Silvio Rodríguez en Miraflores.
© Víctor Casaus
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Niurka incorporó también un elemento
nuevo en estos conciertos de los barrios, que ya superan la treintena,
cuando ofreció una breve explicación sobre el instrumento que iba a
utilizar.
Las piezas interpretadas por el dúo y
por la jovencísima pianista inicial –y también, sin dudas, esos
comentarios didácticos de Niurka– reiteraron esa vocación integradora
que han tenido estos conciertos donde ha habido espacio y tiempo para la
canción trovadoresca como eje central seguramente, pero también para la
mal llamada música culta (con la propia Niurka y otras/os intérpretes),
el rock, la rumba, la canción en general… Entre los muchos artistas
invitados por Silvio para realizar el inicio de cada concierto han
estado creadores como Omara Portuondo, Santiago Feliú, Frank Fernández, Polito Ibáñez, Los papines,
conformando ya una lista extensa e intensa que es, a su vez, un
inventario de maravillas diversas. Un conjunto formidable de talentos y
saberes que llegaron hasta estos barrios para confirmar que la música,
en ese sentido, es una, y que los criterios sobre su receptividad no
debieran estar lastrados por concepciones cerradas y empobrecedoras.
Mozart en la periferia, cellos y violines sonando desde las tarimas
improvisadas y las complejas metáforas de “Ojalá” cantadas por estos
públicos únicos y diversos reafirman esas verdades. Y si fueran todavía
necesarias otras evidencias ahí estarían los aplausos del público de
Miraflores a los solos de tres de Maykel Elizarde y de flauta de Niurka
González.
En estos conciertos recientes también fueron entregadas colecciones de libros y publicaciones del sello editorial Ojalá, el Instituto Cubano del Libro y el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau a las respectivas comunidades. En estas ocasiones las destinatarias directas fueron dos escuelas primarias, la Fructuoso Rodríguez de Miraflores y la Torres Canals
de Centro Habana. Participar en esas entregas en casi todos los
conciertos realizados me ha permitido algo que agradezco mucho: ser uno
de los testigos/cómplices de esta iniciativa cultural creada por Silvio,
apoyada por otros artistas que ha invitado y concretada en la práctica
por el equipo de Ojalá, esos “invisibles, gente imprescindible la llamamos nosotros”, como comentó el trovador el domingo pasado en la calle Virtudes.
He visto –he vivido– la relación estrecha, particular, perteneciente que se establece en el proceso de llevar la cultura viva
a estos territorios. Lo he escuchado, como muestra de escepticismo (sin
duda con raíces en la experiencia vivida), a través de un vecino que se
preguntaba en uno de estos barrios: ¿un artista de la talla de Silvio
Rodríguez, venir aquí, a este lugar? Y he tenido la suerte de vivirlo,
como experiencia personal y compartida, en los rostros de las gentes que
cantan sus canciones a la caída de la tarde, frente a la tarima
improvisada.
Esa relación es, sin dudas, un camino de
doble circulación: también está seguramente lo que cada concierto/lugar
aporta, como vivencia, a Silvio y a los artistas que lo acompañan. Ese
diálogo tan cercano –incluso físicamente cercano por las
características de los sitios escogidos para realizar los conciertos: un
terreno, la intersección de dos calles o callejuelas del barrio–
propicia y alimenta un desarrollo dramatúrgico diferente, por así
decirlo, para cada ocasión. He podido confirmar eso recientemente, por
ejemplo, en lo relacionado con las canciones interpretadas y el orden
que las mismas ocupan dentro del concierto. Probablemente los cambios en
ese orden de las interpretaciones sean posibles en cualquier tipo de
presentación. Pero he visto cómo, en estas, esos cambios forman parte de
una especie de diálogo íntimo entre el trovador y esos públicos.
De igual forma, las características de
cada localidad han propiciado comentarios de Silvio. Recuerdo ahora sus
evocaciones cuando cantó en los territorios a los que pertenece
directamente la calle Gervasio, donde vivió durante años. Y ahora, en
Colón, además de hacer referencia a esa calle iniciática de su vida,
también mencionó (y homenajeó de alguna manera) otros lugares del
entorno inmediato: el edificio del antiguo Teatro Musical
(lamentablemente en ruinas), a donde su tío lo llevaba; la casa de don
José Lezama Lima, en la calle Trocadero y los estudios del ICAIC en la
calle Prado, donde grabó la música para muchas películas del cine cubano
–entre ellas, me tocó recordar en ese momento, la que compuso para el
largometraje dedicado a Pablo de la Torriente Brau, incluida la
formidable canción creada a partir del poema “Elegía segunda” de Miguel
Hernández. “Por todo eso, me siento muy bien aquí”, dijo para finalizar
la presentación de las primeras artistas de la tarde.
