, habiendo sido nombrada por el compañero Armando Hart, ministro de Educación, la Magistra Vicentina Antuña al frente de la Dirección Nacional de Cultura de dicho Ministerio, ella nos convocó una noche en su casa a Cintio y a mí. La razón del encuentro era que había decidido retomar la publicación de la Revista Cubana, y quería que Cintio la dirigiese y yo fuera uno de sus «consejeros».

En efecto, con el nombre Nueva Revista Cubana, e impreso en Úcar García, apareció su primer número, correspondiente a los meses de abril-junio de 1959. Firmado por «El Consejo de Redacción», Cintio dio a conocer allí un editorial donde planteó

la necesidad de continuar publicando la Revista Cubana (originalmente fundada por Enrique José Varona en 1885, reanudada por la Dirección de Cultura en 1935) en forma regular y sometida a una completa renovación. Es esta la tarea que nos ha encomendado la Dra. Vicentina Antuña, actual Directora —entendiendo ella y nosotros que la Revista no ha de considerarse un órgano oficial del Estado, sino una publicación al servicio de nuestra cultura, que el Estado edita y distribuye.// Damos inicio, pues, a esta Nueva Revista Cubana —nueva en el fervor y en el impulso— guiados por un propósito fundamental: servir de vehículo a las fuerzas expresivas de la Nación, cualesquiera que fueran sus credos y sus orientaciones, siempre que, a nuestro falible pero honesto juicio, alcancen un grado de calidad suficiente.

Por desgracia, Cintio no pudo permanecer al frente de la revista. En la sección miscelánea «Avisos», de su segundo número, se leía:

El haberle sido confiada la dirección del Instituto de Estudios Hispánicos y la cátedra de Literatura Cubana de la Universidad Central de Las Villas impide a Cintio Vitier continuar […] al frente de la Nueva Revista Cubana, aunque quedará como miembro de su Consejo de Redacción. Congratulamos a la Universidad de Las Villas por esa enriquecedora decisión, lamentando sin embargo que prive a esta revista de la rectoría del poeta y crítico a quien tanto deben ya nuestras letras. A partir del próximo número, la dirección de la revista quedará en manos del redactor de estos «Avisos».

Tal redactor era yo.

El entusiasmo de Cintio se hizo patente también al preparar, para los Festivales del Libro Cubano que Alejo Carpentier organizara desde 1959, dos valiosas antologías: Las mejores poesías cubanas y Los grandes románticos cubanos.

Pero es inevitable mencionar que en Lunes de Revolución, suplemento cultural del periódico Revolución, el cual se proclamaba órgano del Movimiento 26 de Julio, Cintio fue objeto de absurdos y frecuentes ataques. Y no se trataba de una pequeña revista independiente, sino de una publicación masiva de aparente filiación política, lo que llevó a Cintio a creer que tales ataques expresaban la opinión de gobernantes del país. Ello amargó a Cintio, lo que es comprensible. Además, como Cintio recordó al recibir en 1996 la más alta distinción que otorga nuestro país, la Orden José Martí, en el año del Moncada, 1953, él había ingresado «en la Iglesia de los sacramentos».

El proceso que lo llevó a ello está lúcida y apasionadamente expresado en su libro Vísperas. Y a medida que avanzaba la Revolución, ciertos grupos opositores quisieron valerse de la Iglesia para impugnar a aquella, lo que es de suponer que le provocó conflictos a Cintio. Su entusiasmo inicial se encontró en una encrucijada. Y estoy seguro de que lo ayudó a tomar el mejor camino, además de la claridad de los hechos, la inserción de Fina y él en el universo martiano, ámbito natural de nuestra Revolución.

Ya en 1951 Fina había escrito sobre el Apóstol un ensayo memorable, y luego ambos le consagraron numerosos estudios imprescindibles. Cuando en enero de 1967 la Casa de las Américas organizó un Encuentro con Rubén Darío, cuyo centenario conmemorábamos, se acordó allí solicitar la creación en Cuba de lo que vinieron a ser la Sala Martí, de la Biblioteca Nacional, dirigida por Cintio, y el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, dirigido por Mario Benedetti. Aquella responsabilidad incrementó el vínculo de Cintio y Fina con la obra martiana, cuestión sobre la que insistiré más adelante.

