sábado, mayo 15, 2010

El sentido de la vida / Ricardo San Esteban


viernes 7 de mayo de 2010
(Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Marx escribía que lo esencial era determinar el sentido de la vida humana, que podía manifestarse de dos formas: el sentido del ser o el sentido del tener. El sentido del ser significaba que el hombre lograba el desarrollo de sus máximas potencialidades, lo que implicaba no vivir luchando por tener o apropiarse de más y más cosas, no se trataba de tener, pues, sino de ser, ser uno mismo, de desarrollarse plenamente en todos los aspectos. El sentido del tener, en cambio, significaba llenarse de chirimbolos u objetos externos pero a costa de un vaciamiento interior, de su pérdida de identidad.

El general chino Sun Tzu, que vivió hace miles de años, decía que para conquistar un país debía primeramente llenárselo de baratijas y mercachifles, mandarle felones para arruinar su administración, y presentarles putas, músicos y bailarines licenciosos, para cambiar sus costumbres, esto es, ablandarlos, hacerles perder su identidad y meterles la idea del hedonismo y la estupidez. Naturalmente, antes de invadirlos para vaciar sus arcas, vaciarles la cabeza.

La disyuntiva entre el ser y el tener en los tiempos actuales, de todas maneras, no depende de la decisión ni de la voluntad individual, porque es el sistema social, con su culto al mercado y al consumismo, quien empuja hacia posiciones extremas en una enajenación sin precedentes.

Pero ¿por qué disociar el ser del tener? Es preciso luchar por ser y por tener acceso a los bienes que el propio hombre crea, materiales y espirituales, y tratar de que los logros de la humanidad se pongan al servicio de todos.

También el psicoanálisis trabaja con dos importantes categorías: el ser y el tener. Según Freud, la operación según la cual se constituye el sujeto humano, es la identificación, forma primitiva del lazo afectivo, mediante la cual nos apropiamos de aspectos del otro para constituirnos. Como acotaba el psicólogo Norberto Inda, un sustento no menor de la sociedad de mercado es volvernos más consumidores que ciudadanos. Tener objetos de todo tipo significa ser alguien, y justamente la estrategia mercantil es esa incentivación publicitaria del deseo asentado en alguna carencia hipertrofiada, tener equivale a ser, y de paso, pertenecer al selecto grupo de los que accedieron. Pertenecer tiene sus privilegios, era el eslogan de una tarjeta de crédito.

La política imperante en los últimos tiempos, a parte de aumentar el desempleo y la pauperización, fue desarrollando un discurso legitimador en el que ser era sinónimo de tener. Así los bancos incentivaron a sus clientes en cuanto a enterrarse en créditos hipotecarios y personales, a cambiar el autito, comprarse la videocasetera o ahorrar en dólares. No en vano Menem consiguió su reelección sobre la base de los votos licuadora, provenientes de aquellos rehenes de las cuotas dolarizadas.

El corralito y otras medidas implementadas por Menem, Cavallo, De la Rúa y quienes los siguieron, impactaron en el corazón de una identidad conformada cosística y financieramente, identidad que forjó su imaginario descontando ya su pertenencia al primer mundo, al primer espacio, a pasos del paraíso.
De golpe y porrazo tal identidad se cayó, un simple decreto cambió las reglas, se resquebrajaron las subjetividades y estábamos en un mundo de cuarta. Si tener caseteras y autitos, como identificación a futuro, constituía el proyecto identificatorio de una sociedad burguesa y rechoncha, evidentemente que ese principio de legitimidad era muy endeble y que finalmente nos transformaría en cazcarrientos. De golpe, ni éramos ni teníamos.

El ser y el tener

Contrariamente al sentido del tener, el sentido del ser significa llegar al hombre total, es decir, lograr el máximo desarrollo para todos en sus potencialidades materiales, intelectuales y afectivas, pero sin perder la identidad. La práctica de la vida debería residir en la conquista de los tres factores (material, intelectual y afectivo) sin absolutizar el factor material a costa de los otros dos. Pero ello depende del comportamiento del sistema y de sus elementos componentes, elementos constituidos por una parte de nosotros mismos.

Parecía como que apropiarse de más objetos resultaba el fin último del ser humano. En el siglo pasado, como reacción frente a la creciente enajenación del hombre no sólo en los países capitalistas sino también en los llamados socialistas, los existencialistas absolutizaron todo lo concerniente a la teoría del individuo y la teoría de la enajenación, sobre todo en lo que se refiere a la enajenación subjetiva o autoenajenación.

