martes, noviembre 18, 2008

Trovadores cubanos; el último tren

Ariel Díaz . La Habana

John Lennon fue el hombre que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.
Gabriel García Márquez "Crónica por la Muerte de John Lennon"

Herederos de una historia accidentada donde siempre estuvieron al margen de la cultura de masas y del gran mercado del arte, los trovadores han sobrevivido al siglo pasado a golpe de canción y resistencia. Se han mantenido, salvo algunas excepciones, a la retaguardia del hombre. Encargados de salvaguardar valores que cada día son más escasos y reservados.

La mayoría de los criterios a favor de esta corriente musical y poética plantean un atrincheramiento en determinadas características que aíslan al fenómeno, generalmente echando la culpa al mercado, la banalidad impuesta por el sistema económico-político dominante o el bajo nivel cultural y el desinterés de nuevas generaciones víctimas de los mesías de la seudocultura.

Sin duda, vivimos en un mundo diferente al del siglo pasado, aunque con premisas históricas y dialécticas constantes. Es absolutamente cierto que el mercado ha llegado a estatus insospechados como instrumento de dominación, aunque también a una crisis. Si a esto sumamos el desenfrenado desarrollo científico y técnico, la informatización de la sociedad, los medios de difusión y la paulatina transformación de los soportes musicales; así como la madurez del fenómeno Internet; estamos frente a un verdadero "antes y después de Cristo" cultural que no todos hemos concientizado y, lógicamente, hemos establecido cierta resistencia al cambio en muchas direcciones.
Si analizamos al "trovador", extraño y variable término, en medio de esta realidad encontramos a un amplio sector, sobre todo latinoamericano, aferrado al criterio de un cantor puro, primitivo y auténtico, representativo de los intereses del pueblo. Bajo la postura utópica de un renacer latinoamericano de ingenuo corte sesentista y nostálgico. Por otra parte toda una prole de músicos más vinculados a las corrientes musicales de la llamada World Music, etiqueta de mercado, efectiva y seductora para
ciertas multitudes saturadas de las fórmulas tradicionales, dígase Rock, Pop, Salsa, etcétera.

Las dos posturas tienen su explicación y sus causas. Muchas expresiones culturales han sido durante siglos relegadas a segundos, terceros y últimos planos. Cuando hay un acercamiento es exclusivamente circunstancial y casi con un interés antropológico. La realidad latinoamericana, africana, asiática o árabe está plagada de miradas colonialistas, convenientemente ajustadas al prisma de primer mundo con toda la envergadura política y económica correspondiente. Investigando solo un poco podremos descubrir que el samba de Brasil no tiene ninguno de los movimientos de danza de Carmen Miranda, que todos los árabes no son musulmanes, que en Cuba no todos
bailamos salsa y andamos con maracas por la calle o que el cajón no es un instrumento histórico del flamenco español sino un instrumento tradicional de Perú.

De falsedades está hecho el camino de la cultura que nos imponen como cierta. Pero debemos analizar otros fenómenos con la misma pasión. En Cuba, por ejemplo, tierra que exporta la imagen del son, la trova, el jazz y la salsa de calidad, multitudes de jóvenes bailan, escuchan y reproducen sin descanso el reggaetón, fenómeno totalmente ajeno a las tradiciones de la Isla, importado desde los medios de comunicación foráneos y repetido irresponsablemente por los medios estatales. Incluso muchísimos jóvenes cubanos se acercaron al bolero, de indiscutible origen nacional, solo cuando el cantante mexicano Luis Miguel lanzó sus versiones al mercado.

Es muy sencillo y cómodo echarles la culpa a los jóvenes, catalogarlos de frívolos y superficiales. Yo mismo he cometido este pecado. Pocos hacemos la reflexión más obvia: ¿Qué características traen estas propuestas que logran enganchar con amplios sectores de público? Más allá de las inmensas sumas de recursos financieros y mediáticos que estos productos traen detrás ¿Qué códigos no quiere o no ha aprendido a manejar el trovador de nuestros días que le acerquen a nuevas generaciones? Si, por el contrario, hacemos un arte de mayor calidad, más profundo, más cercano a las tradiciones, de reflexión sobre la vida cotidiana, ¿por qué no conectamos de la misma manera?

