martes, noviembre 04, 2008

XXI RAZONES PARA QUERERLAS

RESEÑA
Yanelys Encinosa Cabrera

El verso se desnuda sobre el cuerpo de la Isla. Entreteje los contornos. Aúna los fluidos la nutricia vena de la juventud. La feminidad se desdobla en fibras diversas, en las de antaño y las de los nuevos tiempos. Queredlas cual las hacéis. XXI jóvenes poetisas cubanas del siglo XXI vienen a hacer una voz con la variedad de sus tonos. Gracilidad, aspereza, serenidad, desconcierto, conciertan este coro múltiple y unitario, voz orgánica y plural de la más nueva poesía escrita por mujeres en nuestro país.
Noël Castillo y Maylén Domínguez Mondeja, en esta antología publicada en el año 2007 por la Casa Editora Abril, han colectado un muestrario poético de la mayor parte del territorio nacional, cualidad que aporta tanto a la configuración del mapa escritural cubano, como a la promoción y difusión de la obra de autores de provincia, todavía desfavorecidos en los espacios literarios del patio. Sólo algunas lagunas resienten el tapiz: la ausencia de nombres de La Habana, Isla de la Juventud, Ciego de Ávila, Santiago de Cuba y Granma, hecho que podría cuestionar la presencia en estas regiones de altas voces femeninas; o que denunciaría un deficiente trabajo publicitario y la carencia de espacios para la divulgación de obras de reciente factura, producidas por jóvenes autoras locales que merecerían alcanzar renombre a escala nacional. Sin sumar a ello lo que la inevitable subjetividad de los antologadores --sus lecturas y preferencias-- incide en todo proceso de selección, cuánto más la fragilidad de una línea divisoria maleable, resbaladiza, indómita, por la inmediatez del suceso, tendiente a necesarias reformulaciones.
Se ofrece, sin embargo, un admirable tejido, de texturas diversas y contrastantes matices. La antología logra ser representativa de las distintas líneas ideo-estéticas y temáticas que vertebran el concierto poético de la Isla a principios de siglo; y alista el tablero para posibles sistematizaciones de época o estudios generacionales.
El verso libre es preponderante, sólo en escasos ejemplos convive con la métrica tradicional hacia el interior de una muestra individual o de un mismo poema. Déborah García Morales exhibe un soneto --endecasilábico, con apertura y cierre de alejandrinos, de rima consonante-- apegado al neorromanticismo, junto a piezas de verso libre en las que el tono conversacional aporta intimismo y corporeidad a lo emotivo amoroso. En tanto, Katia Gutiérrez alterna la rima consonante con el verso libre en una misma pieza, con libertad métrica y estrófica, y recurre al tono conversacional como vestidura de un discurso reflexivo, por momentos metafísico. Con la salvedad de estas alusiones, el dominio del versolibrismo es aplastante.
La inclinación recurrente hacia la libertad métrica de la vanguardia, aduce la necesidad de soltura expresiva, dato que en la mujer podría embargar connotaciones de interés sociológico para los estudios de género; teniendo en cuenta que los cultivadores de los formas clásicas en las últimas promociones son en su mayoría hombres; mientras que las poetisas jóvenes, según muestra esta antología y otras recientes, prefieren la libertad métrica --llevada incluso al extremo de la prosa, por Kenia Leyva--, búsqueda emancipatoria que --intencional o no-- puede superar los marcos de la finalidad estética.
Se despliega un glosario de temas vasto y diverso: universales los unos, arraigados a nuestra tradición, con frescas tonalidades; otros de reciente incursión en las letras cubanas, con una novedad matizada por la recuperación de los clásicos.
El ancestral amor de pareja pervive en diversas formas: la añoranza del amor perdido en la poesía de Irina Ojeda, y en la de Déborah García, a quien alimentan ciertos aires de Luisa Pérez de Zambrana; el suave lirismo amatorio, nostálgico, de Kenia Leyva; la ruptura marital (la brusca transición de un marido a otro) o la indiferencia del esposo, que Gleyvis Coro Montanet asume con cruda ironía, sarcástica y sin dramatismos, aportando frescura a la temática; el amor adolescente, el erotismo lírico, apegado a la abigarrada condición de amante-hembra-madre, que confiere atractiva singularidad a la obra de Aymara Aymerich.
El tema homoerótico, que sólo había aparecido sutil en Poveda y Ballagas y ha alcanzado mayor representatividad hacia fines del siglo pasado en la poesía escrita por hombres, viene a insertarse al entramado de esta promoción de inicios de siglo, con el advenimiento catártico y desembarazado del discurso lésbico. La novedad del tema es matizada por los guiños culturalistas, de profunda raíz en nuestra literatura, como la recuperación intertextual que emplea Mae Roque del referente sáfico, "mujer de Lesbos", por la doble condición de poetisa insular, y más aún por la ambigüedad sexual que algunos han deducido de ciertas traducciones y de la concepción erótica griega.
