domingo, noviembre 15, 2009

Luis Pescetti: Leer en una cultura de pares



10/11/2009
Al igual que un inmigrante en un nuevo país, un niño se introduce al mundo con una mezcla de resistencia y necesidad.

Piensen en ustedes mismos como inmigrantes o, más fácil, piensen en ustedes si les presentan a la familia de su novia, sus suegros y cuñados. Que los saluden y les digan: “Mi amor, te vamos a transmitir nuestras costumbres”.

Charla de Luis, como presidente del Jurado del Premio Vivalectura 2010
(Fundación Santillana, Organización de Estados Iberoamericanos, Ministerio de Cultura y Educación, Argentina)

“Comprendo bien la resistencia de los intelectuales a ver su pensamiento reducido, en consecuencia transformado, por las exigencias mediáticas. Es legítimo. Sin embargo, en muchas otras clases de circunstancias, académicos y filósofos practican una escritura opaca, lo que podría justificarse por una concepción del mundo jerárquica, elitista (guardar nuestros secretos entre sacerdotes iniciados), pero no si se adhiere a los principios del humanismo democrático.

Si mi doctrina me dice que hay que tratar al otro como a un sujeto, comparable al sujeto que soy yo, entonces nada justifica que me reserve una posición de privilegio en mi discurso, ayudando por un vocabulario hiperespecializado o por una sintaxis alambicada (… ) Escribir con la mayor claridad posible es una de mis reglas de higiene.”

Tzvetan Todorov (Deberes y delicias, FCE)

Recibí un correo que me informaba que mi charla debía durar 400 minutos. Asumí que era un error y que debían ser de… 4 minutos. Al tiempo llegó otro mail aclarando que esperaban una ponencia de 40 minutos… pero, en ese lapso, ya había considerado que no podía ser una charla de sólo 4 minutos, y preparé la que traje, la de 400 minutos. Pónganse cómodos.

Uno de los mitos sobre la infancia afirma que los chicos son caprichosos.
No es así, toleran menos las frustraciones, que no es lo mismo.

Si entendemos por capricho una conducta errática, inesperada, a la que cuesta encontrarle justificación o sentido, los niños son lo menos caprichoso que se pueda hallar.

Eso que los adultos llamamos “fantasía del mundo infantil” es sólo su mejor explicación disponible en ese momento, y puede que nos resulte graciosa, pero para ellos va muy en serio. Ese niño que le pide un juguete a su madre y, cuando ella se justifica diciendo que no tiene dinero, él replica “Pues, vamos al banco y lo sacás”, está dando su mejor teoría hasta ese momento, la mejor explicación del mecanismo. Luego la reemplazará por otra, y luego por otra, y así construye su mapa del mundo.

Viven sedientos de congruencia. Esperan y necesitan que su mundo, y el mundo que rodea a su mundo, sea previsible, responda a leyes y reglas que se pueden aprender y que se cumplan.

El caos les asusta, y la hipocresía les repugna o desconcierta. Si los adultos con los que crecen tienen conductas caprichosas, se angustian, se asustan o enferman, según la gravedad de lo que ocurra.

Los niños se enfrentan a noticias en torno a elecciones, manejos de poder, de justicia, y reclamos de legitimidad, escenas de violencia.

Mal podemos pedirle a los chicos que aprendan y respeten reglas cuando ellos ven que “en el mundo real” éstas se saltean y, a veces, desde las mismas instituciones.

¿Qué vamos a hacer si los niños leen?

¿Deberíamos decirles: “Te dije que leyeras, no que te enteres”?

Pues cuanto más lean, más se van a enterar.

La verdad es que, aunque no lean, les llegan las contradicciones del mundo adulto y, lamentablemente, ellos, como muchas veces hacemos los adultos, cuando ven ese panorama, arrojan el agua sucia y el bebé.

Es decir: pocas veces creen que las instituciones, los funcionarios, los modelos de empresarios son perfectibles, las más de las veces los cuestionan tan radicalmente que terminan no creyendo en nada.