¿Cuál fue la causa por la que los intérpretes y seguidores de Marx, Plejanov, Lenin, Trotsky o Bujarin dejaran de lado el existencialismo humanista? Erich Fromm decía que el pensamiento filosófico de la época, desde la muerte de Marx hasta los años veinte, estuvo dominado por ideas positivistas-mecanicistas, que influyeron en pensadores como Lenin o Bujarin.

Es evidente que en los marxistas de aquel tiempo existió cierto enfoque voluntarista y una sobrevaloración de la conciencia colectiva, al pensar que el hombre podía cambiar la sociedad y la naturaleza sin que existiesen todas las condiciones necesarias y en especial, la razón suficiente.

Ignoraron aquellas palabras de Marx en la Ideología Alemana “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal a imponerle a la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actuales. Las condiciones de este movimiento se desprenden de las premisas existentes...”.

La conciencia no es determinante de los hechos, no nos engañemos. Ninguna situación revolucionaria puede afianzarse si no existen las bases objetivas para ello y por más que los sabios bajen hasta el pueblo y tengamos finalmente un pueblo de filósofos, no lograremos cambiar el sistema. Veamos si no lo acontecido en la ex Unión Soviética, luego de setenta años de intentos para elevar la conciencia popular. De nada valieron las apelaciones a la moral socialista, las arengas, la heroica acción de los obreros stajanovistas, los sábados comunistas; la productividad per cápita siguió siendo muy inferior a la de los países capitalistas desarrollados.

Al respecto puedo contar una anécdota ocurrida cuando estudiábamos en Moscú –integré la primera promoción del legendario Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de la URSS- y allí en una oportunidad nos entrevistamos con el máximo dirigente de la central obrera soviética. A una pregunta mía acerca del porqué la productividad per cápita era del 30% en relación con la de Estados Unidos, en primer lugar miró mis manos para constatar si yo era obrero o intelectual y luego contestó: “bueno, para eso hicimos la revolución”. En otra oportunidad habíamos viajado a visitar un koljós y cuando se mencionó aquel slogan del comité central “alcanzar y sobrepasar a los Estados Unidos” un rudo campesino exclamó “alcanzarlos sí, pero sobrepasarlos no, porque van a ver los remiendos que tenemos en el culo”.

La implosión del llamado campo socialista, sin embargo, tiene en este índice una de sus principales claves. Se pueden modificar las relaciones de producción, pero las fuerzas productivas constituyen la locomotora en cualquier sociedad.

Esta afirmación tampoco debe llevarnos a la pasividad: ayúdate, que dios te ayudará.
Debido a cómo los humanos tenemos de abordar la realidad –como asomados a ella- y a nuestra praxis, casi siempre concebimos a los objetos o al futuro con cierta rigidez, porque ésta constituye una de las características de los modelos que adoptamos para avanzar en el conocimiento. El sistema materia nos excede y no tiene, evidentemente, un fin moral totalmente acomodado a lo que aspira el ser humano. No es el hombre quien modifica voluntariamente las cosas, sino que en el fondo se trata de una estrategia del sistema, y ese sistema, el capitalista –como hemos visto- adopta como elemento a una porción del hombre, su tiempo de trabajo, quedando en el entorno su parte psíquica, creativa.

Paradojalmente, el sistema social y su entorno interno están compuestos por el hombre, y no existe una voluntad divina ni tampoco un señor de barba que dirija el tráfico. El entorno externo del hombre es la naturaleza, sus leyes, que vamos desentrañando para tratar de entender su estrategia, sus objetivos en cuanto a nosotros. Nada mágico, como puede verse; es sólo que el hombre le pone magia a las cosas que no comprende.

Sabemos que la moral es una forma de conciencia social y como tal, histórica, y que no se puede absolutizar acerca de ella, aún cuando las reglas morales se correspondan relativamente con la realidad objetiva del momento histórico. La lucha por conocer las leyes, la necesidad, es la que determina, en última instancia, las reglas morales.

Si bien una de las rigideces en el pensamiento marxista fue el de sacar conclusiones científicas teñidas por cierta absolutización de la moral y de la conciencia, el contenido del concepto suyo acerca de la naturaleza del hombre no consistía en algo abstracto e inmanente a cada individuo, no como algo puramente biológico pero tampoco una abstracción fantasmagórica.

Se trataba de una naturaleza entendible históricamente donde el ser humano no podía contemplarse como algo estático, inmutable, sino como aquello que fluye y existe potencialmente y se desarrolla en un proceso histórico, sistémico. De ahí el planteo de Marx en cuanto a que el hombre es potencialmente humano.

