sábado, diciembre 15, 2007

VIAJE GRATIS...

Viaje Gratis

Jorge Franco

Claro que me acuerdo del recorte y del vacío que sentí
al imaginarme la ausencia de Clemencia. "¿Se acuerda,
Agustín, se acuerda?" Ahora me extiende la carta para
recordármelo. "El aviso decía "Viaje gratis" y yo lo
recorté para preguntarle a usted qué pensaba. Es para
trabajar en otro país..." Le ofrecen realizar su sueño
a cambio de un trabajo que ya nadie quiere realizar en
los países del norte. Lleva diez años cuidándome,
arreglándome la ropa, cocinando mis caprichos,
alejando el polvo de mis pulmones, poniéndole sonido a
esta casa para compensar mi mudez. "Imagínese,
Agustín, me consiguen la visa, me dan el pasaje, me
consiguen una familia. Lo único que piden es que uno
se le mida al trabajo y usted sabe que yo para eso soy
como una abeja." Antes decía que trabajaba como una
mula. Me costó trabajo hacerle entender que había
otros animales igualmente laboriosos pero con una
connotación más ingeniosa. Cuando llegó, apenas podía
leer las palabras más simples. Yo necesitaba que
alguien hiciera mil cosas por mí. Alguien tendría que
pagar mis cuentas, hacer mis compras, encargarse del
mundo de afuera. Me gustaba, se veía diligente y
simpática, a pesar de su edad se notaba madura, pero
casi no sabía leer. Fue más fácil enseñarle que
encontrar a otra que me convenciera más. Se quedó
conmigo, finalmente aprendió que era más bello
trabajar como las abejas.

"Anoche no pude dormir. Me entró un susto por todas
partes al imaginarme sola en otro país. Yo no hablo
inglés y aunque usted diga lo contrario yo soy muy
bruta. Y si no me gusta la familia, si son groseros o
aburridores o qué sé yo, y ellos hablándome y yo sin
entender. Agustín... yo quisiera unos patrones como
usted." Clemencia llegó puntual al peor momento de mi
vida. Los años me sorprendieron con la soledad y me
dejaron como única alternativa pagar para tener
compañía. Muchas enfermeras, asistentes, mucamas
empujaron las ruedas de esta silla con la intención de
lidiarme. A ninguno le vi disposición en el alma, más
bien tenían afán en su bolsillo. Ella, por el
contrario, no le mostró ganas al trabajo, vino porque
pensó que necesitábamos una cocinera, se disculpó, se
despidió, pero a mí me gustó su presencia ingenua.

"Mi prima, la que viene los domingos, me dijo que le
encantaría remplazarme. De tanto oírme ya lo conoce
tanto como yo. Inclusive ya le enseñé algunas de sus
señas, se van a entender rápido, usted ya la conoce,
mejor dicho, de usted depende. Claro que lo mío
todavía no es definitivo, todavía falta lo de la
visa." Al igual que su viaje, las cosas siempre le
llegaron sin rogarlas. Clemencia llegó oportuna y de
eso me daba fe su nombre. Clemencia era lo que yo
necesitaba. "Yo le voy a escribir todas las semanas.
Le voy a mandar fotos de la casa y de mi nueva
familia. Voy a venir todos los diciembres para que
pasemos juntos la Navidad. Le voy a traer un sombrero
inglés, un abrigo para el frío y una caja de pañuelos
blancos con sus iniciales en el borde. Le dije a mi
prima que me mantuviera al tanto. Ella escribe muy
bien. Que me cuente de su salud, que me mande sus
razones. Usted es la única persona que yo tengo,
Agustín. Pero tranquilo, todavía falta lo de la visa."

Mis pies son estas ruedas, mi único sitio es esta
silla, mis palabras son un tablero sobre las rodillas.
Mis deseos son garabatos hechos con tiza, mi contacto
con el mundo es un televisor, un radio que me
adormece, un periódico que no logro sostener y los
mismos libros que Clemencia me ha leído tantas veces.
Las comidas llegan a mi boca gracias a una mano ajena,
caritativa, una cuchara que se desborda en su
recorrido, un vaso que se derrama, un babero que
recoge migas y goteras. Mi vida es esto, mis horas las
que me quedan para morir, las que les descuento a los
cinco años que me faltan para irme. Me lo dijo Dios la
única noche que le hablé.

"Los de la visa me preguntaron hasta cuándo me iba a
quedar. Yo me había memorizado todo lo que tenía que
contestar. Les mostré la carta de los Smith y les dije
que ellos me estaban esperando con urgencia. Yo creo
que los convencí. El gringo hasta me picó el ojo
cuando salí." Siempre traté de que mi mirada no le
dijera nada aunque a falta de palabras ella aprendió a
leerme los ojos. No quería delatarme. Cuando los
sentimientos son intensos es imposible ocultarlos. El
día que se me cruzó la idea por la cabeza me dio hasta
risa. Yo, Clemencia, todo ese cuento. Después quise
borrarlo todo, pero decidí que ya viejo podría
permitirme una última ilusión. "Los de la visa
insisten, quieren una recomendación firmada por usted.
El novio de mi prima trabaja en una oficina y él mismo
me escribió la carta. Mírela, si quedó tan bien hecha
que no me la van a creer. Dice que usted es el
responsable de mí, que si hay algún problema se
comuniquen con usted, que me conoce hace diez años,
que me tiene confianza, en fin. Firme aquí, por
favor." ¿Confianza? Tendría que confesarles que ella
es lo más importante que me ha sucedido al final de la
vida, que es la música de esta casa. Les admitiría que
no quiero que se vaya pero que tampoco puedo
retenerla. Ya no es la niña que llegó hace años,
tímida y miedosa, ahora es una mujercita que busca
encontrar su vida, lejos de esta casa húmeda y
empolvada, lejos de este silencio. Les exigiría que me
la cuidaran como a la más valiosa, que si algo le
llegara a pasar recuperaría el habla y mis piernas
para encontrar culpables.

