martes, febrero 15, 2011

Historias compartidas de la patria americana

A propósito del coloquio por el Bicentenario
de la independencia del Nuevo Mundo


Salvador Salazar • La Habana

Fotos: Víctor Junco (La Jiribilla)


América está de fiesta. Los pueblos al sur del Río Bravo celebran dos siglos de independencia, el inicio de las gestas libertarias que terminaron con la hegemonía española en tierras de ultramar. Dos siglos han pasado en los que nuestro continente transitó de la adolescencia a una juventud todavía incipiente: caudillismo, guerras civiles, dominio irrestricto de compañías trasnacionales, golpes militares, revoluciones frustradas, divisiones internas, racismo entre pueblos hermanos. América y los americanos estamos en busca de una segunda independencia. Llegamos a este Bicentenario, como José Martí hace ya tanto, encomendándonos a Bolívar, cuyo principal legado, la unidad americana, no se ha sabido del todo aprovechar. El continente solo será fuerte y próspero en la medida que logre integrarse, asumir el hecho de compartir una cultura y una historia común.

Aunque el proceso de independencia continental tiene importantes antecedentes en las luchas de los pueblos originarios contra el invasor extranjero, es la revolución de los esclavos haitianos la que produce un cisma en la historia del colonialismo europeo en tierras del Nuevo Mundo. En opinión del profesor haitiano Michel Héctor, los sucesos de 1791 resultaron paradigmáticos para el posterior desarrollo de la gesta independentista americana, pues se trató de la primera revolución mundial de “los de abajo”, en oposición a las revoluciones europeas, donde las elites políticas desempeñaron un rol esencial.

Con su lucha por la libertad, los esclavos de la antigua colonia francesa se enfrentaron también al sistema mundial de dominación colonialista, basado entre otros aspectos en la trata negrera y la economía de plantaciones. En calidad de primera nación libre de América Latina, Haití acogió en su territorio a varios de los próceres de la independencia americana como Miranda, Sucre y el propio Bolívar. Cultivar este legado, recordó Héctor, es la única manera de transformar el presente.

El proceso de emancipación de los antiguos virreinatos españoles no podría entenderse sin tener en cuenta la situación de la antigua Metrópolis. En opinión de Aurea Matilde Fernández, profesora de la Universidad de La Habana y Premio Nacional de Ciencias Sociales 2008, en España comenzó el siglo XIX histórico con la derrota en la Batalla de Trafalgar (1805), la cual aseguró la hegemonía inglesa sobre los mares del mundo y, por tanto, el consiguiente debilitamiento de los lazos entre la Península y el continente americano a través del puente Atlántico. A lo largo de esta centuria la Metrópoli perdería sus dominios en América, y terminaría el siglo en 1898 con la Batalla naval en el puerto de Santiago de Cuba.

Con la invasión de las tropas napoleónicas en 1808, la península ibérica entra en el ciclo de las llamadas revoluciones burguesas, iniciadas en Inglaterra, las cuales tuvieron a Francia como ejemplo cimero. Los antiguos reinos españoles, unidos bajo una misma corona desde los Reyes Católicos pero fragmentados en diversos sentidos, ganaron en cohesión para enfrentar la amenaza del ocupante francés. Sin embargo, a falta de un gobierno centralizado los territorios españoles tanto peninsulares, como de ultramar, desarrollaron las llamadas “juntas locales”, germen en nuestro continente de la posterior independencia.

Como expresara la investigadora cubana María del Carmen Barcia, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2003, las conmemoraciones —y en este caso el Bicentenario— constituyen un excelente pretexto para debatir en torno a diversos temas, y sobre todo intentar deconstruir los estereotipos que va tejiendo muchas veces la historia en torno a un determinado tópico. En opinión del académico venezolano Luis Britto, gran parte de la historiografía relativiza la contribución de la independencia americana a la historia mundial, un aporte constante que se remonta a la llegada de los españoles al Nuevo Mundo. Lo que Marx denominó “acumulación originaria del capital”, base económica de la modernidad, solo pudo ser posible a través del saqueo de metales preciosos en las minas americanas. La plata del Potosí, el oro mexicano y otros metales preciosos extraídos del suelo americano financiaron la hegemonía española en Europa durante 200 años, y más tarde fueron la base de los sucesivos momentos de esplendor de Holanda, Francia e Inglaterra.

América, entre otros aspectos, contribuyó también decisivamente a encauzar el debate entre la intelectualidad europea en torno a las relaciones entre civilizaciones diversas. Desde las polémicas acerca de la “humanidad” de los aborígenes a la idea del “buen salvaje”, las sociedades comunitarias americanas relanzaron la utopía, el ideal de un mundo mejor.

