Remedando el título de aquella hermosa obra del cubano Silvio Rodríguez, escribo estas líneas para responder a las medidas que Sarkozy y otros, quieren poner en marcha para evitar que podamos obsequiar a nuestros amigos con algo tan bello como una canción o un libro, pero no tengan que abonar un dinero.
Sé que las sociedades SGAE o la SACEM (equivalente francesa del predio del canario Bautista) velan, primero por sus intereses, luego por los de las compañías discográficas y las editoriales correspondientes, y en último lugar por los de los creadores que en ellas se inscriben. Es obligado recordar que dichos autores han firmado contrato con aquellas multinacionales, a veces por más de 10 años, y por un porcentaje en ocasiones miserable.
Y no es gratuito revelar y denunciar, por ejemplo, el descaro y la desfachatez de la cadena SER, propiedad de Polanco, que posee una editorial por la que percibe buena parte del dinero procedente de la programación de las canciones que se emiten sus emisoras nacionales e internacionales, cobrando parte de esos derechos de autor, que con tanta pasión y medidas de presión (impuestos, cánones, tasas, etc.), dicen defender sociedades como las mentadas.
Veamos: la Sociedad Española de Radiodifusión abona a la SGAE más de dos millones de euros anuales, por poder programar lo que le venga en gana, pero al final del año recibe mucho más dinero, ya que cobra buena parte del porcentaje que el autor otorga a la editorial, y ésta es propiedad de la SER.
Para dejarlo más claro. Un cantautor llamado X firma con la disquera Z y ésta quiere que las canciones del primero suenen en todas las emisoras de aquella. Solución: la cadena firma un contrato de co-edición con la empresa discográfica y se reparten los beneficios que genera el autor.
Otro ejemplo: el escritor Y tiene un libro estupendo que lanza R, editora del imperio mediático. Los críticos de esa empresa, sean de radio, prensa o televisión, están obligados a hablar bien de la obra en cuestión. Solo que el responsable del texto percibe, en la mayor parte de los casos, menos de 50 céntimos de euro, por la venta de cada ejemplar, que en los establecimientos especializados se vende a 14 euros o más.
De los derechos no derivados de la venta, la cantidad para el escritor no suele pasar del 7 por ciento. Ese chantaje en forma de contrato, apoyado y admitido por la SGAE o la SACEM, es el único camino del autor para que su libro vea la luz.
Sólo así se explican las inversiones multimillonarias que ese tipo de sociedades (suciedades, decimos algunos) colocan en la compra de edificios impresionantes, en los que trabajarán personas muy fieles, que se llevarán a casa un sueldo importante, por el simple hecho de ser intermediarios entre los creadores y quienes emiten, imprimen o proyectan las obras.
Dicen defender los derechos de autor, mientras lo que en verdad protegen y se niegan a perder, es su inmensa fortuna, derivada de la explotación del genio ajeno.
Y ahora, mi oferta. Como resultado de mas de cuarenta años de actividad profesional en radio, prensa, televisión y demás, he llegado a disponer de una colección de casi diez mil discos de todos los estilos, pudiendo obsequiar a mis familiares y amigos con aquella canción que siempre han buscado y jamás volvieron a escuchar.
Hoy, que la banda Sarkozy y sus Muchachos quieren intervenir los correos electrónicos, para evitar que, por ejemplo, alguien pueda enviar un simple tema musical, te brindo mi discoteca. Pídeme una canción, y si se encuentra en mis estanterías, prometo mandártela de inmediato como un regalo veraniego.
Te doy una canción, y digo patria.
Sé que las sociedades SGAE o la SACEM (equivalente francesa del predio del canario Bautista) velan, primero por sus intereses, luego por los de las compañías discográficas y las editoriales correspondientes, y en último lugar por los de los creadores que en ellas se inscriben. Es obligado recordar que dichos autores han firmado contrato con aquellas multinacionales, a veces por más de 10 años, y por un porcentaje en ocasiones miserable.
Y no es gratuito revelar y denunciar, por ejemplo, el descaro y la desfachatez de la cadena SER, propiedad de Polanco, que posee una editorial por la que percibe buena parte del dinero procedente de la programación de las canciones que se emiten sus emisoras nacionales e internacionales, cobrando parte de esos derechos de autor, que con tanta pasión y medidas de presión (impuestos, cánones, tasas, etc.), dicen defender sociedades como las mentadas.
Veamos: la Sociedad Española de Radiodifusión abona a la SGAE más de dos millones de euros anuales, por poder programar lo que le venga en gana, pero al final del año recibe mucho más dinero, ya que cobra buena parte del porcentaje que el autor otorga a la editorial, y ésta es propiedad de la SER.
Para dejarlo más claro. Un cantautor llamado X firma con la disquera Z y ésta quiere que las canciones del primero suenen en todas las emisoras de aquella. Solución: la cadena firma un contrato de co-edición con la empresa discográfica y se reparten los beneficios que genera el autor.
Otro ejemplo: el escritor Y tiene un libro estupendo que lanza R, editora del imperio mediático. Los críticos de esa empresa, sean de radio, prensa o televisión, están obligados a hablar bien de la obra en cuestión. Solo que el responsable del texto percibe, en la mayor parte de los casos, menos de 50 céntimos de euro, por la venta de cada ejemplar, que en los establecimientos especializados se vende a 14 euros o más.
De los derechos no derivados de la venta, la cantidad para el escritor no suele pasar del 7 por ciento. Ese chantaje en forma de contrato, apoyado y admitido por la SGAE o la SACEM, es el único camino del autor para que su libro vea la luz.
Sólo así se explican las inversiones multimillonarias que ese tipo de sociedades (suciedades, decimos algunos) colocan en la compra de edificios impresionantes, en los que trabajarán personas muy fieles, que se llevarán a casa un sueldo importante, por el simple hecho de ser intermediarios entre los creadores y quienes emiten, imprimen o proyectan las obras.
Dicen defender los derechos de autor, mientras lo que en verdad protegen y se niegan a perder, es su inmensa fortuna, derivada de la explotación del genio ajeno.
Y ahora, mi oferta. Como resultado de mas de cuarenta años de actividad profesional en radio, prensa, televisión y demás, he llegado a disponer de una colección de casi diez mil discos de todos los estilos, pudiendo obsequiar a mis familiares y amigos con aquella canción que siempre han buscado y jamás volvieron a escuchar.
Hoy, que la banda Sarkozy y sus Muchachos quieren intervenir los correos electrónicos, para evitar que, por ejemplo, alguien pueda enviar un simple tema musical, te brindo mi discoteca. Pídeme una canción, y si se encuentra en mis estanterías, prometo mandártela de inmediato como un regalo veraniego.
Te doy una canción, y digo patria.
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