viernes, junio 06, 2008

Edward James: Un delirante en la ciudad de los delirios

Edward James: Un delirante en la ciudad de los delirios
Texto y fotos: Hernán Gómez Bruera
Publicado en Arcana en julio
de 2002


Cierto atardecer, Edward James dio un paseo por los jardines de su pequeño paraíso y se topó con unos albañiles que hacían una mezcla de colores en un tamiz de concreto. Al reconocer el azul le brillaron los ojos, con el rojo sintió excitación y comenzó a pedir la gama de tonalidades completa; cuando la mezcla se volvió verde y amarilla, había entrado a un éxtasis estético; sólo el negro logró aquietarlo. Para sorpresa de los trabajadores, James no tenía otro interés en reclamar esas mezclas que su propio deleite. Cuando alguno preguntó para qué serviría aquéllo, James contestó extrañado: "¿Qué nunca has visto una puesta de sol a través de una cortina de colores?". Ese era James. Un tipo excéntrico que tiempo atrás había llegado a Xilitla en busca de orquídeas.

El viaje que lo llevó hasta allí comenzó en los años cuarenta cuando James decidió escapar de la aristocracia y la tradición anglosajona en las que había crecido y apartarse de los horrores de la guerra que azotaba Europa. Mucho se había dicho que su madre, Evelyn James, era hija ilegítima del rey Eduardo VII; la confusión y la mala fe de algunos llegó al grado de que afirmar que era su amante. Lo cierto es que todos esos eran cotilleos que a James no le molestaban demasiado e incluso los alimentaba por el gusto a la suspicacia.

Desde joven, James encontró en el arte su mayor razón para vivir. A los quince años comenzó a escribir poesía y jamás se detuvo. Sus afinidades, naturalmente, fueron mal vistas por una familia que creía tenerle reservado un sitio en el parlamento y veía con gran preocupación las horas que transcurría en escribir y elaborar composiciones de música en lugar de preparar sus estudios de Oxford. A los 17, cuando su madre le exigió abandonar esas actividades para concentrarse en vivir una vida pública, James hizo una defensa heroica del oficio artístico. En una carta le aclaró a su madre que había distintas formas a las que ella conocía para vivir una vida pública y aunque reconocía que su objetivo no era ser poeta, le advertía que "un gran poeta puede beneficiar al mundo más que muchas otras personas". James presentó su primer libro de versos a los 19 años y llegó a publicar al menos 30 obras.

Además de su propio trabajo –el cual se conoce poco-, James impulsó a grandes creadores gracias a la fortuna familiar que heredó: Pavel Tchelitchew, René Magritte, Max Ernst, Marcel Duchamp, Joan Miró, Man Ray y Leonora Carrington. Con Salvador Dalí James tuvo una relación tan cercana que en 1938 le compró por adelantado toda su producción de un año para ofrecerle tranquilidad y evitarle preocupaciones. Junto con él, James convirtió West Dean y Monkton House -las dos viviendas que heredó de su padre- en un capricho de decoración surrealista. Sin otro interés que el de apoyar el trabajo de autores que consideraba valiosos, James alcanzó a acumular una de las colecciones de arte surrealista más extensas del mundo.

A pesar de que ese movimiento llegó oficialmente a Inglaterra en 1936, año en que se organizó en Londres la primera exposición, James lo conocía desde antes. Su relación con los representantes de esta corriente artística se debía más a la amistad que tenía con muchos y al soporte que siempre dio a las nuevas inspiraciones que a una relación directa con el movimiento y sus líderes. Los detalles biográficos de James como artista y como mecenas de varios permitirían escribir una enciclopedia completa de arte. Lo que vale la pena enfatizar más allá de eso es que "su vida fue un arte y su mayor aportación al surrealismo fue el hacer de su propia vida algo surreal".