En primer lugar, no podemos pasar por alto un déficit educativo de la sociedad. Si en Cuba los medios, estaciones de radio y canales de televisión son del estado, un estado socialista de profunda trayectoria popular, ¿por qué no se ha orientado una política de difusión musical acorde con estos valores? ¿Cómo es posible que estos medios se hagan eco de un fenómeno como el reggaetón? De por sí el reggaetón (no nos engañemos más) es un engendro de mercado, como suele suceder, tomado a partir de ciertas formas populares, que "casualmente" sale a la palestra en una época de reivindicación latina en el hemisferio, de gobiernos de izquierda, de transformaciones políticas y económicas, de integración. Sobresale en sus letras y estética más difundida lo peor del latino como individuo: el machismo, la violencia, la marginalidad, la mujer como objeto sexual, el mal uso del lenguaje, la
holgazanería, el afán por el dinero y toda esa imagen tan conveniente para el sistema imperialista.

Pero todo no es culpa de quien escucha y del evidente deterioro ético y cultural de las mayorías. Creo que nosotros, los creadores, hemos tenido gran parte de responsabilidad en esto. Nuestra trinchera está decidida a resistir, es fuerte, auténtica pero tenemos que cavarla unos metros adelante. No podemos seguir empantanados en nuestra estética naife y simplificada de cómo debe ser o no un trovador. El rescate de las tradiciones y el folclore de los pueblos no debe verse como un quiste, una postal congelada del daguerrotipo de los abuelos.

Son tiempos en que quien escucha posee mejores equipos de reproducción de sonido. Personalmente (y no critico a quien pueda gustarle) no soporto escuchar un disco de vinilo, el crash de la aguja del tocadiscos me molesta sobremanera. Cuando las grabaciones de The Beatles fueron digitalizadas y remasterizadas 40 años después, descubrimos sonidos, efectos y voces que habían sido grabados y por la tecnología de la época no se escuchaban. Las nuevas técnicas de scanner echaron por tierra teorías sobre el significado de algunas pinturas que habían sido sostenidas por historiadores y expertos durante siglos. Por otra parte lo audiovisual predomina en la percepción de la realidad. Antes teníamos que ir a un cine a ver la película de moda, ahora la tenemos a mano, en cientos de formatos y opciones diferentes.

Nuestra existencia es audiovisual y pronto será tridimensional, a otras velocidades mucho más ágiles. El individuo moderno no dispone del mismo tiempo de acción y, por lo tanto, dedica menos tiempo al aprendizaje tradicional, al texto, a la imagen estática. No recuerdo qué tiempo hace que no escribo una carta a mano, mi caligrafía ha desmejorado notablemente. Prácticamente el formato de CD comienza a perder su valor en el mercado del disco superado por las compras en Internet, más baratas, más inmediatas. Hay televisión para teléfonos móviles, libros virtuales y enciclopedias en red. Todas estas cosas generalmente son vistas desde un punto de vista negativo,
de pérdida de humanidad y no son más que un proceso lógico, dialéctico de la historia. Es la nueva humanidad. Respecto a la durabilidad física no hay comparación, un formato digital puede durar mil veces más que el papel o la cinta magnetofónica y multiplicarse en menos tiempo en cantidades inestimables. No conozco a nadie que me diga que el surgimiento de la imprenta fue un desastre para la literatura universal porque los libros escritos a mano por monjes y sacerdotes eran "más humanos".

Las señales del nuevo mundo que habitamos deben ser escuchadas con inteligencia. Cuentan que cuando los hermanos Lumière presentaron su cinematógrafo en la primera sesión, algunos espectadores huyeron en la secuencia en que el tren arribaba al andén temiendo ser atropellados. Es el impacto de lo nuevo, de lo desconocido. Ese impacto es bien manejado por los mercaderes modernos.

