martes, febrero 15, 2011

Daniel Chavarría Un paso más acá de la leyenda



Eduardo Heras León • La Habana

Foto: R. A. Hdez.


Estimados amigos:

Hace más de 32 años, en 1978, la literatura de la década de los 70 fue sacudida por una explosión de creatividad que removió desde sus cimientos el gris y agobiante panorama cultural en el que estábamos inmersos. El detonante fue una novela, Joy; su autor un desconocido rioplatense de nombre Daniel Chavarría, que resultó ser un docto profesor nada menos que de Latín, Griego y Literatura Clásica en la Universidad de La Habana, y esta era su primera novela. Ahora, con el distanciamiento de más de 30 años, tal vez sea posible revelar lo que Joy significó para los escritores jóvenes que éramos, y lo que representó para la literatura cubana de aquella época y particularmente para el llamado género policial.

Por esos años, había surgido con mucha fuerza la literatura policial, inaugurada después del triunfo de la Revolución, por Enigma para un domingo, de Ignacio Cárdenas Acuña, y apenas con un escaso puñado de novelas, un corpus de miseria, algunos teóricos trasnochados y otros mal intencionados, comenzaron a divulgar con ridícula estridencia, la aparición de un fenómeno nuevo que, intentando imitar la inimitable labor del Ballet Nacional de Cuba, bautizaban como "escuela cubana de literatura policial". Era la época de las "escuelas cubanas": las hubo de guitarra (inmediatamente desmentida por el propio Leo Brouwer), de kárate do, de piano (a partir de la labor de intérpretes como Frank Fernández y Jorge Luis Prats), hasta de bongoseros y, claro, no podía faltar la dedicada a este fenómeno relativamente nuevo en nuestra producción literaria (aunque había antecedentes en algunos cuentos de Lino Novás Calvo y varias novelas de Leonel López Nussa, muy influidas por la literatura policial norteamericana de aquellos años).

Aquella "escuela cubana de literatura policial" arribó rápidamente a un callejón sin salida: argumentos similares y previsibles, técnicas de investigación rudimentarias, obligada participación colectiva léase, en muchos casos, el aporte de la viejita del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) que colaboraba en las investigacionesy, en general, una factura literaria de escasos valores formales y técnicos. Apenas unos años después, luego del interés inicial por lo novedoso, nuestra literatura policial languidecía lo mismo que sus autores en los vastos pabellones del olvido.

De esa esclerosada situación vino a rescatarla esta singular novela, que para nosotros resultó una sorpresa: aquella obra no se parecía en nada a las publicadas en esos años, desarrollaba un argumento de suma complejidad, estaba narrada con una maestría impropia de una primera obra de ficción, empleando profusamente diversidad de recursos formales y técnicos y, además, lo que nos pareció un verdadero acontecimiento literario: no era una novela típicamente policial. Era sencillamente otra cosa: que recordáramos, era la primera novela de espionaje en lengua española: Joy, y ese es uno de sus grandes méritos histórico-literarios, terminó con el monopolio anglosajón de la novela política de aventuras. Esa condición nos conquistó. Por supuesto que no era una novela perfecta. El propio Chavarría se ha encargado de aclararlo: "Joy era de fuerte contenido político, una novela muy romántica, muy ingenua, escrita por alguien que comenzaba a hacer sus pininos en la literatura". Yo podría añadir que cuando la leímos por primera vez nos pareció que el mayor Alba, su protagonista, biólogo, científico, karateca, políglota, oficial de la Seguridad, era un ser casi perfecto, inverosímil. Y, sin embargo, en una conversación que tuvimos a propósito de esta novela, Luis Rogelio Nogueras, me dijo: "Chino, a pesar de esos defectos, Chavarría va a ser nuestro Frederick Forsythe". Creo que el tiempo le ha dado la razón.