Sin embargo, es en el movimiento de independencia americano donde podemos encontrar los aportes más trascendentes. Luis Britto señala entre ellos el principio de la República como paradigma político universal. En un siglo XIX donde la monarquía se consideraba la fórmula habitual, Simón Bolívar se opone a la presencia de “testas coronadas” en el Nuevo Mundo, que traerían a nuestra región las habituales luchas dinásticas europeas. Entre los aportes de la emancipación latinoamericana a la historia mundial se encuentra también el principio de la soberanía popular y la limitación de poderes.

Britto insiste en rebasar lo que considera un “mito” de la historiografía contemporánea, el hecho de pensar la independencia de América Latina solamente como una cuestión formal. Si bien es cierto que después muchas de estas ideas fueron barridas por las oligarquías en el poder, “los próceres fundaron estas repúblicas con El contrato social, de Rousseau bajo el brazo”. Establecieron además como principio político la emancipación de los esclavos y de los pueblos indígenas, así como adscribieron todas las propiedades del subsuelo a los gobiernos republicanos, lo que se puede considerar como la primera nacionalización del continente. Estos procesos emancipatorios lograron “naturalizar” a las revoluciones, desde entonces se considera una práctica común la transformación de un orden injusto. En lo que Bolívar denominó “la liberación de la cuarta parte del mundo” podemos encontrar los antecedentes de los procesos de descolonización que sacudieron al planeta en la segunda mitad del siglo XX.

Otro de los mitos recurrentes a la hora de enfocar el siglo XIX americano, es la aparente tranquilidad de Cuba, que permaneció bajo el dominio español durante un siglo más que sus hermanos de América continental. Según explica María del Carmen Barcia, la idea de una Cuba “siempre fiel” fue un slogan concebido por los sectores más conservadores de la oligarquía isleña. Debido a su cercanía con Haití, fue en la Isla donde más influencia tuvo la revolución de los esclavos, antecedente importante como ya hemos visto, del proceso emancipatorio continental. Por esos años, la Mayor de las Antillas acogió cerca de 17 mil refugiados procedentes de La Española, muchos de ellos de origen francés, que contribuyeron a diseminar el germen ilustrado, sobre todo a partir de las logias masónicas.

Como producto también de la Revolución de Haití, Cuba despega desde el punto de vista económico, al punto de que por primera vez no tiene que ser subsidiada por la Metrópolis a través de México. La población de origen africano también creció aceleradamente en esos años (un 13% entre 1792 y 1827), una cifra elevada si se compara con el aumento de los pobladores de raza blanca en igual período (2,2%). “Ni siempre fiel ni tranquila”, asegura la profesora Barcia, ya que en estos años la Isla fue sacudida por sublevaciones de esclavos y conatos independentistas, a lo que se suma la gran decepción que significó para la corriente reformista el fracaso de la constitución de Cádiz.

El proceso independentista americano no solo resulta motivo de reflexión y polémica para los historiadores y políticos contemporáneos. Sus protagonistas escribieron acerca de la revolución en curso, tema al que se refiere el sociólogo y ensayista argentino Horacio González. De modo general la producción literaria de los próceres está en su mayoría signada por la contingencia, el hecho de escribir sobre un proceso en marcha. Sin embargo, González distingue entre la prosa abierta de hombres como Bolívar y José Martí, y un estilo mucho más encubierto propio de la zona meridional de Sudamérica, donde destaca el caso de Mariano Moreno, secretario de la primera junta independentista del Río de la Plata.

Para nosotros la patria es América

Auspiciado por la editorial de Ciencias Sociales, el coloquio “Bicentenario, una historia compartida” acogió a historiadores cubanos y de América Latina en la Casa del ALBA, moderados por el historiador cubano Alberto Prieto. Fue este también momento propicio para presentar el texto Para nosotros la patria es América, un regalo del pueblo y gobierno bolivariano al público lector de Cuba en el contexto de la Feria Internacional del Libro. El texto, presentado por Pedro Calzadilla, viceministro de Cultura de la nación bolivariana, y Luis Britto, Premio ALBA de las Letras 2010, recoge 30 documentos de Simón Bolívar, padre de la independencia continental.

“Bolívar se opuso a los divisionismos”, expresó Britto, “estaba en contra de las republiquitas”. El intelectual venezolano recordó que América es una nación extendida sobre más de 200 millones de kilómetros, que solo puede entenderse como una “empresa continental” hermanada por la cultura. Por su parte, el viceministro Calzadilla, insistió en la necesidad de recuperar entre los americanos el legado de Bolívar de la integración regional, un principio innegociable a su juicio del proceso bolivariano. “Hemos bajado a Bolívar de las estatuas de Venezuela, lo hemos sacado de los palacios muertos. Bolívar anda con nosotros por las calles de Caracas”, expresó.

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