martes, diciembre 11, 2007

LOS PASOS DE LA MEMORIA POR VICTOR CASAUS



LOS PASOS EN LA MEMORIA
Por Víctor Casaus



De izquierda a derecha Sonia Silvestre, Víctor Víctor,
Silvio Rodríguez y El Chino Heras.

El Chino me dijo que había una fecha para entregar una nota —junto con Silvio, Guillermo y Germán Piniella— y con ella recordar en las páginas de El Caimán la primera edición de Los pasos en la hierba, ese "pequeño clásico de la cuentística revolucionaria", como nos ha dicho Ambrosio Fornet, y también, en realidad, para recordarlo a él, a las tribulaciones de un chino en la cultura cubana de la década de los 70.

Pero la primera fecha tope se pasó, y la segunda, y ahora estoy frente a la pantalla iluminada, con las iluminaciones urgentes de estos apuntes que saqué de la biblioteca y de la memoria para entregar esa nota ahora, antes de que se venza el último plazo, el fatal; pero sobre todo para entregar al Chino este testimonio (santa palabra) de amistad, de solidaridad (como entonces, como siempre) y de agradecimiento.

Este libro es el libro y su circunstancia, como casi siempre sucede. Por eso, me decía el Chino, era buena esta oportunidad para comentar algunas cosas, para mencionar algunas cosas, para decir algunas cosas. El espacio es breve, el tiempo mucho más, pero quiero al menos reunir las notas urgentes e iluminadas por la amistad y por la memoria que tengo aquí delante (que tengo aquí dentro) y compartirlas con el autor, con los lectores.

Primero, entonces, agradecer al Chino por dos cosas: por escribir ese libro y por mantener esa actitud hacia la literatura y hacia el entorno histórico, ideológico, afectivo que suponen los valores revolucionarios auténticos, a pesar de los rigores de las injusticias pasajeras (y no tan pasajeras) por las que navegó su vida (junto a algunas otras), únicamente por haber escrito ese "pequeño clásico de la cuentística revolucionaria" ya citado en la tercera línea.

Hace falta coraje, hace falta entereza, hace falta confianza en esos valores esenciales que formaron nuestras vidas, para resistir, para continuar. Por menos que eso (o a veces sin esa coartada) otros escritores tomaron otros rumbos, otras actitudes, expresadas como rupturas o como dobleces: por ahí andan algunos a los que la ruptura los llevó lejos (también en el sentido geográfico) y otros que han realizado un cuidadoso proceso de desdoblamiento, pero se le ven los pliegues de las antiguas configuraciones. Por eso admiro la consecuencia de la actitud del Chino, pacientemente asiático (o viceversa), tercamente disciplinado hasta el borde de mi personal concepto de la disciplina, laborioso y transparente, como ahora se dice.

Recordando sin duda esas cosas, el Chino escribió para nosotros la dedicatoria siguiente en la segunda edición de Los pasos…, aparecida al filo de los rigores de la década del 90, en un volumen estéticamente feo a pesar de la imagen servandiana de su portada, pero cargado con una significación estremecedora:

Para Víctor y María,

Este libro después de 20 años de peripecias agónicas. Estamos juntos: eso demuestra que la amistad es más fuerte que el dolor y la muerte.

Hermanitos del alma, los quiere siempre,

Eduardo

3/8/90

Desde esa misma capacidad de emoción, el Chino hizo con Los pasos… una literatura de la complejidad, de la contradicción, no de la simplicidad, de la complacencia. Eso fue lo que no entendieron algunos entonces cuando apareció la bella edición preparada por el Premio Casa de las Américas, y eso fue lo que movilizó (en el peor sentido) a aquella corte de los milagros canijos que la emprendieron con ese libro, y con otros, para tratar de establecer el reino de la mediocridad complaciente en la literatura cubana y para iniciar desesperadas y oportunas carreras personales —políticas/literarias— que, curiosamente, llevaron a algunos a otras costas, a otro costo, cuando los rigores del período especial arreciaron sobre la Isla que entonces decían defender en nombre de la pureza ideológica en la cultura.