Si de trovadores se trata tenemos un criterio extendido de que hay que lograr ser muy popular con tu obra para que los medios te reconozcan. Se utiliza el ejemplo clásico de la música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, aunque eso encarna a otros muchos compañeros de aquella época. Hay quien dice que en esos tiempos nadie los ponía en la radio, mucho menos en televisión. Que, de mano en mano, se pasaron grabaciones caseras que hicieron el trabajo de difusión y de repente eran multitudinarios los conciertos donde se agotaban las entradas.

Esta es una afirmación cierta pero enteramente fuera de contexto. Para empezar recordemos la época referida que no voy a describir demasiado por conocida y machacada. Contradictoriamente Silvio, Pablo y otros muchos fueron censurados por un sector de ese mismo sistema revolucionario del cual fueron luego voceros y símbolo para la idea izquierdista latinoamericana.

Pero lo fueron de manera "oficial" luego de que esa Latinoamérica los aceptó, reconoció y apoyó debido a las circunstancias tan específicas de fiebre revolucionaria y buen gusto por la música que tuvo transformaciones y desarrollo a nivel mundial. De alguna manera esta nueva canción tuvo que demostrar (por suerte calidad mediante) su no premeditada utilidad política para ser difundida de manera masiva, aunque miles de jóvenes ya seguían identificados con su decir. Para entonces, en Cuba estaba prácticamente prohibida la música foránea angloparlante, The Beatles incluidos. Por lo que hubo un predominio de la música nacional, sobre todo la bailable. El rock era prácticamente un sacrilegio a las ideas de independencia y soberanía, cuando en el resto del mundo era todo lo contrario y esta es una de las razones por las cuales pienso que en los países de América la trova cubana fue comprendida y aceptada por mayorías. Por el caudal cultural e intelectual que los 60 habían dejado en la juventud.

En aquellos tiempos la radio y las presentaciones en vivo eran fundamentales para la existencia de la música toda. Los conciertos de los trovadores se hacían con muy pocos recursos técnicos. Cada vez que escucho grabaciones de esa época me parecen horribles de sonido. Más del 50 % de las ideas musicales se pierden en una madeja de armónicos y ruidos. Pero para el espectador de aquellos tiempos eso no importaba, pesaban otras cosas, otros simbolismos de emancipación, libertad y reivindicación social. Siendo sinceros, respecto a la trova de aquellos días, nos queda solo la
resaca, el hecho indiscutible de que aquellas figuras talentosas escribieron una historia que fue transmitida de padres a hijos pero, esa transmisión comenzó a fallar en la medida en que los padres fueron cambiando de intereses y los tiempos impusieron otra realidad para la vida. La verdad es que a Silvio y Pablo hoy en día tampoco los ponen tanto en la radio y la televisión como se cree. Salvo en alguna fecha de significación política que reafirma aquellos ideales sembrados 50 años atrás y que hoy no se manifiestan de la misma manera. Los jóvenes que hoy tienen entre 16 y 25 años jamás escucharon la primera versión de "Mariposas" o una canción de Pablo Milanés hablando de Santiago de Chile. Pero, en realidad, tampoco tienen por qué escucharlas e identificarse con ellas. Para empezar porque entre Pablo Milanés y el trovador más joven existe una larga fila de trovadores que cantaron a su tiempo y entorno. Estos son apenas conocidos en América Latina donde se sigue escuchando a Silvio por esa carga histórica de frustración revolucionaria que llevan a cuestas sociedades que vieron tronchadas sus aspiraciones de un mundo mejor. En estos pueblos la llamada Nueva Trova sigue siendo exitosa, entre otras razones porque estas canciones plantean problemas y pensamientos que para ellos aún no han sido resueltos.

Para la juventud cubana de hoy Víctor Jara no significa nada, excepto la nostalgia de sus padres que está a años luz de sus ambiciones cada vez más simples.
Un trovador de estos días no puede esperar que las circunstancias se comporten de la misma manera que cuando el surgimiento del Movimiento de la Nueva Trova. No es posible el viaje hasta el público sin discos, video clips, guitarras electroacústicas, afiches, volantes, trípticos, buen sonido, prensa de todo tipo y una larga lista de condiciones que ya se tornan elementales. Por muy magníficos que sean los textos y la música. La canción necesita combustible para moverse.

