lunes, diciembre 08, 2008

Cuba-USA-América Latina: desatinos y oportunidades perdidas (II)

Por tratarse de hechos ocurridos cuando llevaba pantalones cortos él y vestía a sus muñecas ella, es probable que tanto el presidente Obama como la Secretaria de Estado Hillary Clinton desconozcan detalles de los orígenes y la naturaleza del diferendo entre Cuba y los Estados Unidos que, en parte, les corresponde resolver.
Uno de los enigmas de la política hemisférica contemporánea es la desmesura con que Estados Unidos reaccionó ante el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Eisenhower, Nixon y los hermanos Dulles, Secretario de Estado uno y Jefe de la CIA el otro, colocaron tan alto el listón de la reacción que nadie más pudo saltarlo. Aunque dieron señales de asomarse a la búsqueda de alguna fórmula de avenencia, los tímidos esfuerzos de Kennedy y Carter quedaron en el intento.
En 1959, año del triunfo revolucionario, Cuba era una dependencia norteamericana cuyas estructuras políticas, mandos militares y cuerpos policíacos, Estados Unidos conocía y controlaba. Mediante su embajada, en La Habana, sus servicios de inteligencia, su misión militar y sus empresarios, la administración de Eisenhower-Nixon inaugurada en 1953, meses antes de que Fidel Castro iniciara la revolución, estuvo al tanto de la guerra en la Sierra Maestra desde el primero hasta el último día.
Con tan tales fuentes, Estados Unidos conocía el carácter autóctono de la Revolución cuyos lideres, excepto Fidel que había integrado la juventud del Partido Ortodoxo, carecían de militancia y de pasado político. La Revolución Cubana se realizó sin ningún vínculo con el exterior y sin ninguna relación con otras fuerzas, incluso sin compromisos doctrinarios, excepto ciertas referencias al pensamiento de José Martí.
Ante la embestida norteamericana, con la manifiesta intención de esclarecer la verdad y paralizar la violenta e injustificada ofensiva contra una revolución que no había rozado los intereses estadounidenses ni realizado la reforma agraria y que incluso había instalado en el poder un gobierno reformista del cual no era siquiera el presidente, en abril de 1959, exponiéndose a riesgos y desaires, Fidel Castro hizo las maletas y desembarcó en Washington.
Dado que no había sido invitado oficialmente, Fidel aprovechó que lo hizo la Sociedad de Editores de Periódicos, para viajar a Estados Unidos. Tratándose del Primer Ministro de un país con el que Estados Unidos mantenía relaciones diplomáticas, la administración no pudo ignorar completamente el protocolo; en el aeropuerto fue recibido por un sub secretario del Departamento de Estado.
Fidel permaneció 12 días en suelo norteamericano, visitó varias ciudades, estuvo en universidades, conversó con el Secretario de Estado en funciones, Christian Herter, compareció ante la televisión, habló en el Club de Prensa de Washington y en un mitin en el Parque Central de Nueva York, dialogó con decenas de personas de todos los ambientes y categorías sociales y fue recibido por Richard Nixon, entonces vicepresidente con quien conversó durante más de dos horas.
En todas partes y ante todos los interlocutores, Fidel reiteró los deseos de que el pueblo norteamericano y sus gobernantes comprendieran la justeza de la lucha revolucionaria en Cuba y la necesidad de avanzar en trasformaciones sociales y económicas, reivindicar la soberanía del país y recuperar los recursos nacionales para sostener los esfuerzos por introducir la justicia social.
No hubo entonces una sola palabra de hostilidad hacía los Estados Unidos, ninguna ofensa, ningún enfoque doctrinario. Nadie sabe de dónde pudo haber sacado Nixon lo que escribió en el memorándum en que dio cuenta de la entrevista y dijo: "Castro es increíblemente ingenuo con respecto al comunismo o está bajo su disciplina...por lo cual hay que obrar en consecuencia."
Para muchos el hecho de que el presidente Eisenhower se excusara y confiara a Nixon, una criatura arrogante e intransigente que pocos años después sería el más tramposo de los presidentes norteamericanos y el único obligado a renunciar por sus prácticas sucias e ilegales, en interlocutor de Fidel Castro, entonces un joven revolucionario, lleno de ideales, de deseos de hacer avanzar a su país, fue una estrategia para obstaculizar cualquier entendimiento.
Lo cierto es que desde entonces, a lo largo de casi cincuenta años nunca más la parte norteamericana ha dado ningún paso ni ha mostrado interés en conversar con las autoridades cubanas, escuchar sus argumentos y reclamos y encontrar la agenda común que pudiera conducir a entendimientos mínimos, sino todo lo contrario.
Los hechos están a la vista, en la única oportunidad que tuvo, Fidel Castro realizó una gestión decisiva que la administración de turno hizo fracasar. Desde entonces y hasta hoy, técnicamente la pelota ha estado en cancha norteamericana.
El líder cubano dejó Washington con las manos vacías y con la convicción de que era preciso prepararse para resistir. Los hechos posteriores confirmaron los peores augurios.
Desde entonces y hasta hoy, la política norteamericana que ha estado subordinada a intereses mezquinos, no ha hecho más que endurecerse. Kennedy asumió una herencia maldita y una política basada en el bloqueo y la agresión. Luego les cuento.
Jorge Gómez Barata

No hay comentarios.: