sábado, diciembre 15, 2007

Verónica Pedemonte

Verónica Pedemonte
España
A Ernesto Guevara

Si el Che se hubiera casado con Chichina
en Cuba habría burdeles pero no jineteras.
¡Bien por las hijas de buena familia!,
hacen tanto por las revoluciones...
Conozco hijas de buena familia
que hicieron la revolución por menos,
fueron a tomar absenta
y se quedaron en la guerrilla.
Se trataba de cazar tiranos
con el tenedor de postre.
Si el Che se hubiera casado con Chichina
a ver a quién pondría usted
en su camiseta de diseño.


Eduardo Lucio Molina y Vedia
Argentina.
Carlos Arienti (Polo)

Fue un compañero leal, de mente limpia, testículos bien dispuestos y corazón sincero. Puso el cuerpo y el alma en la militancia revolucionaria argentina de los años 70. Cuando nosotros pensábamos en el Che, cuyo aniversario luctuoso se cumple ahora, no pensábamos en un héroe o semidios sino que lo veiamos como un extraordinario compañero, un poco mayor que nosotros, que se nos adelantó y nos marcó el camino. Como él, sabíamos que era posible que no viviéramos muchos años, pero decidimos poner nuestra vida a favor de un cambio profundo. Polo, todos nosotros, aunque amábamos la vida, mejor dicho porque la amábamos, nos la jugamos. No nos creíamos muy especiales ni objeto de admiración. Simplemente sentíamos y pensábamos que nuestro compromiso político era la única verdad capaz de dar un significado y una textura real a nuestra existencia. Muchos cayeron en la patriada, una "patriada" en realidad internacionalista, porque nuestra patria eran los trabajadores, los explotados y los oprimidos, los intelectuales y artistas progresistas, los visionarios de un futuro mejor, en cualquier parte del mundo. Otros sobrevivimos, como Polo y yo, en una época que se muestra adversa y distante de nuestros sueños y objetivos. Los bolcheviques pensaron que la revolución se extendería rápidamente a toda Europa antes de que Stalin instaurara la línea del "socialismo en un solo país": las fronteras de la enorme Unión Soviética". La historia tiene vaivenes. Cuando yo nací Hitler extendía el dominio nazifascista por toda Europa y cuando cumplí 3 años sus tropas estaban a 100 kilómetros de Moscú. Polo murió casi solo en México, lejos de su Argentina, de su ciudad natal (Federación o Federal recuerdo que se llamaba, en la provincia de Entre Ríos, una localidad que creo que ya no existe tras la construcción del puente internacional sobre el río Uruguay). Tal vez a mi me pase lo mismo que a Polo. Este poema que reproduzco a continuación lo escribí una horas después de verlo morir en un hospital del Distrito Federal mexicano.

POLO
A Carlos Arienti, in memoriam

Palabras tumefactas,
mordedura interior,
balbuceos de mascullada muerte.

Sus tensos globos oculares
miraban otra cosa,
fijos en el umbral anhelante.

Trago amargo de la nada
que a todos espera.

Así
tendido
en la desnuda cama de hospital,
respiró últimas bocanadas de vacío
ese otro nuevo hombre
para otro nuevo lienzo
de la lección de anatomía.

Muchacho de barrio,
o sea,
persona universal,
capaz de mano sincera
y odio preciso,
se jugaba la vida en voz baja.

El vino de los días
se le derramó por dentro
quemándole un hálito
de entrañas anegadas.

Degollados
disertaron sobre su cuerpo exánime,
a puerta cerrada,
los médicos de guardia.

Después lo envolvieron
estrechamente
en sábanas blancas,
como si pudiera escapar,
o desparramarse
por los mundos
que lo vieron desafiando
al sacro orden del absurdo.

No quiso vivir a medias,
morir a medias.

Se fue del todo.

Siempre hay muchos como él.

Hoy,
en los portales del IV Reich,
los pienso a ellos,
a nosotros,
como el túnel
que cavará la luz.

Están, estamos,
en cualquier esquina,
en el café o el aula,
en el taller, la cancha,
la redacción de un diario,
los campos desbocados.

Somos,
son,
los que nos jugamos la muerte,
los que siempre fuimos derrotados,
traicionados,
para vencer al fin,
una y otra vez,
la victoria segura
de lo cotidiano.

La guerra afila
su prueba de fuego.

Todo verdor
renacerá.

Un buen día
todos los días
digo
salvarán,
salvaremos,
al mundo.

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