Solo un par de ejemplos bastarían para ilustrar hasta qué niveles de éxito y calidad a la vez puede llevar aceptar el reto de la modernidad desde posturas consecuentes con el arte profundo y las tradiciones más autóctonas. El fenómeno Raly Barrionuevo, en Argentina, es una muestra convincente de quien no se quedó estancado en el folclorismo a ultranza. Apoyado por una extraordinaria banda, con una marcada influencia del rock anglosajón, el producto reinterpreta las tradiciones musicales del sur para entregar a los más jóvenes una canción de verdadero impacto masivo sin perder, para nada, la dosis de compromiso social y político de esa realidad.

En Cuba pudiéramos mencionar a William Vivanco, trovador en la esencia de su proceder. William ha traído a la escena nacional una canción heredera de lo caribeño con aires universales, interpretada con derroche de calidad. Desde lo social hasta lo bailable podemos encontrar en este extraordinario músico un arte comprometido con nuestro tiempo, los intereses de las generaciones más actuales, razón por la cual ha prendido, incluso, en grupos sociales que jamás hubieran aceptado a un trovador "formal".

La inserción de las músicas más cercanas al hombre y sus preocupaciones en los grandes mercados ha tenido sus aciertos. Recordemos a una Tracy Chapman en la entrega de aquellos Grammy de principios de los 90 dando lecciones de buen gusto y originalidad acompañada de su guitarra o a una Byörk fusionando lo electrónico con sonidos cotidianos en una de las expresiones musicales más comprometidas que yo recuerde.

Lo comprometido y lo social, además, no es exclusivo de los trovadores. El rock sigue siendo una expresión comprometida en muchos artistas y qué decir del hip hop estadounidense con su Grafiti y su Spoken Word. Pasando además por Rubén Blades, Juan Luis Guerra y Carlos Vives. El grito urbano de la música posindustrial de Alemania o la Europa del este.

Ahora bien, un hecho innegable es que la canción de los trovadores lleva, en la mayoría de los casos, una profunda carga lírica de larga tradición. Es capaz de incorporar las formas autóctonas de sus diferentes orígenes y abarcar grandes áreas del pensamiento. Sin renunciar a estas premisas pienso que puede (y debe) abrirse camino ante las nuevas realidades económicas, políticas y sociales, o sea, humanas.
Si pudiéramos establecer varias direcciones escenciales sin las cuales no se puede sobrevivir a nivel artístico en el mundo actual debemos comenzar por las comunicaciones, principalmente Internet. No se concibe un desarrollo del arte y la cultura sin el acceso a las redes informáticas. Es una de las grietas más grandes y democráticas en el sistema mundial.

Cientos de sitios gratuitos y los llamados blogs resaltan el tema de la canción trovadoresca, incluso, bajo grandes imperios como Myspace. La entera libertad con que se exponen trabajos o se crean gigantescas comunidades que interactúan, promueven e intercambian, criterios, música y videos es un hecho que no tiene precedentes en la historia de la difusión artística y musical.

Portales más específicos como Trovacub, Trovamex, Puntal Alto, A Guitarra Limpia, Trovadores, entre otros, han venido a establecer un diálogo virtual acerca de las problemáticas y retos del trovador de hoy, además de que constituyen verdaderos centros de información sobre conciertos, entrevistas o sucesos discográficos que por las vías tradicionales pasarían inadvertidos.

La venta de música en Internet va camino de desplazar cada vez más al CD original como soporte musical. Hoy en día para muchos en el mundo comprar su música favorita en I-Tunes o E-Music, acompañada de información, videos o imágenes es algo cotidiano. Es más cómodo, más rápido y más barato. Según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI) este mercado supuso el 15% del mercado musical global en el 2007, generando unos 2 mil millones de euros.

