miércoles, febrero 18, 2009

Víctor Jara: El canto tiene sentido


Este libro es una crónica del amor y la memoria y viene a traernos la imagen, la voz y la música de Víctor Jara. Lo ha escrito su compañera Joan, quien pudo, en 1983, "narrar por fin esta historia serenamente", sin dudas para entregarla a quienes le dieron, durante años, sobre todo en los tiempos más difíciles, "muestras de amor, amistad y aliento".

De esas substancias mágicas –tan necesarias en el panorama planetario de hoy– nace también la idea de que este libro llegue a los lectores y las lectoras de Cuba. Recorriendo, desde el testimonio y la emoción los orígenes del cantor, los contextos intensos de su vida, la historia de amor compartida, la canción como arma cargada de futuro, la autora convoca tierna e insistentemente a la memoria para que realice su mejor acción posible: recordarnos que el canto tiene sentido. Y lo hace desde la autenticidad personal y la mirada compleja hacia los tiempos vividos, tratando de rescatar en ellos las nuevas razones para las esperanzas por venir.

Las páginas de este libro muestran una formidable capacidad de reconstrucción de la experiencia personal al mismo tiempo que nos sugiere múltiples caminos para rencontrar a Víctor Jara. Así lo vemos naciendo a la palabra y a la sensibilidad, cantor de la tierra, en una hermandad conmovedora con la imagen y la voz de Miguel Hernández, aquel pastor de cabras y de metáforas liberadoras. Lo sentimos recorriendo los caminos de la soledad familiar, de la crudeza a veces despiadada de la vida; lo sorprendemos en una vuelta de la historia personal aprendiendo a rasgar una guitarra que lo acompañará siempre –y siempre aquí es una dimensión del tiempo que no encuentra sus límites en los horizontes que están a nuestra vista.

Vemos, en fin, a Víctor Jara comentándonos, como al descuido, entre canción y canción, que la mejor escuela para el canto es la vida.

Por eso lo encontramos, vivo, en la obra de sus hermanos de oficio (como les llama desde el cariño, el trovador Silvio Rodríguez): por eso están Leon Gieco, Patricio Manns, Víctor Heredia, el Quila y el Inti-Illimani, Andrés Calamaro, Ismael Serrano, Enrique Mejía Godoy, el propio Silvio, entre tantos, recordando los ecos de Amanda en la versión y la voz de Joan Báez, y por eso pasa Violeta Parra y su familia interminable y querida recordándonos que de la voz del pueblo salen las voces múltiples de los cantores, de los trovadores de todas las épocas que en el mundo han sido. Y probablemente de los que serán.

Un libro como este completa su dimensión y su mirada cuando nos entrega las imágenes que acompañan tanto texto entrañable; cuando el cantor reaparece también desde los rasgos de su presencia sobre el papel, remitiéndonos a otras imágenes memorables que están ahí, que han estado siempre ahí, moviéndose sobre las pantallas iluminadas. Por mi parte no puedo dejar de recordar a Santiago Álvarez, el gran cronista del cine cubano (y latinoamericano) y su advertencia: El tigre saltó y mató, pero morirá. La canción de Víctor acompañó esas y otras imágenes del cine de nuestro continente (y de otras latitudes) y se unió también, en los planos filmados por Santiago para su noticiero ICAIC, al recorrido de Haydée Santamaría tras la invitación que nos hizo, a través de otro documental del cine cubano: Vamos a caminar por Casa.

Hombre de la canción y del teatro, de la poesía y de la vida, Víctor Jara supo jugarse por todos los valores, los sueños, las tristezas, los desencantos y las esperanzas que esos territorios imprescindibles suponen, contienen o adelantan.

Las crónicas y los testimonios sobre su asesinato, anunciador de la venganza que asolaría su país durante años, nos traen recuerdos e imágenes sencillamente imborrables: sus manos (labriegas, maravillosas, fabricadoras de la belleza) destrozadas por el odio; los 44 disparos contados sobre su cuerpo de campesino y cantor; sus palabras finales...


¡Canto que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto!
Espanto como el que vivo
como el que muero, espanto.


El asesinato de Víctor Jara me ha recordado siempre al de su hermano campesino/poeta Miguel Hernández. Aquel fue lento y terrible y se fue gestando de cárcel en cárcel tras la derrota republicana. El de Víctor fue inmediato y horrible, consumado en el inicio de aquella fiesta genocida que inauguraron los golpistas chilenos tras la muerte de Allende.

Miguel escribió en aquellas cárceles aniquiladoras poemas tiernos a su hijo y amorosos cantos a su amada. Tras su muerte, las autoridades de la cárcel incluyeron en un documento burocrático la relación de las pertenencias del poeta. Esa magra lista y el silencio en que sumieron la obra de Miguel en España durante más de treinta años me han parecido siempre un alegato que no prescribirá nunca contra el fascismo. Víctor entregó a manos compañeras, cuando lo llevaban a la muerte, el papel donde había escrito su poema final para recordarnos lo dicho en una canción memorable:


…que el canto tiene sentido,
cuando palpita en las venas
del que morirá cantando
las verdades verdaderas,

El 30 de septiembre del año 2003 el Estadio Chile tomó el nombre de Víctor Jara, en un gesto simbólico en el que podrían reconocerse, sin dudas, las memorias de muchos que fueron asesinados o desaparecidos por la dictadura de Pinochet. Otros homenajes han querido recordar y celebrar el canto de Víctor Jara en muchos lugares del planeta. La publicación de este libro acompaña esas acciones de justicia poética e histórica y llevará a trovadoras y trovadores en cualquier (claro)rincón del mundo el sentido del canto no derrotado, la imagen de Amanda multiplicada y la persistencia de estas "verdades verdaderas" anunciadas en el Manifiesto del cantor:


Ahí donde llega todo
y donde todo comienza,
canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva.


Víctor Casaus
octubre de 2008

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