jueves, febrero 21, 2008

Encuentro con... Claudio Magris



Encuentro con... Claudio Magris
Nuestra patria es el mundo

Magda Resik Aguirre • La Habana
Fotos: Liborio Noval




Es el narrador italiano más premiado de los últimos años y se ha convertido en el candidato más mentado cuando se realizan predicciones sobre el próximo Premio Nobel de Literatura. Por primera vez viaja a nuestro país, al cual describe “pleno de riquezas literarias y poéticas. Cuba lo recibe como a quien se ha esperado siempre. Se presenta su libro Utopía y desencanto, en una cuidada edición de Reina del Mar Editores, a cargo del escritor y también traductor, Atilio Caballero.

De la traducción literaria no parece quejarse Claudio Magris, pero sí de aquella que rompe a ratos el discurso emotivo de sus consideraciones sobre la escritura y el mundo contemporáneo. “Es como si una declaración amorosa se interrumpiera constantemente” —confiesa al público que asiste al Encuentro con… un italiano universal, nacido en Trieste en 1939, germanista, traductor, crítico de arte, narrador y ensayista.




La música de la vida

¿Será que la utopía es inviable para Magris, ante el desencanto propio de un mundo cuya crisis es harto visible?

Utopía y desencanto, estas dos palabras empleadas para titular mi libro, nos son una oposición como si el desencanto destruyese a la utopía. Son dos elementos solidarios que van muy unidos. En el siglo XX, pasado, hemos visto caer muchas utopías, proyectos de cambiar el mundo, de crear un nuevo mundo, más justo, más libre, sin opresión… Pero una utopía que se presenta como la receta perfecta para crear un paraíso, es ciertamente una utopía fallida. El desencanto, los errores que cometemos en nuestro camino, en nuestro proyecto político o social, en nuestras revoluciones… no deben esgrimirse como argumentos para renunciar al ideal de mejorar el mundo.

Se debe ayudar a transformarlo, desde la crítica y la autocrítica, y recordar que el mundo no es algo simple de administrar. Pero debemos salvarlo.

Todo mi libro es la tentativa de demostrar cómo la continua desilusión y desengaño que podemos sentir cuando nos sentimos huérfanos ante cualquier realidad que creíamos perfecta —ese desencanto—, nos debe ayudar a reforzar la utopía.

El ejemplo máximo es Don Quijote, ese personaje maravilloso de un libro antiguo pero modernísimo, que ve una bacinilla de barbero y cree que es el Yelmo de Mambrino, un objeto mágico y poético. Sin embargo, Sancho reconoce que es una bacinilla. Pero El Quijote, sigue creyendo su propia historia imaginaria, porque sin esa cuota de poesía, que anima de un sentido y un significado, la vida sería muy pobre e incompleta.

Por eso, Don Quijote es el símbolo de una utopía, porque nos prueba que para que la vida sea más rica, útil, noble y humana, debe estar llena de esa sensibilidad y ensoñación.

En la literatura podemos recordar La educación sentimental, de Flaubert, quien asegura que la vida no representa nada, pero el modo en que lo dice te hace sentir la música de la vida y contiene toda la nostalgia del significado de estar vivo. Eso vale individualmente, socialmente, políticamente…




Usted por momentos valida la identidad como un fenómeno necesario y de significación para el mundo contemporáneo; pero en otros se refiere a una identidad más colectiva y menos particular. ¿Cuál es por fin la identidad defendida por Claudio Magris?

La identidad es algo en perenne movimiento, para nada rígida e inmóvil. Es algo complejo que deviene en el tiempo y no ostenta una etiqueta rígida. Y es auténtica cuando la vivimos y aceptamos espontáneamente, y se transforma en algo peligroso cuando se convierte en una especie de ideología o distintivo. Porque la identidad nacional está alimentando a veces posturas ajenas a un pensamiento que se integra al mundo todo y lo toma en cuenta.

Por ejemplo, la identidad cubana es el resultado de una gran mezcla de otras culturas, y puede distinguirse; pero a pesar de ese elemento que aglutina, existen diferencias individuales. Debemos tomar en cuenta la diversidad que nos transmite el mundo en que vivimos.

Amo a Trieste más que a La Habana que es bellísima, por supuesto, desde mi tierra natal encuentro el modo de amar al mundo. Ahora, ser italiano o cubano no es por sí solo un valor. Por eso la identidad es la premisa para transformar el mundo.

Pero todo esto que digo es para los momentos en que una identidad no está amenazada. En el momento en que mi identidad nacional empiece a sentirse amenazada tendré la necesidad de defenderla, y el peligro estaría en que defendiéndola, ella se transforme en un valor absoluto o en un acto fanático, porque no podemos olvidar que la humanidad toda es siempre un valor superior.