En El Capital dice que al otro lado de sus fronteras (del reino de la naturaleza) comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se consideran como fin en sí, el verdadero reino de la libertad que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La sociedad humana, diríamos, se naturaliza y al mismo tiempo, humaniza a la naturaleza, en un intercambio en el cual ambos van modificándose mutuamente.

El hombre, homo creator

Conforme a esta concepción antropológica, el hombre-elemento-sistema-entorno es no solamente su propio creador, sino también quien crea las condiciones de su propia existencia. No puede modificar las leyes naturales pero sí puede modificar las condiciones en las que esas leyes se expresan. Como consecuencia, el sistema de valores que le sirve de orientación es un producto social propio, flexible en el tiempo. Es, pues, un producto sistémico, pero esta concepción colectiva no significa que desconozcamos la importancia del individuo, los grados de libertad que va adquiriendo. Desde el punto de vista biológico –como hemos visto someramente- ya la ciencia ha demostrado cuál ha sido la génesis del ser humano. Desde el punto de vista social, dentro de los parámetros naturales, el sistema es su propio creador, posee un desarrollo y una estrategia.

Precisamente, en esa autocreación sucesiva y determinista, el elemento constitutivo del sistema capitalista va logrando grados de libertad, y con ello va negándose a sí mismo, para finalmente dar lugar a otro principio de legitimidad futuro que se hallará corporeizado en el hombre total y no solamente en el que existe por su trabajo enajenado.

El conflicto entre fuerzas y relaciones no se resuelve solamente con un mayor conocimiento de la necesidad sino que es preciso, además, que exista dentro del sistema una correlación de fuerzas favorable. Las relaciones de producción son relaciones portadoras de orden, y en cambio, las fuerzas productivas, son portadoras de desorden viviendo en un proceso de acumulación, y cuando aquellas relaciones acentúan su papel de frenado es cuando las fuerzas productivas que crecen y se expresan, las hace saltar en mil pedazos.

Conviene tener presente, además, que el hombre posee dos caras. Por un lado, es elemento del sistema, y por el otro, forma parte del entorno interno. Y ambas caras, partiendo de un principio subjetivo, como lo es la praxis, se transforman la una en la otra, se objetivizan en las relaciones de producción. Esas fuerzas son las generadoras de la entropía o el desorden, originando una acumulación de sus potencialidades a partir de extenderse y sucederse en el tiempo, hasta llegar a su masa crítica y de ahí dar el salto hacia un grado de libertad cualitativamente nuevo.

El concepto de libertad se liga con la relación existente entre el hombre social, el elemento y el entorno, en una sucesiva complejización mutua con conexiones internas y externas que se expresan, desde el conocimiento aplicado, en una creciente independencia.

Cornelius Castoriadis, en su Testamento Filosófico, decía que las raíces racionalistas del marxismo, su creencia en una finalidad determinada de la historia, lo volvían inaceptable como teoría. En ese mismo sentido se habían expresado muchos otros, tales como el brasileño Celso Furtado.

Pero conviene tener en cuenta que en las teorías científicas más importantes, como la de la relatividad o la teoría cuántica, también se expresa una raíz racionalista y, en última instancia, una teleología, una finalidad determinada de la historia. La flecha del tiempo, las composiciones químicas, los hechos físicos, la sociedad, en fin, todo, va en una sola dirección: de lo simple a lo complejo y nunca al revés. Y lógicamente, también en los actos cotidianos del hombre, pues de lo contrario no podría existir como tal, sería caer en aquella afirmación de la Iglesia que, hasta el Concilio Vaticano II, negaba el progreso.

Las raíces racionalistas del marxismo y la poesía

En toda teoría siempre existe una parte de finalidad última –aunque lo niegue en sus formulaciones- y una parte de fantasía, las hipótesis siempre abarcan algo de moral, algo del futuro, algo de poesía. Somos de la misma tela de la que están hechos los sueños, decía Shakespeare, y Walter Benjamin escribía que no hay otra poesía más que la del futuro, pero como por definición ella aún no existe, la revolución deriva su poesía de la ausencia.

Muéstrenme uno solo de los científicos que alguna vez no haya borroneado algunas cuartillas con versos. Illya Prigogine escribió que el saber científico deviene una audición poética de la naturaleza y contemporáneamente un proceso natural, proceso abierto de producción y de invención, en un mundo abierto productivo e inventivo. Y Mario Bunge: toda teoría fáctica refinada contiene convenciones, simplificaciones y artificios. Por cierto, esto no nos debe llevar al dislate gnoseológico de Feyerabend, para quien la ciencia era un vale todo o un cambalache.