Esa relación, ese diálogo entre este
proyecto cultural que Silvio realiza y los barrios a los que está
dirigido ha tocado también, en estos meses, otros aspectos –sin duda
esenciales para las personas que viven allí: las dificultades o
carencias materiales, las condiciones físicas (y espirituales)
de esos lugares, la atención (o desatención) de las instituciones
correspondientes a temas tan urgentes como el agua, por ejemplo.
Silvio lo ha aclarado al inicio de
muchas de esas presentaciones: “venimos a traer nuestra música aquí, no
nos manda nadie; es una iniciativa que un grupo de músicos comenzamos a
desarrollar para ofrecer nuestro trabajo a las gentes en sus propios
barrios”. Esa voluntad le ha dado también, desde el principio, un
importante carácter social, participativo, a este proyecto. Creo que eso
potencia, aún más, el alcance y la significación de esta iniciativa,
que se complementa con la entrega de las publicaciones a bibliotecas en
las bases y con la repercusión que este ejemplo alcanza en la vivencia
de sus beneficiarios directos (y de lo que compartimos la experiencia) y
de sus ecos en los medios de comunicación, aunque estos sean casi
inexistentes, con la (honrosa) excepción de los que se difunden
digitalmente.
Ese carácter de herramienta social
mostrado por el proyecto y su iniciador se ha revelado también a lo
largo de estos meses. Recuerdo como ejemplo de ello en este momento la
situación que existía en uno de los barrios a los que han llegado estos
conciertos. En Lugardita nunca se había vuelto a instalar el tanque
imprescindible para que existiera agua corriente y potable, después que
un ciclón se llevó el anterior. Con la mención del tema, se pensó (y se
dijo) que ese problema –que no era muy complejo– iba a ser resuelto.
Meses después conocimos por un comentario del trovador en su blog Segunda Cita (www.segundacita.blogspot.com) que aquello continuaba siendo una asignatura pendiente de los encargados de resolverlo.
Silvio Rodríguez en Colón.
© Víctor Casaus
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La semana pasada, en el concierto
realizado en Miraflores se produjeron otros acontecimientos que mueven
nuevas interrogantes sobre esos temas. El elemento detonante fue lo
ocurrido en un área cercana al escenario, en los primeros minutos del
concierto. Para resumir la información en esta crónica que debo terminar
dentro de un rato, voy a citar algunos fragmentos del trabajo publicado
por la joven periodista Mónica Rivero en el sitio de Cubadebate (www.cubadebate.cu).
Lo hago para ganar tiempo en la terminación de este texto, pero
aprovecho para saludar y felicitar la decisión de la autora de incluir
este asunto en su crónica y la óptica con que lo hizo:
Esta es una crónica difícil de hacer
para mí. Se anunciaba así desde que puse un pie en Miraflores, y
percibí el ambiente, advertí el panorama. (…) Tal vez por eso me cuesta
abordarla como tema, pero no podía ceder a la crisis que implica
silenciar algo ante la dificultad o la contradicción que entraña. No
puedo de ninguna manera evocar el concierto de Miraflores y, de un
plumazo, deshacerme del hecho real, triste, doloroso, de que un muchacho
resultara malherido en el rostro, a unos veinte metros detrás del
escenario donde hacía apenas minutos un trovador interpretaba música
para él y para quien lo atacaba con filo.
En su crónica la autora propone ver el
hecho ocurrido en el marco de la complejidad imprescindible. No se
trata, nos dice, de anatematizar el lugar donde ocurrió –esos
barrios–, sino de verlos en su justa dimensión contradictoria, con sus
luces y sus sombras (como ocurre con casi todo en la vida). Por ello su
crónica concluye recordando otros personajes que la autora encontró en
el mismo lugar, como Yaneisy, que anoche se sintió “de 16 años, super realizada, o como Enrique,
plomero: “Estoy muy complacido: él me llenó. Silvio ha llegado hasta
nosotros, lo que ha hecho es traer la música a nosotros, la gente del
pueblo, que no podemos pagar la entrada a muchos lugares”.
La autora de la crónica nos propone tener en cuenta también el valor humano, social, de esos testimonios (de “la gente que trabaja, en la vida real”, en palabras de Yaneisy)
y acercarnos a un criterio desprejuiciado, justo sobre lo ocurrido y
sobre el lugar donde ocurrió (ese barrio), en lugar de mirar para otro
lado a la hora de redactar su versión periodística de ese nuevo
concierto de Silvio. Para mí es doblemente alentador que esa visión
venga de una periodista joven –aunque muchos colegas mayores (en edad,
digo) también pudieran traer su mirada, desde el silencio o el
estrabismo, hacia este lado: el del riesgo y la responsabilidad.