Dante escribió en su tiempo que “nuestra patria es el mundo, como para los peces es el mar”, porque él aprendió a amar a su Florencia bebiendo el agua de su río Arno. Pero no debemos olvidar que el río desemboca en un mar que nos une y pertenece a todos.

El modo más exacto de expresar el concepto identidad está contenido en una hermosa parábola de Jorge Luis Borges, que empleo como epígrafe de mi libro Microcosmos. Borges habla de un pintor que comienza a pintar un paisaje y al final se da cuenta de que ha pintado su propio autorretrato, no porque había alterado el panorama natural, sino porque su retrato, su identidad, nuestra identidad, es el modo en que miramos al mundo, que dentro de nosotros asume sus variadas formas.

Dentro de esa diversidad que usted defiende para el fenómeno identitario, ha planteado la necesidad de que la Europa diversa se una. ¿Será esa la fórmula para el mundo futuro?

La situación europea posee sus características propias, como sucede con el continente latinoamericano. La dirección justa de este proceso debe ser el respeto absoluto a la diversidad, lo cual indica que no necesariamente todas las naciones coincidan en un estado. En Europa existe un delirio en eso de aspirar a una unidad a toda costa que considero peligrosa. Puede aspirarse a una unión política basada en el federalismo, pero con un gran respeto a las peculiaridades de los grupos que son más débiles, sobre todo económicamente que no pueden abandonarse a la jungla de la demanda y la oferta. Creo en una unidad de los estados basada en el respeto de la diversidad, que a su vez puede ser garantizada solo desde una sólida unión.

Parábolas de la historia

¿Por qué filósofos de la liberación como Dusell y Horacio Cerutti insisten tanto en la utopía como una necesidad para América Latina?1

Mi conocimiento del mundo latinoamericano ―debo reconocerlo― es limitado aunque reconozco que he estudiado mucho su literatura y ella no puede comprenderse obviando el contexto social. Y he leído más a los narradores que a los filósofos y científicos sociales.

Pero el sueño de la utopía es válido para humanidad toda. El mundo no es simplemente una cosa que podemos administrar, sino que debemos creer siempre en la posibilidad de cambiarlo. El alimento de una revolución es ese sentimiento vivo de que es posible cambiar el mundo.

En América Latina existen notables diferencias entre una nación y otra, pero poseen muchos elementos comunes. Forman parte de un continente relegado y expoliado, que llegó más tarde a la industrialización y, sin embargo, ha mantenido en alto el sentido de lo épico como en su literatura, que es la única grande de los últimos 50 años. Han escrito La Ilíada y La Odisea de esta región, y mantienen ese sentido de la utopía necesaria en el mundo moderno y posmoderno, ese componente quijotesco y grandioso de la épica latinoamericana.

Además, las condiciones políticas y sociales de muchos de estos países se tornan intolerables e inaceptables, por lo que se hace necesaria la utopía para apuntar a un nuevo orden de cosas.

El retraso político, social y económico ha estado acompañado de regímenes dictatoriales, impedimentos de una economía autónoma, no poder asumir la propia vida nacional presa y violentada por otros países o grupos de poder económico. Y esa es una buena base para utopía que nace con un NO de frente a la realidad.

Por qué nosotros los europeos centro-occidentales que poseemos una literatura antigua y diversa, hemos sentido la necesidad de la literatura latinoamericana. Por qué entre los libros que me han dado tanta vida, destacan Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, los de Guimaraes Rosa… Es una literatura de gran fuerza espiritual, que parte de un mundo muy diverso y con problemas muy diferentes a los de mi universo.

Nos ha probado que pudiera quedarse muy cómodo en la ensayística y en la reflexión sobre la realidad contemporánea. Pero ha escrito novelas imprescindibles para la narrativa italiana y ha afirmado que “la literatura le recuerda a la vida la posibilidad de salvar su caducidad individual”. ¿A qué se debe su insistencia en la ficción?

Alessandro Manzoni, un gran escritor italiano ha dicho algo más o menos así: Lo histórico es lo que documenta los hechos y los sucesos. El escritor, el poeta, deben inventar e imaginar cómo y por qué los hombres han protagonizado determinados actos.

La literatura da voz, no tanto a los grandes ilustres desaparecidos. Todos pueden hablar en ella. El conocimiento histórico no me dice aquello que la literatura, imaginando, inventando, es capaz de traducir.

La gran función de la literatura es hacernos entender la verdad social, económica, política, religiosa…mostrando el carácter de su existencia, cuando nos reinventa una manera de caminar, de comer, hacer el amor… Se trata de una parábola de la verdadera historia.

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