Niéguese el acceso a las redes informáticas y estará negándose lo que a los habitantes de la Edad Media les negaba la iglesia prohibiendo los libros. Por otra parte tenemos el mundo audiovisual y sus dos puntas de lanza: el Video Clip y el DVD. El primero es el medio indiscutible de promoción musical para el masivo y multicultural universo de la televisión. Como toda manifestación humana, el clip puede ser portador de bisutería y mal gusto o puede devenir en obra de arte. Este pequeño producto de unos tres minutos de duración promedio es el portador más corto de ideas después del tradicional spot comercial. Síntesis del cine, la fotografía, la plástica, el diseño y la música cumple eficientemente su cometido de vender un producto, pero incluso de hacerlo a quien nunca lo compraría y esta es, a mi juicio, la cualidad más interesante de la que no nos hemos sabido aprovechar lo suficiente. En nuestro país el Clip ha tenido un desarrollo tremendo en los últimos años, ganando en calidad y realización pero, gracias a las caóticas relaciones económicas nacionales abarca un sector de la música privilegiado, repleto de clichés, mimetismos (que a veces rozan el plagio) y, salvo excepciones y orientaciones forzosas, sin representar a zonas de nuestra música menos agraciadas por un presunto "mercado nacional" en el que personalmente no creo. Pienso en los trovadores, el Rock y el Hip Hop, pero también en la música lírica, clásica o folclórica, campesina, experimental, House o electroacústica.

Luego tenemos el DVD, formato en que recién nuestro país incursiona de manera industrial. Mucho más caro de producir pero más abarcador, con una amplia gama de aplicaciones y opciones para el consumidor: el concierto en vivo, entrevistas, juegos, información, fotos, música, sesiones de grabación y cuanto se nos antoje. Como siempre lo caro de producir resulta relativo, en realidad el proceso de fabricación es prácticamente el mismo, con un envoltorio más grande. Por experiencia sé que los costos de fabricación no varían tanto entre un CD convencional y un DVD. Muchas pequeñas empresas brindan este servicio con entrega a domicilio y a precios de feria. La pregunta de ¿Por qué a las disqueras cubanas les cuesta tan caro? se la dejo a los entendidos que tendrán seguramente, y como hemos visto tantas veces,
varios tomos de razones, bloqueo genocida incluido.

Por último, aunque pudieran ser muchas más, el tema del diseño y la imagen en general. Diseño de espectáculo, de identidad gráfica personalizada, afiches, tarjetas y hasta de vestuario y escenografía. Estamos acostumbrados a separar al trovador de estos "vicios", a verlo más ligado a lo auténtico, al banco del parque, a la imagen romántica de la guitarra al hombro, las sandalias, el alcohol, el sonido malo, la guitarra vieja y no sé cuántas imágenes que a la larga se han convertido también en otros "vicios". La contraparte estética triunfante no escatima adornos para ocultar a veces su mediocridad musical y he aquí un dato interesante. Si ponemos un mínimo de atención a las fórmulas de éxito nos parecerá que la afinación ha sido desterrada del canto para siempre, que la danza a involucionado hasta las
cavernas y el vestuario hasta el reinado de Luis XV pero, notaremos que todo es una maniobra bien diseñada que hace alucinar al receptor. En medio de esta realidad es poco probable que un trovador en sandalias sobre un banco del parque pueda resultar interesante no porque esté mal, sino porque vivimos en un mundo que no tiene espacio para la espontaneidad. Soy de los que opina que la espontaneidad debe ser diseñada y preconcebida si pretende ser eficiente en su hermoso y necesario mensaje.

Todavía encontramos esas portadas de discos con la foto del trovador aferrado a su guitarra en primer plano, su nombre en tipografía cursiva y títulos como La guitarra y la luna o La voz de mi canto. Estamos en el siglo XXI, aquel que Asimov y Blade Runner nos prometían con naves espaciales por las calles. No podemos actuar como si el pasado fuera una norma y no una referencia para vivir mejor.