"Me puse contenta y triste cuando me dieron la visa.
Usted ya sabe por qué. Todo está listo, Agustín. Pero
tranquilo, todavía falta que me manden el pasaje."

¡El baño Clemencia! ¿Qué va a pasar con mi baño? No me
atrevo a que alguien más me vea desnudo. ¿Cómo
decírtelo sin caer en el ridículo? No podría con otra
mano lavando mi cuerpo. Sólo tú sabes impregnar la
toalla con la cantidad justa de agua, ponerla donde no
molesta, donde no ofende o donde se puede sentir algún
alivio. Cualquiera podría cocinar, lavar mi ropa,
entender mis gestos, pero el baño, Clemencia, es tan
íntimo, tan de los dos. Cómo decírtelo. "Hay algo que
tengo que decirle, Agustín, pero me da vergüenza. Con
todos estos atafagos a uno no le queda tiempo de
pensar en nada... y yo, pues, no había pensado en lo
del avión. Yo nunca he montado en avión, Agustín. Con
las cosas tan horribles que uno oye..." El hombre ha
sido muy ambicioso, no quiere atarse a la ley natural.
Cómo explicártelo con garabatos. "Yo estuve
averiguando, pero ya no van barcos a Inglaterra. No
desde aquí. Mi prima dice que lo único es rezar. El
novio de ella dice que lo mejor es emborracharse. Yo
no sé qué hacer. Tal vez rezar borracha." Esa risa
tuya, Clemencia, es como una ventana abierta. Espero
que la memoria me la conceda por cinco años más. Tengo
la foto tuya del parque, la única, montada en un burro
disecado y en una carcajada que te deforma la cara.
Una Polaroid lavada y amarillenta. Voy a pegarla
detrás del tablero, cuando te vayas, para desafligir
los ratos de impaciencia.

"Vengo a pedirle un permiso. Es que hoy toca hacer
mercado pero me llamaron de la agencia, ya puedo ir
por el pasaje. Mañana, entonces, voy a mercar con mi
prima para que ella aprenda de una vez dónde se
compran las cosas." Tómate el tiempo que quieras.
Gástate un mes en la limpieza, otro mes en las
compras, todos los días que quieras en el mercado.
Demórate cinco años en tus quehaceres. Podrías
esperarme para irnos juntos, tú a tu viaje y yo a mi
muerte. Cinco años no son nada en tu juventud, no son
mucho para un comienzo. Vámonos juntos, Clemencia, así
duelen menos las despedidas. "Ya me voy." ¡No! Vámonos
juntos. "Ya nos vamos." Cada uno a donde quiera irse.
"Me voy, Agustín." No puedo acompañarte, sólo pretendo
que ninguno se quede. "Vamos a ir primero a la placita
a comprar unas flores, después paso a comprar alpiste,
recojo su vestido en la tintorería, voy a la farmacia
por jeringas, y ya después voy por el mercado, si le
huele a comida no se preocupe que es el arroz que lo
dejé en lento. ¿Hay algo más que necesite?" Me dan
celos de la calle cada vez que te veo salir. Te pones
contenta y bonita cuando resultan cosas para hacer
afuera. Pienso en las sonrisas que te dan y en las que
correspondes, en el viento indiscreto que te hace
mostrar más de lo que yo conozco, puedo escuchar tu
acento coqueto con el que logras alguna rebaja y la
risa con la que celebras. Me irrita el permanente
temor de que algún día alguien te enamore y no
regreses, que ni siquiera vengas por tus cosas, que te
vayas sin despedirte.

Su prima regresó. Dice que fueron a la placita y que
Clemencia quería comprar girasoles, pero le parecieron
muy caros y peleó con la florista. Compró astromelias
amarillas. Luego pasaron por la tienda de mascotas por
la comida de los canarios y Clemencia se enamoró de un
periquito rojo. Me dice que después fueron a la
tintorería y que Clemencia reclamó por las arrugas que
le quedaron a mi vestido. Dice que se les olvidó ir a
la farmacia pero que en el mercado buscarían las
jeringas. Me cuenta, en medio de un llanto cortado,
que salieron del mercado con las bolsas llenas y que
caminaron un poco para buscar un taxi y que allí,
mientras esperaban, oyeron un tiroteo cerca pero que
no lograron ubicar, y que después se armó una
confusión de balas y de gritos. Poco le entiendo, pero
entre sus lamentos incomprensibles puedo descifrar que
Clemencia cayó al piso sangrando por el pecho,
enrollada en flores salpicadas y acolchonada por
tomates frescos que no resistieron el peso de su
cuerpo.


Hubo más muertos en esa inexplicable ruleta loca pero
ella es la única que me importa. Cómo quisiera tener
fuerza en las manos para estrangular este dolor y
poder acompañarla. Se trataba de partir juntos. Pobre
niña mía; sólo le dieron la mitad de su pasaje.

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