La crónica de Mónica Rivero también aborda otro elemento esencial: el entorno, el hábitat de los muchachos del incidente:
El concierto se celebró entre una
escuela devenida edificio de apartamentos (…) que conforman una pequeña
comunidad de tránsito (…) donde la gente “sabe cuándo llega, pero no
cuándo se va”. También aquí hay problemas con el agua potable. Los
vecinos se quejan de las filtraciones en sus casas, y de no tener
establecimientos de comercio ni rutas de transporte público cerca. La
explanada donde se colocó el escenario está siempre llena de basura.
“Pero la recogieron porque venía Silvio. ¡Si Silvio llega a venir aquí
como estaba esto! Ojalá todo se quedara así, pero eso es un sueño. En
unos días va a estar igual”, dice Mercedes.(…) No entienden que se haya
asfaltado finalmente ese terreno, cuando hace más de diez años estaban
pidiendo que se hiciera una calle que llegara hasta allí. De pronto, un
día antes del concierto, todo el mecanismo se destraba.
Ese extraño método de soluciones
urgentes recuerda aquella formidable historia, cargada de enseñanzas
metafóricas, de la película Bienvenido Mr. Marshall, del
maestro José Luis Berlanga. En esa aguda comedia un pueblo español se
prepara, en plena posguerra, para crear una imagen (falsa), que convenza
a los funcionarios estadounidenses que deben llegar allí y otorgar
eventualmente la ayuda económica para el desarrollo proveniente del Plan
Marshall.
Por supuesto que los objetivos del
proyecto cultural de los barrios no tienen nada que ver con esa curiosa
filosofía que, por otra parte, hemos visto –y vemos– en ocasiones en el
país. Pero también es cierto que un proyecto de estas características,
impulsado por un artista como Silvio, llama la atención sobre
dificultades, carencias e irresponsabilidades. Sería muy deseable que
los problemas de esos barrios –que la presencia del proyecto revela,
muestra o difunde– fueran atendidos con responsabilidad, sentido de la
justicia y eficacia por las instancias de dirección o de gobierno
encargadas de resolverlos.
Entre los comentarios sobre la crónica publicados en el sitio Cubadebate aparece, sin embargo, uno que no resulta alentador en ese sentido. Un mirafloreño escribió allí:
Como noticia les cuento que lo que
asfaltaron para la ocasión ya está de nuevo con los baches porque se
hizo solamente para la ocasión, como si se estuviera pintando de negro
un terraplén (Mal hecho y corriendo) la basura ya está de nuevo allí, el
agua nunca llegó ni llegará y el concierto en la memoria de pocos junto
con los problemas cotidianos de ese barrio, se los cuenta uno que vive
allí.
Esas crudas realidades –y otras que el mirafloreño describe gravemente, sin escandalito ni rabia, en su comentario de Cubadebate–
forman parte de una realidad ante la que no se puede mirar hacia otro
lado. La periodista de la crónica no lo hizo así, los músicos que
participan en el proyecto tampoco lo hicieron así. Los funcionarios
encargados de asumir la responsabilidad ante lo mal hecho (o lo
sencillamente no hecho) debieran mirar hacia este lado.
Casi al terminar el concierto, alguien
se me acercó y me preguntó quién era la asesora de Silvio. “Es que,
antes de que acabe esto, queremos que den los agradecimientos a los
factores”, me dijo. Le expliqué que según sabía, en la concepción de
estos conciertos no estaban incluidos esos momentos formales.
Cuando terminó la segunda canción extra
con que Silvio culminó la presentación de aquella tarde en Miraflores,
le comenté a la “asesora” de Silvio por la que preguntaban –que es en
realidad una de las organizadoras del equipo que realiza el concierto– y
ella me habló de los contactos iniciales en el barrio y de la fuerte
impresión que les había causado la atmósfera que encontraron allí. “Le
dije a Silvio: creo que este es el barrio más complicado al que hemos
ido. Y Silvio me respondió: Ahí es a donde tenemos que ir”.
Y para terminar esta crónica urgente: en
el comentario del mirafloreño, aparece esta post data que comparto
ahora con ustedes, como resumen de lo que hemos conversado aquí:
PD: Felicito a la autora y les doy
mil veces las gracias a Silvio por acordarse de la parte olvidada del
pueblo, ojalá todos los artistas y los que no son artistas se acordaran
de nosotros de vez en vez….