jueves, abril 24, 2008

23 de abril, Día del Idioma


23 de abril, Día del Idioma


El 23 de abril de 1616 fue un verdadero día de luto para las letras. Exactamente el mismo día que moría en Inglaterra Willam Shakespeare, lo hacía en Madrid don Miguel de Cervantes Saavedra, las más grandes plumas universales del idioma inglés y del español respectivamente. Además de celebrarse el Día mundial del Libro, por iniciativa argentina –la primera en decretarlo en 1924-, y en homenaje al Manco de Lepanto, se instituyó al 23 de abril como el Día del Idioma castellano en todo Hispanoamérica.
Hoy lo honraremos a través de un magnífico poema de Rubén Darío de hace un siglo, pero de una enorme actualidad y vigencia.


Letanía de Nuestro Señor Don Quijote

A [Francisco] Navarro Ledesma
Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de
ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido
vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en
ristre, toda corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que
santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra
las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
¡Caballero errante
de los caballeros,
varón de varones, príncipe de fieros,
par entre los
pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los
parabienes
y las tonterías de la multitud!
¡Tú, para quien pocas fueron
las victorias
antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de
ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes,
tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha,
divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso
relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las
cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega por
nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga
ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser
español!
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los
sublimes ramos
de laurel! Pro nobis ora , gran señor.
(Tiembla la
floresta de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor).
Ruega generoso, piadoso,
orgulloso,
ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede,
suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma,
sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de
Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las
epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
líbranos, señor.
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y
ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria,
la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
Noble
peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos,
con el
paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la
verdad...
Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas
y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
¡qué nadie ha
podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza
en ristre, toda corazón!
Rubén Darío, Madrid, abril de 1905

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