martes, diciembre 23, 2008

Cuba-Estados Unidos: por donde comenzar


De cara a los cambios políticos sugeridos por Barack Obama durante su campaña electoral, últimamente se alude a la posibilidad de encuentros o negociaciones entre los líderes cubanos y de Estados Unidos, subordinando a hipotéticos ejercicios la distensión y los avances en la normalización de las relaciones entre ambos países. Se trata de un enfoque que sugiere comenzar por donde probablemente se termine.

Al reducir la problemática relación entre Cuba y los Estados Unidos a desencuentros entre las administraciones norteamericanas y el Gobierno Revolucionario se omiten importantes antecedentes. En realidad estamos en presencia de un diferendo histórico, muy anterior a la Revolución.

Las fricciones entre la Nación Cubana y el imperialismo norteamericano comenzaron en el siglo XVIII, cuando Cuba era todavía colonia de España y, durante su expansión territorial, Estados Unidos, al obtener los territorios de Luisiana y Florida y apoderarse de Texas, salió al golfo de México y tuvo enfrente a la mayor isla del Caribe, el territorio más importante allende su frontera sur, a mitad de camino entre centro y sur América y sus costas, por añadidura la azucarera del mundo.

De cara a esas realidades de naturaleza económica y geopolítica, en 1823, el mismo año en que el presidente James Monroe proclamó su doctrina de "América para los americanos", su Secretario de Estado, y luego presidente, John Quincy Adams, formuló otra conocida como de la "Fruta madura", una temprana aberración imperial según la cual: "Hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física…Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella…tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana."

No por gusto, en 1898 cuando la independencia de Cuba del colonialismo español era inminente, Estados Unidos la usó como pretexto para declarar la guerra a España y apoderarse de la Isla a la que ocupó militarmente hasta 1901 en que accedió a retirar sus tropas con la condición de que los patriotas cubanos aceptaran la Enmienda Platt, un apéndice a la constitución cubana que convertía al nuevo Estado en un virtual protectorado. Cuando esto ocurría faltaban 25 años para que Fidel Castro naciera.

En el medio siglo que media entre la independencia de Cuba y la Revolución, ninguna reivindicación fue tan popular, ninguna demanda política fue tan sostenida y apoyada como la eliminación de la Enmienda Platt; no hubo en esos años corriente política con tanto adeptos como el antiimperialismo. Plattista era la mayor ofensa que podía proferirse contra un cubano.

El hecho de que al amparo de aquella Enmienda y con la complicidad de la oligarquía criolla y la burguesía cooptada, Estados Unidos se apoderara de la Isla, apoyara a los gobiernos de turno, especialmente a las dictaduras de Machado y Batista, confirió un inequívoco carácter antiimperialista a la Revolución Cubana, que sin embargo, no sólo no buscó sino que trató de evitar un enfrentamiento con los Estados Unidos.

La miopía política de la administración de Eisenhower y Nixon que protegieron a los criminales de guerra y apostaron por restablecer en el poder a la oligarquía y, con arrogancia y mala educación, perdieron la oportunidad de conocer a Fidel Castro y escuchar sus argumentos cuando en abril de 1959 visitó los Estados Unidos y la bárbara opción de auspiciar la invasión por playa Girón en 1961, ejecutada por Kennedy, enconaron aquel diferendo.

Desde 1959 a la fecha la política de Estados Unidos contra la Revolución Cubana ha sido una sucesión de acciones unilaterales y unas pocas medidas de respuesta de Cuba que, dado lo asimétrico de sus posibilidades y la cautela de sus líderes, a pesar de innumerables provocaciones, jamás se han dejado tentar por ninguna acción contra ese país.

En la problemática entre Cuba y los Estados Unidos son visibles dos áreas: una se refiere al diferendo nacional, generado por las apetencias geopolíticas norteamericanas y el otro las medidas de carácter unilateral aplicadas por las sucesivas administraciones para destruir la Revolución, sobre las cuales el nuevo presidente puede actuar de inmediato y ejecutivamente sin que exista necesidad de negociar absolutamente nada ni reunirse con nadie en Cuba, incluso tampoco en Estados Unidos.

Entre esas acciones resaltan por su opulencia y significado: poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero, suspender la aplicación de la Ley de la Ley de ajuste Cubano y desmontar la política agresiva contra la Revolución, que tradicionalmente ha incluido operaciones encubiertas, apoyo al terrorismo y la opción militar.

Entre tanto el presidente puede avanzar desactivando el Plan Bush, disolviendo las comisiones y los planes para la transición en Cuba, eliminando las restricciones impuestas a los ciudadanos norteamericanos y a los de origen cubano para visitar Cuba, suprimiendo las limitaciones impuestas al envío de ayudas familiares, poniendo fin a la moratoria impuesta a los intercambios académicos, culturales, religiosos, deportivos y de otra índole y acabando con la manía de incluir a Cuba en cuanta lista se les ocurra.

Se trata de asuntos que, salvo algunos detalles de ejecución, no constituyen materia de negociación. A Estados Unidos le corresponde desandar parte del camino andado, desactivar la confrontación que inició y preparar el escenario para arribar a la zona de intereses comunes que por su naturaleza y complejidad requieren de negociaciones realmente profundas. Tengo la impresión de que Cuba estará esperando.
Mañana les cuento.
Jorge Gomez Barata

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