James fue un renegado de la cultura en la que creció. Las elites de la sociedad y sus cadenas nobiliarias de distinguidos lord & ladies no le interesaban en absoluto. Sus creencias y sus comportamientos convencionales le causaban animadversión. En 1939 decidió emprender un largo viaje y, tras una temporada en los Estados Unidos, llegó a México para visitar la casa de Goeffrey Gilmore, un antiguo compañero de Oxford. En una de sus múltiples visitas a la oficina de correos, James trabó una amistad muy especial con uno de sus empleados, Plutarco Gastélum, un corpulento yaqui sonorense.

Juntos decidieron emprender la aventura hacia un sitio en el que, según les habían contado, crecían hermosas orquídeas. Fue así como se adentraron en la Huasteca potosina para dirigirse a Xilitla. Buscaban esas flores exóticas cuando en una de sus excursiones por la selva, la ficción superó a la realidad: una inmensa nube de mariposas con forma de alas descendió hasta posarse en uno de sus cuerpos. Esa fue la señal de que ahí debía erigir un edén: el sitio mágico que su imaginación les permitiera crear. No por otra razón, James decidió que el lugar entero debía pertenecerle y así compró La Conchita, un rancho de 30 hectáreas que más tarde quedaría bajo el cuidado y administración de Plutarco.

En medio de la abundancia selvática James creó su propia Arca de Noé. En ella dio vida a más de diez mil orquídeas y pobló de guacamayas, patos, flamencos, tigrillos y venados; rarezas que encontraba por ahí y que podían llegar a ser su mejor compañía. Por sus animales sentía un cariño inmenso: con ellos dialogaba y a la vez los protegía, porque --junto con los niños de Plutarco-- eran los seres con quienes mejor se entendía. En efecto, Plutarco era el responsable de administrar La Conchita además de ser objeto de una poderosa simbiosis creativa.

Su amigo Ángel Castrellón recuerda que, por los animales, James sentía verdadera devoción. Cuenta que se acercaba a ellos de manera tan natural que ni siquiera tenía conciencia del peligro. Cuando vuelven a la memoria de Ángel esos lejanos episodios, el rostro se le ilumina: "En alguna ocasión se empecinó con la compra de un puma. Francamente horrorizada, la esposa de Plutarco, Marina, tuvo que hacerle entrar en razón: '¿De qué se va a alimentar?', a lo que James, con una descarada naturalidad contestó: '¡De burros!'. '¡Qué bien! Vas a acabar con todos los burros de la Huasteca, contestó Marina'". Entonces, James –aterrado con tal imagen- empezó a tener alucinaciones. Soñó que cientos de burros en forma de espíritus bajaban de las montañas para vengarse de él, después de lo cuál desistió de adquirir aquel felino.

Son pocos los que han estudiado la vida y obra de James. En México, Xavier Guzmán es principal precursor. Cuando visitó por primera vez Xilitla hace más de 20 años, era un sitio prácticamente desconocido. Desde entonces quedó deslumbrado por la exuberancia y lo que él llama "actos desbordados". Por él sabemos que en 1962, un hecho trágico marcó los destinos del lugar: una helada de tres días destruyó la extensa colección de orquídeas. Fue entonces cuando James decidió construir estructuras físicas que permanecieran con el paso del tiempo.

Xilitla es por ello, un lugar tan asombroso como incomprensible. La lógica de su arquitectura es incluso un misterio, parece algo tan espontáneo como la escritura automática de los surrealistas. Con lápiz y papel, James tradujo sus alucinaciones, fantasías y caprichos. Su cimentación es una suma de sueños: James los dibujaba en servilletas de papel; Plutarco –con una mentalidad más práctica- procuraba hacerlos tangibles; el carpintero Pepe Aguilar creaba los moldes; y los albañiles -que al principio no tenían ni la más remota idea de lo que hacían- terminaron por divertirse con la construcción de formas sin función ni propósito aparente.