Y cuando un niño no cree en nada queda expuesto a demasiados peligros.

Cuando trabajo con humor, y cuando escribo, trato de luchar contra el desencanto, y por la identidad.

Que algo esté mal, no quiere decir que todo está mal, que un funcionario no sea honesto no quiere decir que todos son iguales, que fallen algunas leyes, no quiere decir que las leyes son inútiles. Y así transmitirles valentía y paciencia, que estamos en un mundo en construcción.

Tuve la suerte de que el éxito y la fama que admiraba, implicaban trabajo, vencer frustraciones, y asumir riesgos.

Cuando vemos que la propaganda y tantos modelos de radio, televisión proponen un éxito fácil, sabemos que los engañan. El bombardeo de ejemplos de éxito fácil es enorme; fama fácil, éxito en quince minutos, fama por quince minutos.

Demostrarles a los niños y jóvenes las consecuencias del éxito y la fama fácil, así como la masa de frustración y pánico a fracasar que crean esos conceptos de fama rápida, implica una demandante persistencia.

Para mí no hay otra tarea que valga tanto la pena. Y si no lo hiciera sentiría que los abandonamos, dejándolos huérfanos frente a una mentira, que no los defendemos al no advertirles.

Todo eso tiene que ver con el desencanto.

Cuando digo “por la identidad” me refiero a que hay una manera de hacer trabajo cultural que incluye a quien hace de público, de audiencia, y hay una manera de hacer cultura que lo excluye, que sólo busca admiración, seguidores, que es cerrada, y que es otra forma de ejercicio de poder.

Hay una manera de hacer teatro que incluye al espectador, ya sea por el tema, por el lenguaje, por el costo del ticket, por muchas razones: lo incluye. Y hay maneras de hacer teatro, que son excluyentes.

Hay una manera de hablar de pintura, de hacer danzas, de estar en la música , sean clásica, jazz o cualquier otra, porque hasta hay una manera de hacer rock, que es elitista. Y hay una manera de hacer todo eso mismo, incluyendo a los demás.

Cuando le acercamos un libro a un niño, según cómo lo hagamos produciremos un hecho u otro. Lo peor, en ese caso, no es quien se acerca de esa manera, sino toda una estructura social que convalida eso. Desde ciertas instituciones hasta los temas de los suplementos de los periódicos, las conferencias de muchos académicos y artistas. Toda esa estructura lo convenció a priori y quien recibe ese mensaje lo hace creyendo que lo suyo no es la cultura.

Ahí es donde creo que les han robado identidad, cuando aceptan que la cultura “es un bien ajeno, de otras personas, que ocurre en otro lado”. Dado que la cultura forma parte de nuestra identidad, si alguien nos miente o desinforma en eso, lastima nuestro derecho a la identidad.

Todo trabajo cultural debería comenzar a dos puntas, por una parte reconocer nuestras costumbres cotidianas, diálogos, ropa, gustos musicales, historias familiares, comidas, como cultura; y por la otra punta: aprender de otras, con lecturas, trajes, bailes y comidas.

Una de las preguntas que más se repiten en los reportajes es sobre las diferencias entre los niños de uno y otro país. Siempre respondo que las grandes diferencias están entre los niños de zonas urbanas y de zonas rurales; entre los niños de barrios acomodados y de zonas marginales. Y que esas diferencias son más fuertes que las de país a país.

Podríamos acercarnos a los niños y ayudarlos a ver en qué los volvió eficaces su propia cultura, porque si hay algo que a los niños les interesa es ser eficaces en el mundo, más casi que cualquier otra cosa.

De qué los armó su cultura, qué les mostró que era importante y qué no, qué les enseñó. Y ahora veamos a los de otro barrio, a los del centro, a los de la capital, ¿qué aprendieron ellos? ¿En qué son buenos?

Y por ese camino mostrarles que “cultura no es destino”, que así como nuestra cultura nos enseña, también puede encerrarnos. Que quizás haya deseos que no se satisfacen en nuestra cultura, que eso no es traición, o que queremos tomar un poco de ésta y un poco de esta otra. Y que el mejor conocimiento del mundo al que podemos llegar, al menos sin viajar, es a través de los libros, de internet, de las revistas… y a esa altura ya estamos leyendo.