Partimos de dos situaciones como lo son nuestro determinismo relativo y racionalista, y nuestra ensoñación, pero eso no constituye un defecto sino que es aquello que, finalmente, rescata al hombre.

Los que critican a Marx porque a veces mezcla juicios de valor con constataciones científicas, o mezcla la filosofía con la ciencia económica –Celso Furtado acusa a Marx de ello- ignoran que hoy las disciplinas científicas deben poseer una permeabilidad mutua debido a su creciente parentesco. La ciencia, la cultura y el arte hermanados en el objetivo de lograr que el ser humano obtenga una cita consigo mismo. El saber humano es crecientemente metatemático.

Su plasmación constituye un problema complejo en donde un aspecto importante es la correspondiente madurez de la base material y técnica, pero resulta muy lineal pensar que solamente el cambio en las relaciones de producción en el ámbito general sea suficiente para lograr un cambio en el individuo.

Como ya hemos dicho, el marxismo mal interpretado también dejaba librado a cierto voluntarismo esta cuestión, aunque el ser humano tiene una ligazón fundamental con su sistema social y el sistema también tiene sus planes a partir del elemento social. El hombre no puede ir más allá de sí mismo ni salirse del sistema global, es evidente que todo se mueve por procesos sujetos a leyes, por regularidades que poseen grados de libertad pero no la libertad absoluta.

El límite del hombre es el hombre mismo

El límite del hombre es el hombre mismo, es potencialmente humano y hasta esa humanidad deberá escalar para lograr ser dueño de sí. El ser humano es histórico, tuvo un nacimiento y tendrá un final. Cuando se salga de sus límites, para bien o para mal, hallará su negación y probablemente dé lugar a otro ser, con otras características.

Si bien el elemento-hombre es el sujeto de su libertad, todos los objetos y procesos poseen ciertos grados de libertad, cierta flexibilidad respecto al medio sin la cual el universo no podría funcionar. Y cuando el hombre interfiere en los grados de libertad de los hechos o procesos, dicho hombre gana en libertad, pero restringiéndosela al proceso o fenómeno interferido.

Al conocer las leyes naturales y ponerlas a su servicio, el hombre adquiere mayores grados de libertad, se acerca a su complementación, transita el camino para hacerse realmente humano. Pero al mismo tiempo, la utilización de esas leyes lo hace prisionero de otras, como por ejemplo, al descubrir y utilizar el petróleo como fuente de energía, con lo que obtiene el efecto invernadero, la polución. Existe un límite móvil entre el sistema social y su entorno, pero es infranqueable en tanto siga rigiendo el principio de legitimidad dado. Ese entorno no es un sistema, no posee límites franqueables como sí los posee el sistema.

El medio o entorno solamente está limitado –o delimitado- por horizontes abiertos y la propia imputación al entorno es una estrategia del sistema. Y esa estrategia es una estrategia clasista, partidista, porque el sistema no es neutral, y en esta fase necesita ser proburgués y antidemocrático para sobrevivir, pero ello no será eterno. Como ya dijimos, lo que la teoría intenta comprender es una complejidad que el sistema ya creó sin ayuda de ninguna teoría, para hacer frente a una complejidad todavía mayor, proveniente del entorno.

El sistema social es objeto y sujeto de sí mismo, puede observarse y modificarse a través del ser humano en determinadas condiciones. Los entornos interno y externo acechan para modificar su elemento constitutivo, otorgándole más libertad al ser humano, mayor conocimiento de sus leyes.

Pero para dicho sistema, la creciente libertad del hombre es chocante y entonces ese mismo sistema trata de conducirlo a cierta engañosa brillazón, en la que a veces el ser humano cree ver realidades y en las que sólo existe ficción. El único remedio es la práctica como criterio de verdad.

La crisis sistémica actual es más profunda que las anteriores debido a que los cambios han sido muy importantes, exponenciales, el conocimiento y la capacidad del hombre alcanza límites inconcebibles años atrás, colocándose en los umbrales de una libertad contraria al principio de legitimidad del sistema capitalista.

Y por otro lado, en esta etapa final del capitalismo nadie puede sentirse dueño de nada, ni siquiera los otrora grandes latifundistas o grandes burgueses pueden estar seguros. La incertidumbre no es solamente una angustia metafísica, es la inseguridad colectiva en todos los aspectos de la vida como una de las estrategias del sistema para sobrevivir.

Pese al esfuerzo del sistema en contrario, la sociedad, su educación y su cultura han crecido y el principio legitimador que acecha desde el futuro tiene hambre de una libertad que el viejo poder no está dispuesto a considerar. Y ya se sabe cómo terminan estas cosas.