Esa inclinación culturalista o coqueteo intertextual con personajes de la literatura, el arte y la historia universales, fue rescatado de la tradición prerrevolucionaria por una zona de la poesía de fines de los años 80' y de la década del 90': Roberto Méndez, Raúl Hernández Novás, José Pérez Olivares, Jesús David Curbelo, entre otros que han cultivado esa línea. Los poetas que irrumpen en las letras con la nueva centuria, heredan también de sus predecesores aquella vertiente, como se muestra en esta antología.
Aparece el gusto por reflejar la relación del individuo con el hecho artístico, en "Mujer con caracola", donde Teresa Fornaris, con exquisita sensibilidad femenina descubre su sorpresa ante un cuadro de Fabelo. El referente clásico como alegoría política --uso éste, ya asentado en nuestra tradición literaria desde el siglo XIX (1)--, se nos ofrece en "Conversación de Calígula con Claudio", de Kenia Leyva. Es más frecuente el empleo de un personaje de la cultura universal que sirva de analogía o vestidura simbólica para el sujeto lírico o su destinatario poético: aquí la Safo de Mae Roque, aludida antes; la Helena de Isaily Pérez, para magnificar a la destinataria, superponiendo sobre ella la legendaria bella por antonomasia, en una relectura contemporánea del mito; o el viejo soñador de la torre del Dux, que toma cuerpo en el sondeo existencial de Clara Lecuona Varela ("Manuscrito hallado bajo una ventana de Bohemia").
No falta la intertextualidad con el motivo poético, como los ojos feroces que mueven a Aymara Aymerich a las "Frases extensas para Alejandra Pizarnik". Hacia el final del libro, la antologada más joven, Legna Rodríguez Iglesias aporta novedad a esta línea, pues se aleja de las finalidades culturalistas más usadas, otorgándole a la cita de elementos griegos ("El triángulo de Anaximandro"), judeocristianos y del arte contemporáneo ("Las Voces") un componente lúdico-onírico-agresivo-desacralizador, en suma trasgresor, que pretende confrontar el gusto canónico, subvertir preceptos estéticos anteriores.
El interés por el individuo, su experiencia íntima y su preocupación existencial, había despertado hacia los 80' del letargo coloquialista, demasiado sumido en la vorágine social de la vida revolucionaria. En el umbral del nuevo milenio, la búsqueda existencial pervive como sólida temática dentro de la multiplicidad. Así lo evidencia este libro que abre sus páginas con la poesía de Nuvia Estévez, marcada por su drama íntimo, que se devela profundo, hiriente, visceral, sanguíneo. La frustración, la crisis vital, emerge también del discurso de Mae Roque. Maylén Domínguez Mondeja se cuestiona la pertinencia de actos pasados, e indaga sobre su suerte futura: qué salto puede ahora curarme del delirio. Lisy García Valdés destila pesimismo, angustia, cansancio por la soledad, la ausencia crónica de Dios y del retrato de un buen hombre en las paredes. Lariza Fuentes López comparte el mismo padecimiento: ese abandono, esa resistencia de Dios a su silencio, esa desolada eternidad, y viste su discurso de nostálgico lirismo metafísico, de acendrado trabajo con la metáfora, la alegoría, la intertextualidad bíblica. Naírys Fernández Hernández también se ahoga, con un extraño gesto de perplejidad, en la espera casi húmeda, como una casa deshabitada, de ese guerrero suyo. Dolor, desolación, parecen ser aflicciones comunes a gran número de ellas.
Como puede observarse, algo las distingue de sus hermanos mayores. Si el drama existencial que volcó a los jóvenes de los noventa sobre el individuo, estaba marcado en su raíz más profunda por la apabullante e inexcusable crisis socio-económica del país (caída del Campo Socialista-Período Especial), que lanzó a los jóvenes de aquellos duros años a la atrocidad del hambre, al paroxismo del viaje o a un desesperado enclaustramiento en la poesía; las entonces niñas, adolescentes, encubrieron con su inocencia aquellos pudores, y se ocupan ahora de otras miserias, menos circunstanciales, más universales, van hacia la esencia de su sexo: el hambre de hombre, e igual a los humanos: la muerte, la ausencia, la soledad.
No falta el hilo que las trence a sus predecesores. Alguna recuerda aún, la desgracia familiar del naufragio: Yanira Marimón, con la desaparición del hermano en la obsesión por el mar; y Anisley Miraz, cuyo hermano mayor ha extraviado el camino; regresan el tema del exilio, tan apremiante en aquellos; pero con una ternura melancólica, fraterna, más cercana al César Vallejo de "A mi hermano Miguel", en la sensación de pérdida y en la recuperación del episodio infantil, que al Osvaldo Sánchez de "Declaración política familiar", quien mató a la hermana con un golpe de patria ahí en la puerta porque cómo iba a romper nuestro corazón de cinco puntas / cruzando el agua.
