jueves, diciembre 27, 2007

LOS HOMBRES SENSIBLES, LOS REFUTADORES DE LEYENDAS Y LOS REYES MAGOS


LOS HOMBRES SENSIBLES, LOS REFUTADORES DE LEYENDAS Y LOS REYES MAGOS

Alejandro Dolina

Todos conocen la aguda polémica que suele encenderse en Flores cuando se
acerca el seis de enero.
Los Refutadores de Leyendas cumplen en esos días horarios especiales y
desatan una intensa campaña. Naturalmente, tratan de esclarecer a los chicos
acerca de la verdadera identidad de los Reyes Magos. Los más desaforados no
vacilan en afirmar que estos personajes no existen y que la eventual
aparición de juguetes sobre el calzado infantil es el resultado de sigilosas
maniobras de los padres, amparados en las sombras de la noche.
Sus argumentos hay que decirlo son bastante sólidos. El profesor Pedro Del
Moro los ha reunido y codificado en su libro "Los Reyes son los padres". Esa
obra, cuyo sólo título presagia revelaciones apocalípticas, comprende tres
grandes capítulos, cada uno de ellos con razonamientos de distinto color. El
primero se titula Testimonios. Cerca de doscientas personas cuentan
experiencias personales que abonan la tesis central del libro.
Transcribimos algunos fragmentos: ". Me costó dormirme. Siempre me pasaba
lo mismo en noches como aquélla. Ese año mis pedidos habían sido bastante
módicos. Un encendedor, una afeitadora eléctrica y una caja de lápices. A
medianoche me desperté sobresaltado: ¿Había puesto mis zapatos en el
pasillo? Me levanté para comprobarlo. Y entonces, en la penumbra del
pasillo, subrepticio como un ladrón hincado sobre mis viejos mocasines, vi a
mi padre con los regalos. Se levantó lentamente. Durante un largo rato nos
miramos con encono."
- De modo que así son las cosas -le dije.
- - - Déjame que te explique...
- - - No, papá -no me importó ser cínico-. Creo que ya es demasiado
tarde para explicaciones..."
Es probable que los berretines novelísticos del profesor Del Moro conspiren
contra el estilo expositivo que es deseable en toda obra de especulación
científica. Las otras historias del primer capítulo son -si bien se las
mira- todas iguales: sujetos que sorprenden a sus padres en situaciones
comprometidas, confesiones espontáneas de padres arrepentidos, trampas
preparadas de antemano y hasta fotografías reveladoras. El mas impresionante
es el caso de un joven estudiante de farmacia que habiendo entrado en
sospechas a causa del demasiado trato con las ciencias, amenazó a su madre
con un arma hasta que la pobre mujer reconoció sus usurpaciones.
En el segundo capítulo, Del Moro apela al sentido común. Básicamente
sostiene:
a) Que es por lo menos improbable que tres personas visiten todas
las casas del mundo en una sola noche.
b) Que también resulta difícil admitir que puedan acarrear en
sus bolsas centenares de millones de juguetes.
c) Que los regalos que amanecen sobre los zapatos el 6 de enero
parecen más paternales que reales, sobre todo en el precio.
Sobre la alfalfa que algunos niños dejan en el patio, Del Moro opina que es
ingerida por los padres, quienes de este modo no solamente serían los Reyes
Magos, sino también los camellos. El tercero y último capítulo es una larga
serie de consejos sobre la conveniencia de no fomentar ilusiones en los
niños y de explicarles todo, en términos amables pero rigurosamente exactos.
Los Hombres Sensibles de Flores, por el contrario, prefieren que los chicos
crean en los reyes, en las hadas y en el mundo de los sueños.
Por eso cada vez que se encuentran con un pibe le cuentan que hay ratones
que dejan dinero bajo las almohadas, si uno les pone un diente. O que el
hombre de la bolsa se lleva a quienes sienten repugnancia por la sopa. O que
soplando panaderos se consigue lo que uno quiere. O que pisando baldosas
rojas se ahuyentará al demonio. O que haciendo gancho con los dedos se
impide a los perros exonerar sus intestinos.
En la anual discusión de los Reyes Magos, los Hombres Sensibles acusan a los
Refutadores de Leyendas de obrar con el único propósito de ahorrarse el
regalo. A su turno, los Refutadores declaran que muchos pibes de Flores
fingen creer, aun siendo escépticos, al solo efecto de recibir un trencito o
una pelota. "Esta infame actitud -dice el profesor Del Moro en su libro- es
propia de niños perversos y mezquinos. ¿Que se puede esperar de quienes
venden su inocencia por una bicicleta?"
Los Hombres Sensibles tienen en esos asuntos algunos aliados indeseables.
Muchas personas que se jactan de su dulzura suelen cometer el desatino de
intentar la demostración racional del mundo mágico, para convencer del todo