El miedo a la libertad

Por otra parte, esa libertad choca no solamente contra ciertas ilusiones o contra la ignorancia respecto a leyes sistémicas, o expande su libertad por un lado y la restringe por otro, sino que el hombre siente miedo ante esa libertad que va conquistando y que en su desarrollo puede desembocar en la ruptura de su identidad, de los moldes tradicionales o en su propia destrucción física.

Así pues, las relaciones de producción basadas en la propiedad privada hacen que los grados de libertad del ser humano permanezcan restringidos, ante el discutible derecho que tienen unos individuos en cuanto a apoderarse –a través de redistribución de rentas, disposiciones impositivas, legales, de movimientos contables o de saqueos lisos y llanos- de los bienes, el espíritu y la vida de otros individuos.

Por otra parte la vida espiritual del hombre es muy compleja, y ya dijimos que como sujeto no puede ir más allá de sí mismo ni salirse de sí, habitando la sociedad como sistema compuesto por elementos, paquetes de elementos, clases sociales, niveles, relaciones. Existe una estructura social que en este período de globalización y exclusión –se dan los dos fenómenos a un tiempo- contradice cada vez más su principio de legitimidad.

Es ahí donde debe observarse, fundamentalmente, el comportamiento del elemento, su apego al actual principio de legitimidad, pues no puede existir ningún cambio si el elemento antiguo no es aniquilado por su sucesor.

Si entendemos a la libertad como la necesidad conocida –que sería su interpretación más profunda- no podemos dejar por ello de considerar que su límite se halla en el carácter del sistema social. Por eso no conviene simplificar, acudiendo solamente a su acepción más inmediata, es decir, la de la libertad física, de circulación, de ideas. Estos constituyen grados que se van alcanzando dentro de la lucha por la libertad general, dentro de la lucha por el cambio de sistema, porque en este sistema la libertad del hombre estará siempre restringida, así lo exige su esencia, su propio principio de legitimidad fincado en la apropiación del trabajo ajeno.

Conocemos que el concepto de libre albedrío no puede ser considerado sinónimo absoluto de libertad, tiene otro contenido, y además es interpretado de diversas maneras. Algunos pensadores le han absolutizado, como aquellos que consideran que el hombre puede elegir sin ninguna contención y es responsable total de su elección. Otros que lo piensan como relativo, como una de las formas –la subjetiva- de la actividad práctica del hombre social, es decir, que sus actos volitivos se hallan motivados y que su libre albedrío choca contra los muros de contención del sistema.

En el caso de su absolutización, el libre albedrío dependería de la voluntad individual de cada uno. Las concepciones idealistas sostuvieron la prioridad absoluta de la voluntad sobre el conocimiento, pero la voluntad no consiste en algo independiente de las circunstancias, por lo cual no es absoluta, querer no es poder, no se puede partir de los deseos individuales o colectivos (voluntarismo) sino que debemos elegir en consonancia con la realidad objetiva que, como hemos dicho, se enmarca en el sistema y en sus contradicciones últimas.

El tino, la habilidad y el conocimiento permiten elegir con mayor precisión, el margen de error se acota teniendo en cuenta la teoría de la toma de decisiones, pero el ser humano es habitante de un sistema compuesto por él mismo y acechado por su entorno. La corriente idealista considera que la conducta tiene un carácter voluntario, por lo cual la propia historia es irracional. Ciertos marxistas pensaban que con sólo proponérselo, el hombre podía cambiar la historia.

Por el contrario, existe un determinismo que, aunque relativo, condiciona objetivamente las conductas. La categoría de libre albedrío designa el componente subjetivo de la praxis, vinculada con la responsabilidad del hombre por los resultados de la actividad dada dentro del sistema correspondiente.

Pero la libertad, en el sentido más profundo, no se halla en el logro de una imposible desvinculación respecto de las leyes naturales, sino en el conocimiento de estas leyes y en la posibilidad de utilizarlas planificadamente. Este es el sentido de la independencia. En la filosofía kantiana el sujeto imponía la ley a la naturaleza a través de la ciencia, y por otro lado, Michel Foucault escribía que las palabras se separan de las cosas formando una red clasificadora que se impone al mundo real de las cosas. Pero en un sentido estricto, las palabras no pueden imponerse a las leyes del mundo real.

El libre arbitrio significa que la decisión debe tomarse con conocimiento de causa, pero teniendo en cuenta que al hombre le está vedado legislar sobre la naturaleza, que aquél sólo puede conocer e interpretar sus leyes. Cuanto más libre sea el juicio de una persona con respecto a un determinado problema, tanto más ceñido se hallará ese juicio respecto al mundo real, tanto más señalado será el carácter de la necesidad que determine el contenido de dicho juicio.