Hay personas a las que les gusta empezar por lo cercano, y a otras por lo lejano. No estoy seguro de cómo combinar esas dos experiencias en un mismo salón de escuela; pero unos elegirán conocer y comprender cómo llegó su familia a esa zona, por qué se eligieron los padres. Y otros preferirán leer la vida un niño que es mago, y que vive en Inglaterra. Las dos están bien.

Unos querrán leer sobre una experiencia que han vivido, un problema que los acucia en ese momento, y otros preferirán historias para distraerse. Las dos valen.
El modelo es: que el modelo se construye y debe empezar por nosotros, con nosotros.
Si fuéramos recién inmigrados y nos reciben presentándonos los exitosos modelos de su elite, lo más seguro es que sentiríamos rechazo o recelo.

Depende cómo nos lo mostrara, si lo hace conmovido, y nos lo comparte como un amor personal por esa obra, seguramente estaríamos más dispuestos a aceptarlo. Si lo hace porque así piensa que nos civiliza, como quien nos prepara, nos desinfecta para que no contaminemos su sociedad, pues vamos a sentir enojo con su modelo, vamos a querer vengarnos por esa ofensa. Lo mismo le ocurre a los niños.

S se acerca imitando maneras muy toscas, chistes burdos, riéndose de las costumbres locales, también vamos a desconfiar. Sabemos que nadie se burla de buenas a primeras de la propia sociedad ante extraños. “Este nos habla así porque nos toma por brutos”, sospecharíamos.

Pero si alguien, en este delicado juego de equilibrio, se acerca con verdad y “verdad” en este caso quiere decir “que cree en lo que hace”, si alguien se acerca creyendo honestamente en esas clases que da, si no nos toman por ignorantes, ni por extraños que hay que desinfectar, sino por lo que somos: personas diferentes, recién llegadas, con necesidad de aprender lo que serán nuestras nuevas reglas, y con nostalgia por la tierra que hemos dejado, seguramente nos tocará.

Eso mismo, exactamente eso, les ocurre a los niños y jóvenes, no llegan de la nada. No llegan siendo nadie.

Un niño que llega a la escuela ya es un espectador muy entrenado, ya vio mucho en muchos lenguajes diferentes. Aprendió a descifrar música, pantalla de tv, de computadora, diálogos de padres, hermanos, ironías entre mayores, risas y burlas entre ellos, situaciones familiares. Aprendió a descifrar muchos códigos, de relación, códigos de narraciones reales o de ficciones. Viene de una historia, y con mucho entrenamiento en decodificar.

Si ustedes debieran trabajar para integrarlos, ¿por dónde empezarían?

Quizás por lo que traen, quizás por lo que deben incorporar. Cada uno debe desarrollar su estrategia. Quizás un poco y un poco. Cada uno sabe, pero eso sí: estrategia, afecto, respeto en la relación. No van a sumarse obedientes.

Al igual que un inmigrante en un nuevo país, un niño se introduce al mundo con una mezcla de resistencia y necesidad.

Piensen en ustedes mismos como inmigrantes o, más fácil, piensen en ustedes si les presentan a la familia de su novia, sus suegros y cuñados. Que se los presentan y les dicen: “Mi amor, te vamos a transmitir nuestras costumbres”.

Y luego, cada uno sabrá, pero me parece que es mejor no pensar como suegro o como cuñado, sino cómo nos sentiríamos nosotros, si somos los nuevos, y así acercarnos a los niños, que llegan inmigrantes a nuestro mundo.

A veces se espera de un plan de lectura, o de la lectura en sí, que transmita valores, “un plan nacional de valores”. Y ahí se empieza a complicar el proceso porque lo que se propone como valores, en esos casos, en realidad son los ideales de sociedad, de país, de persona; y, además, de manera acrítica.