Debo añadir lo que significaron para Cintio y Fina las obras y las conductas de sacerdotes como el nicaragüense Ernesto Cardenal y el colombiano Camilo Torres, lo cual me permitió decir en 1994 que nuestros hermanos cubanos se encontraron entre los precursores o fundadores de la Teología de la Liberación. Sin renunciar a su fe católica, de fuerte raigambre cristiana, asumieron como propia la causa de la Revolución, y la defendieron valiente y luminosamente. Y así como dije que en el libro de Cintio Vísperas 1938-1953 se mostró el proceso que lo llevó a entrar «en la Iglesia de los sacramentos», en un nuevo libro, Testimonios 1953-1968, publicado este último año, se asiste a otro proceso que culmina en la plena adhesión a las metas revolucionarias, de lo que da fe la última sección del libro: «Entrando en materia (1967-1968)». Y ello, de manera orgánica, como resultado de un crecimiento natural. Después de leer, y en muchos casos releer, las páginas del admirable volumen, le escribí una carta que publiqué luego en mi libro La poesía, reino autónomo.

Por desdicha, pocos años después Cuba iba a vivir lo que Ambrosio Fornet llamó «el Quinquenio Gris», sobre el que tanto se ha escrito luego y que afectó a Cintio y Fina, quienes se vieron obligados a abandonar la Sala Martí y pasar a otras labores, siempre valiosísimas, en la Biblioteca Nacional. Sin embargo, en esos días injustos Cintio escribió una de sus obras más extraordinarias: Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana, que se publicó en México en 1975 y, vergonzosamente, tardó años antes de ver la luz en Cuba. Cintio nos lo mandó con la siguiente dedicatoria: «Para Roberto y Adelaida, esta recapitulación y testimonio de su viejo amigo Cintio. Noviembre de 1975». En unas líneas aparecidas en el número 96 (mayo-junio de 1976) de la revista Casa de las Américas escribí:

En 1958, Cintio Vitier, uno de los más destacados representantes del grupo Orígenes, ofreció en Lo cubano en la poesía una visión de lo esencial cubano a través de la poesía. Diecisiete años después, ofrece una visión en cierta forma similar, pero esta vez [a través] de la eticidad. En ambas ocasiones ha abordado su tema desde su perspectiva de «aspirante vitalicio a poeta y a cristiano». El resultado, en este caso, es un libro que a la belleza de su expresión une el valor de mostrar cómo un católico practicante se propone entender (y articular con el pasado) la revolución marxista-leninista que tiene lugar en la patria de la que se confiesa «sencillamente enamorado».

Cómo sería el ambiente de ese momento cuando Cintio me llamó para agradecerme esas pocas palabras.

En noviembre de 1976, al crearse en Cuba el Ministerio de Cultura y nombrarse como ministro al compañero Armando Hart, se dieron las condiciones para poner fin al ominoso Quinquenio. Le propuse a Hart la existencia de un Centro de Estudios Martianos, lo que le satisfizo, y se fundó en 1977 conmigo como director. Una de mis primeras tareas consistió en visitar a Cintio y Fina para invitarlos a formar parte de dicho Centro, lo que aceptaron de inmediato, teniendo como tarea la preparación de la edición crítica de las Obras completas del Maestro, cuyo primer tomo apareció en 1983 con prólogo de Fidel. Cintio sería después, hasta su muerte, presidente de honor del CEM.

No puedo abusar más de la hospitalidad de La Gaceta de Cuba. Sería menester hablar de otros poemas de Cintio (como los del libro Nupcias); de sus narraciones, sobre todo De Peña Pobre (que en su edición ampliada nos llegó con estas palabras: «Para Roberto y Adelaida, personajes invisibles de este cuento, con el añejado cariño de Cintio. Nov. 2002»); de su Crítica sucesiva y otras críticas; de su brillante reinvidicación de Zenea; de su desempeño notable como diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular; de su fervorosa defensa de nuestros cinco héroes; de su constante eticidad; ¡de tantas cosas!

Vuelvo ahora a verlo como la primera vez, hace cincuenta y ocho años, juvenil y magistral; como lo evoqué, junto con Fina, en varios poemas, especialmente en uno que le dediqué cuando cumplió sesenta años; lo veo durante el pintoresco bautizo de uno de mis nietos, Rubén, en el que ofició Ernesto Cardenal y Cintio y Fina eran los padrinos, y recibiendo el Premio Juan Rulfo en Guadalajara; vuelvo a escucharlo como la última vez que hablé con él por teléfono, cerca de su muerte, cuando me autorizó a hacer publicar al frente de un pequeño libro mío su generosa presentación de 1953; pienso honda, largamente en Fina.

La Habana, octubre de 2009

Publicado originalmente en La Gaceta de Cuba, noviembre-diciembre de 2009.

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