En cambio, la inseguridad basada en la ignorancia que elige, al parecer, en forma caprichosa entre posibilidades distintas y contrarias muestra su falta de libertad, indica que se encuentra dominada por el objeto que intenta dominar.

El conocimiento otorga caminos para elegir y actuar, la libertad es siempre relativa y esa relatividad depende de la sabiduría con que se mueva, de la base material y técnica, de los obstáculos que deba sortear y de los nexos a todo nivel que sepa crear. La revolución científico-técnica ha colocado el mayor interés en el factor subjetivo, el ciberespacio plantea nuevos e inquietantes horizontes en la lucha por la libertad.

De manera que el contenido del concepto libertad es el del esfuerzo por lograr un mayor grado de legitimación humana, basado en el conocimiento, pero en lucha contra las intenciones del sistema que pretende conservar su viejo principio de legitimidad. El conocimiento es también parte del entorno, que pugna por legitimarse, y esa legitimación es a su vez parte de la lucha por la libertad del hombre. En el sistema social, el caos se liga con esa lucha cuyo contenido es el encuentro del hombre consigo mismo, el desorden es parte de la ampliación de su libertad. Contrariamente a lo que se piensa, el equilibrio no es la ley. La ley es el desequilibrio, la no-linealidad.

Necesidad y libertad

En la relación entre necesidad y libertad, debe entenderse que las leyes del mundo exterior –la necesidad- existen en el entorno fuera de nosotros e independientemente de nosotros. El mundo existe fuera de nuestra conciencia, pero nuestra conciencia no existe fuera del mundo. El nexo no es mecánico ni estático, tiene historia y no cesa de transformarse y trasmutarse en función de los nuevos logros de la ciencia, en la medida en que la praxis le permite avanzar hacia nuevos conocimientos, hacia un mayor grado de legitimidad del hombre integral. Por cierto, muchas veces estos avances ahondan la brecha de la enajenación. Los avances científico-técnicos no siempre se pueden equiparar con el progreso, los logros son escamoteados por el sistema y hasta pueden ponérsele en contra o privarlo de libertad.

La libertad del ser humano se halla también vinculada a una relación de fuerzas desde el punto de vista político, a la correlación entre las fuerzas populares y las reaccionarias. La acción política se basa en elementos objetivos y subjetivos: las relaciones de fuerza propias de la pugna entre el nuevo principio de legitimidad que acosa desde el futuro y el viejo principio que trata de conservar su lugar. El nuevo principio de legitimidad se halla muy ligado al nivel de conciencia y de organización de las masas populares. Entre los grados de libertad conquistados por la sociedad, la correlación de fuerzas en el terreno político y la alienación hay un nexo evidente. El hecho se puede examinar desde la superestructura ideológica o como praxis del sujeto, pues el método resulta de la conjunción de ambas direcciones, en donde la relación de fuerzas se puede ver como un reflejo de las relaciones socioeconómicas –objetivas- y al mismo tiempo, como la praxis especial del sujeto histórico, de su organización, su experiencia de lucha y hasta de su territorialidad.

La lucha por la libertad no depende, pues, solamente del conocimiento de las leyes de la naturaleza; constituye una confrontación de fuerzas y siempre es riesgosa.

Precisamente y ligado con esto, un tema que conviene dilucidar es el del progreso. Hace poco, en un programa radial que conduce una de mis hijas, ella suscitó el tema y los oyentes participaron activamente, opinando que el ser humano no ha progresado. Yo recordé aquella opinión de Tucídides dada hace dos mil quinientos años: “en estos dos mil quinientos años el hombre no ha cambiado”. Indudablemente, para hacerlo se necesita de un nuevo hombre, protagonista de un gran viraje en la historia humana en el que el sistema basado en la propiedad privada dé lugar al surgimiento de otro sistema basado en el encuentro del hombre consigo mismo a partir de un mayor conocimiento de las leyes.

El premio Nobel alternativo de economía, el chileno Manfred McNeef, advertía que la trampa del lenguaje y del conocimiento de las teorías económicas provoca un agravamiento de la gran crisis que padecemos, porque las conclusiones a las que llevan, desembocan en absurdos, tales como que para resolver los problemas generados por el crecimiento económico es indispensable que haya más crecimiento. Ello pese a que existe conciencia de que el crecimiento económico en un sentido convencional ha creado gravísimos problemas a nivel del Planeta.