Tres inmensas orquídeas de concreto pretendieron restituir parte de lo que aquella helada se había llevado. Alrededor de las cascadas y las pozas que dan vida al sitio se fueron creando infinidad de moradas, puertas y caminos que no conducían a ninguna parte; una torre de tres pisos, que sin embargo tenía (y tiene) cinco. "Después de 25 años de trabajo, se contaron 36 grandes estructuras de concreto. Casi todos los espacios recibieron un nombre: La Plaza de San Eduardo, El Aviario dedicado a Max Ernst, La Terraza de los Tigres, El Palacio de Verano, El Cinematógrafo... un gran espacio de arquitectura surrealista, desordenada y absolutamente irracional".

Cuentan que a James no le gustaba que su rancho fuera visitado por extraños. Aquél era un refugio personal que cuidaba celosamente y al cual acudían sus amistades más cercanas y sólo algunos invitados selectos. Si bien hoy el sitio se encuentra abierto al público de una manera indiscriminada (en algunas épocas del año en forma nociva para su conservación), algunos todavía protegen la intimidad de su máximo creador del contacto con la realidad. Tal vez por eso prefieran callar. Dicen que la fotógrafa Katty Horna, su retratista en varias ocasiones, no daba entrevistas cuando vivía y que a la sobreviviente pintora Leonora Carringon es mejor ni llamarle.

Resulta muy difícil resolver el misterio de James. Así lo entiende Ángel cuando cuenta cómo don Eduardo (como le llamaban los locales) nunca ofrecía la misma respuesta a quienes le cuestionaban el sentido de su obra. En uno de los pocos materiales grabados (producido por Avery Danzinger), nuestro inglés, que aparece simpático, bromista y con agudo sentido del humor, explica: "I have to confess it´s pure megalomania". Alguna vez le respondió al reportero Carlos Henze: "Se trata simplemente de ver algo bonito" y otra vez le dijo a su amigo Ángel (en burla a los más sensatos): "Para que en 20 mil años, cuando vengan los arqueólogos no tengan ni la más remota idea de qué cultura existió aquí".

Tanto los que lo conocieron como los que lo han estudiado, coinciden en que James era una persona que vivía "a la altura de sus deseos y para hacer realidad sus sueños". Un joven francés estudiante de arquitectura, Mathías Bernhardt, se ha dedicado desde hace tiempo a entender a Edward James y su obra. Llama la atención que a pesar de tratarse de una investigación de arquitectura, parece estar comprendiendo muy bien su esencia y su sentido: "Las intenciones del lugar son poéticas -–escribió-, los pensamientos son poéticos y el jardín es un lugar de inspiración poética".

Las pozas es un lugar de posibilidades infinitas. Algo en él evoca La Casa de Asterión de Jorge Luis Borges, parece no pedirle nada a Lewis Caroll y su país de las maravillas y tal vez nadie haya podido representar un cuadro de Escher de forma tan cercana como lo hizo James, sin saberlo.

El estudio de Mathías Bernhardt confirma que la obra de Edward James es un atentado a los pilares de la arquitectura tradicional o al menos linda sus límites al refutar los principios tradicionales de verdad, utilidad y solidez planteados desde Vitruvio. Xavier Guzmán piensa que su importancia radica en marcar un contraste con los valores del mundo occidental montado en las premisas de racionalidad, eficiencia y utilidad.

Se pueden acudir a distintas interpretaciones, pero no hay que perder de vista que, en última instancia, un sitio como éste sólo puede experimentarse de manera individual. De poco sirven las visitas guiadas a Las Pozas porque James -aunque reivindicado por la historia gracias al turismo que ha traído a la región-, en el mejor de los casos fue un incomprendido o en el peor simplemente "el gringo loco de Xilitla" (lo primero le preocupaba más que lo segundo).

Posiblemente la sabiduría popular no mienta tanto. James era un personaje de maneras tan excéntricas que quien no le conocía, fácilmente podía pensar que tenía algún trastorno. Dicen que incluso Salvador Dalí, uno de sus más cercanos amigos, creía algo similar. Cuentan que en una ocasión fueron juntos a visitar a Sigmund Freud para regalarle un cuadro. Durante la visita, el pintor hizo partícipe al padre del psicoanálisis de las manías y rarezas de su amigo y le pidió que lo analizara: "Envuelve todo en papel. Edward está totalmente loco aunque pretenda no estarlo. Está más loco que todos los surrealistas juntos. Ellos fingen, pero él es de verdad".