Los personajes de Los pasos en la hierba eran, son, como el Chino, gente de carne y hueso, no de cartón o de una sola pieza. Son de muchas piezas, ensambladas en la maravilla de la condición humana y de la capacidad literaria o artística de construirlas así, para nuestro disfrute y para nuestra reflexión. Incluso para nuestro acuerdo o desacuerdo, pero siempre a partir de la comprensión de que esa es, según creo, la mejor manera en que puede actuar la literatura (al menos, esta literatura porque hay, también, otras) para enriquecer el espíritu de los lectores, de la gente: confrontándolos, a partir de la calidad de su lenguaje y de sus técnicas, con los conflictos personales y/o de la época. Intentar —y realizar— ese proceso, ese diálogo, fue el mérito mayor, en ese orden, de Los pasos en la hierba, que pudo haber llevado también este exergo tomado de una canción contemporánea de Silvio: "Si alguien roba comida y después da la vida, qué hacer".

Esta nota incorpora la palabra memoria y la memoria misma por varias razones. La primera pudiera ser porque, de los ocho cuentos que integran el volumen del libro, algunos de ellos se agrupan en una sección titulada No se nos pierda la memoria. Y porque más allá de la sección misma, el libro todo pertenece a ese territorio de la memoria colectiva de una generación, de varias, de una época; en este caso de una época clave en la historia de la Isla. En ese sentido el libro, como buena literatura, tiene/tendrá la capacidad de ofrecer a sus lectores su visión (no sombría, como escribió el miserable de turno alguna vez en estas mismas páginas de El Caimán, sino iluminadas por el talento y el compromiso) de las historias que narra, dándole la posibilidad, como buena literatura, de dialogar con ellas, de enriquecerlas en el pensamiento personal y en el debate, de continuar su construcción interminable, como sucede en la buena literatura.

También esta nota tiene que ver con la memoria personal y por ello, creo yo, el Chino nos convocó como testimoniantes a Silvio, a Guillermo, a Germán y a mí. Para completar las dos cuartillas solicitadas, voy a referirme, desde la memoria, rápidamente a este tema.

El asunto principal, o al menos anecdótico, de Los pasos… pertenece al mismo universo que un libro que escribí por entonces y que lleva como exergo una frase tomada de un cuento del Chino: "Regresas. La guerra ha terminado y estás vivo". El libro era (por suerte es) Girón en la memoria y el exergo también era, al mismo tiempo, dedicatoria, cruzada con la que ahora veo, tomada de uno de mis poemas de entonces, en el volumen de Los pasos… que tengo aquí, al borde del final de esta nota:

… la historia no es un viejo animal muerto

y sobre todo vale la pena defender lo que pensamos

decir lo que pensamos amar lo que pensamos

y odiar (con odio) a los culpables de la muerte.

La memoria personal que abarca esas dedicatorias incluye la amistad sostenida con el Chino durante estas décadas, la admiración ya citada, los sueños comunes, la terca confianza en las cosas que nos hicieron entonces y que nosotros, desde la literatura y otros territorios, modestamente contribuimos a hacer. Incluye también, por supuesto, los momentos críticos y los instantes de definiciones y los minutos de respirar hondo, hondo, para continuar.

Entre esos instantes está aquel, cuando una tarde del año 1971, me senté frente a un dúo designado por la UJC para que les hablara, como militante de la organización, sobre Los pasos en la hierba y sobre Eduardo Heras, estudiante de periodismo en la Universidad. Les dije, en esencia, lo mismo que dice esta nota. Al parecer, no era lo que esperaban que dijera y al final de la ¿reunión? me pidieron que les hiciera entrega del carné de la organización. Doce años después recibí el carné de otra organización, mayor, después de azarosas reclamaciones, revuelos de fantasmas adormilados y, sobre todo, mucha confianza en los valores que también se construyen diciendo lo que uno piensa, no en el momento oportuno, sino en todos los momentos necesarios.

Para recordar también eso, escribí esta nota para Eduardo, con alguna anécdota que ni él mismo probablemente conocía y que, como se ve, no es posible —ni sería bueno— olvidar. Para eso también sirve la memoria. Como sirve la poesía. Por eso voy a terminar estas líneas para el Chino con este poema que lleva verdades, sentimientos comunes y cruzados, como las dedicatorias:

TERCERA (Y TAMBIEN MUY PERSONAL) DECLARACION DE LA HABANA

Todo lo que tengo

y lo que no tengo

lo tengo

y no lo tengo

de pie.

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