La práctica social debería permitir comprender la vinculación entre la necesidad objetiva y su captación consciente, el paso de la una a la otra y cómo dicha aprehensión cambia en un proceso ilimitado, en donde no siempre el grado de industrialización o el avance tecnológico son sinónimos de progreso.

La complejidad de los fenómenos y sus relaciones aumentan en la medida en que avanzan los conocimientos pero también en la medida en que la realidad misma, el sistema y su entorno, se complejizan. Por ende, tal modificación de las expresiones de la naturaleza conforma nuevos desequilibrios. De ello se desprende que el logro de la libertad está indisolublemente unido al cambio en la sociedad, al cambio de sistema, pues en un sistema eminentemente depredador como lo es el capitalista, toda destrucción de la naturaleza conlleva una relativa pérdida de libertad.

Se pueden observar diferencias conceptuales –como escribía Silvia Regoli Roa- en los principios organizativos del cambio. El ensanchamiento de las esferas sociales en el ámbito tecnoeconómico lleva a una mayor interacción, mayor especialización y a relaciones de complementación. En una empresa de mayor especialización y diferenciación estructural estos hechos aparecen como respuesta a un cambio de escala, y esto también se da en el ámbito de cada país. Sin embargo en la cultura, la mayor interacción conduce a la mezcla, la superposición y la convivencia y la fusión de estilos, religiones, costumbres del "almacén mundial", con el fin de alcanzar la autorrealización. Esta libertad para tomar y adoptar diferentes fragmentos de las diversas formas culturales deriva del principio axial de la cultura actual, cual es la realización y recreación del "yo". Se profundiza, pues, la contradicción entre el tipo de organización y las normas que exige el ámbito económico, por una parte, con las normas de autorrealización que exige la cultura de hoy, por la otra.

El recurso del terror

Por cierto, aquel dicho de que la letra con sangre entra se aplica objetivamente, y la matriz ideológica del irracionalismo individualista especulativo se asienta también en el terror, en todas sus variantes. Ya la religión se encargó y encarga de meter miedo al infierno, a la muerte, a la venganza de dios.

Y no sólo al terror que pudiesen producir los hechos en sí, sino al terror difundido a través de los medios, al terror como producción espiritual. Desde los juguetes infantiles y dibujitos basados en monstruos, hasta el terror político (grupos de tareas, policías de gatillo fácil, operaciones de inteligencia, saqueos, enfrentamientos armados, secuestros relámpago, asesinatos.) que se difunden masivamente y también el terror económico producido por la pérdida de poder adquisitivo, por la pérdida de los ahorros, del empleo, de la vivienda propia. También el terror social sembrado a través de la difusión de enfermedades tales como el cólera, SIDA, el dengue, el H1N1, la desnutrición, el abandono de persona.

La corrupción económico-política es, asimismo, funcional a la producción espiritual del sistema y se traduce en la pérdida de identidad, en el desclasamiento, la exclusión masiva, los ataques de pánico, el terror a lo desconocido.

La cooptación y el clientelismo político se asientan asimismo en el pánico, en la inserción de mecanismos para impedir o fracturar cualquier intento de organización social, como puede verse actualmente en la dispersión de las izquierdas y otras organizaciones, jaqueadas por los medios masivos que reemplazan a los caudillos de la vieja política.

También existe un terror ecológico a partir de los fenómenos creados por la desertización, el desprendimiento de bloques de hielo de la antártida, el agujero de ozono.

El surgimiento de los gobiernos de derechas, la revitalización del fascismo, la privatización de la solidaridad social, las conductas exacerbadamente individualistas, el quiebre y desmontaje pieza por pieza de todo lo que constituyó la plataforma del humanismo ¿es responsabilidad del Cielo? Yo diría que no. Obedece a las conductas humanas, masivas, sistémicas, relacionadas con el metabolismo y la entropía de las que hablábamos más arriba, del flujo de información y de capitales, de la acumulación de ambos, de la ley del valor y el papel de los mercados, de la ley de población, de la economía y la organización social y principalmente, de la tendencia de todo sistema hacia su homogeinización, necesaria para su subsistencia y previa a su propia debacle o negación.

Son nexos y conductas de crisis, no muy diferentes a las que se verificaron en vísperas de todos los grandes virajes del mundo. Las investigaciones actuales en los diversos campos de la ciencia reafirman el comportamiento de todas las cosas por paquetes (o cuantos), bandas y sistemas, en determinados tiempos.

Los sistemas se mueven -mientras son- dentro de ciertas cantidades, bandas y tiempos. Los grados de libertad de que gozan se refieren a esas bandas, y si un elemento de tales sistemas o el sistema mismo se exceden o excede sus bandas, cambia de identidad o muere. La noción de espacio, campo, se entiende dentro de esos parámetros, por lo cual el concepto de nexo causal adquiere otra dimensión. Pero una parte de la definición esencial de las cosas y procesos permanece aún dentro de esa caja negra de la que hablan algunos científicos.

