jueves, abril 28, 2011

Ante una foto con el Che, hace casi 30 años


Tomás Gutiérrez Alea
Foto: Sitio Web de Tomás Gutiérrez Alea

¿Qué es lo que me hizo coincidir con el Che, precisamente, en aquel momento y en aquel lugar? Estamos en la Sierra Maestra, poco tiempo después de la victoria. ¿Qué es lo que tenemos delante que reclama de esa manera nuestro interés?


Titón y el Che en la filmación de Historias de la Revolución

Me tocó el privilegio de tener 30 años hace otros 30, en el momento milagroso —para decirlo de alguna manera— del triunfo de las fuerzas del bien sobre las fuerzas del mal en mi país: un momento excepcional en que se reafirma la convicción de que estamos más vivos que nunca. Más plenos. Con la certidumbre de que todo lo que ha de venir, a la larga, en última instancia, ha de ser cada vez mejor. Pero también con no pocos temores, pues se iba a entrar de lleno en una nueva ruta, en un camino desconocido y tendríamos que inventarlo todo. Y eso significa darnos muchos cabezazos contra el muro antes que el muro ceda. Porque siempre cede al final. En última instancia...

Recuerdo haber pasado una noche, hasta bien tarde, conversando con el Che.

Yo estaba por dirigir mi primera película, Historias de la Revolución, en la que intentaríamos mostrar tres momentos dramáticos de la lucha contra Batista. Tres historias, como en Paisa. Y una de las historias, lógicamente, tendría que ubicarse en las montañas, en la Sierra Maestra, y sus protagonistas no tendrían los nombres de los héroes que se habían hecho famosos en esa lucha, pero serían héroes también, en su justa medida. Una película cuyo propósito era sencillamente celebrar el triunfo, regocijarnos con la vivencia de ese proceso.

Yo estaba buscando material para desarrollar esas historias y el Che me narró una buena cantidad de anécdotas personales en las que el héroe siempre era otro combatiente y él siempre se había equivocado al juzgarlo.

Muchas de esas historias él mismo las llevó al papel y las reunió en un libro: Pasajes de la guerra revolucionaria. Pero hubo una que no aparece en ese libro y que él me narró sin muchos deseos, solo porque yo insistí a partir de que su ayudante la había mencionado. En ella, su participación revelaba los límites que le imponía su condición humana a una decisión fundamentada solamente en la lógica militar. En pocas palabras: un pequeño grupo de rebeldes son sorprendidos por las tropas del Gobierno. La correlación de fuerzas es tan desproporcionada que no es posible presentar combate. Es necesario replegarse, huir. Pero el grupo es perseguido y bombardeado con toda clase de metralla. Uno de los compañeros cae herido de tal manera que es imposible cargar con él. Tiene destrozado algún punto de la columna vertebral y cualquier movimiento, por muy leve que sea, le causa un dolor insoportable. El jefe del grupo sabe que no hay nada que hacer. No hay manera de salvarlo, pues la herida es mortal. El herido se ha dado cuenta de cuál es la situación y pide a sus compañeros que lo dejen y que traten de salvarse ellos. Todos están convencidos de que eso es exactamente lo que deben hacer, pero ninguno es capaz de abandonar al moribundo. Ahí se quedan, viendo cómo los soldados estrechan el cerco alrededor de ellos.

Me pareció que esta anécdota encerraba la situación más dramática, y decidí utilizarla como base para desarrollar la historia que íbamos a situar en la Sierra Maestra. Cuando estuvo terminado el guion, nos fuimos a filmarla.

Por aquellos días, la madre del Che vino de Argentina a visitarlo y él decidió llevarla a la Sierra Maestra, para mostrarle algunos lugares donde había combatido. Así fue como nos encontramos nuevamente y allí se enteró de que estábamos filmando la historia que él me había contado. Recuerdo que al día siguiente del encuentro teníamos previsto filmar la escena inicial: una emboscada que hace el pequeño grupo de rebeldes a una caravana del ejército. Le mostré al Che el lugar que habíamos escogido para montar la escena y él se sonrió antes de revelarme: “Precisamente, en ese lugar yo organicé una emboscada”, y seguidamente me mostró cómo lo había hecho. Hoy, después de 30 años, me pregunto: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué se ha hecho de nuestros sueños? Seguimos amenazados por un enemigo poderoso que no ceja en su empeño por cerrar el cerco alrededor nuestro. Aquella situación que me narró el Che, salvando todas las distancias, puede repetirse en cualquier momento. ¿Qué tendríamos que hacer en un caso semejante? Esta pregunta sigue inquietándome. Seguimos inventando todo una y otra vez, hemos tropezado repetidas veces con la misma piedra y muchas veces no podemos explicarnos qué ha pasado. Poco a poco, hemos ido descubriendo que la historia tiene su tiempo y que, por muy rápido que avancemos, el camino que queda por delante es mucho más largo que como lo soñamos hace 30 años. Pero es cierto también que hemos llegado hasta aquí con una rara dignidad. Y una profunda sensación de que estamos vivos.

Publicado en Titón: Volver sobre mis pasos. Selección epistolar de Mirtha Ibarra. Ediciones UNIÓN, 2008.

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