domingo, septiembre 06, 2009

26 de agosto cumpleaños del Cronopio Mayor

viernes 28 de agosto de 2009
Silvia Loustau

Julio Cortazar (1914-1984)

Quisiera recordar a Cortazar, con un capitulo brevísimo de Rayuela, un capítulo en el que impera la poesía y el erotismo, un erotismo florecido de peces, flores y cíclopes. ¿Quién de mi generación, que haya leído Rayuela no deseo ser La Maga? ¿Quién no deseo que alguien nos escribiese un texto cómo éste? ¿Quién no deseo perderse en la vida bohemia de París? ¿Quién no? Lo hicimos a través de la pluma esplendorosa del Cronopio. Declaró Cortazar, con su habitual franqueza:”… cuando terminé Rayuela que había escrito un libro de un hombre de mi edad para lectores de mi edad pero la gran maravilla fue que ese libro cuando se publicó en la Argentina y se conoció en toda América Latina, encontró sus lectores en los jóvenes, en quiénes yo jamás había pensado al escribir ese libro. Entonces, la gran maravilla para un escritor es haber escrito un libro pensando que hacía algo que correspondía a su edad, a su tiempo, a su clima y, de golpe, descubrir que en realidad planteó problemas de la generación siguiente. Me parece una recompensa maravillosa y sigue siendo, para mí, la justificación de libro.”. Ocho años le llevo su escritura, y muchas veces escribiendo a jornada completa. Pero, dejemos los recuerdos, desde algún lugar leerá este recuerdo y sonreirá, o tocará el saxo, diciéndonos gracias amigos, gracias por recordarme.

Capítulo 7 DE RAYUELA

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

viernes 28 de agosto de 2009
El 26 de agosto cumplió 95 años julio Cortázar



Luis Eduardo Saavedra (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

En estos momentos Cortázar es más famoso que hace 25 años cuando virtualmente murió. Puede decirse con propiedad que el 26 de Agosto del 2009 cumplió 95 años de vida. Hasta publicó recientemente el libro “Papeles inesperados” con una pequeña colaboración de Aurora Bernárdez -su primera esposa, a quien conoció en 1948, graduada en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires- y un experto cortazariano español: Carlos Álvarez, quién afirma con razón que “los cortazarianos somos una secta”.

Nació el maestro por azar en la embajada de Argentina en Bélgica, en Ixelles, Distrito de Bruselas el 26 de Agosto de 1914, en una ciudad ocupada por las tropas alemanas.

Dejemos que sea el mismo Cortázar el que nos hable de su nacimiento:

“Nací en Bruselas en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo; por consiguiente, asténico, tendencias intelectuales, mi planeta es Mercurio y mi color el gris (aunque en realidad me gusta el verde). Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia; a mi padre lo incorporaron a una misión comercial cerca de la legación argentina en Bélgica, y como acababa de casarse se llevó a mi madre a Bruselas. Me tocó nacer en los días de la ocupación de Bruselas por los alemanes, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Tenía casi cuatro años cuando mi familia pudo volver a la Argentina; hablaba sobre todo en francés, y de él me quedó la manera de pronunciar la ‘r’ que nunca pude quitarme”. (Mario Goloboff, Julio Cortázar, la biografía).Nunca dejará de asombrarme la extraña coincidencia de que, a su vez, Borges hablara más en inglés, cuando niño, que en español porque su abuela inglesa Fanny Haslam, que era dominante y posesiva, así se lo exigía.

“Crecí en Banfield –prosigue Cortázar- en un pueblo suburbano de Buenos Aires, en un jardín lleno de gatos, perros, tortugas y cotorras; el paraíso: pero en ese paraíso yo era Adán, en el sentido de que no guardo un recuerdo feliz de mi vida; demasiadas servidumbres, una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados (‘Los venenos’ es muy autobiográfico)”.

Lo recuerdan como un chico muy tímido, muy reservado, introvertido, poco afecto al deporte e incluso a los amigos. Con todo, llegó a convertirse en uno de los escritores más importantes de la literatura universal. Con una particularidad: entre más avanzan los años, desde la fecha infausta en que virtualmente se nos fue, más crece su gloria, más se agiganta la secta cortazariana, más se multiplican los clubes de cronopios.