La caja negra, como antes decíamos, quizá no exista. La clave al problema del infinito y de las fuerzas fundamentales es más que probable sea hallada por mediación del ciberespacio. De todas maneras, cabe recordar que la existencia de cajas negras o de regiones desconocidas pertenece a la visión humana del mundo, que casi siempre anexa el infinito con su propia aspiración de inmortalidad individual.

Precisamente, el sentido de la vida quizá esté lejos de aquello que imaginan los aspirantes a una inmortalidad y creyentes de su prosapia divina o de la trascendencia mágica de sus actos. Sin caer en ninguna clase de escepticismos, es casi seguro que la existencia humana no tiene ni el sentido ni la trascendencia (entendida como categoría filosófica o teológica) que las aspiraciones de inmortalidad del homo sapiens burgués le atribuye. Es cierto que ni el libreto ni el proyecto del mundo le pertenecen, pero quizá no pertenezcan a nadie o pertenezcan a todos o al todo.

De cualquier manera, es evidente que a medida que crece la entropía, los nexos entre las personas y de éstas con las cosas adquieren un grado de abstracción cada vez más elevado, hasta parecerse mucho a la definición del concepto de concreto teórico.

Pero el nexo fundamental entre los hombres y de los hombres con el sistema materia y su entorno, ya no será en el futuro ni el mercado ni el valor de la mercancía. El nexo pasaría a ser, principalmente, la información-mercancía. Esto en una primera etapa, pues en una segunda la información sería tan accesible y barata que no resultaría mercancía.

La ley del valor es la reguladora de la producción capitalista, su gran nexo. Con el desarrollo de la informática, la información se transformará gradualmente en la reguladora de la producción, por lo cual bien puede hablarse de una ley de la información que será sucesora de la ley del valor. La gran lucha actual, a nuestro modo de ver, es ampliar y democratizar constantemente el ciberespacio como una de las premisas para poder liberar al hombre de la discontinuidad propia del sistema social capitalista.

En esos términos, probablemente, el ser humano que quizá suceda al homo sapiens, no será, como muchos creen, un tonto inalámbrico. Eliminará el manto de plomo del pensamiento cero, propio de la globalización capitalista y tendrá una visión mucho más rica y profunda de la realidad edificando una sociedad autogestionaria donde no exista el Estado opresor. No se sabe si inventará alguna utopía, pero el crecimiento de una masa de información cada vez más precisa le llevará a asistir al fin del mercado y al triunfo de un socialismo científico. Creían que el marxismo había muerto, pero como en el Juan Tenorio, los muertos que vos matáis gozan de buena salud, aunque quien lo diga sea un fantasma.

Esencialmente, el elemento hombre ya no se hallará en la base de la producción, sino en la base de la información. Ello implicaría un retorno a las relaciones concretas con la naturaleza -pero en otro plano, mucho más elevado y abstracto- y a la gradual sustitución del nexo esencial del valor de la mercancía y el mercado, reemplazado principalmente por un nexo a través del ciberespacio.

El 13 de febrero de 1990 el Voyager I tomó por primera vez unas fotografías donde se podían ver a la Tierra, Venus, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y el Sol como pequeños puntos sobre un vastísimo fondo negro. El entonces vocero de la NASA, Van der Woude, dijo que las fotos, además de mostrar el sistema solar, mostraban lo insignificantes que somos. El vocero de la NASA no sabía que ese enano llamado hombre es parte esencial del sistema-universo, que en última instancia tiene el cosmos a su favor.

El homo sapiens no asiste al fin de la historia, sino al fin de la prehistoria. Así lo indican numerosos elementos como lo son -por ejemplo- su creciente longevidad, los logros de la ciencia en todos los campos, el conocimiento cada vez más profundo de las leyes de la naturaleza, la liberación femenina, la libertad sexual, el reemplazo del dinero físico por el dinero virtual (prólogo, esto último, de la desaparición del dinero en todas sus formas).

Se prepara para abordar al cosmos y poblarlo -entre otras grandes tareas- pero sólo podrá realizarlas a través de un nuevo sistema social, de un tipo nuevo de cooperación en gran escala, en un esfuerzo común imposible de realizar sobre la base del actual sistema capitalista.

Por ello mismo, cabe pensar que en esta entropía de la sociedad organizada como sistema capitalista, algo termina y algo -sin duda- está por comenzar.

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