A partir de esa primera novela, Daniel se convirtió en nuestro más prolífico narrador, el más premiado (creo que se ha ganado todos los premios del mundo), y posiblemente el más popular: 13 novelas después, el balance de su obra es deslumbrante: sus novelas no son novelas policiacas strictu sensu; son en primer lugar, como pedía Raymond Chandler, buenas novelas, además de policiacas. Para nadie es un secreto todos los prejuicios que existen contra el género policial (lo que también ocurre con la ciencia ficción): muchos los consideran subgéneros o géneros menores en comparación con la obra narrativa "seria", "normal". Cuando alguna novela policial o de ciencia ficción recibe un premio en concursos no especializados en ambos géneros, una especie de corrientazo recorre el mundillo intelectual. Esto ocurrió sobre todo con la primera experiencia de este tipo: en 1978, Luis Rogelio Nogueras obtuvo el Premio UNEAC con su novela Y si muero mañana, con un jurado presidido por José Soler Puig. Poco después, Soler me confesó que él traía bajo el brazo la novela de un santiaguero que pensaba proponer como premio, pero que la alta calidad de la novela de Wichy lo había conquistado. Unos años después, en 1993, Leonardo Padura repetiría el galardón con Viento de cuaresma, con un jurado en el que se encontraba el que les habla. Estos fueron antecedentes, pero recuerdo que cuando El rojo en la pluma del loro obtuvo el Premio Casa del año 2000, un escritor, no muy amigo del tema policial en la narrativa, me comentó: "Que Wichy con una novela policiaca se haya ganado el UNEAC en los 70, pasa; que Padura, con otra novela policiaca haya repetido el UNEAC en los 90, vuelve a pasar; pero que ahora Chavarría, con otra novela policiaca se gane nada menos que el Casa, es más de lo que puede pasar".

Y, sin embargo, pasó. Este creador cubano nacido en Uruguay, que no se sonroja para decir: "Yo, honradamente, trato de escribir cosas inteligentes; no soy un culterano; trato de hacer una literatura que esté al alcance de amplios sectores de la población. Pero con dignidad, sin caer en la estúpida lógica mercantilista", posee a mi juicio tres cualidades excepcionales que lo han convertido en el gran novelista que es (y empleo el adjetivo grande con toda intención y pleno conocimiento de causa): la más sorprendente imaginación, una vasta cultura y un talento narrativo a prueba de balas: la cultura que despliega en El ojo Dyndimenio o El ojo de Cibeles, imaginando una trama policiaca en la Grecia de Pericles, en pleno siglo V; traer a la Ciénaga de Zapata personajes de la Rusia zarista (¡ah, qué maravilla las escenas con Rasputín!), que van a dirigir un burdel en La Habana y mezclarse con delincuentes cubanos y, mostrar, en La sexta isla (que es para mí, y lo he dicho en varias ocasiones, una obra maestra), en un verdadero tour de force, un manejo lingüístico sorprendente del español antiguo, y a la vez, desarrollar una compleja estructura basada en varias historias, aparentemente sin conexión para luego, de mano maestra, hacerlas desembocar en un final único. Y así, ese talento también se revela en el empleo de disímiles técnicas y procedimientos narrativos, un lenguaje rico en giros coloquiales, tan presentes en los notables diálogos, que Chavarría maneja con amplio dominio, sin que por ello sus novelas que se agrupan en tres vertientes fundamentales: novela política de aventuras, novela histórica y novela picaresca pierdan un ápice de su atractivo e interés para los lectores, atrapados, como dice Daniel, "entre la putería y el policiaco".

En las novelas de Daniel Chavarría, y ese es también un mérito indiscutible, está como telón de fondo, La Habana de fines del siglo XX, con sus personajes típicos, verosímiles, redondos, como quería Forster, no hechos de una sola pieza, sino llenos de claroscuros, ángeles y demonios al mismo tiempo, que es la materia con que estamos hechos todos, con su respiración sincopada, con su problemática cotidiana, donde la sobrevivencia económica es casi una profesión de fe.

Absoluta razón tuvo el jurado del Premio Nacional 2010, cuando señaló que la obra de Daniel Chavarría ha sido capital en la renovación de la novela policial en el ámbito hispanoamericano: pocas veces un premio como este ha sido más merecido.

No quiero terminar estos párrafos cuyo único mérito es que reflejan la profunda admiración que siento por Daniel, de quien soy casi su presentador oficial, pues varias han sido las presentaciones que he hecho de sus libros, y que culminan con el honor que me ha concedido al pedirme estas palabras, sin añadir algo que todos ustedes saben: la vida y la obra de Daniel Chavarría se confunden con algo parecido a la leyenda: este eterno trotamundos, cerrajero en un barrio marginal de Hamburgo, guía del Museo del Prado, buscador de oro en el Amazonas, militante comunista en Uruguay, colaborador de la guerrilla en Colombia y que secuestró una avioneta para exiliarse en Cuba, donde ha sido traductor de alemán en el Instituto Cubano del Libro y profesor de Latín, Griego y Literatura Clásica en la Universidad, es, además, y así lo recordaremos siempre, uno de esos seres nacidos para hacer felices a los demás no solo mediante la palabra escrita. Porque de algo sí estoy completamente convencido: tal vez Chavarría no sea el más grande de los novelistas cubanos, pero sí es el más simpático de todos.

Gracias.

La Habana, 10 de febrero de 2011

Palabras de elogio leídas a propósito de la entrega del Premio Nacional de Literatura a Daniel Chavarría en la Feria Internacional del Libro 2011.

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