A propósito, en 1964, en ciudad de México, un grupo de escritores latinoamericanos tomó la iniciativa de organizar un congreso de cronopios. Como era lógico invitaron al maestro pero éste por razones insalvables no pudo asistir, por lo cual les envió un mensaje: “Nada puede parecerme más ominoso que una reunión de cronopios poetas, la sola y siniestra idea es comparable a la mañana en que los campesinos de Bustedville, Nevada, vieron llegar un jinete sin caballo, con un mensaje atado a un estribo: las langostas habían aprendido a pensar y avanzaban estratégicamente, comiéndose a los hombres en vez de a las plantas de maíz. Pero también, mensaje por mensaje, acordémonos de la botella vomitada por el mar en las playas de Dubrovnik en Agosto de 1865, con su inscripción bordada en un guante de mujer: ‘estoy tan solo, tan lejos, tan alto”. Y continuaba: “Dados esos antecedentes, toda aglomeración de cronopios me parece digna de sospecha”, y finalizaba: “El mundo será de los cronopios o no será, aunque me cueste decirlo porque nada me parece más desagradable que saludarlos hoy cuando en realidad me resultan profundamente sospechosos, corrosivos y agitados. Por todo lo cual va un gran abrazo, como le dijo el pulpo a su almuerzo”.

Y así, entre mamadera de gallo, en medio de un humor corrosivo y negro, nos sacaba de la cotidianidad para sumergirnos súbitamente en el extrañamiento, en el alucinante universo de su literatura fantástica o en la persecución , no menos alucinante, de sus paraísos inasequibles, de reinos remotos instalados, seguramente, en los intersticios que deben existir en el continuum espacio-tiempo; por lo cual fue el último de los metafísicos. Paraísos que él buscaba para su patria chica: América Latina y que algún día florecerán.

También gozamos con su literatura erótica, desde “Ciclismo en Grignan”, “Tu más profunda piel”, hasta esta maravilla: “Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo/lo que me gusta de tu sexo es la boca/lo que me gusta de tu boca es la lengua/lo que me gusta de tu lengua es la palabra” (Papeles inesperados)

O en su literatura política, muy prolífica. Gran parte de su vida la consagró a luchar por un mundo más justo y equitativo en su territorio del “lado de acá”. No en vano apoyó la revolución cubana, la sandinista (“Apocalipsis en Solentiname”, “Nicaragua tan violentamente dulce”). En “La policrítica en la hora de los chacales” dice: “Les hablo a todos mis hermanos, pero miro hacia Cuba/No sé de otra manera mejor para abarcar la América Latina/comprendo a Cuba como solo se comprende al ser amado”.

Dice Carlos Álvarez que “los cortazarianos somos una secta”, pero abierta, habría que agregar (con cierto grado de iniciación, claro), aunque vedada a los depredadores de la fauna nacional. La secta colombiana la preside Gustavo Tatis. Además de periodista es escritor y poeta, y de los grandes. Cortazariano impenitente y contumaz, organizaba hace unos quince años las famosas “Semanas cortazarianas” en Cartagena de Indias.

Alternaban las charlas o conferencias especializadas con escritos y ensayos o con lunadas de jazz, más exactamente “jazz bajo la luna” en las murallas carcomidas por el paso de los siglos de la ciudad vieja -ya inútiles pues los piratas de ahora son incontenibles e inasibles- o en las playas de la ciudad maravillosa.

Todo para recordar al maestro, para recordar “esa francmasonería del sábado por la noche en la pieza del estudiante o en el sótano de la peña, con muchachas que prefieren bailar mientras escuchan Star Dust o When your main is going to put you down, y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres…”(jazz en Rayuela)

Conocí a Tatis por una amiga común, Carmen Victoria Muñoz, otra cortazariana compulsiva, gran escritora costeña, impecable y en ocasiones perturbadora en su narrativa. Sólo el título de uno de sus cuentos es otro cuento: “Me gustó el sabor de tu sangre”. Tenía que recordarla en esta fecha sacra para la secta. Y es que otra de las características inexplicables del mundo cortazariano es que las amistades que se labran se hacen indestructibles, están blindadas contra el paso del tiempo, contra los avatares de la vida, contra las enfermedades y la muerte.

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