Si nos dicen “la amistad es un valor a promover”, está bien, coincidimos. Pero si dicen: “Hable de la amistad, proponiendo un cuento entre dos amigos que nunca se pelean, y que sea con una historia edificante que muestre emociones bellas”. Ahí se mezcló el valor, con el ideal de amistad, y con la estrategia: cómo nos gustaría que fueran las cosas. El ideal, y eso no suele ser eficaz.

No es un problema no de valores, sino de estrategia de comunicación. Los niños no tienen la obligación de estar sedientos de lo que ni conocen, pero sí es nuestra responsabilidad ser eficaces al comunicarnos con ellos.

Imagínense que somos inmigrantes y que nos toca un profesor que nos habla de su país desde el punto de vista de su Carta Magna, del ideal de sí mismo. Lo que ocurrirá es que, si nuestro permiso de trabajo depende de un examen con él, pues responderemos lo que haga falta para aprobar; pero por supuesto que no lo haremos convencidos del contenido.

A los niños les ocurre lo mismo. Vemos las consecuencias de lenguajes acartonados, obsoletos: los chicos sienten que deben aprender reglas que no creen. Que esas reglas no son eficaces para el mundo real. Y así, muchas veces, sospechan que esos adultos que las transmiten fracasan en el mundo real.

Los niños nos cuestionan porque porque les pedimos que se suban a nuestro árbol. Necesitan cuestionar, así como nosotros sacudimos una rama para comprobar si nos aguantará cuando afirmemos nuestro pie.

Para terminar:

- Los niños exigen congruencia, eficacia, coherencia.

- Si les mostramos un modelo ideal, y luego ven que las reglas no se cumplen, o que esa explicación no les sirve para entender y desenvolverse en el mundo, no lo adoptan, se aburren, y dejan de creer en nosotros.

- Exigir un modelo ideal es el equivalente a hacer un abandono.

- Los actuales modelos de acumulación y éxito fácil muestran una ruptura de la relación entre esfuerzo y resultado.

- Chicos y jóvenes están expuestos al desencanto, la frustración y el miedo a ser perdedores en un mundo que perciben con reglas muy duras, para nada ideales.

- Hay que luchar contra el desencanto.

- Hay que fortalecer su identidad, al tiempo que los educamos abiertos a nuevas culturas. Parte de ese trabajo empieza por reconocer y valorar la propia cultura.

- Demasiadas veces desde la misma intelectualidad, y estructura cultural de una sociedad, se excluye, se hacen discursos oscuros, se esgrime la cultura como un bien de privilegio, una herramienta de poder.

- Cualquiera que vaya a una librería o vea televisión encontrará una sección de divulgación científica que es más amplia y atractiva que la de divulgación cultural, que la mayoría de las veces ni existe. Es llamativo que un científico acepte y se divierta haciendo divulgación científica con más frecuencia que quienes están en el campo de la cultura.

- Los niños y jóvenes son como inmigrantes en un mundo que los adultos somos ciudadanos. Imaginarnos como inmigrantes puede ayudar a acercarnos.

- Trabajar en base a ideales no es eficaz. En esta época donde el entretenimiento es una industria tan desarrollada, dónde la televisión está siendo desplazada por internet, y las narraciones audiovisuales son cada vez más atractivas y elaboradas, es ingenuo si pensamos sólo en valores, pero no en estrategias para comunicarnos.
Ellos esperan lo mismo que nosotros pediríamos de quien nos introduce a su país: que seamos coherentes;

que no mintamos;
que realmente creamos, que nos guste, lo que hacemos;
que sepamos más, pero que sepamos cosas importantes;
que no nos burlemos;
que los defendamos ante una injusticia;
que no pretendamos que todo es perfecto, pero que tampoco transmitamos desencanto;
que seamos eficaces en el mundo;
que tengamos paciencia con sus errores, pero que no dejemos pasar todo;
que no creamos que se tragarán cualquier sapo;
que no seamos híper-exigentes, pero que tampoco aplaudamos cualquier cosa;
y, por favor, que seamos todo lo divertidos que podamos.


Muchas gracias.
Luis Pescetti

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