a los chicos. Así, cada Navidad, docenas de pajarones se disfrazan de Papá
Noel (una ilusión gringa, les garanto). Otros hacen el Rey Mago y hasta
llegan a saludar y besar a sus sobrinos para que crean o revienten.
Desde luego, esto no debe extrañarnos en un mundo en que la gente cree
solamente en lo que se ve y se toca. No comprenden estas personas que es
cien veces más verosímil un personaje que no se ve jamás y tiene la
apariencia de nuestros sueños, que el chitrulo pintado de negro, que se ha
puesto el batón de nuestra abuela, se parece al tío Raúl y huele a cerveza.
Yo no creo que los chicos se traguen esos disfraces. En los tiempos de mi
infancia, la tienda Gath & Chaves solía exhibir en sus salones a los Reyes
Magos. Yo tenía 5 años, y aunque era bastante pavote, razonaba que se
trataba de tres impostores pagados por la tienda. No era posible que quienes
provenían del Barrio Celeste anduvieran tomando partido por la prosperidad
de una casa de comercio.
Manuel Mandeb en su estudio "Ilusiones eran las de antes" se queja de esa
tendencia a la garantía visual. Veamos: "...En estos asuntos el exceso de
pruebas es más sospechoso que la ausencia de ellas. Muchos niños han creído
en los Reyes hasta que los vieron. Lo único que hay que hacer es sembrar la
ilusión. Después ésta crecerá sola. Nada de disfraces ni payasadas. Si
insistimos en mostrar al niño todo aquello cuya existencia postulamos,
llegará un día en que el pequeño sabandija nos exigirá que le mostremos el
desengaño o un átomo o una esperanza Y como no podremos hacerlo, el tipo
reputará inexistentes a esperanzas, desengaños y átomos... "
No andaba desacertado Mandeb. Cuando uno ve películas de terror cree
firmemente en el monstruo hasta que lo ve. Entonces descubre que no se trata
del verdadero horror (que existe positivamente dentro de nosotros) sino de
un truco lamentable. Pero algunos párrafos más adelante, el pensador árabe
vuelve a caer -como tantas veces- en el desafortunado rumbo de los tomates.
Siguiendo con el criterio de no aportar pruebas concretas, Mandeb llega a
insinuar la conveniencia de suprimir el regalo de Reyes por considerarlo una
concesión improcedente: "... Así todo sería ilusión: los Reyes, su visita y
aun el regalo, del que podría hablarse, pero que sería imposible de ver y
tocar. Los niños correrían en monopatines imaginarios shotearían pelotas
soñadas, que son las mejores porque nunca se pinchan ni se pierden ni son
cortadas en pedazos por los vecinos intolerantes."
Mandeb pensaba, además, que la abolición de la recompensa ennoblecía la
creencia y -por otra parte- eliminaba injusticias: "Los chicos pobres son
capaces de sueños tan rumbosos como los de los príncipes."
Manuel Mandeb, como tantos Hombres Sensibles, creía realmente en los Reyes
Magos. Todos los cinco de enero ponía sus zapatones en la ventana de la
pieza de la calle Artigas donde vivió muchos años. Jamás le dejaron nada, es
cierto. Pero el hombre suponía que esto obedecía a su conducta, no siempre
intachable. En los días previos, las viejas del barrio creían notarlo amable
y compuesto. Quizás no eran suficientes esos méritos de compromiso, No es
fácil engañar a los Reyes.
Muchos de sus amigos sintieron alguna vez la tentación de dejarle algún
regalito. Pero no quisieron engañarlo. Ellos también esperaban con él. Y
hacían fuerza para que alguna vez apareciera aunque más no fuera un
calzoncillo. Nunca ocurrió nada, pero la fe de los Hombres Sensibles de
Flores no se quiebra fácilmente.
¿Qué virtud encierra creer en lo evidente? Cualquier papanatas es capaz de
suscribir que existen las licuadoras y los adoquines. En cambio se necesita
cierta estatura para atreverse a creer en lo que no es demostrable y -más
aun- en aquello que parece oponerse a nuestro juicio. Para lograrlo hay que
aprender -como quería Descartes- a desconfiar del propio razonamiento. Por
supuesto, en nuestro tiempo cualquier imbécil tiene una confianza en sus
opiniones que ya quisiera para sí el filósofo más pintado.
La incredulidad es -según parece- la sabiduría que se permiten los hombres
vulgares. Nosotros resolvimos apostar una vez más por las ilusiones. Por eso
hicimos nuestras cartitas, pusimos nuestros enormes y pringosos zapatos en
las ventanas, en los patios y aun en los jardines. Y el seis de enero
recogimos nuestros sencillos regalos y se los mostramos a los vecinos.
- Mire lo que nos trajeron los Reyes.
Algunos Refutadores de Leyendas nos miraban con envidia, silenciosamente.


Extraído de "Crónicas del Ángel Gris"
de Alejandro Dolina.

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