El trovador cubano es un sello en sí mismo, lo sabemos bien quienes hemos tenido el privilegio de viajar por el mundo. Un sello que no hemos sabido vender como cultura auténtica y profunda. Luego la realidad nos ha dado la calidad, sinceramente a la mayoría de nosotros. Teniendo que grabar en vivo nuestros discos no nos hemos podido permitir los errores, tenemos que estudiar, superarnos, tener algo nuevo que mostrar en cada concierto. Algunos hacemos nuestros cds en casa, con micrófonos inapropiados, hacemos la promoción por teléfono, de mano en mano, pegando afiches como delincuentes a la sombra de esta ciudad. Imaginemos, por un instante, que
aprovecháramos de manera consciente y sostenida las verdaderas posibilidades de la modernidad, pero la verdad es que tampoco puede aprovecharse sin radio, sin televisión, sin discos y sin Internet.

Nuestra obra necesita un apoyo que va más allá de su contenido. Aquello de que una obra, si es buena, perdurará, es cada vez un concepto más dudoso. Sobre todo si apenas logra llegar al presente inmediato. Pienso ahora mismo en todas las canciones que se perdieron. Excelentes temas que la juventud de este país nunca escuchó, ni siquiera para decidir si les gustaban o no.

El trovador cubano sigue perdido entre actos políticos, aniversarios y condecoraciones. A veces nos siguen pidiendo de antemano las letras de las canciones o si cantamos algo de Silvio Rodríguez. Como si la política también fuera cosa del pasado cuando la necesitamos más que nunca renovada y bien hecha. Pocos conocen las canciones revolucionarias que hemos compuesto desde nuestra realidad, nuestro prisma, cuántos hemos musicalizado a Martí, Vallejo, Villena y tantos otros desconocidos. En medio del desastre natural hemos echado mano a la cultura para mejorar a nuestra gente, casi nadie ha reparado en que esas brigadas artísticas no tenían que esperar a un ciclón para existir todo el año y en todas partes.

Desde la autocrítica tampoco hemos sido, por momentos, emprendedores. A veces el trago ha trabado a la trova, el inmovilismo personal y el acomodo nos ha silenciado, la improvisación y la "descarga" han mellado el filo de la canción. Hemos estado a la espera de no sé qué milagro que no va a ocurrir. Confiados en que nuestro arte es sospechosamente "superior" sin ver que en el mundo que habitamos esto ni es cierto, ni tiene la menor importancia.

No se trata de jugar al marketing (que por cierto tiene su palabra en español, mercadotecnia). No hablo de banalizar nuestro arte para complacer a multitudes, de preconcebir nuestra canción para venderla, ni de contabilizar al público como señal de calidad, hablo de hacerlo eficiente, interesante, experimentador y realista. Hablo de ser espejo de quien mira, pero un espejo que saque a la luz sus necesidades, defectos, añoranzas y sueños, no su cara maquillada y su ropa de marca falsificada. El trovador de hoy tiene un reto alto pero puede afianzarse mejor en los
escalones a subir. Comprender que debe moverse hacia adelante y mirar atrás solo para seguir ejemplos, no para copiarlos. Un trovador es un músico y un poeta, pero es también un pintor de la vida y un cineasta del barrio, un erudito de academia y un rumbero de solar. Asumir esta carga es lo que nos define. Pero hay que hacerlo bien, exacto, sin patinar. Afinando, tocando la guitarra limpia. Con un concierto bien pensado, bien promocionado, ser celosos con el sonido, con las luces, con la ropa y los zapatos. Entregar algo bien acabado, sobrio o lúdico pero llevando las riendas del espectáculo. Saber que todos los lugares no son para todas las canciones, ni para todos los artistas, ni para todos los públicos, ni para todas las
palabras, pero que todas estas cosas forman nuestra realidad.

Casi en el final de la primera década de este siglo incierto, el último tren de la cultura está a punto de partir. Hay espacio para todos. Podemos subirnos a él con nuestro equipaje o quedarnos en el andén sentados sobre la maleta.

La Habana 30 de octubre de 2008

http://www.lajiribilla.cu/2008/n393_11/393_17.html

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