Quienes lo conocieron lo recuerdan por sus hábitos extravagantes. Además de hacer cosas como enrollar todo en papel, de manera obsesiva se lavaba las manos 30 veces al día, se exhibía desnudo por los jardines, conversaba con guacamayas, pericos y serpientes, y se dejaba largas las uñas de los pies hasta que éstas le dieran vueltas. Sus sobrinos y amigos relatan que cuando se prologaban las comidas siempre dormía una siesta en la mesa y si durante la cena tenía que limpiarse la nariz, no bastaba una servilleta: debía tomar el mazo completo.

James se consideraba a sí mismo un surrealista. No por estar vinculado a un movimiento, sino porque lo era de nacimiento. Así describía a su especie: "son personas ligadas a su subconsciente, mentes para las cuales el mundo no siempre es lógico y, en consecuencia, vuelven lógico lo ilógico". Contaba que desde pequeño había tenido fantasías surrealistas. Al ser obligado a permanecer varias horas en su cuna por una madre que tenía poco tiempo para él, pasaba inventándose un mundo: "...así, mis sábanas se convertían en una ciudad voladora y hacían cúpulas con las almohadas. Yo me metía abajo y me imaginaba que era el palacio de Aladino volando sobre el mundo".

Edward James no planeaba su vida, por lo que difícilmente podía proyectar el lugar de su muerte. A pesar de no estar demasiado preocupado por el espacio en el que descansara su cuerpo, tomó una decisión muy importante: pasara lo que pasara, su espíritu habría de permanecer en Xilitla. Por eso se veló en vida ahí, en La Conchita, e incluso dejó su espíritu en una de las piedras que componen su escultórico jardín (Ángel prefiere no decir cuál es para evitar actos vandálicos o actos turísticos de mal gusto). Edward Frank Willis James murió en Francia en 1984 y con él se fue uno de los últimos surrealistas de esa generación.

Los que visitan Las Pozas, se siguen preguntando para qué se construyó ese lugar y qué pretendía quien lo hizo. El turista medianamente curioso muy a menudo siente que el sitio quedó incompleto y que en aquellas ruinas alguna vez se quiso edificar un palacio de enormes dimensiones. Fermín Yamazares, uno de sus sobrinos xilitlenses, fue cuestionado acerca de la forma que hubiera tomado este lugar si James hubiera vivido 20 años más. La respuesta es simple, pero deja mucho que pensar: "Hubiera quedado igual, pero más grande. Mi tío nunca hubiera terminado de construir ese lugar". Tal vez Fermín se refiera a eso que a pesar de morir, permanece.
Fuentes:

•A surreal life, Edward James 1907- 1984, ed. Nicola Coleby, Brighton Museum, Londres, 1998.
•Tesis de arquitectura en la escuela de Belleville, Mathías Bernhardt, 2001–2002, París, inédito.
•"Edward James", Xavier Guzmán Urbiola, en Repertorio de artístas de México, coordinado por Guillermo Tovar de Teresa, tomo 2, México-Milán, Grupo Financiero Bancomer, Fundación Cultural Bancomer, Franco Maria Ricci, 1996, p.p. 206-207.
•Poeted. The final quest of Edward James, Philip Pureser, Quartet books, Londres, 1991.
•Edward James. Poet, patron, eccentric. A surrealist life, Jhon Lowe, Collins, Londres, 1991.
•La habitación interminable, Xavier Guzmán Urbiola, et. al., UAM-Xochimilco, México 1986.
•El encantador de sueños, video de Avery Danzinger, 1990.
•"Edward James en Xilitla", Xavier Guzmán Urbiola, inédito

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