El tema familiar se nos presenta en disímiles facetas y se imbrica a otros también frecuentes en nuestra literatura, como el del exilio --ya perpetuado desde Heredia y Avellaneda en el siglo XIX y ejemplificado antes-- o el de la intimidad de los pequeños pueblos, que caracterizó a Alex Pausides hacia fines de la pasada centuria. El hogar provinciano, sus tradiciones, creencias, el regodeo en el paisaje agreste cubano, aproximan a Yolanda F. Rodríguez Toledo y Roberto Manzano, cultivador de la llamada poesía de la tierra. El cuidado en el lenguaje, el juego con la imagen, la adjetivación, el colorido, la palabra florida y abundante, la alinean a la estética inspiradora de aquel; mas la distingue una fragmentación discursiva, un tono por momentos dramatúrgico-narrativo, y esa oscuridad que envuelve a sus fantasmas, la tristeza por sus muertos. Maylén Domínguez Mondeja también retoma la memoria del hogar, las palabras del abuelo, pero su motivo es la renuncia; claudica a la docilidad de estirpe; pues la joven de provincia guarda más altos sueños que los de un jardín que sólo causa tedio,/ incurable deseo de escapar. A diferencia de ésta, para Annia Alejo la lejanía de su familia que vivió tierra adentro/ y no conocía las utilidades del océano promueve una añorada vuelta a la semilla; pues toda tristeza actual es el olvido/ del acorde primero: poesía reflexiva, filosófica a veces, escatológica, casi apocalíptica otras, hacia el vértice de sus tormentas.
Con una manera particular de lo doméstico sacude al lector Gleyvis Coro Montanet: una suerte de divertimento, de bofetada impúdica a todo dramatismo y al cinismo que entraña la incomunicación marital. Algo de temperamento, de hembrismo desembarazado y la coloquialidad ironizante de su discurso me recuerdan a cierta Carilda; pero desligada de manías románticas y utopías sentimentales, impelida por el más liberal fuero postmoderno y esa idea de progreso de la generación favorecida/ por el imperialismo de las latas de conserva.
La búsqueda metafísica de la trascendencia (2) parece sosegarse en estas muchachas, declinarse acaso en un pesimismo que las agota y les mutila la fe. Dios, el Señor, el Maestro, es para algunas el destinatario lírico, pero la palabra es más queja que ruego, imputación en lugar de alabanza. La demora de la solución divina que mueve a Lisy García a la renuncia (Dios, ya no vengas/ la espada ha caído); la visión de Katia Gutiérrez del Dios castigador que reduce la existencia al pergamino que es la tierra, y esa mirada escéptica de Anisley Miraz, harta de las trampas que le designa Dios; se confabulan como presagio de época: el primado de la desesperanza, de la distancia divina, y humana, en la era expansiva de los mercados y ciberespacios (demasiado espacio para la soledad). Más cercanas están al Vallejo de "Los dados eternos" y "Espergesia", que a la confianza salvífica de Orígenes y sus seguidores.
También importa la polémica, la confrontación generacional, deslindar las suertes de los que llegan nuevos a los sitios donde una puerta/ a más/ ha sido clausurada (Teresa Fornaris), compadecer en su soledad al poeta que me juzga, que ha leído con escepticismo mi cuaderno y habrá pensado: "pobre muchacha de provincia" (Yanira Marimón).
En las formas se dilata la madeja. Una enarbola la tropología y engalana la palabra; otra la despoja de artilugios para desnudar su materia, su temblor, su fiereza. Se transita del surrealismo lírico filosófico-existencial de Nuvia Estévez hacia la sui-géneris hibridez de Legna Rodríguez Iglesias: entre surrealismo y grotesco, onírico sarcasmo y rabelaisiana impudicia, especie de procaz juguete postmoderno. Liudmila Quincoses intuye la palabra como arteria de sus sensaciones: azul, violeta, rojo, humedad, anchura, frío…, sensorialidad de la palabra; construye un imaginario poético, transido sutilmente de insularidad (agua, barca, orilla, ahogados…) para desde él sugerir, contemplarse niña sepultada en la caja de agua o retener en la memoria esa manos agitadas en señal de despedida. Katia Gutiérrez, Lariza Fuentes, Naírys Fernández y Annia Alejo se apertrechan de imágenes, alegorías y de cierta intelectivización y/o emocionalidad de la palabra. Otras narran desde el verso (Yanira Marimón, Gleyvis Coro, Isaily Pérez, Anisley Miraz), o (se) interrogan (Maylén Domínguez, Aymara Aymerich, Irina Ojeda) sobre sus más viscerales cocientes.
XXI jóvenes poetisas alcanzan a ilustrar el estado actual de nuestra más nueva poesía: estancia amplia, reciclable y renovante, prolífica en multiplicidad de inclinaciones formales y temáticas, convergencia y convivencia dúctiles, planetarias, mas sin amansamientos grupales, ni actitud de racimos, ni liderazgos. Entones, quererlas cual (se) las hacé(n)is. Pues no las comunica vocación alguna de uniformarse, de armarse cofradías. Las unifica la directriz de formarse una, de encofrar sus días, de amarse cual se han hecho a sí mismas.
NOTAS
(1) Recuérdese en la dramaturgia, por ejemplo, a Los últimos romanos de José María Heredia.
(2) Había orientado en los ochentas y noventas hacia una recuperación neorigenista de una vocación poética alentada por cierta adhesión religiosa, a poetas como los camagüeyanos Rafael Almanza, Roberto Méndez y otros.

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