miércoles, febrero 18, 2009

EL LIBRO MAYOR DE VIOLETA PARRA


Artista y público: el milagro del contacto
Víctor Casaus

Recuerdo al poeta salvadoreño Roque Dalton respondiendo a la pregunta de un entrevistador con estas palabras: «El poeta es un testigo, sólo que un testigo corroído por la pasión». Roque fue asesinado en su «pequeña tierra amada» en 1975, mientras combatía por su liberación. No sé si conoció personalmente a Violeta, pero, después de confrontar fechas y lugares de exilio, estoy casi seguro de que no fue así. Compartían, sin embargo, el gusto por la poesía popular descarnada y sincera, por las coplas satíricas y por la manera intensa de vivir la realidad.

La definición de Dalton puede servir para caracterizar todo el trabajo artístico de Violeta Parra. Ella fue la cronista activa y apasionada de su tiempo y de su realidad. Una de las grandezas de su trabajo radica en no sólo haber recogido, divulgado y recreado las formas musicales y poéticas de las regiones que visitó e investigó, sino también haber comprendido y apresado los tremendos conflictos sociales y humanos que subyacían en aquellos cantos y en aquellas vidas. Su labor se ubica mucho más allá de la actividad desplegada por aquellos investigadores que no han sido capaces de apresar la vida que late ­plena de dramáticos contrastes, expresión de la lucha de clases­ en las formas artísticas y culturales que estudian.

Violeta dejó una crónica de la situación del indio chilote en "Según el favor del viento". Y en "Y arriba quemando el sol" toma el sitio del minero para contarnos, desde adentro:


Cuando vide los mineros
dentro de esa habitación,
me dije: Mejor habita
en su concha el caracol
o a la sombra de las leyes,
el refinado ladrón.


Esa toma de posición en favor de los populáricos ­además de la justicia social y humana que encarna y reclama­ hace posible que estas canciones se sitúen en el polo opuesto de la postal turística, de la visión «folklorista», del embellecimiento de las crudas realidades que las originan, para convertirse, realmente, en documentos artísticos y humanos de una estremecedora autenticidad, capaces de lograr una comunicación intensa y efectiva con su destinatario, con sus oyentes[1].

Algunos críticos han señalado que, después de la muerte de Violeta, existe una especie de «complejo de culpa» entre muchos de los que la tuvieron en Chile bordando, componiendo y cantando, y no se dieron cuenta de lo que eso significaba. En el fondo, se trata del piadoso acto de contrición de una concepción de la cultura, y de las clases dominantes que la propugnan e imponen. Lo cierto es que ignoraron a Violeta, y le negaron respaldo y ayuda material porque les era ajena y hostil. Por la temática de sus obras, por sus búsquedas y hallazgos en las auténticas fuentes del folklore, y por la forma y la intensidad con que establecía comunicación con su público, Violeta representaba los valores, las vicisitudes y las esperanzas de las clases populares.

Era una cultura otra la que ella investigaba, enriquecía y divulgaba. Por ello no encontraba apoyo entre los representantes de la cultura oficial, elitista ni en los organizadores de los medios masivos de comunicación. La fabricación propagandística y el lanzamiento de cualquier cantante de segunda fila ocupaba más tiempo y recursos que la divulgación de la obra artística de Violeta Parra.

Lo maravilloso y lo aleccionador es constatar, desde hoy y desde aquí, su respuesta: la de buscar y utilizar vías eficaces y directas para llegar a su público, a su pueblo.

En esa tensión entre las negativas oficiales a la difusión sistemática y eficaz de su obra y la sostenida decisión de no renunciar a hacerla, Violeta confirmó en estos años finales de su vida (que coinciden, en su caso, con los de la plenitud artística) una visión integral de su trabajo: borró huellas entre géneros y modos de revelar la realidad; declaró su propósito de acercarse más aun a la gente:

«Yo creo que el caso de Violeta Parra es uno de los más excepcionales e interesantes de cuantos se puedan presentar en el arte de Latinoamérica [...]. Ella es lo más chileno de lo más chileno que yo tengo la posibilidad de sentir; sin embargo, es al mismo tiempo lo más universal que he conocido de Chile [...]. Lo más genialmente individual y al mismo tiempo lo más genialmente popular».

Esa fuerza que señalaba un profundo conocedor de estos asuntos, el peruano José María Arguedas, es la que seguramente anima, de forma activa y duradera, la herencia de Violeta Parra. Este Libro mayor suyo quiere contribuir a que esa herencia «se propague por toda la población», reuniendo la más completa muestra de su obra múltiple y nuestra, unida al hilo de su vida: firmemente unidas obra y vida, su primera enseñanza.

Un libro casi siempre se está haciendo durante mucho tiempo. A veces, mucho más tiempo del que somos capaces de calcular. Así pasa también con este Libro mayor: lo empezó Violeta en Ñuble, lo llevó por Chile y por el mundo, lo escribió en cuadernos y guitarras, lo exhibió en aceras y salones de museos, lo cantó, lo disfrutó, lo sufrió, lo vivió.

Si hoy es libro reunido, papeles puestos en algún orden, tiempo vuelto a contar, es porque Isabel Parra lo fue recopilando y rescatando. Y porque Haydée Santa María[2], directora de la Casa de las Américas, lo alentó durante años, al calor de la admiración y el cariño que sentía por Violeta, difícilmente traducibles en las palabras finales de un prólogo.

Con ese cariño y esa admiración saludamos, en su Libro mayor, a esta Violeta Parra nuestra, latinoamericana y popular, sufriente y gozosa y combativa como la vida misma, y a su amorosa decisión de quedarse para siempre con nosotros.

[1] En un texto al que después Isabel Parra le pondría música ("Al centro de la injusticia"), Violeta había hecho esta irónica advertencia: "Linda se ve la patria, señor turista, / pero no le han mostrado las callampitas".

[2] Destacada dirigenta de la Revolución Cubana. Fundió y dirigió la Casa de las Américas hasta su fallecimiento, en 1980.

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